acerca de patrimonios varios
algunas reflexiones sobre nuestros "lugares de la memoria"

http://blogs.montevideo.com.uy/patrimoniosxng |  Agregar a favoritos  | 
CARTAS, PONENCIAS Y OTRAS INTERVENCIONES

10.06.2007 21:56

               Ha tomado estado público la intención del Ministerio de Educación y Cultura de evitar el gasto en tiempo y dinero que hoy asumen las parejas que tienen que desplazarse hasta el local del Servicio Civil de la calle Sarandí para formalizar su casamiento. Las autoridades del ente han abundado en las ventajas que derivarían del hecho de radicar ese “trámite” a escala del barrio, previsiblemente en los centros comunales  zonales.

               A nadie escapará que la iniciativa es sin duda loable y demuestra una gran sensibilidad de parte de la Administración en cuanto a los gastos que hoy deben asumir las parejas en cuestión, con especial y obvia referencia a aquellas en las cuales tanto los contrayentes como sus familiares y amigos son habitantes de zonas alejadas del Centro y pertenecen a estratos sociales de ingresos bajos y medios (¡qué no decir de las zonas marginales!...). 

               Uno podría pensar que la peatonal había resuelto el viejo drama de tirar arroz a los novios y morir en el intento, toda vez que uno no esquivara a tiempo los vehículos que, ajenos al festejo, seguían su marcha por Sarandí. Pero admito que de concretarse la iniciativa tendremos una ciudad más ordenada. Los del Cerro se casarán en el Cerro, los de Carrasco en Carrasco, etcétera (aunque aquí ya está impuesta esa especie de “delivery” que es el juez a domicilio). Ya no veremos los grupitos empilchados que al menos por un rato hacen suyo el corazón de una ciudad que por tanto tiempo fue -o parecía- de todos.  

               Me rechina esa pérdida -que arrima al museo un valor de identidad del que antes nos sentíamos orgullosos-, y me permito por tanto sugerir, sin perjuicio del reconocimiento de las mejores intenciones, un modelo alternativo: todos en Montevideo -en rigor, sólo aquellos que decidan formalizar su relación-, se trasladarán por lo menos una vez en su vida (y en estos tiempos seguramente dos o tres…) a la Ciudad Vieja; la Intendencia dispondrá de un local adecuado para que la ceremonia sea tal y no un simple trámite administrativo; convidará a los contrayentes y sus acompañantes (digamos, a un número prudencial predeterminado) con una copa de vino, y tomará a su costo una “foto de familia” en la plaza Zabala, junto a la ubérrima figura femenina que está en la base del monumento al fundador de la ciudad. Vincular la fundación de la ciudad con la fundación de las familias de la ciudad es una oportunidad que no debería perderse y que tal vez daría buenos réditos -diríamos patrimoniales- a todos. Hay varios ejemplos en el mundo para inspirarse. 

              Puede ocurrir que el ministerio ya haya evaluado esta posibilidad y que tenga fundadas razones para descartarla. En ese caso, y transitando siempre el loable camino de evitar mayores gastos y pérdida de tiempo al común de los ciudadanos, no sorprendería que en un futuro se planteara la conveniencia de un acuerdo con la Intendencia Municipal de Montevideo para que el traslado de los restos mortuorios a los cementerios se haga mediante transporte público estrictamente limitado. Total, desde la óptica oficial -y desde lejanos tiempos- tampoco en ese “trámite final” la ceremonia tiene mayor significación… ¿Será éste el ineluctable camino del “progreso”?  

(*) Publicado en el semanario BRECHA, en edición del 3 de junio de 2006 

NOTA: A la fecha (junio de 2007), no ha habido nuevas noticias sobre la iniciativa del MEC 




03.06.2007 19:59

Montevideo, 22 de agosto de 2006 

Sr. Decano de la Facultad de Arquitectura (U.de la R.) Arquitecto Salvador Schelotto

            Vistas las resoluciones del Consejo de fecha 9 del corriente que han tomado estado público, agradezco a usted la consideración de las siguientes reflexiones con respecto a lo actuado. 

            En setiembre de 1963, Ernesto Guevara cerraba en La Habana un encuentro internacional de profesores y estudiantes de arquitectura organizado por la Unión Internacional de Arquitectos con un discurso que concluía con estas palabras: Y (no olviden) que la técnica es un arma, y que quien sienta que el mundo no es perfecto como debiera ser, tiene, debe luchar porque el arma de la técnica sea puesta al servicio de la sociedad, y por eso rescatar antes a la sociedad para que toda la técnica sirva a la mayor parte posible de seres humanos, y para que podamos construir la sociedad del futuro, désele el nombre que se quiera. Esa sociedad con la que nosotros soñamos, y a la que nosotros llamamos, como le ha llamado el fundador del Socialismo Científico, “el comunismo”. El discurso completo -con los énfasis transcriptos- se incluyó con destaque en la revista del Centro de Estudiantes de Arquitectura de diciembre de 1968. En su nota editorial -“En la hora del compromiso”-, un párrafo resumía el mensaje: Debemos prometernos que Líber Arce, Susana Píntos y Hugo de los Santos no cayeron en vano. Que su sangre, unida a la de los mártires del movimiento estudiantil latinoamericano, hará brotar nuevas y más firmes decisiones de combate. El “Che” nos lo ha enseñado: “debemos hacer un tiempo para llorar a los compañeros caídos mientras se afilan los machetes y, sobre la experiencia valiosa y desgraciada de los muertos queridos, hacernos la firme resolución de no repetir errores, de vengar la muerte de cada uno con muchas batallas victoriosas y alcanzar la liberación definitiva”. Ese es nuestro compromiso de hoy y para siempre.  

               Aquí y en el mundo eran tiempos de furia… de sagrada y justa furia para quienes se sentían enterradores del capitalismo y parteros de un mundo mejor. Y ese tiempo tuvo en Guevara un “profeta armado” que trazó una senda de lucha insurreccional con su discurso y con sus actos, una senda que su muerte heroica transformó en encendida antorcha para buena parte de nuestros jóvenes “en la hora del compromiso”. Ese compromiso -con sus múltiples variantes- arraigó fuerte en la Facultad de Arquitectura. Y fue tanta esa fuerza que en 1967 el propio Consejo aprobó dar el nombre de Ernesto “Che” Guevara al Salón de Actos. La resolución no llegó a formalizarse a nivel del Consejo Central, pero la inscripción informal quedó durante años firme en su acceso. La senda estaba trazada y en la Facultad, un cartel ayudaba a encontrarla… 

                 Muchos lo veían y para nada afectaba sus vidas; luego, nada decían ni hacían; algunos, afiliados al viejo club “Animémonos y vayan”, no ocultaban su apoyo; otros, -yo diría que muchos de los mejores-, asumían muy en serio aquello de “rescatar antes a la  sociedad” para que el mundo fuera “tan perfecto como debiera ser”, y estaban dispuestos a dar la vida por ello. Siguieron años de plomo, guerra civil y cruenta dictadura. Dos de aquellos jóvenes fueron asesinados y es justo que tanto dolor no quede en el olvido y que sus nombres perduren en la Facultad en la que estudiaron. Así lo ha dispuesto el actual Consejo y es una decisión justa. Pero decidió también retomar la resolución de 1967 respecto al nombre del Salón de Actos. ¿También decisión justa o injustificado exorcismo?  

               Cuando se retomó la Democracia, el Consejo de la Facultad de Arquitectura fue de los más activos en rescatar los valores perdidos y si bien muchas cosas volvieron a ser como habían sido antes del 73, nunca refrendó la decisión que se había tomado en el 67. ¿Se trató de un “olvido táctico” para no erosionar un espíritu de amplias coincidencias propio de tiempos de la CONAPRO?, ¿ o no estuvo en su agenda porque ese Consejo -que tuve el honor de integrar-, se sentía agente de una “reconstrucción crítica” y no creía que aquel episodio debiera volver a asumirse como referente para nuevas generaciones de arquitectos?. No he encontrado en actas y documentos de la época una mención explícita a estas cuestiones, pero pensé que el tiempo -testigo de tantos “naufragios”-, permitiría poner las cosas en su lugar, haciendo posible un rescate del pasado sin reverencias nostálgicas y ayudando a su vez a saldar viejas deudas con nuestros grandes maestros. Digo, entre muchos posibles, con Carré, Vilamajó, Cravotto o Gómez Gavazzo; o con los gestores del Plan 52, cuyo impulso aún sigue vivo.     

             Pudo ahora el Consejo asumir esa responsabilidad, pero en lugar de hacerlo de cara al futuro, prefirió volver la vista atrás, retomando una propuesta sólo entendible en el contexto en que nació. Y no se está “completando un proceso que comenzó hace 40 años”, sino abriendo otro que habrá de promover un cúmulo de evocaciones y convocatorias en torno a la figura icónica de Guevara. Algunas de ellas serían dignas de la mejor atención -valga como ejemplo el discurso en el Paraninfo, o la ética del mensajero que asume todas las consecuencias de su mensaje-; otras en cambio, ancladas en el pasado, no ayudarán a iluminar ningún camino de futuro ni a sentar las bases de una real memoria histórica. Como nadie piensa que estamos volviendo a esos tiempos ni que haya necesidad de restaurar sus escenarios ¿A cuenta de qué entonces, este ejercicio arqueológico que sólo alienta confusiones? 

             Ojalá prime el sentido común y en la instancia que corresponda, se revise lo actuado. No hacerlo sería un mal augurio.                

Le saluda atentamente:

Nery González (C.I. 816.392-5)arqng@yahoo.com 

Nota: Hago constar que en la fecha, envío una copia de esta carta a la Sociedad de Arquitectos del Uruguay, con solicitud de su publicación.

-----------------------------------------------------------------------------------------------------

(*) Texto de la nota enviada al Decano de la Facultad de Arquitectura con fecha 22-VII-2006. Posteriormente, en sesión de fecha 17-VIII-2006, el Consejo Directivo Central de la Universidad de la República refrendó -por 18 votos en 19-  lo actuado por el Consejo de la Facultad. Previo a ello, la nota fue publicada en el Boletín de la Sociedad de Arquitectos, agregando sus editores el siguiente texto: SAU no es responsable por los conceptos vertidos en esta carta y se limita a su publicación previa sanción de su Comité Ejecutivo que solamente hace pública esta carta a solicitud del interesado, entendiendo que no esnecesariamente este el ámbito para debatir el tema. (sin comentarios...)




13.03.2007 16:38

ENCUENTRO SOBRE ACTUACIONES EN EDIFICIOS DE VALOR TESTIMONIAL /  4 Y 5 DE DICIEMBRE DE 2002  /  FACULTAD DE ARQUITECTURA (UDELAR)                  

                 Vale empezar dejando expresa constancia del reconocimiento de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación hacia la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República y la Sociedad de Arquitectos del Uruguay, en tanto co-promotores de este evento, cuya concreción debemos en buena medida al empeño personal de los arquitectos Villar Marcos y Bonilla, quienes desde la Comisión Especial de Ciudad Vieja dieron impulso a una iniciativa cuya necesidad y conveniencia era por todos compartida, pudiendo ahora – gracias a ese esfuerzo - finalmente concretarse. Necesidad y conveniencia impuestas por una situación en extremo problemática, donde una práctica específica -la gestión sobre el patrimonio construido-, parece tener una muy débil correspondencia con una práctica teórica correlativa, de hecho inexistente en tanto construcción propia y en todos los casos, escasamente aggiornada con relación al debate internacional.

               Una práctica que se desarrolla a su vez con formidables asimetrías e insuficiencias institucionales y legales, sin conciencia clara de su relación con la práctica productiva y con la trama de sistemas y sub-sistemas que van determinando los procesos de cambio a escala territorial y urbana; una práctica referida casi exclusivamente a la escala del padrón individual y corrientemente divorciada de las instancias de diagnóstico y decisión que se procesan en la órbita municipal: curiosamente ajena al ámbito académico (o en el mejor de los casos, ligada de un modo marginal y no sistemático) y carente de un espacio mínimamente adecuado para poder generar un vínculo en continuidad entre los diferentes actores, una razonable socialización de cada experiencia particular y en definitiva, una reflexión crítica sobre la cual edificar un cuerpo ordenado de conocimientos como guía sustentable de esa gestión. Dicho esto sin desmedro del trabajo realizado durante décadas por personas e instituciones con competencia en el tema, trabajo que merece la mayor consideración y que tiene sin duda en no pocos casos un interés relevante (veremos justamente algunos ejemplos concretos a lo largo de estas jornadas). Se impone entonces un reconocimiento que vale la pena enfatizar, porque estamos lejos de empezar de cero, cosa que no impide a su vez suscribir la conclusión de que en cuanto hace a la identificación, protección y puesta en valor de nuestro patrimonio edilicio y urbano, aunque muchas cosas se han hecho,  casi todo está todavía por hacer.         

                   Convendría en principio precisar de que cosa hablamos cuando hablamos de patrimonio, y en particular de patrimonio edilicio y urbano. Empezando por esto último y limitando el análisis a un enfoque tipológico y morfológico, hemos afirmado la convicción de que somos depositarios de una herencia particularmente valiosa, alimentada por cuatro vertientes principales, a saber: 1º) la matriz urbana de raíz hispánica; 2º) el papel de los cuadros técnicos de formación académica, primero en el período colonial y luego -por más de un siglo- en la vida de la República; 3º) el arraigo y proyección  de esa experiencia al constituirse al inicio del siglo XX una verdadera “escuela de arquitectura” de notable significación, dentro y fuera de fronteras y 4º) el papel de los “constructores”, permeando en el tejido urbano los criterios de ordenamiento generados en el ámbito profesional.  Se suma a esta valoración, la verificación de un sensible paralelismo entre el proceso de construcción del escenario de vida de la comunidad y las etapas principales de su desarrollo global, verificación especialmente significativa en los momentos que estamos viviendo, por las conclusiones que de ello pueden derivarse. Veamos cada uno de estos temas con mayor detalle: 

LA MATRIZ COLONIAL          

                     Asumiendo el aserto de Churchill (“Nosotros construimos la ciudad y la ciudad nos construye a nosotros”), la herencia urbana colonial, inserta en la configuración de nuestros pueblos y ciudades de modo radical y uniforme -situación ampliamente dominante en el interior -, o como trama de fragmentos- caso de Montevideo -, ha dado la matriz básica de proyección sobre el suelo de la vida de la comunidad y como tal, ha condicionado -y sigue condicionando-, su estructura funcional, sus formas de relacionamiento y convivencia y sus representaciones simbólicas. Pero alterada su escala original, comprometida o negada su vivencia unitaria y su equilibrada relación entre centro y área de influencia; potenciada su complejidad y reformulada su estructura como consecuencia de una acelerada movilidad funcional y poblacional, la ciudad, las ciudades, se han convertido en espacios fragmentados y problemáticos con sensible riesgo de pérdida de valores urbanos acuñados en etapas anteriores (y al decir “valores urbanos” hacemos referencia a la materialidad del escenario de vida, pero también y fundamentalmente a la representación simbólica de un espacio compartido y a los modos de relacionamiento  que son  expresivos de una determinada cultura ciudadana).  

                    He aquí un primer espacio de reflexión: ¿en qué medida hemos asumido como patrimonio real de la comunidad nuestra matriz urbana y de que modo esa valoración ha estado presente en nuestra reflexión cuando diseñamos políticas de desarrollo territorial y urbano, aplicamos las ordenanzas de rutina, dejamos hacer al mercado o presenciamos los efectos de las estrategias de sobrevivencia de los sectores marginados? Creo que difícilmente podamos dar aquí una respuesta positiva a escala de todo el país... aun cuando se trate de una temática referida a la estructura básica de los valores patrimoniales que hoy nos convocan. Dejo constancia que la experiencia de Montevideo a partir de la aprobación del POT, merece en este sentido una consideración especial y que a su vez, ha tomado una significación creciente el vínculo entre el MVOTMA y las Intendencias del interior, abriendo en uno y otro caso una expectativa positiva de futuras acciones coordinadas a nivel urbano-patrimonial.   

 LOS TECNICOS DE FORMACION ACADEMICA         

                       El papel de los ingenieros militares e ingenieros-arquitectos que actuaron en el período colonial ha sido poco estudiado – hago aquí expresa excepción del muy valioso aporte de Lucchini -, o ha quedado limitado al análisis de intervenciones edilicias concretas, dejando en un segundo plano o ignorando de hecho el papel que cumplieran como responsables del ordenamiento de la ciudad. Tal el caso de José Custodio de Sá y Faría - portugués al servicio de España después de la toma de Santa Catalina por Ceballos, en 1776-; cartógrafo eminente, ingeniero, arquitecto, administrador y responsable político, al que nuestra historiografía dedica unas pocas líneas con relación a sus proyectos de la Matriz y la iglesia de Maldonado. Llegado a Buenos Aires elabora un verdadero “plan director” que incluye a escala de proyecto de detalle, la construcción de un tramo de calzada frente al Cabildo para que sirva de ejemplo en cuanto a dimensiones, materiales, procedimientos y costos -enfatizo “costos”- para su posterior extensión al casco central de la ciudad. Con igual precisión en cuanto a procedimientos, especificaciones y costos que aseguren la viabilidad de cada propuesta, es la misma visión atenta al contexto urbano global que mueve a Tomás Toribio a elaborar en tiempos de Elío un similar plan de gestión, con detalle del conjunto de factores incidentes en la estructura de la ciudad, desde las normas de construcción – incluyendo la normalización del tamaño de los ladrillos - al manejo de residuos, el tratamiento de los “huecos” o baldíos, la regularización del área del Mercado (las “recobas” nunca construidas de la plaza Matriz), o el estudio del sistema de abastecimiento de agua, con proyecto de acueducto desde las fuentes del Buceo, etc.,etc, Una experiencia casi olvidada que debería tener un valor referencial en la formación de nuestros técnicos (con muy particular incidencia sobre aquellos que actúan en la órbita pública)...          

                         A partir de 1830, la influencia de los arquitectos-ingenieros europeos de formación académica es más conocida y exige por tanto menos detalle, pero no deja de llamar la atención por la dimensión, calidad y continuidad de ese aporte. De Zucchi a Veltroni, pasando por los hermanos Poncini, Andreoni y Boix -sin olvidar a Rabu, a los catalanes Fontgibel y Buigas y Montravá, a los italianos Tosi y Perotti y a los ingenieros alemanes que hicieron posible los alardes constructivos de la década del veinte- técnicos de primera línea se integraron al quehacer nacional, generando un nivel de referencia que hoy nos resulta impactante, Un nivel alimentado a su vez por obras puntuales de arquitectos de méritos reconocidos (Meano, Moretti, Gardelle, Girault y Chifflot, Crhistofersen, etc.) o de experiencias más o menos extravagantes pero no menos significativas para la ciudad (caso de Palanti, de quien han pasado al olvido sus experiencias relativas a la vivienda popular), sin olvidar el aporte de los grandes paisajistas (Thays, André, Racine). Ha habido en estos casos una mayor atención, ya en términos puramente descriptivos, ya haciendo explícitos los vínculos de “ideas y formas” de la producción vernácula con la cultura europea (tal el caso de la obra –vale la reiteración, por cierto valiosa- de Aurelio Lucchini).  

                       Pero hoy podemos hacer una lectura complementaria, en el sentido de valorar la obra de técnicos formados en las academias europeas que realizaron en un contexto diferente, obras que tal vez no hubieran podido concretar en su país de origen y que en todos los casos, admiten una comparación de igual nivel con las obras contemporáneas de sus coterráneos. En síntesis y para poner un ejemplo, parece de estricta justicia que Andreoni pudiera figurar en cualquier historia de la arquitectura de fines del siglo XIX, aunque no siempre asumimos las consecuencias que derivarían de esa valoración (pienso en el penoso estado de la fachada del Hospital Italiano o en su casa de la calle La Paz).  He aquí, en el conjunto de esas obras -a las que debemos sumar las realizadas por los técnicos uruguayos formados en Europa, con especial mención el trabajo de Capurro-, un formidable bagaje patrimonial que agrega a los valores específicos de cada programa particular, un valor que hoy apreciamos particularmente, relativo a su aporte a la continuidad y calidad de la trama urbana, punto que retomaremos más adelante. 

LA CONSOLIDACION DE UNA ESCUELA         

                   La sola existencia de ese flujo continuo y calificado de técnicos de nivel académico –europeos o uruguayos formados en Europa-, justificaría una muy especial atención al paisaje urbano que recogió sus obras. Pero hubo un proceso más trascendente, articulado en dos etapas: la primera, abierta con la constitución en la Facultad de Matemáticas de una escuela de formación común de ingenieros y arquitectos, muy ligada al modelo francés. Las primeras generaciones de arquitectos que tuvieron a Julián Masquelez como docente-guía y a Llambías de Olivar como primer egresado y que contaron en sus filas a técnicos de la talla de Jones Brown, Maini, Geranio, Tosi, Vázquez Varela y otros -hoy justamente revalorizados-, dan cuenta del nivel alcanzado. Esa experiencia se consolida y adquiere una notable relevancia con el inicio del magisterio de Carré. De allí en más surge una verdadera “escuela del sur”, con Cravotto y Vilamajó como alumnos dilectos y luego orientadores de un proceso abierto a las tendencias renovadoras, que diera en las décadas siguientes, la mejor arquitectura que se ha construido en estas tierras, sumando como valor agregado un particular énfasis en el contexto urbano-territorial de la gestión del arquitecto. Valgan como ejemplos concretos el Plan regulador de Mendoza (1941) de Cravotto y Scasso, en equipo con los argentinos Beretervide y Belgrano Blanco (sacado del olvido por Ramón Gutiérrez en la conferencia que dictara en esta misma sala el 15 de setiembre del año pasado) o Villa Serrana de Vilamajó. También aquí se abre un campo de reflexión, imponiéndose la revisión crítica del modo en que la Facultad procesó a partir de la década del cincuenta la incorporación de las propuestas de la vanguardia europea, generando un distanciamiento sin razón fundada con lo que hubiera debido asumirse como su mejor herencia, sin perjuicio de lo cual dio continuidad –claramente apreciable en el trabajo de Gómez Gavazzo en el ITU y en la práctica de sus Talleres– al mismo impulso que llevó a constituir en la Facultad la primera cátedra de urbanismo de nuestro continente.  

EL PAPEL DE LOS CONSTRUCTORES         

                 Todo lo anterior sería bastante para imponernos el mayor cuidado en el manejo de ese “capital” acumulado por generaciones; pero falta aún considerar un componente sin el cual nuestras ciudades no serían lo que hoy son. Hago mención aquí a la formidable influencia de los constructores –dominantemente de origen vasco, italiano y centroeuropeo-, que desde mediados del siglo XIX se afincaron entre nosotros, siendo aún sensible su influencia un siglo después. Ellos trasladaron conscientemente una técnica secular y de modo espontáneo, las pautas de una cultura urbana, aquí materializadas en innumerables trabajos que definen el perfil característico de zonas enteras de nuestras ciudades. Con el agregado de que asumieron como buenos los criterios formales de los técnicos académicos, adaptando las orientaciones básicas de los modelos en boga a sus trabajos de menor escala. Capítulo aparte merecería, asociado a este rubro con las particularidades del caso, la obra de Bello y Reboratti y también la de Santiago Porro y otros empresarios de similar nivel de gestión, construyendo fragmentos de ciudad que hoy valoramos particularmente. No debería extenderme en este punto respecto al modo en que esta rica tradición se fue extinguiendo progresivamente a partir de la década del cincuenta. Un proceso cuyos tristes resultados vemos a diario y en cuya definición no estuvieron ajenos los intereses corporativos de los arquitectos.

LAS GRANDES ETAPAS EN LA CONSTRUCCION DEL ESCENARIO URBANO: EL CASO DE MONTEVIDEO.         

                  Al limitar el análisis de los factores que han incidido en la particular conformación de nuestro espacio urbano a la incidencia de los “ordenadores” y “diseñadores” de ese espacio construido, hemos intentado poner en valor las trazas principales de ciertos procesos que en el marco de circunstancias históricas concretas, dieran por resultado un escenario de vida altamente calificado. He aquí una correspondencia que conviene resaltar, referida a dos grandes escenarios históricos que podríamos sintetizar en estos términos: el que corresponde a la génesis y estructuración primaria de la identidad nacional, proceso que hunde sus raíces en el período colonial, y el correlativo a la consolidación y desarrollo del estado-nación a partir del último cuarto del siglo XiX, que cobra un formidable impulso de signo progresista al inicio del siglo XX, capea el temporal de los años 30 y se recompone en la última posguerra, hasta que, a mediados de los cincuenta, se presentan los primeros signos de un horizonte problemático ... en el que hoy estamos finalmente instalados.         

                     A pesar de las distancias políticas, la ciudad de los primeros cincuenta años de vida independiente no se distanció en lo esencial del escenario construido en el período colonial, manteniendo sin grandes variantes la traza, la escala y la prioridad de la imagen urbana sobre la construcción individual, sin perjuicio del énfasis correspondiente a los edificios representativos del poder civil o religioso, valores compartidos por Toribio, Zucchi y los Poncini, que dieran como resultado la ciudad pintada por D”Hastrel, la primera formalización de la Plaza Independencia o el Maciel como edificio-proceso y que se expresa con todo rigor y detalle en el notable catastro del joven Capurro, en 1865. Por esa ciudad clamó Bauzá en 1896, cuando trató de descalificar a quienes imponían un nuevo modelo de referencia ligado a ese “nuevo país” que crecía a pasos agigantados y reconstruía también aceleradamente su imaginario colectivo en un verdadero proceso de “refundación” de la nación. Hablaría entonces  “de un vandalismo ilustrado que asusta”, en frase que se ha hecho célebre y que hoy podríamos retomar sin mayor forzamiento, eliminando para mayor precisión lo de “ilustrado”-, expresando un sentimiento de rechazo hacia ese cambio destructor del ambiente en que él viviera y con el que se sintiera visceralmente identificado; un sentimiento que se expresaría pocos años después con igual fuerza cuando el Señor Gandós demuele la construcción existente en el predio de Rincón y Bartolomé Mitre para levantar su Palacio, dando lugar a pública repulsa; y que alcanzaría una singular fuerza poética, hacia 1930, con relación al “viejo barrio Sur”, arrasado por la Rambla. Rambla y Palacio –tengámoslo en cuenta-  que forman parte de nuestro más selecto listado de monumentos protegidos...          

                     Es que ese formidable cambio tipológico que acompaño el crecimiento y la expansión de la ciudad, generó a su vez un escenario calificado, cuya unidad no estaba ya prefigurada en un referente urbano más o menos estricto o en la propia concepción de los arquitectos, siendo que primaba ahora una demanda con énfasis individualista, exhibicionista y competitivo, y adquirían un peso dominante nuevos programas difícilmente conciliables con las pautas proyectuales hasta entonces vigentes (caso de los cines, las grandes tiendas y los “palacios” de vivienda colectiva). Pero esa demanda fue concretada en una sociedad que consolidaba con notoria autoestima un mito integrador, en tiempos de fuerte inversión y a través de agentes particularmente calificados. Sea en clave de eclecticismo historicista, modernista o estrictamente moderna, hecha por arquitectos de primera o de segunda línea o aún por empresarios y constructores de la época, cada intervención particular respetaba un cierto umbral de calidad y valía como segmento de un discurso integrado a una escala mayor.

                   La ciudad a su vez, crecía con plena conciencia de su unidad y su complejidad, condición asumida sistemáticamente en los planes de Guidini en 1911 y Cravotto en 1930, en tanto se generaba una persistente reflexión a nivel académico y una correlativa gestión municipal. Ya no existía la ciudad de Bauzá como escenario dominante, pero la “nueva ciudad” consolidaba sobre la vieja traza una imagen en correspondencia con los valores de una sociedad que al entrar en la década del cincuenta se sentía muy satisfecha de sus logros y muy segura de su futuro... cuando todo empezó a cambiar. 

LAS ULTIMAS CUATRO DECADAS         

                 Y entramos en el tercer escenario,-un escenario de estancamiento, de destrucciones sin sentido, de una deriva sin rumbo aparente, con repuntes aparatosos y de corto aliento-, correlativo de un tiempo difícil que nos ha llevado a donde hoy estamos. Un escenario que visto en perspectiva, presenta en el ámbito de nuestra disciplina, tres acontecimientos premonitorios de futuros desarreglos: en 1954, la demolición de la Pasiva de Elías Gil; dos años más tarde, el Plan Especial de Ciudad Vieja que retomaba sin crítica la misma visión a-histórica del “Plan Voisin” de Le Corbusier y en 1965, el rechazo de la propuesta del arquitecto Monestier para la remodelación del viejo Mercado Central y su entorno próximo.

                   A ello siguieron la “regularización” de la fachada de “La Madrileña”, la demolición del palacio Jackson, del Taranco Chico y del edificio proyectado por Juan Tosi en la esquina de Andes y 18, sabiamente complementado por Carré a través del cuidado diseño de la medianera oeste del Jockey Club, hoy tapiada por un ejemplar típico de un período donde la construcción especulativa no requirió de la arquitectura más que el aporte de un leve toque funcionalista. Y ya no tuvimos siquiera los letreros tan fuertes de presencia como de diseño –pienso en el proyecto de Vilamajó para el cine Pomona en el edificio de CAMBADU, una intervención por cierto olvidada-, dando paso a ese terror montevideano de las “marquesinas”. Perdimos el Reus al Sur; banalizamos el Reus al Norte; destruimos el Medio Mundo y El Palomar y sin irnos tan atrás, pasemos hoy por Gonzalo Ramírez y Jackson o por Libertador y Cuareim, que aún están en pleno trabajo de demolición ...  

                 Limitándonos al muy específico campo del espacio construido, creo que podemos coincidir en un diagnóstico en extremo crítico acerca de la ciudad que hemos visto construir en las últimas cuatro décadas. Coincidiremos también en el muy sensible esfuerzo que desde 1980 a la fecha se ha hecho para desandar ese camino, aunque los resultados estén muy debajo de las expectativas que pudieron generarse. En ese contexto el objetivo de esta intervención es apuntar a una convergencia de esfuerzos para ayudar a construir entre todos un escenario de vida en correspondencia con este nuevo proceso de “refundación” que de alguna manera se abre ante nosotros y nos compromete como antes a nuestros antepasados en situaciones igualmente dramáticas.  Seguramente no avanzaremos en ese camino sin rescatar y poner en valor –claro que en nuevos contextos-, las mejores cosas que hemos sabido construir en el pasado. Empezando en el nivel más general, por la afirmación de una convivencia democrática donde primó por mucho tiempo un sentimiento de equidad, hoy de hecho comprometido. Y en el área en la que formalmente tenemos competencia, poniendo en valor las grandes líneas de gestión de quienes asumieron en otros tiempos directa responsabilidad en la construcción del escenario de vida de la comunidad. Esas líneas que hemos tratado de poner en negro sobre blanco, para rescatar una herencia patrimonial cuyo futuro depende en gran medida de lo que nosotros hagamos o dejemos de hacer. Empezando por reconocer la relación indisociable entre políticas de desarrollo urbano-territorial y políticas de consolidación patrimonial y poniendo énfasis en los procesos de gestión donde pueda articularse la potencial eficiencia de un manejo gerencial con la participación activa de múltiples actores sociales a nivel de propuesta y control. 

                  He aquí un formidable desafío que llevará a las jóvenes generaciones –y a los no tan jóvenes que han ido marcando el camino con intervenciones en todo sentido valiosas-, a enmendar los errores y los renunciamientos de las últimas décadas, para dialogar con respeto y sin inhibiciones, con la formidable ciudad que hemos heredado. Y eso vale para todo el país. Que así sea, para bien de todos y para que, al tiempo que reconstruimos la esperanza de volver a generar un desarrollo sostenible y de resultados compartidos –privilegiando un sentimiento de equidad que nos viene desde el fondo de la historia-, y en tanto avanzamos en su concreción privilegiando los acuerdos sobre las disensiones, podamos pasar de los monumentos aislados a una ciudad de tramos y “retazos”, cada vez mejor hilvanados en un escenario recalificado y valorado como globalidad.                 

                 Volviendo al principio, llamamos patrimonio a los valores en los que nos reconocemos y que marcan nuestra identidad. Se trata en rigor de la construcción necesariamente contemporánea de un relato siempre renovado cuya materia prima es parte del pasado, pero que se justifica y adquiere verdadero sentido en tanto proyecto de futuro. Esa construcción ha estado durante décadas fragmentada u omitida. Es bueno que retomemos esa tarea con renovado impulso en momentos que el país más lo necesita.Montevideo,

 (*) Exposición del Arq. Nery González en representación de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación  /  4 de diciembre de 2002




13.03.2007 16:37

                Comienzo expresando el reconocimiento de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación hacia los responsables de la organización de este Encuentro, por dos motivos principales. En primer lugar, porque se abre una posibilidad de tratamiento sistemático de la problemática patrimonial - con un amplio espectro de participantes a escala regional y con aporte académico de nivel internacional -, habilitando con ello una reflexión y un análisis crítico sobre una práctica que está entre nosotros huérfana de una adecuada apoyatura teórica; En segundo lugar, porque hace explícita la voluntad del Poder Ejecutivo de asumir un fuerte involucramiento en la temática que nos ocupa, acreciendo con ello la posibilidad de lograr un avance sensible en el abordaje de las políticas patrimoniales, asumidas como políticas de Estado. El desarrollo de una conciencia patrimonial tuvo durante el siglo XIX episodios puntuales, dispersos e inorgánicos. Valgan como ejemplos el papel de Andrés Lamas formalizando una visión de la memoria histórica en el “nomenclator” de Montevideo en 1843 – o defendiendo más tarde la conservación de la pirámide de Mayo en Buenos Aires -; Melián Lafinur alertando sobre la importancia de salvar de la ruina la fortaleza de Santa Teresa - bandera que retomaría con éxito Arredondo -; Francisco Bauzá clamando contra el “vandalismo ilustrado” que estaba destruyendo la ciudad en la que había vivido o los sanduceros decretando por sí “monumento a perpetuidad” su formidable cementerio ...

                   Sumemos a ello el proceso de creación de un “mito unificador” del sentimiento nacional, al que Zorrilla de San Martín y Blanes pusieron voz e imagen .  Al entrar en el siglo XX, dos nombres adquieren un papel relevante: Horacio Arredondo y Pivel Devoto. A impulso de Arredondo – en cuyo homenaje se han desarrollado las jornadas del Día del Patrrimonio del presente año -, entre 1927 y 1937 se declaran  monumento histórico las fortalezas de Santa Teresa y San Miguel en Rocha y del Cerro en Montevideo. Hombre sin formación académica, logró a lo largo de su vida conformar una biblioteca especializada de más de dieciocho mil volúmenes, e igual pasión dedicó al rescate de bienes de notable valor patrimonial, a lo largo y a lo ancho de un país que recorrió palmo a palmo, en tiempos en que ese valor no era moneda corriente. En paralelo con el trabajo de Arredondo, pero en otro contexto de gestión, se impone la mención a la obra de Pivel Devoto - sin duda uno de nuestros mayores historiadores -, quien desde el llano o desde la actividad política, ayudó a cimentar las bases de nuestra conciencia patrimonial, concretando de hecho la constitución del núcleo básico del actual padrón de bienes protegidos, en propiedad del Estado.

                    El papel de Arredondo y Pivel merecería un tratamiento más extenso, incluso para detenernos en intervenciones que hoy nos merecen una opinión crítica – caso de las reformas supuestamente regidas por la búsqueda de la autenticidad que se llevaran a cabo en el Cabildo y la Matriz en la década del 40 -, pero baste lo dicho para señalar la trascendencia de la gestión de ambos pioneros.  La ley de Patrimonio aparece tardíamente, en 1971, sin llegar a incorporar buena parte de los aportes renovadores que se habían concretado a escala internacional (valga el ejemplo de la política de “sectores protegidos”, consagrada en la ley francesa de agosto de 1962). Se tiende aquí a proteger una colección de monumentos y en los muy escasos ejemplos en que el listado de bienes contempla un determinado sector urbano, quiso la suerte que lejos de servir de ejemplo para otras intervenciones de esa escala, sufrieran el peor destino: así Reus al Norte, Reus al Sur y el conjunto de viviendas en torno al conventillo de Yaguarón y Nueva York, terminaron en lo que ustedes conocen: el primero semidestruído y banalizado, el segundo ya prácticamente inexistente y el tercero con el conventillo demolido – “EL Palomar”, tan notable como “el Medio Mundo” -, y su entorno degradado sin levante.... 

                  Sin desconocer un balance general positivo de su aplicación, en este momento la ley vigente es una especie de “corsé” que limita el trabajo de la Comisión del Patrimonio. La necesidad obvia de proteger un bien al que se asigna un determinado valor patrimonial, se enfrenta con la rigidez de un texto que admite esa protección solamente a partir de su declaración como “Monumento Histórico Nacional”, sin que medien grados ni escalas de valoración, punto particularmente sensible cuando se trata de elementos cuya calificación está referida a un colectivo de escala regional, departamental o local. Tampoco en la ley están contempladas las Comisiones Departamentales de Patrimonio, que hoy están funcionando en el marco constitucional que habilita a los Intendentes a formar comisiones asesoras, pero sin que exista un marco legal específico para su gestión fuera de ese ámbito. Los motivos expuestos y muchos otros que sería largo detallar aquí, han llevado a la Comisión del Patrimonio a la convicción de que un punto central de su agenda debe estar referido a la elaboración de un texto sustitutivo de la ley vigente. Y en eso estamos. Bienvenidos entonces los aportes que puedan enriquecer ese proceso... 

                   Bastaría ver la agenda de trabajo de una sesión ordinaria de la Comisión del Patrimonio para tomar conciencia del “territorio” denso y complejo en que debe moverse, sin contar para ello con el apoyo de un fundamento teórico suficientemente riguroso. En atención de esta circunstancia, nos vimos obligados a ensayar – a manera de “hoja de ruta” -, un marco de referencia en base a lo que podríamos llamar “certezas provisorias”, que paso a reseñar con la intención de su consideración crítica, cosa que  nos permitirá afirmar aquello que se justifique y corregir lo que se pruebe equivocado. Básicamente tienen que ver con cuatro temas principales, a saber:

                 UNO: la convicción de que no existe en rigor “el” patrimonio, sino “los” patrimonios, con diferentes escalas y contenidos. Esta referencia obvia parece sin embargo necesaria, en tanto una visión simplificada y reduccionista puede quedar limitada al “gran patrimonio de la humanidad”, a esos setecientos y tantos monumentos catalogados por UNESCO  y considerados como “obras excepcionales de valor universal”. En ese listado nosotros tenemos un único ejemplo: Colonia del Sacramento. Sin desconocer la racionalidad de ese criterio, hemos puesto el acento en las distintas escalas de valoración patrimonial, desde el patrimonio personal e intransferible que cada uno posee, hasta las escalas de familia, de grupo, de barrio, de localidad, de departamento... también de país y de región. Es obvio que nosotros participamos de patrimonios compartidos: hablamos español; somos parte de la cultura del mate, común a paraguayos, argentinos y riograndenses; compartimos con los porteños la cultura del tango, pero no la del candombe o de la murga, que es específicamente nuestra. A su vez, la gente de Rivera – por poner un ejemplo entre tantos posibles - tiene una subcultura muy particular y muy sentida, compartida con otras comunidades fronterizas con Brasil. Esa superposición de mallas, de tramas de distinto contenido, densidad y extensión – variables a su vez en el tiempo -, da a la cultura patrimonial una estructura compleja, multidireccional y de gran riqueza interactiva, contexto en el cual deberíamos  ubicar las problemáticas particulares, para su mejor apreciación.  

                 DOS:  En segundo lugar, vemos el patrimonio no como algo elaborado y terminado en un pasado que impone por sí mismo esa condición; algo que extraemos sin crítica e incorporamos a nuestra realidad cotidiana sin más obligación que la conservación y la reverencia. Los concebimos en cambio como el resultado de la construcción de un “relato” que cada comunidad hace en un momento histórico en continuidad pasiva o crítica con procesos anteriores; seleccionando en el fárrago de datos, de artefactos, de historias y memorias que se han generado en ese devenir, aquellos que permiten afirmar ya un proyecto hegemónico, ya un discurso de amplio consenso. Memoria y olvido se entrelazan; ponemos el foco en algunos elementos y dejamos en sombra otros, y eso a su vez da resultados que no son inmutables sino que se modifican con el tiempo. La materia prima del patrimonio está en el pasado, pero la construcción de un “relato” patrimonial está inexorablemente atada al presente, en tanto su justificación y validación apuntan al futuro. Afirmando ese carácter, asumimos una responsabilidad y un desafío, en tanto gestores activos y conscientes de un proceso, que involucra tanto a técnicos e instituciones como al conjunto de la comunidad. 

                TRES: En tercer lugar, afirmamos la necesidad de ligar estrechamente las políticas de protección patrimonial con las políticas de desarrollo urbano y territorial, con fuerte involucramiento de las comunidades afectadas y con adecuada articulación de los ámbitos público y privado. Este tema, muy transitado en la experiencia italiana, en nuestro caso es de tratamiento muy reciente, debiendo destacarse el avance generado en los últimos años en el caso de Montevideo. A partir de la aprobación del Plan de Ordenamiento Territorial, la visión de la defensa del patrimonio en Montevideo está inexorablemente ligada al desarrollo de programas de escala urbana y territorial. Una experiencia que está en vías de consolidación y que servirá de base para su extensión a todo el país, donde ya existen ejemplos – aún incipientes - con similar enfoque, resultantes de una coordinación entre las intendencias y el Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente, con incidencia creciente de la Comisión del Patrimonio. 

                 CUATRO: En cuarto lugar, afirmamos la necesidad de asegurar un razonable equilibrio entre la memoria y el valor de uso, entre los valores de conservación y los de desarrollo,  asumiendo cada bien protegido como parte de un “capital social” que se integra a un proceso de crecimiento económico. Hay  ejemplos en los que la Comisión ha asumido un fuerte compromiso. Intervenciones a nivel edilicio donde el respeto por el pasado no pasa por conservar el edificio tal cual llegó a nosotros, o tal cual fue – o se supuso que fue -, en la medida en que esa conservación fuera imposible de conciliar con demandas y requerimientos de la situación actual, sino que supone básicamente una actitud atenta a la continuidad histórica del tejido urbano y de la memoria de la comunidad - sin descuido de las obras singulares de reconocida significación -, alentando intervenciones que habrá que dimensionar en cada caso, a fin de reubicar  esa preexistencia en nuevos contextos de uso y gestión, alentando un diálogo equilibrado entre los distintos tiempos de intervención. Valgan en ese sentido como ejemplos paradigmáticos las intervenciones aprobadas en el Hotel del Prado, en el Hotel Carrasco y en la ex sede de Casa Mojana. Ustedes juzgarán los resultados... 

                  Siguiendo a Francoise Choay,  apreciamos de que manera “patrimonio” es un término que ha crecido en lo tipológico, lo cronológico y lo geográfico. Recordemos que el encuentro de Atenas del 31 es estrictamente europeo, e incluso en Venecia hay solamente tres países no europeos, y hoy no hay país del mundo, por pequeño que sea, que no haga el mayor esfuerzo para lograr inscribir una obra en el listado del patrimonio mundial. Pero es un término que no ha perdido cierta opacidad y que tiene contenidos contradictorios, habilitando con ello un manejo tan extenso y ambiguo como se quiera. En ese sentido nos seduce la visión sintética de los economistas. Para ellos no hay duda alguna: el patrimonio es “activos” menos “pasivos”. 

                 ¿Cuál es nuestro activo? Es el lugar, la gente, su historia, los artefactos y los valores que se han creado a lo largo de esa historia. Los pasivos son los mismos, vistos bajo otra óptica. Aparentemente no avanzamos gran cosa, pero esta visión tomada de los economistas, tiene la virtud de darnos una idea del patrimonio como algo global, que permite poner en valor cada cosa particular sin perder de vista su sentido general y más profundo. Y yo hago hincapié en este punto. Porque estamos viviendo un año terrible. Tenemos que remontar todo el siglo XX y llegar al XIX para encontrar un año que pueda parecerse a éste (1875 y 1890 también lo fueron) ... 

                Creo que esta visión globalizadora del patrimonio nos permite una reflexión sobre nuestra identidad. Nos permite reflexionar y ayudarnos a dar respuesta a esa interrogante tan genérica y típica de la condición humana: “ de dónde venimos y hacia dónde vamos”, y que reflota, curiosamente o no, temas que justamente desde el año 1875 estaban guardados en un cajón, y que tienen que ver – nada menos - con nuestra viabilidad como nación. Hay una frase de Renán que viene a cuento: "La nación es un plebiscito cotidiano". Vista la cantidad de uruguayos que buscan otros horizontes, es evidente que en este momento no estamos “votando” bien, pero reivindico el papel del patrimonio como plataforma de reflexión que puede ayudarnos a reconstruir el país, rescatando y potenciando lo mejor de lo que tuvimos. 

                  Volviendo al campo del patrimonio construido, es fácil constatar las limitaciones de las políticas de protección patrimonial.. En la década del 30, cuando se construye la sede central del Banco República, se concreta a costa de la demolición de dos de las joyas del Montevideo del momento: la Bolsa de Comercio – la obra que más estimaba Rabú -, y el Hotel Oriental, uno de los mejores de Latinoamérica. Y no hay constancia de críticas, que sí las hubieron cuando se demolió la llamada Casa de Zabala para dar paso al Hotel Colón, o más notoriamente cuando se construyó la Rambla Sur (y se inmortalizó la nostalgia del barrio perdido bajo “la piqueta fatal del progreso”)  

                   Ya hemos hablado del papel pionero de Arredondo y Pivel, pero sin mengua de la significación de su aporte, así como de la significación de la ley del 71, es recién al inicio de los años 80 – aún en dictadura -, cuando surge una reflexión cuyos efectos concretos se multiplicarían en las décadas siguientes, a través del formidable empuje del Grupo de Estudios Urbanos, liderado por el actual intendente de Montevideo, del aporte fundamental de la Sociedad de Arquitectos y de no pocos técnicos comprometidos con una renovada - aunque todavía difusa - visión patrimonial. Han pasado más de veinticinco años del inicio de ese proceso. ¿Qué cosas debemos rescatar? ¿Qué nos motiva y nos genera un desafío? He aquí una respuesta posible:Empecemos por rescatar el valor de nuestra herencia urbanística. Si tiene razón Churchill cuando dice "Nosotros construimos la ciudad y la ciudad nos construye a nosotros", esa trama que heredamos de la cultura española - la ciudad como construcción de la mente, procesada a través de instancias burocráticas diversas y situada en un contexto geográfico particular -; es sin duda un factor de identidad. A eso se suma el aporte académico. Es algo muy curioso, porque estas “tierras sin ningún provecho” como las llamaban los españoles en tiempos de la conquista, este lugar felizmente definido como “pradera, frontera y puerto” que fuera el último enclave en que los españoles pusieron su atención, tuvo ya desde mediados del siglo XVIII un aporte de técnicos constructores de formación académica verdaderamente excepcional. Un aporte que empezó con los ingenieros militares. Esos racionalistas “avant la lettre” que se encargaron prácticamente hasta 1810, no solamente de procesar las construcciones militares específicas, sino de toda la infraestructura de la ciudad-territorio.

                   Más tarde, desde Toribio a Boix, de Zucchi a Veltroni, pasando por los Poncini, Tosi, Andreoni y otros muchos, hubo un formidable aporte académico – abonado además por los técnicos uruguayos formados en Europa - que ayudó a formar un sustrato aún legible en la arquitectura de nuestro país. Se ha visto este aporte como una transferencia de ideas y formas. pero hoy podemos hacer una lectura complementaria, en el sentido de valorar la obra de técnicos formados en las academias europeas que realizaron en un contexto diferente, obras que tal vez no hubieran podido concretar en su país de origen y que en todos los casos, admiten una comparación de igual nivel con las obras contemporáneas de sus coterráneos.

                 En síntesis y para poner un ejemplo, parece de estricta justicia que Andreoni pudiera figurar en cualquier historia de la arquitectura de fines del siglo XIX, aunque no siempre asumimos las consecuencias que derivarían de esa valoración (pienso en el penoso estado de la fachada del Hospital Italiano o en su casa de la calle La Paz). Ese proceso tuvo una consecuencia especialmente trascendente cuando Carré  se instala en Montevideo e impulsa lo que sería una verdadera “escuela del Sur”, consolidando y extendiendo la experiencia nada desdeñable forjada en la vieja Facultad de Matemáticas.  Por su propio magisterio y a través de sus alumnos dilectos, Vilamajó y Cravotto, promueve una constelación de arquitectos de primerísimo nivel que construyen, entre los años veinte y cincuenta, una arquitectura que merece nuestro mayor respeto y cuidado, como parte indisociable de nuestro mejor patrimonio.. 

              Y el último punto de este proceso, que explica, a mi modo de ver, por qué tenemos el ambiente de vida que tenemos, estriba en que ese aporte académico permeó todos los niveles del proceso constructivo a través del trabajo hasta hoy subvalorado de los pequeños y medianos constructores. Esta es una línea escasamente estudiada, y sin tenerla en cuenta, es imposible entender la calidad del tejido urbano y de lo que podríamos llamar “textura arquitectónica” de Montevideo -  y de varias ciudades del interior -, que es justo motivo de orgullo. Valga una reflexión final. Una sociedad que generó un modelo democrático de fuerte contenido igualitario, tuvo un tránsito azaroso durante buena parte del siglo XIX; se recompuso en el último cuarto del siglo en un proceso de verdadera “refundación”, tuvo luego el impulso del batllismo en un contexto de paz asumido por todo el espectro político,  pudo capear –no sin dificultades - el temporal de los años 30 y renacer aún en la última posguerra, hasta que a mediados de los 50 aparecieron los primeros síntomas de una situación problemática en la que hoy estamos plenamente instalados..

                  Llegados al punto tan crítico en que nos encontramos, sentimos ahora la necesidad de recomponer un modelo viable, rescatando lo mejor de aquel que duró casi un siglo y tuvo la capacidad de generar un ambiente de vida y un paisaje urbano de calidades en muchos aspectos notables, valores aún apreciables a pesar del deterioro que acompañó todo este último y dilatado período de estancamiento y recesión. Haciendo referencia al caso particular de Montevideo, hace cuarenta años que la venimos afectando con intervenciones incontroladas, con acciones puntuales ajenas a una visión de conjunto y en el mejor de los casos, con el agregado de valores dispersos y de escasa significación urbana. Una ciudad antes consolidada y fuertemente estructurada y hoy fragmentada y disociada, donde se multiplican los escenarios de la pobreza ...

                    Sería este un panorama incompleto y alejado de la realidad si no incluimos en ese análisis todo lo que se ha hecho para retomar un camino perdido. Hoy Montevideo tiene un excelente plan de ordenamiento territorial, que habilita a la defensa del patrimonio en un contexto ordenado. La anterior referencia es del año 56. (un punto de discontinuidad del proceso económico que se confirma sincrónicamente en el campo arquitectónico y urbanístico). En ese momento se hizo un plan director, con muchos elementos positivos, que incluía un plan sectorial de gestión urbana, felizmente no concretado. Este último representaba el espíritu de la época, de gente muy valiosa pero de alguna manera “intoxicada” más que influenciada por las vanguardias europeas. El plan de Ciudad Vieja, aprobado por la elite de nuestros técnicos, era una especie de reedición a la uruguaya del “Plan Voisin” de Le Corbusier, dejando en pie la Matriz, el Cabildo, el Banco República ... creo que también el Mercado del Puerto. En las manzanas centrales se proyectaba un zócalo comercial de dos niveles y encima dos pantallas de 60 metros de altura.

                 Esa visión - hoy espantable -, tuvo una difusión popular muy grande, presentada como la versión uruguaya de la ciudad del futuro. Cabe recordar que dos años antes se había demolido la Pasiva proyectada por Zucchi – última traza del intento ordenador de la Plaza Independencia -, y que hacia 1965 se concretaba la demolición del Mercado Central, desestimando el proyecto del arquitecto Monestier que hoy tanto valoramos. Las cosas han ido cambiando, pero no nos separa tanto tiempo de esas situaciones tan conflictivas y que tuvieron tanta incidencia en lo que vino después. En ese deterioro hay una responsabilidad colectiva. Deberíamos asumirla como un desafío que a todos nos involucra, por lo que se impone la necesidad de elaborar una propuesta sensata y viable para poder generar un ambiente receptivo a nuevas formas de gestión urbana, con el fin de revertir las tendencias desestructurantes y realizar un trabajo compartido de rescate de nuestra mejor herencia urbana.  .

                 En ese contexto el objetivo de esta intervención es apuntar a una convergencia de esfuerzos para ayudar a construir entre todos un escenario de vida en correspondencia con este nuevo proceso de “refundación” que de alguna manera se abre ante nosotros y nos compromete como antes a nuestros antepasados en situaciones igualmente dramáticas.  He aquí un formidable desafío que llevará a las jóvenes generaciones – y a los no tan jóvenes que han ido marcando el camino con intervenciones en todo sentido valiosas-, a enmendar los errores y los renunciamientos de las últimas décadas, para dialogar con respeto y sin inhibiciones, con la formidable ciudad que hemos heredado. Y eso vale para todo el país. Que así sea, para bien de todos y para que, al tiempo que reconstruimos la esperanza de volver a generar un desarrollo sostenible y de resultados compartidos – privilegiando un sentimiento de equidad que nos viene desde el fondo de la historia -, y en tanto avanzamos en su concreción privilegiando los acuerdos sobre las disensiones, podamos pasar de los monumentos aislados a una ciudad de tramos y “retazos”, cada vez mejor hilvanados en un escenario recalificado y de centralidades compartidas.                 

                Volviendo al principio, llamamos patrimonio a los valores en los que nos reconocemos y que marcan nuestra identidad. Se trata - según vimos - de la construcción necesariamente contemporánea de un relato siempre renovado cuya materia prima es parte del pasado, pero que se justifica y adquiere verdadero sentido en tanto proyecto de futuro. Esa construcción ha estado durante décadas fragmentada u omitida. Es bueno que retomemos esa tarea con renovado impulso en momentos que el país más lo necesita.  

  

(*) Intervención en el foro organizado por la Presidencia de la República y el CICOP, en noviembre de 2002, en representación de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación




13.03.2007 16:36

¿TODO VALE?

La falta absoluta de una política de restauración, tanto en el ámbito estatal como en el autonómico, y la carencia de una crítica serena de los que estamos haciendo, vienen causando estragos en el patrimonio español bajo la bandera del “todo vale”. (1) 

                   Una primera aproximación al tema impone la referencia a una situación de aparente desfasaje entre la proliferación de intervenciones en construcciones preexistentes -muchas de ellas de valor patrimonial- que se ha registrado entre nosotros en los últimos años, y el estado de las cosas en nuestro país, tanto en lo que hace al plano económico, socio-político y cultural como al estrictamente académico. En cualquiera de estos campos, no es tarea fácil encontrar las razones y los incentivos que han permitido concretar un número importante de emprendimientos, parte de los cuales seguramente hubiera merecido la atención de nuestros técnicos en el caso de que similares experiencias se estuvieran realizando en el “primer mundo”.  .         

                     Es probable que estemos recogiendo la siembra lenta de los primeros que entre nosotros abordaron esa problemática, generando iniciativas y acciones concretas que tal vez no hayamos aún valorado en toda su dimensión  (pienso en Arredondo y en Pivel); de impulsos más recientes como el del Grupo de Estudios Urbanos y la Sociedad de Arquitectos del Uruguay en el inicio de los ochenta; o del efecto que derivaría de la inclusión de Colonia del Sacramento en el listado de UNESCO. Estas y otras cosas determinaron un sensible avance en la consideración del patrimonio construido, evidenciado particularmente en diversas instancias institucionales (formación de comisiones especiales, creación y consolidación del “Día del Patrimonio”, definición de políticas urbanas atentas a la herencia del pasado, etc.), procesos en los que jugaron un papel decisivo los arquitectos Luis Livni y Antonio Cravotto, siendo especialmente relevante la gestión del actual Intendente de Montevideo, el arquitecto Mariano Arana.           

                     Sin perjuicio de un reconocimiento que debería extenderse a múltiples actores,  es también notoria la inexistencia de una formación específica sobre el área en cuestión ( el primer curso de posgrado a nivel de “Diploma” acaba de dictarse en la ORT ), y la precariedad de la incidencia de esa temática en la formación curricular de los arquitectos; así como también es notoria, con excepciones que confirman la regla, la escasa posibilidad de realizar un abordaje crítico de experiencias ya concretadas o en proceso de serlo -aquí o en el extranjero- por grande que fuera su importancia. Limitación que conduce a la dispersión de esfuerzos y a la multiplicación de operaciones que no se confrontan ni se evalúan y que aparecen como opciones igualmente válidas y atendibles, aunque de hecho no lo sean (¿a alguien se le ocurriría cambiar por aluminio las ventanas de madera de la casa de los Pérez, cuando disponemos de las piezas originales?, pero , ¿vale similar interrogante con relación a la actual sede del BID o al Teatro Solís?... ; no habrá seguramente una respuesta automática).           

                  En ese contexto, no es de extrañar que el debate europeo sobre la obra de Giorgio Grassi en el teatro romano de Sagunto haya tenido entre nosotros una escasa repercusión. Cuando se tocó el tema ante Antón Capitel en un inusual encuentro en la Facultad de Arquitectura, no pudo apreciarse un particular involucramiento de los asistentes y eso en alguna forma es comprensible. Menos comprensible es en cambio, la atonía general frente a experiencias que se desarrollan entre nosotros y que por tantos motivos están exigiendo una aproximación crítica que permita separar la paja del grano y generar un avance cualitativo que nos aleje de la improvisación y del “todo vale” que tanto inquieta a Navascués.                       

DE INSTRUMENTOS Y CONTENIDOS 

recycling (sustantivo) : proceso de tratar cosas como papel o acero para que puedan ser usados nuevamente (proceso importante para ayudar a proteger nuestro medio ambiente) (2) 

Usaremos la palabra patología (*) como sustantivo, exclusivamente para designar la ciencia que estudia los problemas, su proceso y sus soluciones, y usaremos el adjetivo patológico para calificar los procesos y estudios relativos al tema (proceso patológico de un elemento constructivo o estudio patológico del mismo, para determinar su proceso o su resolución). (3) 

(*) del griego phatos (acontecimientos que generan afectación; lesión o enfermedad) y logos (estudio)                 

               Esa práctica de escaso rigor teórico que domina entre nosotros, encuentra un caudaloso cauce de expresión en el mal uso y abuso de términos tales como patología y reciclaje. Sobre el primero bastaría la cita precedente para encuadrar su uso dentro de límites pertinentes. El segundo en tanto, se aplica a cuanta cosa haya sufrido algún cambio, aunque en rigor se trate de una intervención en una construcción preexistente, con vista a su consolidación y rehabilitación, procurando su adaptación a nuevas condiciones de uso y poniendo en valor los elementos que la caracterizan, tanto más cuando mayor fuere su significación patrimonial. Un operativo que poco tiene que ver con un proceso tendiente a rescatar la materia prima de un objeto para producir otro sin vínculo alguno con su formalización original. ¿Por qué hablar entonces de reciclaje ?...         

               Si convenimos en esa higiene del vocabulario, no adelantaremos gran cosa sin abordar el tema del patrimonio y del patrimonio construido en particular. En los años sesenta, cuando la influencia de la “vanguardia” -su obra directa- hacían estragos en el tejido de cuanta ciudad era ganada por “la piqueta fatal del progreso”, el libro de Francoise Choay “Urbanismo: utopías y realidades” aportó una visión crítica y un enfoque cargado de sensatez que sonaba como la voz del niño de la fábula, cuando no veía el manto inexistente del emperador. Treinta años después, en “L´Allegorie du patrimoine” (4), renueva igual espíritu removedor al abordar una temática que en ese mismo período había dejado de ser una cuestión de especialistas para constituirse en un verdadero “culto ecuménico”, tratando de “situar el patrimonio histórico construido en el núcleo de una reflexión sobre las sociedades actuales e intentar, por consiguiente, evaluar las motivaciones reivindicadas, reconocidas, tácitas o ignoradas en que se fundamentan hoy en día los comportamientos patrimoniales ...”.  He aquí un planteo que debería estar también en el centro de nuestra reflexión. Aunque de hecho lo está escasamente.         

                Un primer punto a despejar tiene que ver con la visión del patrimonio como una herencia consagrada e incontestable que sólo exige de nuestra parte cuidado y reverencia, cuando en rigor es parte de un “relato” funcional a la cohesión e identidad de una comunidad en determinada etapa de su historia, cosa que supone siempre, por un lado, la existencia de un objeto material o inmaterial con capacidad de asumir esa condición de referente; y por otro, la asignación de ese valor de referencia, resultante de una práctica social aleatoria, que hoy pone el foco en determinadas cosas -alineadas con los valores dominantes- y mañana lo pondrá en otras-.. asumiendo que memoria y olvido, permanencia y cambio, son parte y contraparte de una misma trama.        

               Cabe agregar que hablar del patrimonio resulta una simplificación excesiva, cuando correspondería con mayor rigor hablar de los patrimonios, con distintas escalas y contenidos. Estaremos así más cerca de la realidad de las cosas, pudiendo dar mayor relevancia a los que podríamos llamar “patrimonios cercanos”, sin limitarnos a las “obras de excepcional valor universal” o a las incluidas en los listados de protección oficial (aunque unas y otras merezcan nuestra mayor atención). Igual énfasis cabría en cuanto a la necesidad de que las políticas patrimoniales estuvieran estrechamente ligadas a las políticas de desarrollo urbano y territorial, de modo de evitar mutuas afectaciones, y también -y diría que fundamentalmente- con las políticas educativas; desde el momento en que el patrimonio es el fruto de una construcción social, pues que sea entonces una construcción democrática que a todos nos involucre. Y que sea a su vez un factor de crecimiento, porque aunque parezca un contrasentido, en tanto “capital social” - que está en nuestra manos despilfarrar, conservar o acrecentar - el patrimonio es cosa del futuro. 

CONSTRUIR TAMBIEN DESDE LO CONSTRUIDO 

Modificar un monumento provocando su metamorfosis será entender por completo su configuración, apreciar sus valores y diagnosticar sus carencias en el ámbito de una interpretación arquitectónica satisfactoria. Pero será, asimismo, aplicar recursos compositivos, formales, especialmente meditados, tanto en su significación frente a la obra en que se actúa como en su propia naturaleza. Instrumentos que dan respuesta, con una configuración nueva, tanto a las carencias de lo antiguo como al respeto por sus cualidades.(5)                                     

                 Si Picasso hubiera pintado sobre las telas de Goya y éste sobre las de Velásquez -y luego otros sobre las de aquél-, viviríamos en un mundo culturalmente empobrecido. En el ámbito del espacio construido se dan procesos parecidos, a veces con apariencia de cosa inevitable. Pero si miramos hacia el pasado, vemos que las prácticas de adaptación de una preexistencia a un nuevo contexto de uso -construyendo desde lo construido- nada tienen de nuevo ni de excepcional, tampoco de catastrófico, y que forman parte de la experiencia corriente de constructores y arquitectos, Así por ejemplo la Ciudadela funcionó más de cuarenta años, hasta su demolición, como sede eficiente del muy problemático “mercado de la verdura”, ubicado originalmente en la plaza Matriz y para el que Toribio había proyectado – sin poder concretarlo - un escenario no muy diferente al que ofrecía el patio de armas de la vieja fortificación.              

                También el edificio que construyó el ingeniero Edouard de Castel para Francisco Estévez en sus buenos tiempos – que duraron poco-, es un caso que Capitel podría hacer suyo para ejemplificar ese proceso de “metamorfosis” que toda construcción tiene en potencia y que a veces se desencadena y reitera con particular dinamismo. Tal el caso que nos ocupa, primera sede de Gobierno que sustituyó al Fuerte heredado de la Colonia, acondicionado según gustos y necesidades del gobierno de turno y adaptado en los años cincuenta a los requerimientos del sistema colegiado -nueve ventanas a la Plaza en imprevista correspondencia con otros tantos miembros del Consejo-; vinieron luego otras adaptaciones forzadas y con el retorno de la democracia, nuevas reformas -harto polémicas- para una función limitada ahora a lo protocolar, más la inserción reciente de un desarrollo museístico, etc. Desde Capurro a nuestros días, como vemos, la modificación ha sido la norma ...                            

                  Siguiendo estos ejemplos, podríamos hablar con propiedad del reciclaje de las piedras de la muralla, convertidas en cimientos y adoquines de la ciudad en expansión; de la rehabilitación de la fortaleza ya obsoleta en su función militar y de su adecuación a una nueva función, y de los sucesivos trabajos de adaptación  -funcional y semántica- de la casona de los Estévez a partir de su cambio de destino en tiempos de Latorre, agregándose en este caso la condición de “monumento histórico” que el edificio asume ya entrado en la segunda centuria de su existencia.  

LA COMPLEJA CONTINUIDAD CON EL  PASADO

                ¿Qué significado tiene este último estado de cosas? Situemos el problema en términos más amplios y mejor ajustados al concepto actual de los bienes patrimoniales -entre los cuales pueden contarse los monumentos y seguramente los monumentos históricos, pero no sólo ellos-, entendidos como bienes culturales a los que se atribuye una significación particular y que son, en razón de esa valoración, objeto de una protección específica. Una protección que no significa congelamiento, sino posibilidad de vigencia o reinserción en el escenario de vida de la comunidad, con atención a la doble polaridad que está implícita en su condición, en los términos expuestos por Césare Brandi. Se genera por ello en toda intervención de mantenimiento, rehabilitación o recalificación de un bien patrimonial, cualquiera sea su escala, una tensión entre su valor como documento y su valor artístico (entendido como valor disciplinar específico, en nuestro caso: arquitectónico y urbanístico), con la consecuencia de que el resultado será un bien de valor acrecido o disminuido, pero nunca ajeno a los méritos o deméritos (o mejor dicho, sensibilidad y conocimiento o sus respectivos opuestos) de quien asume la responsabilidad de una intervención que no siendo ajena a la disciplina arquitectónica,  requiere enfoques y apoyos específicos. 

                 Este planteo está implícito en intervenciones de resultado apreciable, como sin duda lo son las operadas en el ex Hotel del Prado; el anexo de la ex Casa Mojana; o las obras en proceso en el Hotel Carrasco, más otras de igual rango. Tomemos este último ejemplo, ilustrativo de un enfoque en todo sentido adecuado a las características del problema y también de una relación bien encaminada con la Comisión del Patrimonio, derivando de ello una solución de logrado equilibrio entre los muy notables valores de la preexistencia - atentamente relevados y evaluados-, y las intervenciones resultantes del proyecto global de rehabilitación, cuidadoso del carácter de la obra original -ahora liberada de injertos y anexiones ajenos a su propia lógica- y ajustado a su vez a nuevas necesidades programáticas que hacen justamente a la sobrevivencia de un edificio por tantas razones emblemático. Deriva de allí un resultado en todo sentido positivo, que será apreciable a corto plazo. Igual balance es aplicable a la obra de Rafael Lorente en Mojana, exponiendo un diálogo armónico, a la vez respetuoso y audaz, entre la construcción original y la intervención de rehabilitación y adaptación a un nuevo contexto de uso, con especial atención de aspectos tipológicos, constructivos y de presencia urbana. 

                     Esos ejemplos y otros que con similar mérito podrían agregarse, no ocultan la proliferación de intervenciones carentes de todo fundamento técnico, incluso expresivas de la triste vigencia de ese “vandalismo ilustrado” a que hiciera mención Bauzá en su intervención en el Senado de la República en julio de 1896, bregando sin éxito por legar al futuro la que fuera residencia de Joaquín Suárez. Así vemos perder para siempre revoques nobles -como sin duda lo es el “símil piedra París”-  probada ya la posibilidad de su recuperación y eventual reconstrucción (valga el ejemplo del ex Hotel Colón), o perder la identidad de una obra por negarse a analizar lo que ella representa y vale, poniendo por delante las urgencias proyectuales del técnico (i)responsable. También entre varios ejemplos posibles, tomo uno particularmente ilustrativo de los déficits que debemos enfrentar: pocos edificios hay en Montevideo tan valiosos como el Hospital Italiano, pero cuando hay que atender a un siempre postergado y ahora imprescindible proceso de mantenimiento, se pierde el revoque con color incorporado y se corre el riesgo adicional de ver comprometida la unidad formal del conjunto, al tratar de enmendarle la plana a Andreoni, amagando con destacar las columnas metálicas de la albañilería (hoy con protección antioxidante ... mañana no se sabe).   

                   ¿Cómo serán las intervenciones que seguramente seguirán en los próximos años en obras tan valiosas como Pablo Ferrando, el Palacio Sud América, el Jockey Club, el Hotel Piramydes o la misma Casa Soler, Reus al Norte; el casco viejo de Peñarol, Calera, Narbona, Liebig-Anglo, Mbopicuá, etc. etc.?.¿Tendremos por fin un Plan de Gestión para Colonia del Sacramento? Si despejamos las incógnitas y superamos las debilidades que hoy nos afectan, nada impide apostar al mejor resultado posible. Una apuesta que los buenos ejemplos ya concretados hace lucir con razonable probabilidad. 

NOTAS:  

(1)  PEDRO NAVASCUÉS (N° 33 de “ARQUITECTURA VIVA”/nov.-dic. 1993)

(2)  LONGMAN: “DICTIONARY OF CONTEMPORARY ENGLISH”

(3) JUAN MONJO CARRIÓ: “LA PATOLOGIA Y LOS ESTUDIOS PATOLÓGICOS” EN    “TRATADO DE REHABILITACIÓN” /TOMO 2/ UNIVERSIDAD POLITÉCNICA DE MADRID

(4)  EDITIONS DU SEUIL / PARIS / 1992/96/99 . VERSIÓN PARCIAL EN ESPAÑOL EN EL NUMERO ANTES CITADO DE “ARQUITECTURA VIVA”

(5) ANTÓN CAPITEL: “METAMORFOSIS DE MONUMENTOS Y TEORÍAS DE LA RESTAURACIÓN” / EDITORIAL ALIANZA FORMA   

(*) PUBLICADO EN EL Nª 48 DE LA REVISTA "ELARQA"

 



<< Anterior  1  2  [3]
Inicio

Buscar
Buscar en acerca de patrimonios varios

Sobre mí


Categorías

Mis Links

Archivo


Contacto

¿Qué es RSS?