Un tiempo  atrás he recibido una carta muy extraña. Estaba dirigida a mi dirección, pero no a mi nombre, así que lo primero que hice fue tratar de averiguar el nombre del inquilino anterior, pero toda esa es información que no se le da a cualquiera, al parecer. Tampoco encontré forma de comunicarme con ninguna otra persona de ese apellido, y con amilanada entereza social perdí interés en el asunto y la carta quedó enterrada bajo todo el correo que está destinado a no ser leído. Esta recopilación de informes, amenazas y peticiones de persecutores o personajes de la vida que quería olvidar en mi inmediato pasado, se alza a veces por sobre la mesa del comedor, como un ídolo sentado en el rincón de la casa, bajo la foto del inglés con la manzana en la cara, como si esperase a que le prendiera un incienso en frente, para recordar las deudas.  Una vez cada tanto ocurre que el monte de papel desperdiciado en nombre de la irresponsabilidad económica debe de ser destruido, esta ceremonia puede durar un par de horas, mientras los nombres de los remitentes son leídos, ignorados y debidamente olvidados. En esta pira de tiempo combustible me encontré nuevamente con esta carta, la sostuve por un instante, tal vez pensando en que sería más entretenido leer la carta que seguir destruyendo sobres cerrados,  finalmente me decidí a abrir la carta.

“Queridos míos,

                                “Hace tiempo he querido escribirles, pero para serles cierto no creía que fuese posible enviar mensaje alguno desde este sitio maldito. Al fin he conseguido quien les entregue esta carta, al parecer los demonios son diablos entre ellos también, uno de ellos se ha ofrecido a ayudarme, por un precio que prefiero no recordar.

                “Lamento mucho haber estado lejos, todo este tiempo, pero más lamento no haberlos visto una vez más. Sepan que ya no vuelvo, porque me he muerto y ahora resido con cierta permanencia en el infierno. Aunque algunos acá me dicen que el infierno está un poco más lejos de donde estamos, yo no entendí nunca demasiado de religiones y la geografía metafisisca del más allá me fue siempre un misterio. Pero dicen que si uno sigue andando por entre los montes desiertos, cubiertos de espinos chamuscados, estériles pero afilados y firmes, si uno se empecinara en continuar por ese martirio entonces uno llegaba al infierno. Pero yo en verdad no sé si creerle a nadie acá, porque hay que ser muy inocente para creerle a la gente en el infierno.

                “Claro que no soy yo quien escribe tampoco, es difícil operar en lo material cuando no se tiene cuerpo, esta carta se la he dictado a una doña que insiste en conversar con gente de acá, aunque en verdad no se qué le ve a ese tipo de profesión, ha de ser muy aburrido y tedioso. Todos acá tienen largas historias que no son demasiado interesantes, y la gran mayoría insiste en inocencias que deben ser reivindicadas, o culpas que no han sido juzgadas, sin comprender que no hay salida ni vuelta atrás. Al parecer la continuidad del tiempo es ineludible. A esta señora me la presentó un empleado del infierno, no sé bien como describirlo al mozo. Una cosa oscura sin forma, pero con una presencia ineludible, y la forma de los ojos siempre observaban con calma pero sin piedad.

                “Saben, no hace mucho me enteré de un poeta holgazán que hace milenios descansa en esta región de lo inmaterial, se me ocurrió entonces que alguien que haya estado tanto tiempo entre las almas del valle conocería todos sus secretos, pero por lo que entiendo solamente habla griego, así que decidí no perder tiempo tratando de preguntarle cosas. Si vieran la cantidad de almas que esperan a ser juzgadas, creo que la burocracia espiritual es la más ineficaz de todas. La completa falta de organización es ciertamente sorprendente y molesta, porque nadie entiende bien que sucederá, ni quien será el juez al que nos enfrentaremos en algún tiempo tan incierto que es imposible saber si es distante o inmediato. Esta inseguridad es un peso para todos, para algunos más que otros, pero un peso al fin. También me enteré de otras de las gentes que residen en este valle oscuro e inmenso, y a muchos no quiero verles las caras, si son en verdad rostros que uno percibe de los demás aquí.

                “Recientemente he pasado mucho tiempo conversando con cierta dama española que me ha cautivado, sencillamente. Tiene un modo villano en la mirada sombría, aunque lo que aquí uno ve de la gente no es la misma forma que tuvieron en vida, sino una sombra de esa forma, como un recuerdo de lo que uno fue, la idea de la materia. Es difícil encontrar belleza en esta inconsistencia que nos envuelve, pero al parecer existe aun. La dama gusta también de mi conversación.

                “Hemos estado hablando de escapar. De intentarlo al menos. Hay algo en ella que me hace pensar que esto es en verdad posible. A menudo nos detenemos al borde de los bosques tenebrosos que rodean el valle etéreo, nuestros pensamientos envían imágenes de libertad y de inmensidad, ella se encuentra fascinada con la situación en la que nos encontramos, al igual que yo. Recuerdo en estas ocasiones la sensación que producía el viento sobre la piel y el sonido del mar. No creo poder convencerla de desistir en su intento de escapar, no creo poder porque yo lo deseo tanto como ella, y no pretendo entretener el ineludible escepticismo de la razón.

                “Pretendemos escapar inmediatamente. Trataré de escribir nuevamente, aunque no creo que sea posible. No crean nunca que no les he amado.”

                La carta estaba firmada por una mujer que no vive muy lejos de mi casa.

R.B.