Mas Patrimonio !
Cuando el PATRIMONIO nos anima a escribir.

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14.03.2007 16:45 / Mis artículos

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René Boretto Ovalle

Armando Olveira



Cuando hablamos de conflictos bélicos y cuando recordamos en el evento de hoy la infinidad de patrimonio cultural que ha creado toda esta actividad a través de los cientos de años, tenemos una cierta tendencia a pensar e imaginar las cosas materiales, como armas y armamentos, medios de transporte, obras de ingeniería y hasta la logística, planificaciones y tácticas militares, mucho de lo cual estamos tratando en esta oportunidad.

Ustedes tuvieron en su propio suelo este impacto de las guerras pero nosotros, en Sudamérica, lo vivimos de una forma diferente. Siendo los tenedores de recursos alimenticios, de mano de obra y de los establecimientos industriales, los vacunos, frutas, verduras, hortalizas, esperaban solamente ser procesados para enviarlos a través del océano para alimentar no solamente a las tropas de los ejércitos sino a la población civil.

Nuestras chimeneas, echaban humo cual los cañones que tronaban en Europa, pero estas chimeneas eran cañones que disparaban VIDA, en un proceso que nosotros deseamos traer como un aporte a las Jornadas organizadas por INCUNA.

Y no les traemos una visión genérica, generalizada, sino que nos vamos a referir a la empresa que con mucha razón recibió la denominación de LA GRAN COCINA DEL MUNDO. El principal establecimiento de esta cocina gigantesca, estaba en la CIUDAD DE FRAY BENTOS, en Uruguay, una ciudad que continúa existiendo y que hoy valora enormemente ese antecedente patrimonial riquísimo tan enlazado con Europa y con su gente.

Muchos de quienes leen hoy día el nombre FRAY BENTOS, lo asocian al producto que consumen sin siquiera saber el origen. Hay otras personas que consideran a Fray Bentos como un recuerdo entre amargo y dulce de las épocas de la guerra. Un Embajador Británico en Uruguay nos contaba una experiencia familiar en épocas de racionamiento en Londres: “Abrir una lata de corned beef Fray Bentos era una verdadera ceremonia... como la del té para los japoneses. Hasta que todos no estábamos sentados a la mesa, no se abría la lata... Y vaya si nos costaba hacerlo... porque era como romper un encanto mágico!...”

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Desde principios del siglo XIX, las ricas tierras sudamericanas, fueron la mira de Europa y Estados Unidos para conseguir allá la necesaria proteína de las carnes. Napoleón ya había alertado que el mundo de la política iba a cambiar la forma y sistema de la guerra y que no obstante los ejércitos iban a ser más pequeños en cantidad, igualmente necesitaban resolver el tema de la alimentación y aprovisionamiento ágil y nutritivo. Los científicos convirtieron la importancia de la alimentación basada en la carne, en una cuestión política, aseverando que los pueblos consumidores de esas proteínas obligatoriamente iban a ser triunfadores sobre pueblos cuya alimentación se basara en carbohidratos.

No obstante, un serio problema afrontaban quienes pensaban en salvar 10.000 kilómetros de distancia para aprovechar lo que en los países del Río de la Plata sobraba. Y nos referimos a la inexistencia de un sistema, una técnica, que pudiera concentrar y reducir la carne de los vacunos para su fácil manejo, transporte, distribución y consumo.

Acuciada por los políticos, por los militares y por los investigadores científicos, la solución llegaba hacia 1864, cuando un ingeniero alemán llamado Georg Christian Giebert, residiendo en el Uruguay, propuso la industrialización de una fórmula de extracto de carne a su inventor, el químico compatriota Justus von Liebig. Se inició así, una verdadera aventura comercial e industrial en una empresa que se llamó Liebig ´s Extract of Meat Company que no tardó en convertirse en la productora de un preciado producto que reducía en un solo kilo, el valor nutritivo, el aroma y el sabor de 32 kilos de carne.

Para 1885, la LIEBIG´S ya no era aceptada en las exposiciones mundiales sino como “fuera de concurso”, por haber arrasado todos los premios habidos y por haber. El extracto de carne, pronto convertido en un producto con que se podía elaborar un nutritivo caldo, se consumía por miles de kilos en hospitales, en domicilios particulares, en centros de recuperación y, principalmente, en las vituallas de los ejércitos, armadas y grupos expedicionarios. Desde Groenlandia hasta la Antártida, aún llevado por Stanley al centro de Africa y en el primer vuelo transatlántico de Allock y Brown, convertido en el primer desayuno de los hombres que Julio Verne hizo alunizar en su novela “Au detour de la lune”, el extracto de carne fue tan requerido que, además de la producción incesante en Fray Bentos y no obstante lo caro que era producirlo en Europa, la exigencia de los mercados hizo que también se fabricara allí también.

El extracto de carne, en diferentes variedades y presentaciones, dio paso a la “carne líquida” un producto que los ingleses llamaron OXO a causa de una broma de los peones portuarios de la fábrica en Fray Bentos: las cajas de madera en que se enviaban a través del océano, se las identificaba con el nombre “OX” (buey en inglés) a lo que se les agregaba una “O”, como si fuera un dibujo de dos ojos con una nariz en forma de X entre ellos.

En principio, OXO era simplemente ofrecido como una línea lateral ó suplementaria del extracto original. Pero los pedidos pronto se multiplicaron rápidamente y el pueblo inglés adoptó el producto en sus corazones. Desde hacía tiempo OXO venía vendiéndose en las cafeterías de las estaciones de trenes, en hipódromos y pistas de carreras y muestras agropecuarias. El pueblo estaba convencido que podía conseguir OXO en cualquier lado y el símbolo que lo promocionaba, que enamoraba a los coleccionistas, está todavía en algunas plataformas ferroviarias.

En 1902, el primer regalo promocional fue lanzado: un sonajero para niños fue ofrecido a cambio de un envase vacío de OXO. Y como el producto se hizo a sí mismo un sinónimo de salud, fuerza y resistencia, pronto la empresa comenzó a auspiciar eventos atléticos como la famosa caminata Londres-Brighton. La compañía no sólo fue sponsor de las olimpíadas de Londres de 1908, proveyendo caldo de OXO a los corredores de la maratón, sino que persuadió al equipo de atletas inglés para que recomendara el producto.

La Compañía Liebig, con sus depósitos en Amberes (Bélgica) y oficina central administrativa en Londres, fue, sin lugar a dudas, la responsable de las primeras acciones comerciales y promocionales que hoy reconocemos como mercadeo o “marketing”. Probablemente uno de los mayores impactos causados en la OXO fue cuando en 1902 la Compañía contrató a mujeres como empleadas, lo que no se acostumbraba en la sociedad de aquel entonces.

Hacia fines de 1910, un serio problema de calidad en el producto comenzó a preocupar a la empresa: no obstante lo delicioso y beneficioso que OXO podía ser, le quedaba un sedimento en el fondo del recipiente que no era del todo agradable. Los altamente calificados químicos de la compañía tuvieron que enfrentar la circunstancia, a la vez que se dedicaban a descubrir de qué forma se podía elaborar un producto de igual calidad pero con precio al alcance de las familias comunes; lo que en Inglaterra se dio en llamar "el producto de un penique".

Todo fue resuelto por medio de convertir el producto líquido en una pasta en forma de tabletas. La esencia de la carne vacuna y sus fibrinas y sustancias esenciales fue puesta en una máquina de origen suizo de hacer cubos: el "OXO cube" había nacido. La propaganda decía: "los cubos de OXO son el más grande avance en la invención de comidas desde que el hombre comenzó a comer y la mujer aprendió a cocinar".

El lanzamiento del producto fue hecho también innovando en fórmulas de promoción. Los panfletos eran echados debajo de las puertas diciéndole a la gente que ahora podía conseguir el hasta ahora caro extracto de carne en baratos y maravillosamente convenientes cubos, en cajas de 6,12, 50 o 100 unidades.

Cuando algunos químicos y empresas competidoras pusieron en duda el valor nutritivo del extracto carne, la Liebig Company puso en funcionamiento una de sus famosas cartas y en lugar de afectarlos comercialmente, los catapultó hasta ser una de las empresas más famosas del mundo. En lugar de amilanarse, los responsables de la producción dijeron: “Quizá el valor nutritivo total de la carne no esté presente en nuestro OXO, pero... hay alguna cosa más querida y admirada por las amas de casa que les ha simplificado y ahorrado el tiempo en la cocina?” .

El impacto promocional de la Liebig´s se expandió por todo el mundo occidental y sin lugar a dudas se verificó el mayor cambio visto hasta entonces en la forma de alimentarse, en los sistemas comerciales e industriales y en las investigaciones médico-científicas dedicadas a la alimentación y a la dietética. Desde 1910, la técnica, la química, tuvieron un impresionante crecimiento, proponiendo decenas y decenas de productos, artículos y cientos de inventos... “para liberar el tiempo a la mujer”!

Como si fuese poco, miles y miles de coleccionistas por todo Europa, ya estaban enviciados con las tarjetas a todo color coleccionables que se intercambiaban en los lugares de venta del extracto de carne. Con atractivos temas culturales, un álbum tras otro se llenaban con las más de siete mil tarjetas diferentes, editadas en todos los idiomas, en un furor que duró cien años sin interrupción y que en 1975 cuando la Compañía decidió dejar de editarlas, diez mil coleccionistas entre quienes se encontraban actores, actrices, científicos y gente de la realeza europea, los convencieron a que continuaran las series, lo que sucede hasta hoy día.

Esta presentación apunta en especial a comentar sobre un patrimonio de la industria de la guerra en tiempos de paz. Entonces ustedes se preguntarán dónde encaja esta introducción que hemos hecho. Pues bien... ese “Saladero Liebig”, ese perdido y casi desconocido para Europa PUERTO DE FRAY BENTOS, aún hoy día existe y es una ciudad del Uruguay que creció al influjo de más de cien años de esta producción alimentaria destinada al otro lado del océano. Allí, recién en 1980 dejaron de funcionar las máquinas, después que, orgullosamente, Fray Bentos recibiera la designación de “gran cocina del mundo”. No en vano, porque, desde 1863 hasta 1924 con el funcionamiento del Saladero Liebig y desde 1924 hasta 1979 con el frigorífico ANGLO DEL URUGUAY, los recursos agropecuarios de los ricos campos sudamericanos se convirtieron en más de 200 sub productos que se exportaban a Europa, generando un polo de desarrollo industrial en la ciudad de Fray Bentos y alrededores que dio trabajo a miles de personas.

De hecho, inmigrantes de más de 60 nacionalidades, han sido verificados en las más de dieciséis mil fichas de obreros y empleados que se guardan celosamente en el Museo de la Revolución Industrial, una institución creada por el gobierno municipal local para conservar y preservar esta inmensa riqueza patrimonial de la industria de la alimentación.

La fábrica, iniciada en 1864 con algunos galpones y edificaciones al lado de un puerto muy profundo del Río Uruguay, pronto requirió mejorar y ampliarse, creando hacia 1867 una fábrica donde no solamente que se verificó la única fábrica de extracto de carne del mundo, sino que fue su puerto el lugar por donde ingresó la tecnología que le cambió la vida al Río de la Plata. Maquinarias inventadas exclusivamente para el establecimiento, montañas de carbón de piedra y de sal, toneladas de elementos de construcción, arados a vapor, alambres de púas y hasta animales europeos para mejorar las razas vacunas y ovinas naturales de la región. Todo, contribuyó a que, con justicia, este se denominara “el lugar donde nació la revolución industrial del Río de la Plata”. De hecho, la primera lamparilla eléctrica del Uruguay se encendió en ese lugar, apenas cuatro años después de su invención, prácticamente el mismo mes que también se accedía a la electricidad en Rio de Janeiro (Brasil) y La Plata (en Argentina)

No solamente el establecimiento de Fray Bentos tuvo un crecimiento edilicio propio, sino que generó a su alrededor un pueblo o “company town” cuyas características se conservan hoy día, a 110 años de su construcción.

La Compañía Liebig desde Fray Bentos, amplió su hegemonía regional y pronto llegó a disponer de otras fábricas en Argentina, en sur de Brasil y en Paraguay, además de 34 establecimientos agropecuarios propios o contratados, con millones de hectáreas donde se hacía realidad la promoción de que allí se cuidaba desde el propio pasto hasta el enlatado final, el extracto o la carne conservada que usted consumía...

Dentro de la fábrica, donde miles de obreros hacían una labor sin interrupciones, se seguía el impulso de los mercados europeos y estadounidense, acelerándose cuando los conflictos militares hacía necesario comida para las tropas. En los primeros años, fines de agosto era la fecha adecuada para hacer los presupuestos de obra y hacer crecer las instalaciones, pero pronto, con el advenimiento de los conflictos de fines del siglo XIX y mitad del siglo XX, todo se mezcló en una constante actividad. Mientras se desarmaban unos galpones, otros se erigían. Mientras máquinas quedaban obsoletas, nuevas tecnologías las suplantaban y toneladas de maquinaria industrial iban quedando enterradas junto a los escombros de los edificios demolidos, ganándole terreno al río Uruguay para el fervoroso crecimiento de la empresa.

Mientras todo esto sucedía, los obreros se regocijaban con una broma común en la Liebig: “Acá lo único que se desperdicia del vacuno... es el mugido...”



FRAY BENTOS Y SU PATRIMONIO INDUSTRIAL DE EPOCAS DE GUERRA. Fray Bentos como poblado creciendo a orillas del Río Uruguay, tuvo un impacto aún antes del inicio de la 1ª. Guerra Mundial. Al puerto de Montevideo y en el de Buenos Aires cuando no en el del mismo saladero, llegaban por cientos los emigrantes que sufrían en Europa horas de desazón. Gentes con idiomas de lo más disímiles pero con una sola razón de ser: existir y seguir viviendo sus vidas, huyendo de los países en conflicto. Todos encontraban trabajo en aquella inmensa mole que crecía como hongo después de la lluvia.

La tecnología del enlatado de carne había hecho crecer paralelamente al extracto, la industria de la carne conservada o corned beef. Corned beef es una manera de identificar a un sistema conservador de carnes, según tradición anglosajona. “Corning” era la cura la carne mediante sal o introduciéndola en salmuera, cocinándola posteriormente. Eran sistemas utilizados por la gente de campo para conservar las carnes en tiempos donde no existían la refrigeración.

Cuando el producto comenzó a invadir Europa desde Sudamérica, el corned beef comenzó a llamarse FRAY BENTOS por los usuarios y llegó el momento en que era tan popular llamarlo así que la empresa patentó el nombre, produciendo hasta hoy día carnes conservadas, enlatadas o pre-preparadas con esa marca.

Hoy día, la ciudad uruguaya de Fray Bentos detenta el principal patrimonio industrial regional y sin duda, el mejor conservado de la industria de la alimentación.

Desde 1863, cuando al Ingeniero alemán Giebert se le ocurrió la idea, mirando lo profundo del puerto de Fray Bentos, el desarrollo del emprendimiento fue incesante y no se detuvo por más de 116 años. En algunos momentos de esplendor, se faenaron un millón de vacunos en una década y como las actividades cesaron recién en la década del 70, gran parte de la infraestructura fabril existe y no desapareció como pasó en otros lugares donde también hubieron establecimientos de este tipo. La técnica en patrimonio industrial Dra. Sue Millar de Inglaterra, opinó que este es uno de los pocos lugares donde se manifiesta con esplendor y jerarquía la tecnología de la industria de la alimentación utilizada entre mitad del siglo XIX y mitad del siglo XX.

Pero... volvamos a los tiempos de guerra en Europa. Pongámosnos en la situación de los estrategas que debían pensar no solamente en armamento, en transporte, sino también en el trascendente tema de la alimentación. Desde Napoleón, cuando las campañas militares exigían tremendos esfuerzos por mantener en buen estado a las tropas, comenzó a exigirse soluciones para llevar a los campos de batalla alimentos a la vez que nutritivos, concentrados o fáciles de transportar y que no originaran peso excesivo. En este caso, las opciones propuestas por la Compañía Liebig se ajustaban perfectamente: caldos de carne que se disolvían en un poco de agua caliente y carne conservada de larga duración en latas metálicas, cuyo formato gracias a un invento norteamericano favorecían no solamente el estibarlas sino también abrirlas con facilidad.

La guerra de los británicos contra los campesinos holandeses o bóers, en Sudáfrica, desde 1899 a 1902, hizo que solamente en Fray Bentos se sacrificaran 10.000 vacunos para convertirlos en carne concentrada. Muchos soldados agradecieron el haber tenido esta opción en las semanas de campamentos sitiados por los enemigos.

Las latas de Cubos OXO conteniendo 6,12,50 o 100 unidades, resultaron infaltables y acaso imprescindibles en todos los hogares. Llegado el amargo momento de la primera guerra mundial, la empresa aportó 100 millones de cubos de caldo de carne para la alimentación de los soldados. Mediante un inteligente sistema con carbón que producía calor pero no humo, con lo que el soldado en las trincheras tenía su caldo de carne caliente al instante. Fueron los famosos “OXO Trench Heater” apreciados por doquier.

Las cartas de soldados son fiel documento de esto.

Estrecho de los Dardanelos, mayo 27 de 1915.

Amada madre:

No sé como contarte lo que estoy sintiendo en este momento. No deseo provocarte más angustia, que la que ya sientes por la muerte de Papá, también a causa de esta guerra inmunda. Pero, es inevitable que sepas la verdad. Las noticias que reciben ustedes desde aquí, son todas mentiras. El desembarco fue espantoso. Los turcos nos están masacrando. Casi no quedan compatriotas en mi división, aún así, nadie retrocede.

¡Madre, ojalá sobreviva, pero, siento que voy a morir! Que no retornaré a Liverpool, que no volveré a ver a mis amadas hermanas, Hill y Ely, que no podré obsequiarte el título de médico que tantas veces te prometí. Que mi amor, Becky, enviudará sin habernos casado.

Disculpa madre, por el dolor que sé que te provocarán estas líneas, pero es la verdad. Ojalá te lleguen, mientras yo esté con vida. No sé si será posible, porque están censurando nuestra correspondencia. Te ama y te necesita desesperadamente. Hugh.

PD: ¡Por favor, te lo suplico! ¡Reza por mi vida y envíame OXO!



Según las memorias de Thomas O’Connor, un granjero canadiense que sirvió durante los años 1917 y 1919 en la Canadian Expeditionary Force, “Las raciones para los soldados, generalmente llamadas las “raciones de hierro”, se componían de 1 lata de carne conservada generalmente la clásica marca Fray Bentos con su llave pegada para abrirla; una lata de carne con vegetales normalmente llamada “carne para perros” o una lata de carne de cerdo con porotos; 2 (a veces tres) paquetes de biscochos duros; una onza de extracto de carne o cubos OXO; una ración de té y un paquete de sal. El mismo soldado que escribe esta información decía que respecto a la comida tenía dos malos recuerdos: uno de ellos era la frecuencia con que comían corned beef (como desayuno, como almuerzo y como cena) y que en verano, con el calor, esa comida se convertía en una desagradable masa de grasa. Peor era la ración de “cerdo y porotos” porque muchas veces la carne de cerdo era inexistente y se convertía en “grasa con porotos”.



Cabrían cientos de expresiones y de memorias de soldados referidos a Fray Bentos, cuyo nombre era, al igual que OXO, sinónimo de vida dentro de las trincheras y muchas veces la diferencia entre la vida y la muerte, si tenemos en cuenta las anécdotas que cuentan que las latas de corned beef, en las mochilas, detenían con alta eficiencia las balas y la metralla de las granadas, que se hubieran incrustado en la espalda del soldado.

Fray Bentos, por tanto, pasa a ser, más que un nombre, un sentimiento entre los soldados, que, cuando retiraban las etiquetas de las latas, se encontraban con mensajes dándoles aliento y ánimo, escritos por las mujeres que trabajaban en la fábrica de Fray Bentos, haciendo volar, a través del océano, un deseo desde las lejanas tierras donde pastaban los miles de vacunos que se convertían día a día en el sustento para las tropas... si es que la carga recogida en el puerto del Río Uruguay, allá en Sudamérica, llegaba a salvo y no eran alcanzados los buques de transporte por los mortíferos torpedos de los submarinos nazis que trataban de interferir la cadena de aprovisionamiento aliado.

Caló tan hondo el nombre de Fray Bentos, que, según recogen la Griffith Universityy y el Australian National Dictionary Centre en su investigación sobre términos, palabras y coloquialismos propios de la Primera guerra mundial, que para referirse a algo muy bueno o alguna cosa que estaba bien hecha, los soldados decían “Fray Bentos”, tal como los americanos usaron el O.K. en la Segunda Guerra.

Como si fuese poco ese ejemplo, recordemos que en el 6º Batallón Británico uno de los tanques de combate del Cuerpo de Tanques F-41, recibió el sobrenombre de “Fray Bentos.” Tuvo una destacadísima actuación en la Batalla de Cambrai en noviembre de 1917 y fue capturado por los alemanes en mayo de 1918. Los tanques, pesando casi 14 toneladas, podían transportar solamente 3 soldados en muy incómodas posiciones, desplazándose a no más de 3 millas por hora, siempre y cuando el terreno no fuera muy accidentado.



CUANDO EL PATRIMONIO SE DESCUBRE, SE RESPETA, SE DIFUNDE Y SE COMPARTE. La actual ciudad de Fray Bentos, a través de su gobierno municipal (denominado la Intendencia Municipal de Río Negro), ha recibido un legado muy importante. Alrededor de 6 hectáreas de superficies techadas tenía el establecimiento fabril que fue creciendo incesantemente desde 1863 hasta muy entrada la década de 1950. No solamente para albergar las instalaciones industriales, sino en una especie de “company town” , el pueblito de la compañía construido en las inmediaciones para dar alojamiento a los obreros y mantenerlos cercano a la fuente de trabajo.

Todo lo que creó la industria en su febril crecimiento de más de 120 años, un buen día comenzó a entrar en el proceso de “desindustrialización” , un concepto tan común para todos quienes trabajamos en patrimonio industrial. Cuando Europa comienza su proceso de recuperación de post-guerra, cuando surgió la necesidad de decretar no imprescindibles a los mercados sudamericanos proveedores de alimento durante más de un siglo, es cuando todo comienza a ingresar intempestivamente en la historia, es decir, a convertirse en “patrimonio industrial”.

Pero no solamente interpretamos a todo este bagaje como edificios, máquinas, casas y espacios ocupados por la parafernalia industrial. Quedaba dentro de este panorama, algo mucho más rico e imposible de dejar que se perdiera como las máquinas viejas oxidándose en ambientes ya desprovistos de aquellos acostumbrados rumores de motores marchando, de los mugidos de las vacas camino al matadero, y de los pitazos de los barcos en el puerto. Nos quedaba la sensación como que se perdía irremediablemente la historia del ser humano, como que se diluía en el tiempo la formación de una sociedad entera, donde aportaron sus sudores, su sangre y su trabajo obreros procedentes de más de 60 nacionalidades del mundo.

Es así que el gobierno municipal se responsabilizó de esta situación, aceptando hacerse cargo, como decimos vulgarmente, de un enfermo terminal, lleno de problemas y muy difícilmente de encontrarle medicamentación.

Lo que el municipio ideó fue un megaproyecto en dos sentidos: primero tratar de utilizar edificios aún en buenas condiciones para acoger empresas pequeñas que pudieran desarrollarse ahí, dando trabajo aunque fuera a nivel familiar. Este proyecto es el del PARQUE INDUSTRIAL MUNICIPAL. Por otro lado, había una realidad que saltaba a los ojos: edificios, maquinarias, documentos, que retenían el hálito de una historia social y económica que no solamente era importante para la ciudad, sino que era ejemplo de un proceso que abarcó, comprometió y representó a la región del Rio de la Plata enteramente.

Pero, como bien sabemos que es imposible conservar y preservar la totalidad, el impulso se fue moderando hasta determinar cuales de esos edificios, qué rincones y qué cosas tenían el mayor valor o representatividad del proceso industrial y de las épocas tecnológicas. Comenzamos realizando un circuito turístico cultural en 1990, acompañando a la gente a recorrer “el camino de la vaca”. Este es una experiencia que no hemos podido suspender ningún día desde hace 15 años, con dos recorridas guiadas por día que convocan actualmente a unas 5.000 visitantes por año.

Así, con opiniones, sugerencias y apoyo técnico muy variado, más la experiencia de ver cómo procedía Europa con su patrimonio de la industria, creamos lo que denominamos el proyecto del MUSEO DE LA REVOLUCION INDUSTRIAL. Por supuesto que no tiene nada que ver como esa “revolución industrial” que ustedes tienen ante sus ojos en Europa, sino una revolución que la industria causó en nuestra región con la introducción de tecnologías de última generación. Imagínense ustedes que, antes de la Liebig trabajando en Fray Bentos, los animales eran muertos solamente para aprovechar algo de su carne para salar y venderla como comida para esclavos y quizá aprovechar la lengua y el cuero. Lo demás, como diría un viajero europeo: “era una espantosa pérdida de carne”...

Después, el proceso industrial llegó a ser tan intenso y extenso que surgió una broma entre la gente, por la que se decía que “lo único que la Liebig desperdicia del vacuno... es su mugido...”

Por otro lado, se importaron maquinarias y herramientas, se profesionalizaron los establecimiento rurales, se cercaron los campos, se plantaron especies totalmente desconocidas como el girasol y el tabaco y hasta se encendió la primera lamparilla eléctrica en Sudamérica en agosto de 1883, el mismo mes donde también se encendía en la ciudad argentina de La Plata y en la ciudad brasileña de Rio de Janeiro...

En tanto, los puertos del Río Uruguay, antes casi inactivos, ahora recibían y despedían cada uno más de 450 embarcaciones por año.

En este entorno, hoy día, algunos de los edificios los hemos reconocido como verdaderos “museos in situ” y no nos ha costado mucho dejarlos tal cual como fueron abandonados el último día de labor, allá por agosto de 1969. Así, por ejemplo, la “sala de máquinas” donde están los grandes compresores de amoníaco con lo que se fabricaba el frío para las gigantescas cámaras frigoríficas de siete pisos de altura y de 100 metros x 40 en cuyo interior más de 100 kilómetros de caños distribuían la baja temperatura para 18 mil toneladas de carne... es decir, lo que hubiera producido una gigantesca faena de 35.000 vacunos!

Estos son números que no nos sorprenden en Fray Bentos. Allí, solamente en la década de 1943 a 1953, se faenaron UN MILLÓN CIEN MIL VACUNOS, empleándose 200.000 toneladas de carbón de piedra irlandés y dando trabajo a 4.000 obreros al mismo tiempo, despachando en un solo mes, 16 millones de latas de carne conservada para Europa!

Otro de los lugares casi mágicos con que contamos es la llamada “Oficina Central”, donde los muebles, máquinas de escribir y máquinas calculadoras, típicos de una oficina administrativa del ´30 parece como que si esperaran que los empleados regresaran de su media hora para almorzar...

Debajo de esta oficina, en un piso inferior, también con 530 metros cuadrados de superficie, acabamos de habilitar la Sala de Exposiciones principal del Museo. Allí hemos procurado hacer un “racconto” de estas doce décadas de historia, pero no haciendo hincapié en la maquinaria, sino homenajeando al hombre y a la mujer que fueron los verdaderos actores de esta epopeya donde, reiteramos, inmigrantes de MAS DE SESENTA NACIONES DEL MUNDO llegaron aquí para encontrar el futuro de sus vidas.

Recién ahora nos estamos dando cuenta que tocamos muy profundamente la sensibilidad de la gente. Nos sentimos anonadados, sorprendidos y desconcertados por el impacto que esta Sala está causando en los visitantes. Muchos lloran frente a las vitrinas y dejan escrito en el libro de visitas que se reencontraron aquí con sus padres y abuelos y, oliendo aún el aroma a pino de los gigantescos árboles de la selva paraguaya con que se construyó este edificio en 1872, se resisten a creer que están en un museo, sino en un lugar mágico donde los fantasmas parece que rondan detrás de cada rincón.

Y ni qué decir de los europeos que son convocados por las dos principales guías turísticas que usan quienes recorren esta parte de Sudamérica. Algunos específicamente viajan los 300 kilómetros desde Buenos Aires o desde Montevideo para desengañarse que ESE FRAY BENTOS que comen todos los días en forma de pasteles o de corned beef es algo real como una ciudad a orillas de ese Río Uruguay caudaloso que sirvió de vena abierta al mundo para dejar salir la sangre de las producciones sudamericanas hacia Europa y el mundo.

En medio de nuestro recorrido, la única chimenea del lugar, que ya cumple el año que viene sus cien años, nos evoca un GRAN CAÑÓN, como el que usaron los ejércitos en la guerra aquí en Europa, pero un cañón que disparaba con ímpetu, ALIMENTO Y VIDA, ESPERANZA Y FUERZA, VIGOR Y SOLIDARIDAD de un pueblo sudamericano que tomó las armas del trabajo para ayudar a Europa a ganar el futuro promisorio que hoy la convoca como la magnífica unión de países apuntando al progreso...




14.03.2007 16:40 / Mis artículos

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Relación de hechos y acciones que determinaron un proceso fundacional de la ciudad.

René Boretto Ovalle


Antecedentes regionales.


La región actualmente conocida como DEPARTAMENTO DE RIO NEGRO es fruto de la actualización geográfica del país, mediante el desprendimiento de su territorio (aproximadamente 10.000 kilómetros cuadrados) del que era el Departamento de Paysandú hasta 1880.

La región litoral del país, tomó importancia a partir de mediados del siglo XIX a causa de la inserción en el panorama rural del Uruguay de una pléyade de comerciantes, industriales y estancieros europeos que poblaron al norte del Río Negro y establecieron específicamente en esta rica zona del Río Uruguay, numerosos establecimientos y explotaciones.

La utilización de esta zona para las famosas “vaquerías del mar” (arreos de ganado gigantescos hechos desde fines del 1600 hasta mediados del 1700 por los Jesuitas) dio como resultado una riqueza de ganado espectacular que fomentó la instalación de establecimientos de saladeros que en principio utilizaban esta abundancia de vacunos para la elaboración de carne salada y seca que se exportaba para los negros esclavos de Brasil y Cuba.

Veremos también cómo algunos de estos establecimientos tomaron la explotación de una forma sistematizada y profesional, aplicando tecnologías totalmente noveles para la región.


El origen del nombre FRAY BENTOS.


Esta denominación se pierde en el tiempo hasta mediados del 1600 cuando comienza a aparecer en la cartografía europea el nombre de “barrancas de Fray Vento”.

No existe hasta ahora una confirmación documental pero se estima que el nombre procede de la presencia de un frayle llamado Bentos o Vento integrante del núcleo de religiosos que la Gobernación de Buenos Aires envió alrededor de 1620 para catequizar a los indígenas de la costa oriental del Rio Uruguay, cosa que no se logró en esa instancia.

El frayle Bentos habría vivido en una oquedad o cueva natural de las barrancas en la actual zona del Arroyo Caracoles, a 20 kilómetros al sur de la actual ciudad de Fray Bentos.


Antecedentes fundacionales de la ciudad.


Como resultado de la apertura del río Uruguay posterior al período de Rosas en la Argentina, y las leyes de ambos países que reglamentaron e impulsaron la navegación de este río interior, comenzó a darse una importante actividad de exportación de productos de la tierra utilizando esta corriente fluvial.

El puerto de la ciudad de Gualeguaychú, hacia 1855 tenía una actividad fuera de lo común al haber sido designado el único puerto habilitado para exportaciones en la Provincia de Entre Ríos. Paradójicamente, Gualeguaychú tenía, como actualmente, dificultades técnicas para el ingreso de embarcaciones de cierto calado directamente para operar en su puerto, lo que obligaba a los barcos grandes a fondear en la otra margen del río, en el puerto natural de las barrancas de Fray Bentos, por entonces zona no poblada.

La creciente actividad portuaria de Gualeguaychú y esencialmente que la zona del embarcadero resultó elegida para que allí se hiciese el trasiego de pasajeros hacia y desde los buques que hacían el recorrido entre “el Salto” y Buenos Aires, fomentó un inusual movimiento.

Desde Gualeguaychú mediante artículos en la prensa, el Dr.Isidoro de María, Vice-Cónsul uruguayo en esa ciudad promovía y alentaba la fundación de una ciudad en las puntas de Fray Bentos, para coadyuvar a la actividad social y económica que de por sí se había establecido.

Este reto lo aceptó el comerciante vasco francés José Hargain que dejó su radicación comercial y familiar en Gualeguaychú para trasladarse a Fray Bentos a fines de 1857 y, con autorización de la familia Haedo propietaria de esas tierras, instalar una hostería, ejemplo seguido por otros comerciantes posteriormente.

La fundación de la ciudad no fue realizada por Hargain a quien consideramos el primer poblador “en forma”, sino que fue propuesta por la familia Haedo en primera instancia, debiendo cejar en sus esfuerzos por el gran desafío económico que ello suponía.

No obstante, en 1858, una sociedad comercial de empresarios uruguayos, ingleses, alemanes e irlandeses residentes en Montevideo, compró las tierras suficientes para el emprendimiento y donó una parcela de tierra adecuada como para que el gobierno nacional oriental procediera a la fundación. Ello sucedió mediante un decreto del 16 de abril de 1859, asignándosele el nombre a la población de “Villa Independencia”.


Crecimiento portuario.


La actividad real de la ciudad fue, de por sí, el movimiento del puerto, donde se producía constantemente la presencia de veleros, polacras, balandras y queches de distintas banderas, así como los transportes fluviales que unían Buenos Aires con todos los puertos importantes del río Uruguay.

La población creció consecuentemente, dándose por cierto la premonición de Isidoro de María en cuanto a que nuevamente debía darse la consecuencia de una ciudad fundada en la margen argentina creándose como consecuencia su ciudad hermana del otro lado.


Un emprendimiento industrial cambia la historia de Fray Bentos.


La Villa Independencia no quedó resignada a la actividad portuaria exclusivamente. Hacia 1861, llegó aquí el ingeniero Georg Giebert, alemán de nacimiento, que traía consigo la idea de llevar adelante un proceso industrial mediante el cual se elaboraría “extracto de carne” según la fórmula del químico también alemán Justus von Liebig.

La fórmula del producto, manejada en el ámbito del laboratorio únicamente en Munich, tuvo la oportunidad de ser llevada al desarrollo industrial y comercial gracias a este emprendimiento de Giebert que en 1863 se concretó mediante la empresa “Giebert et Compagnie” y en 1865, en la “Liebig Extract of Meat Company Limited”.

El producto del extracto de carne se hizo famoso en todo el mundo y prontamente se vendió en cantidades que superaban la producción. Dada la comodidad de lo resumido del extracto que permitía “hacer una sopa para 130 soldados con sólo 4 kilos del producto” el “extratum carnis Liebig” envasado en recipientes cuyas etiquetas llevaban la propia firma del inventor, comenzó siendo vitualla en los ejércitos entonces en guerras europeas, así como en las grandes expediciones características del siglo XIX, como la de Stanley buscando al Dr. Livingstone en Africa, Nansen al polo sur, etc. Era tan famoso el extracto de carne que el escritor Julio Verne lo eligió para darles el primer desayuno en la luna a sus personajes del famoso libro.

El establecimiento en Fray Bentos, dio nacimiento de inmediato a una “ranchada” en sus alrededores – el hoy llamado Barrio Anglo- donde los obreros y sus familiares vivían cercanos a su puesto de trabajo.

La explotación de la carne con el extracto, pronto se convirtió en una explotación intensiva y extensiva de todo el resultado de la explotación agropecuaria, ya que “en la Liebig lo único que se desperdiciaba era el mugido de las vacas”. Los desechos de las faenas, cueros, huesos molidos, sangre seca, etc. se desecaba, se complementaba con productos químicos como fosfatos y se vendía enormemente como fertilizante orgánico, en sustitución del que había sido el famoso “guano” de las defecaciones de aves marinas de las costas pacíficas del Perú.

Avanzada la tecnología a finales del siglo XIX, las carnes envasadas o conservas tomaron su lugar dentro de las exportaciones que dieron grandes soluciones en la alimentación de los soldados en las trincheras de la primera guerra mundial. En el segundo conflicto, ya la Liebig´s transformada en ANGLO DEL URUGUAY S.A. introdujo otras producciones, haciendo realidad uno de los mayores establecimientos mundiales de manejo de la producción agropecuaria. Más de doscientos productos y sub productos salían desde Fray Bentos hacia Europa. Rabos vacunos, lenguas vacunas y de cordero, sesos, conservas, puchero francés, embutidos, albóndigas, dulces, mermeladas, grasas, aceites, jabones y hasta ravioles enlatados se producían en Fray Bentos y se enviaban constantemente hacia Europa, mientras en lo negro de las noches del Océano Atlántico, los submarinos nazis esperaban arteros para cortar esta fuente de abastecimiento a los aliados.

Esta realidad de enorme producción que dio como resultado que la tercera parte de los habitantes de la ciudad trabajara directamente en el frigorífico, pronto cumplió su ciclo. Culminados los conflictos que involucraron a los países europeos y organizados éstos en su renacer a las vidas normales, creado el Mercado Común Europeo, los uruguayos – así como argentinos y otros sudamericanos- comprendimos el verdadero sentido de la no imprescindibilidad y numerosas fábricas se clausuraron.

La que fuera impresionante exponente de la explotación de las riquezas agropecuarias sudamericanas, cerró sus puertas en 1969, vendiendo las instalaciones al gobierno nacional. Este intentó por una década volver a los momentos de gloria, sin éxito y pronto cerró definitivamente.

Hoy día, lo que fuera el Frigorífico Anglo es propiedad del Municipio de Río Negro que procura la instalación de un Parque Industrial Municipal. El Barrio Anglo es propiedad del Banco Hipotecario del Uruguay.






14.03.2007 16:34 / Literarios

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René Boretto Ovalle


Lo más bello e incitante de escribir, es la libertad de comunicar las ideas y los sentimientos. Esa “aparente” libertad. Esa posibilidad de contagiar, a través de las letras, un ambiente, una situación, un paisaje, un aroma y un acontecer real o imaginario.

Pero no debemos descuidar el hecho en el cual se fundamenta el relato como tal: la comunicación.

Muchos podremos escudarnos en esa “libertad” que tenemos al tomar un lápiz o sentarnos frente a la máquina y teclear a medida que las ideas se van engarzando en un relato. Podríamos decir que somos dueños de la situación. Que escribimos como se nos place, porque, al fin y al cabo, es un acto propio, aparentemente sin pautas ni reglas: dejar que el corazón se exprese con una débil coordinación de la mente mientras la mano va dando ese perfil tan propio de lo que deseamos comunicar.

Y justamente, este comentario, se basa en esa última idea: la comunicación.

Esconde el escritor tras su afán un deseo íntimo de éxito: el que otro pueda leer, comprender, interpretar y acaso disfrutar o sufrir con lo que uno ha escrito. Escribo para contar hechos reales. Escribo para relatar situaciones ficticias. Escribo para sembrar ideas. Escribo para cambiar el mundo... O simplemente escribo porque se me da la gana. Pero el acto de “escribir” persigue, sin duda, una meta.

No comiences nunca un relato sin saber a dónde quieres llegar” –enseñan los maestros- . Porque hay un lector, finalmente, al otro lado de tu creación. Un relato sin imaginar al lector es como una carta de amor que sabemos no va dirigida a las manos de nadie. Un relato es como el aroma de una rosa. Aunque la flor quiera esconderlo, igualmente llegará a alguien. Aún a una simple abeja en la inmensidad de la nada en el valle.

Entonces, sabiendo que la mayoría de los relatos y creaciones literarias están destinas a un lector: ¿ Por qué no proceder desde el principio atendiendo las necesidades de ese lector?

Tú quieres escribir para comunicar. El lector quiere leer para conocer. No hay quien pueda romper o disminuir la fuerza de esa relación amorosa entre quienes componen una obra de arte y aquellos a quienes va destinada. En la música, por ejemplo, son sobrados los ejemplos de aquellos genios que escondían sutilmente o en ocasiones mostraban con desparpajo total, las críticas a su sociedad, sus amores imposibles, sus ideas políticas, su amor a Dios, su odio a las mujeres... sus deseos de cambiar el mundo.

Apliquemos entonces, desde el principio de la idea de escribir, el concepto de comunicación. Y digo concepto, porque no es una palabra o una idea simple, sino que “comunicar” encierra una impresionante variedad de acciones.

Si partimos de la base que debemos favorecer que el lector “se meta” en nuestro relato, necesitamos seguir determinas pautas, aunque no todas ellas son tan rígidas que deban tomarse como obligatorias. Recordemos que lo que más debemos defender es esa “aparente libertad” de expresión que nos anima a escribir.

Un relato debe llevar de la mano a quien lee por los caminos de una historia, que hay veces que tiene nuestro fuerte componente personal. Pero sea como sea, debe tener un hilo conductor. Un comunicador, recibe como pauta de cabecera la siguiente: “Contéstate QUE, QUIEN, CÓMO, CUÁNDO, DÓNDE, PORQUÉ Y PARA QUÉ y habrás allanado el camino de la comprensión en quien te lea o escuche”. Esto quiere decir que hay que trazarse un plan de comunicación y estructurarlo con un principio, un desarrollo y un final o desenlace.

No es necesario saber cuál será el final en el momento en que te sientas a escribir tus tres primeras líneas. Hay muchos creadores que comienzan un relato y lo dejan pendiente hasta que la almohada, con sus sueños incluidos, elucubra y da la estructura al resto. Hay quienes han abandonado esas “tres primeras líneas” por meses o aún años, para terminarlas después. O acaso releer la obra y darse cuenta que a pesar de haber sido ya publicada, le queda mucho para el final...

Procura, fuerza, ahínco y fe, para compartir tus párrafos con el lector. Otórgale un espacio propio dentro de la obra. Que sea él un personaje nuevo, invisible, inoperante. Un personaje que se agregue cada vez que alguien comienza a leer tus “tres primeras líneas”. Y para ello, no hay mejor cosa que hacerle despertar sus sentidos, como quien ingresa en una selva, tan espesa y oscura que tiene que valerse como los ciegos, de su instinto y de sus sentidos del gusto, oído y olfato para dar cada paso...

¿ Es difícil conseguir esto? No lo creo... Cuenta las situaciones agregando elementos que, sin distraer o desviar la atención de lo que se está tratando, lo complemente, ayudando a “estar presente” en tu relato. Como decíamos antes, que, aún como lector, él “tenga su espacio propio como si fuese un personaje más”. Aprovecha los recursos de la imaginación (no la tuya, la del lector) y deja que él coloque sus sentidos, sus sentimientos, sus vivencias anteriores y le otorgue al relato, una dimensión propia. De esa manera, tu relato será como si mil relatos diferentes hayas creado para mil lectores distintos que lo aborden.

¿Acaso no has tenido la agradable sensación de comprender, entender y sentir un mismo libro de manera diferente si es que lo has leído en distintas etapas de tu vida? Es, sin duda, lo que avala lo que terminamos de decir. Soy un “personaje” nuevo cada vez que comienzo a leer, si es que el autor me faculta, me autoriza y me anima a “meterme” en su creación y ponerle de mí cuanto desee.

Hazle oler, escuchar, degustar. Hazle oír el crujido del papel que se arruga. Hazle recordar ese aroma que (no tú, sino él) tiene escondido en la memoria apegado a cosas de la niñez. Oblígale a que se le seque la boca o que “se le haga agua” degustando los sabores de algo que tiene tanto poder que aún estando escrito te da hambre...

No adjetives innecesariamente. Un paquete de obsequio puede ser tentador con su presentación de papel fino y de moña de color. Pero breve y fútil será esa sensación, si adentro, el regalo envuelto no iguala o sobrepasa esa expectativa. Ninguna palabra o adjetivo, o reiteración, dará más fuerza o contenido a un sustantivo, si éste ha sido elegido tan exactamente que no necesite de más luz que la propia para encandilar al lector.

Evita, aunque no la desdeñes, la imitación. Recuerda que tu intención al ponerte a escribir es CREAR. Y la creación de un artista - ¿quién duda que los que escribimos lo somos? – lleva implícita una enorme carga afectiva para sus propios recuerdos y para con el lector a quien va destinada. ¿ Qué efecto podemos lograr si usamos palabras, conceptos, formatos, estructuras, de otros creadores? Nunca será posible obtener el mismo éxito que ellos tuvieron porque tú no tienes ni una pizca de lo que ese creador puso de sí mismo para desarrollar su obra.

¿Qué contar, entonces? He conversado con mucha gente que tiene ideas preciosas y verdaderas joyas entre sus recuerdos y entre sus experiencias, como para crear relatos atrayentes. Pero que no se deciden a escribir porque entienden que TODO debe estar formando parte de su “novela”. Esto no debe ser así.

Una anécdota, un sucedido casual, un recuerdo fugaz, pueden ser el origen y la trama para un relato. ¿Qué es lo interesante de ello para contar? ¿Qué es lo atractivo para captar el interés del lector? ¿Dónde está el misterio que eso encierra? ¿Qué enseñanza o moraleja puede aportar esta experiencia?. Aplícale las pautas del comunicador a esa idea, respeta tu sentimiento y tu necesidad de “comunicar”... y el relato estará hecho. Sin esperar que la creación sea exitosa y tampoco pensar en el “qué dirán” los críticos. Es tu corazón, tu mente, tu intelecto que reclaman una oportunidad de ponerse en contacto con lo demás. No eches a perder eso por el miedo, por el compromiso o por tu humildad.

Cuenta, relata, enseña lo tuyo, lo que conoces, lo que te rodea, lo que recuerdas, lo que investigas, lo que te impresiona, lo que te enorgullece, lo que te aterra... Ponle al relato el sabor de una comida casera, de esas “que hacía la abuela” y que era difícil saber por qué era tan especial. Ponle, por tanto, tu propia receta y encontrarás quien te recuerde por ello... No distraigas al lector poniendo énfasis en cosas que a ti te parecen importantes y que no agregan sustancia. Ayúdate en la imaginación de quien te lee para que él coloque en cada palabra un significado mágico que lo anime a seguir las otras y así arribar al final inesperado.

Justamente... hablando del final. Prepárate para desencadenar en breves palabras (cuantas menos mejor) el corolario, el “remate” de lo que has venido presagiando (o no) durante el relato. El final, no debe ser EL FINAL. ¿Me permiten explicarme?

El final en una obra literaria, no debe ser como “el final” de una situación real. “Estoy deseando que esto termine. Y cuando termine, a otra cosa.” En la literatura, el autor debe procurar que ello NO SEA ASÍ. Porque el efecto que debe buscar el autor, es la recapacitación, el hacer “repensar” la obra, haciéndole obligatorio al lector, en muchos casos, volver atrás, releer párrafos o acaso páginas enteras. Y ello no es fácil de conseguir si vamos dejando decaer el relato de una forma tal que “el final” sea como la muerte: algo esperado, definitivo, e inevitable.

Por tanto, el final cumple la función de impacto. Cuanto más inesperado, mejor. Cuanto más sorprendente, mejor. Cuanto más aleccionador, mejor. Pero siempre tan conciso, tan filoso, tan punzante, que deje la sensación obligatoria de una sonrisa, de una lágrima... o de la sorpresa de que ahí... el cuento se terminó.










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