Mas Patrimonio !
Cuando el PATRIMONIO nos anima a escribir.

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Literarios

14.03.2007 16:34

René Boretto Ovalle


Lo más bello e incitante de escribir, es la libertad de comunicar las ideas y los sentimientos. Esa “aparente” libertad. Esa posibilidad de contagiar, a través de las letras, un ambiente, una situación, un paisaje, un aroma y un acontecer real o imaginario.

Pero no debemos descuidar el hecho en el cual se fundamenta el relato como tal: la comunicación.

Muchos podremos escudarnos en esa “libertad” que tenemos al tomar un lápiz o sentarnos frente a la máquina y teclear a medida que las ideas se van engarzando en un relato. Podríamos decir que somos dueños de la situación. Que escribimos como se nos place, porque, al fin y al cabo, es un acto propio, aparentemente sin pautas ni reglas: dejar que el corazón se exprese con una débil coordinación de la mente mientras la mano va dando ese perfil tan propio de lo que deseamos comunicar.

Y justamente, este comentario, se basa en esa última idea: la comunicación.

Esconde el escritor tras su afán un deseo íntimo de éxito: el que otro pueda leer, comprender, interpretar y acaso disfrutar o sufrir con lo que uno ha escrito. Escribo para contar hechos reales. Escribo para relatar situaciones ficticias. Escribo para sembrar ideas. Escribo para cambiar el mundo... O simplemente escribo porque se me da la gana. Pero el acto de “escribir” persigue, sin duda, una meta.

No comiences nunca un relato sin saber a dónde quieres llegar” –enseñan los maestros- . Porque hay un lector, finalmente, al otro lado de tu creación. Un relato sin imaginar al lector es como una carta de amor que sabemos no va dirigida a las manos de nadie. Un relato es como el aroma de una rosa. Aunque la flor quiera esconderlo, igualmente llegará a alguien. Aún a una simple abeja en la inmensidad de la nada en el valle.

Entonces, sabiendo que la mayoría de los relatos y creaciones literarias están destinas a un lector: ¿ Por qué no proceder desde el principio atendiendo las necesidades de ese lector?

Tú quieres escribir para comunicar. El lector quiere leer para conocer. No hay quien pueda romper o disminuir la fuerza de esa relación amorosa entre quienes componen una obra de arte y aquellos a quienes va destinada. En la música, por ejemplo, son sobrados los ejemplos de aquellos genios que escondían sutilmente o en ocasiones mostraban con desparpajo total, las críticas a su sociedad, sus amores imposibles, sus ideas políticas, su amor a Dios, su odio a las mujeres... sus deseos de cambiar el mundo.

Apliquemos entonces, desde el principio de la idea de escribir, el concepto de comunicación. Y digo concepto, porque no es una palabra o una idea simple, sino que “comunicar” encierra una impresionante variedad de acciones.

Si partimos de la base que debemos favorecer que el lector “se meta” en nuestro relato, necesitamos seguir determinas pautas, aunque no todas ellas son tan rígidas que deban tomarse como obligatorias. Recordemos que lo que más debemos defender es esa “aparente libertad” de expresión que nos anima a escribir.

Un relato debe llevar de la mano a quien lee por los caminos de una historia, que hay veces que tiene nuestro fuerte componente personal. Pero sea como sea, debe tener un hilo conductor. Un comunicador, recibe como pauta de cabecera la siguiente: “Contéstate QUE, QUIEN, CÓMO, CUÁNDO, DÓNDE, PORQUÉ Y PARA QUÉ y habrás allanado el camino de la comprensión en quien te lea o escuche”. Esto quiere decir que hay que trazarse un plan de comunicación y estructurarlo con un principio, un desarrollo y un final o desenlace.

No es necesario saber cuál será el final en el momento en que te sientas a escribir tus tres primeras líneas. Hay muchos creadores que comienzan un relato y lo dejan pendiente hasta que la almohada, con sus sueños incluidos, elucubra y da la estructura al resto. Hay quienes han abandonado esas “tres primeras líneas” por meses o aún años, para terminarlas después. O acaso releer la obra y darse cuenta que a pesar de haber sido ya publicada, le queda mucho para el final...

Procura, fuerza, ahínco y fe, para compartir tus párrafos con el lector. Otórgale un espacio propio dentro de la obra. Que sea él un personaje nuevo, invisible, inoperante. Un personaje que se agregue cada vez que alguien comienza a leer tus “tres primeras líneas”. Y para ello, no hay mejor cosa que hacerle despertar sus sentidos, como quien ingresa en una selva, tan espesa y oscura que tiene que valerse como los ciegos, de su instinto y de sus sentidos del gusto, oído y olfato para dar cada paso...

¿ Es difícil conseguir esto? No lo creo... Cuenta las situaciones agregando elementos que, sin distraer o desviar la atención de lo que se está tratando, lo complemente, ayudando a “estar presente” en tu relato. Como decíamos antes, que, aún como lector, él “tenga su espacio propio como si fuese un personaje más”. Aprovecha los recursos de la imaginación (no la tuya, la del lector) y deja que él coloque sus sentidos, sus sentimientos, sus vivencias anteriores y le otorgue al relato, una dimensión propia. De esa manera, tu relato será como si mil relatos diferentes hayas creado para mil lectores distintos que lo aborden.

¿Acaso no has tenido la agradable sensación de comprender, entender y sentir un mismo libro de manera diferente si es que lo has leído en distintas etapas de tu vida? Es, sin duda, lo que avala lo que terminamos de decir. Soy un “personaje” nuevo cada vez que comienzo a leer, si es que el autor me faculta, me autoriza y me anima a “meterme” en su creación y ponerle de mí cuanto desee.

Hazle oler, escuchar, degustar. Hazle oír el crujido del papel que se arruga. Hazle recordar ese aroma que (no tú, sino él) tiene escondido en la memoria apegado a cosas de la niñez. Oblígale a que se le seque la boca o que “se le haga agua” degustando los sabores de algo que tiene tanto poder que aún estando escrito te da hambre...

No adjetives innecesariamente. Un paquete de obsequio puede ser tentador con su presentación de papel fino y de moña de color. Pero breve y fútil será esa sensación, si adentro, el regalo envuelto no iguala o sobrepasa esa expectativa. Ninguna palabra o adjetivo, o reiteración, dará más fuerza o contenido a un sustantivo, si éste ha sido elegido tan exactamente que no necesite de más luz que la propia para encandilar al lector.

Evita, aunque no la desdeñes, la imitación. Recuerda que tu intención al ponerte a escribir es CREAR. Y la creación de un artista - ¿quién duda que los que escribimos lo somos? – lleva implícita una enorme carga afectiva para sus propios recuerdos y para con el lector a quien va destinada. ¿ Qué efecto podemos lograr si usamos palabras, conceptos, formatos, estructuras, de otros creadores? Nunca será posible obtener el mismo éxito que ellos tuvieron porque tú no tienes ni una pizca de lo que ese creador puso de sí mismo para desarrollar su obra.

¿Qué contar, entonces? He conversado con mucha gente que tiene ideas preciosas y verdaderas joyas entre sus recuerdos y entre sus experiencias, como para crear relatos atrayentes. Pero que no se deciden a escribir porque entienden que TODO debe estar formando parte de su “novela”. Esto no debe ser así.

Una anécdota, un sucedido casual, un recuerdo fugaz, pueden ser el origen y la trama para un relato. ¿Qué es lo interesante de ello para contar? ¿Qué es lo atractivo para captar el interés del lector? ¿Dónde está el misterio que eso encierra? ¿Qué enseñanza o moraleja puede aportar esta experiencia?. Aplícale las pautas del comunicador a esa idea, respeta tu sentimiento y tu necesidad de “comunicar”... y el relato estará hecho. Sin esperar que la creación sea exitosa y tampoco pensar en el “qué dirán” los críticos. Es tu corazón, tu mente, tu intelecto que reclaman una oportunidad de ponerse en contacto con lo demás. No eches a perder eso por el miedo, por el compromiso o por tu humildad.

Cuenta, relata, enseña lo tuyo, lo que conoces, lo que te rodea, lo que recuerdas, lo que investigas, lo que te impresiona, lo que te enorgullece, lo que te aterra... Ponle al relato el sabor de una comida casera, de esas “que hacía la abuela” y que era difícil saber por qué era tan especial. Ponle, por tanto, tu propia receta y encontrarás quien te recuerde por ello... No distraigas al lector poniendo énfasis en cosas que a ti te parecen importantes y que no agregan sustancia. Ayúdate en la imaginación de quien te lee para que él coloque en cada palabra un significado mágico que lo anime a seguir las otras y así arribar al final inesperado.

Justamente... hablando del final. Prepárate para desencadenar en breves palabras (cuantas menos mejor) el corolario, el “remate” de lo que has venido presagiando (o no) durante el relato. El final, no debe ser EL FINAL. ¿Me permiten explicarme?

El final en una obra literaria, no debe ser como “el final” de una situación real. “Estoy deseando que esto termine. Y cuando termine, a otra cosa.” En la literatura, el autor debe procurar que ello NO SEA ASÍ. Porque el efecto que debe buscar el autor, es la recapacitación, el hacer “repensar” la obra, haciéndole obligatorio al lector, en muchos casos, volver atrás, releer párrafos o acaso páginas enteras. Y ello no es fácil de conseguir si vamos dejando decaer el relato de una forma tal que “el final” sea como la muerte: algo esperado, definitivo, e inevitable.

Por tanto, el final cumple la función de impacto. Cuanto más inesperado, mejor. Cuanto más sorprendente, mejor. Cuanto más aleccionador, mejor. Pero siempre tan conciso, tan filoso, tan punzante, que deje la sensación obligatoria de una sonrisa, de una lágrima... o de la sorpresa de que ahí... el cuento se terminó.











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