eclipse total de inteligencia
Blog de literatura de cajón

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El iNCreIBle y hUidizO DiaRio de HoBrisH

28.02.2009 19:18

.durante quince días el capitán ha advertido que un gran temporal se avecina. El mar mediterráneo se alza ahora con arrogancia a nuestro alrededor. Debo de confesar que lo que más me ha obsesionado en estos últimos días es el hecho de que mi viaje ya se ha extendido ocho días más de lo previsto y, siendo que he dejado a mi acolito encargado de seguir el progreso de mi 'trabajo', comienzo a pensar que este retrazo pueda resultar catastrófico, costándome muchos años de búsqueda. Pero debo admitir que no he tenido más remedio que abandonar el 'trabajo' por este tiempo, ya hacía muchos, muchos años que no me encontraba con un colega y el hecho de haber recibido una carta de este colega en particular era completamente meritorio de investigación. En verdad he aprendido mucho en esta pequeña empresa, más de lo que hubiese podido imaginar, pero los detalles de las enseñanzas que hemos compartido con este antiguo colega no poseen la coherencia necesaria para poder escribirlas aquí, deben de ser experimentadas con propiedad antes de que se puedan arriesgar conclusiones.

12 de Agosto, 1834

Hoy por fin vemos lo que nuestro muy competente capitán ha estado pronosticando por muchos días. Nos hemos visto obligados a recoger velas por la mañana y en verdad los vientos amenazaron con arrancar los altos mástiles por momentos. Me siento obligado a destacar algo que ha sucedido momentos antes de que este furioso temporal cayese sobre nosotros.

Luego de la campana que anuncio la hora quinta me encontraba en cubierta conversando ampliamente con el capitán, quien, muy para mi beneficio, había resultado ser aficionado a la filosofía oriental y muy avisado en sus costumbres. Decía haber navegado por décadas las aguas que rodean las islas del Japón y las costas sureñas de la gran China, de la cual nadie sabe todos los secretos. En aquel nefasto amanecer me explicaba de algunas de las supersticiones de los marinos del Oriente, mientras daba órdenes instintivamente, virando su nave con seguridad entre las altas aguas, azules y terribles.

".dicen que entre las olas a veces algún kami (espíritu/fantasma) se manifiesta en forma de una gran ola que cruza las aguas, a veces son realmente enormes, tai-fun los llaman, olas que devoran puertos y ciudades en cuestión de minutos. un verdadero horror. pero estos otros kami, los de menor tamaño, dicen que son capaces de cantar en una lengua que no es ninguna lengua pero que todo quien la escucha la entiende. Dicen que se las escucha cantar de las cosas que uno desea, de lo que uno ha dejado atrás, de los temores que uno siente y de las cosas que aun debe hacer. Entonces, mientras el capitán es victima de la nostalgia, la ola llega desapercibidamente, no siempre volcando la embarcación, pero siempre se lleva algún marino a las profundidades."

Esta conversación me afecto profundamente.

Esa misma mañana el buen capitán apuntó hacia el este con severidad y todos vimos la gran sombra elevándose por sobre el horizonte. Una oscuridad inmensa que se aproximaba, con tintes verdes y grises, como la cresta de una ola titánica que cubría también el cielo. Un temporal de tal magnificencia como jamás había visto en mis largos años.

Me encontré petrificado, con las manos asidas ferozmente en el riel del puente junto al alto timón, en el que el capitán viraba y gritaba órdenes a diestra y siniestra. La embarcación se movia con arrogante vehemencia sobre las altas olas que poblaban las aguas como lomos de ballenas cargadas de violencia infranqueable. Un coro de crujidos y voces feroces afrentaban al viento implacable, la terrible oscuridad se aproximaba velozmente ahora.

Entonces una voz comenzó a cantar. Uno de los marinos se acercó a mi en la baranda y apuntó hacia el mar mientras gritaba al capitán tras de nosotros. No pude entender lo que el marino dijo, repetía una palabra mientras se alejó con gran prisa, y todos a bordo abandonaron sus tareas y se amontonaron cerca de los dos grandes mástiles. Yo no entendía nada de lo que se decía. Pero aun escuchaba una voz cantando sobre el rugido del viento y las voces de los marinos y el capitán, que no paraba de gritar un nombre que me parecía familiar, pero que no lograba comprender.

Entonces la vi. Se elevo de entre las aguas abruptamente, como una montaña majestuosa en la cordillera, el sol rompió entre las nubes por última vez aquel día, y la cresta de aquella terrible dama cristalina brilló dorada y blanca por un instante antes de azotar el barco.

Sentí la terrible fuerza del impacto y las frías aguas golpeándome el cuerpo. Entonces, por un momento, fui parte de ella. Creo haber escuchado su voz mientras me llevaba en los brazos líquidos por sobre la cubierta del barco.

Lo que la voz decía no puedo recordarlo, pero me dejó una inmensa tristeza hendida en el alma. Las poderosas manos del capitán apresaron entonces mis brazos, en el momento en que cruzaba ya la baranda opuesta en la que me encontrara momentos antes. Me dirigió un torrente de indignaciones y reprimendas mientas me dirigía a mi camarote tambaleándome, y volvió al mástil.

Momentos después creo haberlo escuchado reír, esa risa demente que solo los marinos y los soldados poseen.

La melodía de aquel canto aun en mi memoria.

Ahora espero bajo cubierta a que pase lo peor de la tormenta, y junto con los tres marinos que la dama se había llevado ya se han perdido cinco almas al mar en este día, que aun no ha terminado.

La decimocuarta campana ha sonado no hace mucho.

Esto me recuerda que aquí debería de escribir algunas de las instrucciones que mi colega me ha transmitido, muy generosamente.

1- Es importante prestar gran atención mientras el cristal es sometido a la prueba del.

(Fragmento del diario de Obrish Hobb)

R.B.




11.12.2008 11:55

ico_img.gif... es en tardes como aquella que por lo general decidía descansar por un par de horas antes del atardecer. En aquel momento pareció buena idea detener en 'trabajo' y buscar un lugar junto a alguna ventana donde recibir el calor del sol y fumar un poco de tabaco. Toda aquella semana - ¿o había sido ya un mes? - estuve persiguiendo el fantasma de una revelación que sucediera un tiempo atrás, cuando descubrí aquél cambio extraordinario emergiendo entre nubes de gas acre y amarillento dentro del horno de piedra. Los primeros intentos de reproducir la reacción fueron tan variados como fallidos, esto ocurre con frecuencia en toda ciencia, hasta que físicamente rendido había decidido estudiar el problema desde un punto de vista más hipotético, me senté a pensar entonces. Era evidente que había pasado ya demasiado tiempo en mi escritorio, sentí un agudo dolor en la cintura al levantarme y mis piernas tardaron un momento en desentumecerse. Estas son cosas que me suceden a menudo. Pierdo con frecuencia la medida del tiempo. Esto me sucede más y más a menudo, en especial ahora que la 'tarea' ha sido cumplida. Pero en aquel tiempo no sospechaba aun las verdades de las que seria testigo en el futuro.Me encontraba sentado en un angosto banco que daba a un pequeño jardín, al cual acudían infinidad de criaturas. En el jardín había una pequeña fuente y en ella siempre había pájaros y a veces conejos, y una vez recuerdo haber visto un venado. Cerca de aquella casa, en la que viví unos tres años si mal no recuerdo, se alzaba un bosque angosto que corría sobre la loma de un monte pedregoso, sobre el que no crecía más que un pastizal aguerrido fuera de los lindes del bosque. Desde aquel banco angosto y recio veía yo las copas de los árboles y la pendiente escarpada del monte detrás, como una cabeza calva asomándose por sobre un arbusto. La gente del lugar llamaba a aquel cerro 'Monte Frêle', pero este era uno de muchos nombres que se usaban para aquel cerro. En el país franco se estila en demasía la abundancia de denominaciones para cualquier lugar en particular, convirtiendo toda referencia en un enigma.En fin, me encontraba cómodamente sentado disfrutando de mi pipa y del sol, que ya comenzaba a marchar hacia el horizonte. Traté de recordar los nombres de las especies de pájaros que poblaban el jardín, sobre el rosal descansaba un pesado palomo, con la cabeza casi sumergida en los pliegues del cuello fanfarrón y bermejo, protestando desinteresadamente cuando alguna u otra paloma se acercaban a su rosal. Dos cardenales conversaban ágilmente junto a la fuente, bajo el retorcido olivo en flor, y de entre los helechos surgieron alegres los gorriones, bulliciosos y atrevidos, saltando nerviosamente sobre el pedregullo alrededor de la fuente. Todos aquellos trinos intercalaban melodías en el aire fresco del atardecer, y el sol llenó mi rostro entumecido cuando asomó por debajo de las ramas del olivo frente a mí, tuve que cerrar los ojos para disfrutar de aquel momento. La amalgama de trinos y rayos de sol fue deliciosa. Tanto así que me quede dormido.Desperté tranquilamente cuando ya era entrada la noche. Hacia algo de frío, pero esto también se sintió bastante bien. La noche era clara, alguna que otra nube moviéndose perezosamente bajo las estrellas que poblaban el firmamento, rodeando a la luna menguante como fantasmas de luz y sombra. La pálida luz se reflejaba como la luz de una brasa azul sobre las figuras del jardín en la oscuridad. Había algo nuevo en aquel contorno ya familiar, algo que no pertenecía al jardín. Se movió entonces una gran sombra hacia la fuente, como si un trozo de oscuridad se hubiese desprendido y ahora se movía sobre el pedregullo brillante que rodeaba la fuente. El gran lobo gris se dio la vuelta a mirarme. En los ojos del lobo había gran entereza, llevaba la cabeza no muy gacha, pero tampoco alerta, toda su postura transmitía un absoluto desinterés por mí. Extrañamente no sentí miedo, pero tampoco me moví ni desvié la mirada del lobo. Me di cuenta de que bajo la luz de la luna los ojos del lobo parecían ser de un color amarillento, casi anaranjado, pero que también reflejaban la luz azul de la luna, como las escamas de un pez diminuto rodeando dos punto pequeños donde reinaba la oscuridad más absoluta. El lobo abrió las fauces y emitió un sonido que mediaba entre un corto ladrido y un bostezo falso, luego sacudió la cabeza y se dirigió a la fuente a beber del agua fresca. Aquella intimidad me pareció entonces maravillosa. Pensé por un momento que podría acercarme al lobo y palmearle la cabeza amigablemente. ¡Que desfachatez! Aquel lobo era una criatura noble, me había ofrecido clemencia y yo pensaba que podría ahora tratarlo como a un perro. Por suerte no me moví de aquel sitio, permanecí sentado, observando mientras el lobo bebía hasta saciarse y luego marcharse sin siquiera dedicarme una mirada antes de desaparecer en las sombras del jardín.Esta breve conexión con la vida bajo el cielo me recordó algo que había ocurrido la noche que se produjo aquel cambio en el horno, recuerdo que la temperatura había ascendido furtivamente.... (Fragmento del diario de Obrish Hobb) R.B.


06.09.2008 17:48

. también había comprendido, luego de repetidos intentos, que existen materiales a los que se les puede adherir ciertas propiedades sin comprometer su consistencia, aunque resulten distintos en apariencia y textura. Resolví tomar un breve descanso y me preparé una infusión liviana para apaciguar la increpante sed de la que era ahora muy consiente. Llené mi vieja pipa con tabaco de cereza y me senté junto a la mesa, frente al horno que, si bien estaba cerrado, aun despedía el aroma acre que se desprende de las manipulaciones más extenuantes. Mientras sorbía amablemente el té, observando el humo elevándose lentamente en el aire viciado del hermetismo, recordé, extrañamente, el rostro de la pequeña Marisol. Marisol era la hija menor de mi hermano mayor, una hermosa criatura de rostro angelical y ojos conmovedores. Por lo general la recuerdo corriendo sobre los pastos salvajes de la colina que se alzaba frente a la casona en la que mi familia había vivido por largo tiempo. Cuando mi padre falleció, mi hermano se hizo cargo de la estancia y de los tres niños y cuatro niñas que mi padre había dejado atrás, ya que mi madre había muerto unos años antes, al mes de dar vida a su noveno hijo, que falleció ese mismo año. Para ese entonces yo era el único de mis hermanos y hermanas que aun vivía en la vieja casona junto con la familia de Antonio, el padre de Marisol. Eran tiempos de guerra en la península y Antonio se había enlistado junto con la mayoría de los granjeros de la zona. Yo era aun muy joven y Antonio me había dejado a cargo de la casa y de su esposa y tres hijas. Una mañana, cuando el verano estaba ya terminando, volvía yo de mis tareas de cosecha y encontré en la casa a un mensajero que hablaba con la cabeza gacha a mi cuñada. Demasiado bien sabía yo lo que había ocurrido. Salí entonces y me senté junto al aljibe a recordar al buen Antonio. Un momento después salio el mensajero, montó al caballo que le esperaba frente a la casona y se alejo al galope colina abajo. Cuando volví la vista a la puerta oscura de la casona vi que Marisol había salido y se dirigía hacia donde yo me encontraba. Se detuvo frente a mí, el rostro convertido en una sombra que era una mezcla de miedo, incomprensión y congoja. Los grandes ojos me miraron por un largo rato en el que yo no sabía bien si debía decir algo. Al fin su dulce voz rompió el silencio. "Tío, dice mamá que papá esta muerto, que lo han matado. pero. papá era tan bueno, y todos le querían aquí. ¿Por qué lo han matado?" Por un momento interminable sostuve la mirada inquisitiva de aquellos ojos ahora llenos de lágrimas, aunque aun no lloraba. ¿Cómo le explica uno a una niña de cinco años semejante cosa? Al fin reparé en un medallón que Marisol llevaba al cuello, era una baratija, pero ella lo lucia con orgullo y yo sabia la razón. "¿Te acuerdas de que la semana pasada, con tu primo, encontraron ese medallón en el campo vecino?" Marisol demoró un instante en recordar. "Si." "¿Recuerdas que los dos querían quedarse con el medallón y que decidieron correr una carrera para decidir de quien seria al final?" Marisol afirmó meneando la cabeza. "Tu corriste mas rápido y ganaste, entonces te has quedado con el medallón, a eso se le llama competir, y cuando se compite alguien siempre gana y el otro pierde, ¿entiendes?" Marisol pensó por un momento. "Si." "Bueno, la guerra también es una competencia, como una carrera, y los soldados son los que corren en ella. Tu padre era un soldado y ha perdido, y los que pierden en la guerra pierden la vida." Marisol se quedo largo rato mirándome en silencio, tuve un fuerte sentimiento de culpa, de remordimiento, no estaba seguro de que esta fuera una respuesta que ella entendería. Pero al fin Marisol se dio la vuelta y volvió sollozando a la casa donde su madre la esperaba. Unas semanas más tarde vino a visitar mi hermana menor, la madre de Matías, quien había perdido el medallón en aquella carrera. Cuando aparecieron en el camino por sobre la loma Marisol corrió a su encuentro y se detuvo frente a Matías, extendió la mano y le entrego aquel medallón por el que habían competido. Luego lo miro en silencio hasta que el niño confundido le pregunto porque le devolvía el medallón. Marisol entonces lo abrazo con fuerza. "Porque no quiero que te mueras Matías."

En ese momento, mientras permanecía sentado recordando aquellos tristes días, observando el hueco oscuro de la pipa apagada, un feroz estallido me extrajo de esta ensoñación pasajera. Había dejado dentro del horno una sustancia, que si bien no es volátil bajo circunstancias normales, poseía ahora la definitiva agresividad del.

(Fragmento del diario de Obrish Hobb.)

R.B.




01.08.2008 09:40

... se perfora así a la indómita materia, se la transforma, se la destruye, se la mejora. Todas estas cosas pueden suceder. Todas las formas existen, han de existir, o han sido. He presenciado la luz del comienzo, pero soy yo una sombra del pasado. Ha sucedido de manera siniestra. Al fin la razón ha perdido por completo. Me encuentro en un lugar oscuro, rodeado de voces inconsistentes, ajeno a la vida, olvidado por la muerte. Soy un fragmento de mí, lo sé, pero nada puedo hacer. Hoy he partido en busca del amanecer. La luz de las estrellas me alcanzó desde el Cosmos inmensurable, llevo meses sin ver el sol. Fue agradable caminar hasta llegar a campo abierto, necesitaba de un par de horas para saborear el aire del otoño que se acercaba desde el oeste. Llegue al fin a un prado ancho bordeado de bosques tupidos, las copas amarillas y ocres moviéndose dulcemente bajo las estrellas en el cielo pálido que precede al amanecer. Una fina bruma se movía sobre el pastizal y ya las voces del día comenzaban sus cantos y quejas. El prado subía rumbo a los bosques que cubrían las lomas de los cerros que dominaban la región. Buscaba yo un lugar donde aguardar por el sol, que ya no tardaría en presentarse. La suerte me trajo ese día una visión no muy frecuente. A lo largo de la carretera corrían las líneas telefónicas y sobre el poste mas alejado del prado aquel frente al que me encontraba, había parado un gran halcón. Las plumas marrones de las alas semiabiertas sobre la tabla horizontal del poste, me recordó algún que otro símbolo. La luz etérea que precede al alba iluminaba aquella orgullosa forma muy elocuentemente. Vi que la cabeza severa miraba con atención hacia el prado. Salió el sol entonces, voltee hacia el este y cerré los ojos. De esa forma permanecí por un instante. Escuche que algo se movía en el prado. Abrí los ojos y vi que entre los largos pastos se movía algo pequeño. Desde donde me encontraba lograba ver un pequeño circulo donde el pasto se separaba, pero no lograba distinguir lo que allí había. A la izquierda, a unos cincuenta metros, se encontraba el poste donde el halcón acechaba. Pensé en las veces que he acechado de esa manera, siendo una presencia inadvertida, como lo era en ese momento. Me pregunte si alguien no estaría mirándome a mí, mientras yo esperaba por el ave a que comenzara la cacería. En el claro junto a la ruta algo salto del pastizal, algo pequeño y gris verdoso, un joven conejo quizás, o una gran rata de campo. Se describió una línea oscura que atravesaba el llano rumbo al santuario de los árboles. El halcón se descolgó del poste como una sombra fugaz, las alas buscando corrientes en la fuerte brisa otoñal, como balanceándose sobre una cuerda invisible. Las garras preparadas ya, descendió velozmente sin producir sonido alguno. En el pastizal se vio una vez mas la forma imprecisa que era perseguida a muerte. Se apresuraba al abrigo del bosque, que no estaba ya muy lejos. Pero sí demasiado lejos. El ave se tendió en el suelo con las alas abiertas, se perdió la escena dentro del pastizal por un instante, luego el halcón trepo por el aire decididamente llevando en las garras la presa, sin vida ya. Aquel seria un día extraño sin duda, lo supe enseguida. Pero debía volver a mi trabajo, la noche anterior descubrí que es posible convertir el...

(Fragmento del diario de Obrish Hob)

R.B.



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Lo no dicho es lo que no se ve, estos, Estos somos nosotros, una hecatae masculina, una deidad triple, pagana y blasfema, tres tristes humanos olvidados cuando no mal recordados, apasionados lectores de autores inexistentes en una biblioteca que NO está en la vigilia, respetos oneiromantes

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