acerca de patrimonios varios
algunas reflexiones sobre nuestros "lugares de la memoria"

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MIS ARTICULOS

29.10.2011 16:40

El pasado 27 de octubre Justino Serralta completó el camino de su rica y larga vida y pasó a instalarse en las memorias del futuro. Si de él algo aprendimos y si somos consecuentes con el legado que decimos apreciar –complejidades y contradicciones asumidas-, allí seguirá su brújula abriendo caminos hacia la construcción de escenarios en los que la vida pueda ser por todos celebrada, en un contexto de "diversidades dialogantes" y en un plano de equidad (tal el mensaje de sus alegorías dibujadas ... y de sus "conversaciones" en torno a las mesas de dibujo de la Facultad).

Pocos estuvieron tan cerca de Serralta como Conrado Petit; pocos lo conocieron mejor. Años atrás tuvo que escribir una nota de bienvenida al  llegar aquél a Montevideo e inaugurarse una exposición con su obra. Hoy, me atrevo a tomar ese texto y reproducirlo en clave de homenaje a Serralta, y también a Petit ..., y al Taller –el viejo Taller Altamirano- que los tuvo por protagonistas y que nos hizo lo que somos.

 

NG 

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Justino Serralta:

arquitectura y poesía de lo complejo (*)

 

Conrado Petit Rucker

El maestro, el amigo, el sembrador de removedoras reflexiones, de inquietantes conclusiones; pensador, investigador, artista. Un excepcional apasionado en la búsqueda de las esencias de la realidad; de esa realidad que generan los hombres al ocupar, usar, y compartir el espacio. Dueño de una integridad a toda prueba y de una modestia que desconcierta cuando se logra descubrir lo que ella encierra…

Lo conocimos hacia 1952, cuando Serralta regresaba de Francia y se reincorporaba, ahora como docente, a la Facultad de Arquitectura. Una Facultad que, por aquellos años, se veía conmovida, revolucionada, por ideas de cambio y de compromiso con una realidad social que de hecho reclamaba la atención y la intervención técnica-asistencial de un centro de estudios hasta ese momento “de espaldas a la vida del país real”.

Serralta, arquitecto uruguayo, retornaba de París luego de cuatro años de apasionado trabajo en el estudio de arquitectura de Le Corbusier: la Meca a la que esperaban llegar jóvenes arquitectos de todo el mundo. Eran los años del proyecto y construcción de la Unidad de Habitación de Marsella, de los estudios sobre el Modulor, donde Serralta tuvo decisiva participación.

En esa Facultad de un clima efervescente, Serralta ingresa a la función docente en el Taller de Arquitectura que dirigía el profesor Alfredo Altamirano. Entre otros jóvenes docentes, lo acompañaban los arquitectos Nelson Bayardo y Héctor Iglesias Cháves.

Se constituyó un formidable equipo docente, y la formación estudiantil se desarrolló en un marco de cuestionamientos, de polémicas, de ideas renovadoras, donde el impulso creador de alumnos y profesores no encontraba pausa ni reposo.

Serralta se nos aparecía parco, acaso duro, de juicio certero e implacable al marcar desvíos, errores o insuficiencias en la propuesta del alumno. Se le tenía una confianza ciega, y algunos le temían. Había que ir bien pertrechado para enfrentarse a Serralta en las correcciones.

Como años más tarde diría el profesor Nelson Bayardo, que luego encabezara con espléndido brillo su propio taller: “…era el mejor de nosotros”.

Paralelamente al Taller Altamirano, Serralta había ingresado como investigador al Instituto de Teoría de la Arquitectura y Urbanismo que dirigía el maestro y arquitecto Carlos Gómez Gavazzo, y en el cual llegó a la Sub-dirección antes de que la dictadura desmantelara la Facultad.

En 1961 asume la Dirección del Taller al amparo de su talento y de una estrecha interrelación entre la enseñanza, la investigación y la extensión -asistencia asesoramiento- a las instituciones o comunidades de nuestro medio.

Serralta fue uno de los profesores que señaló una época en la Facultad de Arquitectura. Los que fuimos sus alumnos o colaboradores seguimos marcados por el cariño y la admiración que le profesamos, por la originalidad de sus ideas. Siendo ante todo un docente, alternó también en la actividad profesional con obras, escasas, pero de elevado nivel arquitectónico.

La diáspora universitaria que provoca la intervención de la Universidad por la dictadura y la persecución a miles de jóvenes, sus hijos entre ellos, llevó a Serralta a Francia. Una etapa dolorosa de su vida, marcada por sinsabores e incertidumbres, pero también por una exitosa actividad docente, manteniéndose en un permanente estado de reflexión y de creación.

Creador nato; poseedor de esos rasgos que caracterizan a los genios. Su modo de expresión: el lápiz, el dibujo. Pocas palabras. Su pasión: la docencia, la investigación, encuentra campo de ejercicio también en Francia.

Se aboca a elaborar un resumen de sus ideas-fuerza; documentar la esencia de sus reflexiones, de su inventiva, y aparece L’Unitor, destinado a proporcionar “…herramientas para arquitectos y otros técnicos en la producción del espacio acondicionado, así como para las autoridades competentes y para los usuarios”.

Como dice Joël de Rosnay (Le Macroscope, Ed. Seuil, 1975): “Microscopio, telescopio: palabras que evocan las grandes aperturas científicas hacia lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande, …sumergirse en las profundidades de lo vivo, …la célula, los microbios, los virus, …abrir los espíritus a la inmensidad del cosmos, trazar las rutas de los planetas y las estrellas. …Hoy en día nos enfrentamos a otro infinito: lo infinitamente complejo. Pero esta vez sin instrumentos. Sólo con un cerebro desnudo, una inteligencia y una lógica sin armas ante la inmensa complejidad de la vida de la sociedad”.

A ese desafío se enfrentó Serralta -lo infinitamente complejo- desde los albores de los años sesenta. Lo infinitamente complejo de los factores, de los sistemas, de las leyes que gravitan o determinan el afincamiento de la comunidad humana y la “arquitecturación” del espacio que ocupan.

La “complejidad” es hoy tema de debate, de investigación, en todos los campos del saber. Serralta nos propuso el resultado de sus investigaciones y reflexiones: L’Unitor es una herramienta de observación. Posibilita aislar las “cosas” pero, a la vez, al mostrarlas en su continuidad orgánica, imposibilita su consideración aislada. Se trata de un enfoque sistémico, holístico, de la realidad y de las acciones, para transformar o preservar la realidad.

Dice Serralta: “Nos han puesto anteojos para deformar la realidad. Inventemos herramientas para pensar y actuar de conjunto; es un punto de partida para poner todo en relación bajo el signo de la unidad y diversidad. Los hombres tienen necesidad de Unitores para construir el Unitor planetario”.

 

Como arquitecto: un artista, un técnico, un científico, un filósofo. Un día, desde París los amigos empezamos a recibir correspondencia en tarjetas, o “tarjetones”, dibujados. Siempre el lápiz, la pluma, y la síntesis plástica expresiva en los mensajes que nos remitía.

La pasión investigativa y la formidable creatividad y expresividad artística se volcaban en la correspondencia. El trazo ampuloso y sintético a la vez entremezclado, en infinidad de formas expresivas, las preocupaciones, dolores o regocijos que acuciaban al autor.

Y las reflexiones en el plano de las indagaciones estético-matemáticas  (ah, el Modulor!), las relaciones áureas, la “coudée” egipcia, el triángulo 3,4,5, etc…., desbordan las tarjetas plasmando mensajes en pequeñas obras de arte y de sapiencia.

Y retirado de la actividad docente se sumerge de lleno en el campo de la creación plástica, que va paralela a la elaboración de L´Unitor (1981), síntesis de ese pensamiento en un insólito “libro”: un acordeón impreso artesanalmente en serigrafía por el autor, por su hijo Charles, y otros colaboradores, familiares y amigos. Una obra de arte, presentada como tal en el Gran Palais, 1986, Salón de Otoño.

Las tarjetas y tarjetones llegan ahora plenos de color, y los “cuadros” ocupan su lugar en la producción del artista.

Y se suceden las exposiciones en diversos países europeos, y ese hombre “fuera de lo común y artista ilustre” al decir de un periodista francés, adquiere notoriedad y hoy llega, retorna, a su país.

Tan parco o tímido como siempre, pero con la ternura interior, generalmente oculta, ahora aflorando, incluso sonriente.

Bienvenido.

 

 

(*) Texto que formó parte del folleto editado en oportunidad de inaugurarse en el Museo Blanes la exposición sobre la obra de Justino Serralta, organizada por la Intendencia Municipal de Montevideo y la Facultad de Arquitectura (UdelaR), con la colaboración de la Embajada de Francia (2004)

 




25.08.2011 17:36

 

 Alfredo Jones Brown fue uno de los primeros arquitectos egresados de la Facultad de Matemáticas. También uno de los más destacados. Integrando la Oficina de Construcciones Escolares –creada en 1907- fue responsable de obras que materializaron los impulsos “avancistas” de las políticas públicas en las primeras décadas del siglo XX. El volumen construido no se apartaba mucho de los cánones académicos, pero su imagen exterior aportaba valores en sintonía con la sensibilidad de la época. Simetría, regularidad, jerarquía, seguían siendo principios rectores de la composición, pero la “piel” del edificio, a veces colorida, siempre ornamentada –a nuestros ojos, con exceso-, alentaba una lectura de estar viviendo “nuevos tiempos”, en línea además con las experiencias europeas (y con las más próximas, de Buenos Aires y Rosario, donde los ejemplos “modernistas” imponían su presencia).

 

Valgan algunos ejemplos para poner en evidencia el papel  que Jones Brown jugó en esos tiempos: el Jardín de Infantes “Enriqueta Compte y Riqué”, las escuelas Chile y Alemania, y el edificio sede del Instituto Alfredo Vázquez Acevedo. Todos alineados con las tendencias renovadoras –cautamente renovadoras- de la cultura del 900. Luego será Director de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas, y allí el encargo de “las grandes obras” (empezando en 1916 por el frustrado proyecto del Palacio de Gobierno, que a su lado diseña Giovanni Veltroni, Gran Premio de Roma), dará nuevo protagonismo a las enseñanzas académicas y a sus referentes en el escenario urbano, ya superado el “sarampión” modernista.

 

Pero esa reverencia al pasado tendría corto vuelo; en la segunda mitad de la década del 20 empieza a crecer la influencia de una arquitectura propia de “los nuevos tiempos”, que habría de transformarse en dominante en la década siguiente a través de vertientes más o menos radicales, más o menos conciliadoras (el art déco entre éstas). En el entorno de 1927 -fecha en la que Jones Brown, luego de escasa actividad privada, ve aprobado un proyecto de gran porte en la esquina de 18 de Julio Y Julio Herrera y Obes-, la confusión estaba instalada. En 1925 las Cámaras se habían mudado del Cabildo al Palacio Legislativo; faltaba poco para inaugurar el Salvo; el diario El Día empezaba la construcción de su sede -bien alejada de toda intención “progresista”-, en tanto su rival, La Tribuna Popular iniciaba el proyecto de una obra que se convertiría en referencia icónica de nuestra mejor arquitectura. ¿Jugaría el proyecto de Jones el mismo papel “transgresor” de sus obras de juventud, alineándose  ahora con “los renovadores”?. Pues no ocurrió nada de eso, Bien pudo preguntarse Jones, ya con un largo camino recorrido: ¿por qué perder la carga semántica y simbólica que la arquitectura fue construyendo a lo largo de siglos?, ¿no podremos tener una respuesta adecuada a los requerimientos funcionales y a los recursos técnicos de este tiempo, reelaborando las pautas de la Academia pero sin renegar de ellas, e integrando en el proceso de diseño los aportes que experiencias recientes han legitimado (caso de la “decoración funcional”, tan grata a la escuela de Viena)?

 

La respuesta que entonces dio, se situaba de espaldas a un cambio cultural que Jones sólo era capaz de asumir en términos de continuidad con el pasado; una continuidad crítica y aggiornada, pero a contracorriente de un impulso renovador que empujaba fuerte en otro sentido y que entre nosotros tendría, apenas dos años más tarde –en 1929, con Le Corbusier en Montevideo-, la “bendición” de uno de los “profetas” de los nuevos tiempos. Pero es justamente como consecuencia de ese escenario complejo y contradictorio, y de esas circunstancias en que el modelo académico todavía parecía sustentable y la renovación funcionalista aún no había ganado la batalla, que el último aporte de Jones Brown a la arquitectura de la ciudad cobra una significación particular. No como aporte a los cambios que se avecinaban, sino como expresión honesta de un arquitecto con perfecto dominio de su arte y de su oficio, que en el último tramo de su vida se planta en medio de un cruce de caminos y elabora el testimonio de alguien que no quiere alejarse de las lecciones del pasado para afrontar los desafíos de nuevos tiempos (una tensión a la que entonces tampoco Vilamajó era ajeno). Así dejó Jones un legado cargado de una utopía-retro, que no sería útil como modelo de construcción de la ciudad futura, pero que brillaría con valores propios, imponiendo su presencia como mojón de referencia en el área central de Montevideo.

 

Bien estuvo entonces la Comisión del Patrimonio al incorporarlo a la lista de bienes protegidos (mal llamados hasta hoy “monumentos históricos”). Eso fue en 1986, y vale el reconocimiento, aunque no su justificación, ya que la resolución habla de la obra de Jones Brown como “expresión de una arquitectura que en el año 1927 marcó un hito en nuestro país conforme a la tendencia más renovadora a nivel mundial”. No fue ese su mérito, ya vimos, pero la decisión generó el marco adecuado para que se sumaran importantes acciones de mantenimiento y recalificación. Caso de la Intendencia, promoviendo la rehabilitación y jerarquización de la sala del ex cine Rex; de los copropietarios, tomando a su cargo –y a su costo- un largo proceso de recuperación de fachadas iniciado a mediados de 2005 y extendido durante varios años; y finalmente del Banco ITAU, recomponiendo la imagen del local esquina. Todo bajo el seguimiento y la supervisión eficiente de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación.

 

Justo cuando este largo proceso veía completada su etapa final, el tiempo –juez inexorable- puso de manifiesto con crudo dramatismo una de las inconsistencias más obvias del proyecto de Jones: esto es, el haber incorporado un estilema al que el uso del hormigón armado había quitado toda lógica constructiva. Tal las falsas ménsulas, que ya no soportan los balcones sino que se cuelgan de ellos. Y un día –claro que pasadas 8 décadas-, aparece a la vista el “viejo truco”, y como muestra la foto, la reacción –sin duda necesaria- es poco discreta… (allí puntales y tablas en cruz  parecen decir: ¡que toda la ciudad lo sepa!).

 

Esperemos que no pase lo mismo que con las molduras del Salvo; que haya una solución adecuada al problema y respetuosa del diseño de Jones. Y que la Comisión del Patrimonio siga haciendo las cosas bien… ayudando además –como la Ley 14040 lo prevé- a solventar los gastos (los propietarios ya hicieron los suyos).

 

 IMAGEN DE PORTADA: foto del "REX" (21.08.2011)

 

NOTA: mejor información sobre Alfredo Jones Brown, su obra y su tiempo, se encuentra en "Arquitectos del 900" del aruitecto Walter Domingo. Editorial Dos Puntos, Montevideo, 1993.

 




04.08.2011 16:58

 

 

 

Más de un paseante desprevenido puede llevarse el tal susto al tener a la vista el edificio sede de UTE, una de las grandes obras de uno de nuestros mayores arquitectos: Román Fresnedo Siri. Desde hace años se aprecian fisuras y desprendimientos en los grandes “pilares” que dan a esa construcción un perfil inconfundible, con clara inspiración en algunos rascacielos norteamericanos de los años treinta (*).

Se instalaron protecciones y barreras, para encarar finalmente un trabajo de reconstrucción global. Pero tal como muestra la foto, de cada tres líneas de “pilares”, dos se están cortando en trozos. ¡¡Qué manera curiosa de reconstruir!!

Pero no hay razón para alarmarse, porque no todos los “pilares” son pilares: sólo uno de cada tres cumple una función estructural. Los pares intermedios de seudo-pilares son huecos y no cumplen otra función que la muy importante de dar al edificio una imagen en sintonía con la voluntad formal del arquitecto, a su vez en sintonía con la significación institucional y urbana que el programa estaba exigiendo (un ejemplo de prevalencia de lo iconográfico y simbólico en el proceso de diseño que la posmodernidad convertiría en moneda corriente). Esa transgresión al funcionalismo liso y llano pasó desapercibida durante décadas, pero el tiempo hizo su obra y el truco -que funcionó muy bien- quedó al descubierto. Si los trabajos se aceleran, la obra de Fresnedo pronto volverá a lucir como antes (**). Será tiempo de bajar la foto del blog (para qué arruinar la ilusión…)

 

 

(*) caso del Daily News Building, más conocido a través del “comic” como sede del diario El Planeta y lugar de trabajo de Clark Kent…)

(**) No de todos modos tal como fue proyectada, con dos pisos más que los construidos.

 




02.08.2011 17:21

 

La publicación del libro “Escuelas de tiempo completo en Uruguay” (1), habilita una doble reflexión. Por un lado, en tanto en él se expone “la relación de la arquitectura escolar con la propuesta pedagógica, se describe el proceso de planificación, los fundamentos de los proyectos, el proceso de las obras y el equipamiento”, y se presentan -con adecuado equilibrio de imagen, gráficos y textos-, más de 30 ejemplos del trabajo realizado en los últimos 15 años, hace posible un acercamiento a una de las experiencias más positivas y alentadoras que el país ha conocido. Por otro lado, abre la posibilidad de poner en valor un contexto de convergencia objetiva entre visiones políticas y culturales habitualmente ajenas a todo diálogo, y nos mueve también a revisar una historia en la que hubo instancias hoy ganadas por la desmemoria (Vaz Ferreira y los parques escolares; la propuesta de enseñanza en el Plan de la CIDE), en las que se prefiguran los logros que hoy apreciamos. Hacer visibles esas líneas de continuidad tal vez ayude a consolidar una experiencia cargada de futuro que hoy es referente fuera de fronteras.

 

Pedro José Varela Berro -luego José Pedro Varela, bien lo explica Tomás de Mattos- fue, al decir de Ardao, “la mentalidad uruguaya más original y revolucionaria de su tiempo”, gestor principal -Latorre mediante- de una reforma educacional que marcó un antes y un después en la historia de los uruguayos. A partir del decreto-ley de educación común del 24 de agosto de 1877 se definieron las pautas de un nuevo modelo de enseñanza que recién 30 años más tarde encontraría un correlato físico en línea con las aspiraciones reformistas, permeadas por la rígida visión del porteño Berra y concordantes con el “disciplinamiento” que imponía la cultura dominante de esos tiempos. Con excepción del edificio sede de la Escuela de Aplicación e Internado de Señoritas, promovido por Santos en un terreno ubicado calle por medio de su “palacio” y proyectado por el arquitecto polaco Lukassiewick -noble construcción que merecería un mejor trato-, las primeras escuelas varelianas ocupaban viviendas “recicladas”, o construcciones nuevas (en general, emprendimientos privados ofrecidos en alquiler al Estado) con similar tipología que la casa estándard y sólo diferenciadas por el mayor “decoro” de sus fachadas. Tal el caso de la escuela todavía activa -y casi intocada-, en la esquina de Guayabo y Gaboto.

 

La situación tiene un cambio importante a partir de la primera década del siglo XX, cuando se reformula el marco legal e institucional del proceso de planificación, diseño y construcción de los edificios escolares, modificando la operativa hasta entonces dominante y asignando recursos que permiten llevar adelante un ambicioso plan a escala nacional. En particular en Montevideo, los resultados son todavía puntos calificados del escenario urbano. Valga el ejemplo de la escuela “Alemania” (Vilardebó y San Martín),  una de las obras levantadas a partir de 1906, en el marco del primer Plan de Construcciones Escolares. Bien podemos imaginar el impacto que 100 años atrás debió producir en el barrio del Reducto -una de las áreas de la ciudad que concentraba entonces una mayor población trabajadora-, la presencia de una escuela pública que podía compararse con la sede de un ministerio.

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Los bancos seguían atornillados al piso, pero aquellos monumentales “templos laicos” pergeñados por los primeros arquitectos formados en el país (2),  llevaban a los barrios de la ciudad el mensaje de una política de equidad. La carga simbólica era notoria, pero también se atendían escrupulosamente las condicionantes funcionales de “la escuela para todos”, con planimetrías rigurosas, preocupaciones higienistas (5 metros cúbicos de aire por alumno, renovados con ventilación cruzada) y discretas influencias “modernistas” como parte de un empaque formal indisociable de nuestra arquitectura del Novecientos.

 

Una cierta ampulosidad de lenguaje en el tratamiento de fachadas, muy al gusto de la época pero poco conciliable con los valores de sencillez republicana que la escuela debería promover, alentaron las primeras críticas; pero las más fuertes apuntaban al corazón del sistema. No a su significación política, sí -y muy fuertemente- a los modos de concretar el proceso de enseñanza-aprendizaje. Allí estaba Vaz Ferreira, su magisterio liberal y su proyecto de parques escolares, expuesto y defendido con razón y pasión entre 1900 y 1927, pero sin suerte.

 

UN PASO ADELANTE, DOS ATRÁS

 

La idea de organizar la enseñanza primaria en base a complejos escolares situados en espacios abiertos, en contacto directo con la naturaleza y con una escala adecuada para posibilitar la integración de múltiples actividades y servicios de apoyo, planteaba problemas serios de implantación y accesibilidad, pero abría un horizonte esperanzador que retomaba el impulso y la mística vareliana. A fines de la tercera década del siglo XX, se fueron sumando los apoyos, desde los ministerios de Obras Públicas y de Instrucción Pública hasta la muy activa Federación del Magisterio. En la edición de enero de 1928 de la revista de la Sociedad de Arquitectos, Emilio Oribe desarrolla a lo largo de 11 páginas la propuesta elevada al Consejo de Enseñanza Primaria y Normal de aprovechar la disponibilidad de terrenos que habría de generar la construcción de la rambla sur, para instalar allí dos agrupaciones escolares inspiradas en la prédica de Vaz Ferreira. Y para ilustrar su visión de las instalaciones proyectadas, ya no recurre a repertorios modernistas… sino a fotos y textos de Le Corbusier, profeta de los nuevos tiempos.

 

Cuando en noviembre de 1929 el maestro suizo conversa en Montevideo con los hermanos Guillot Muñoz, éstos le piden su opinión sobre los parques escolares propuestos por Vaz Ferreira. Le Corbusier responde: “Es un proyecto magnífico. Si se lleva a cabo, Uds. podrán ofrecer al mundo entero una realización soberbia de altas proporciones sociales y humanas”. Con su escuela experimental de Malvín, el arquitecto Scasso ya había dado ejemplo del salto cualitativo que se estaba produciendo en la concepción del espacio educativo, y en 1932, daba expresión formal a las ideas en debate con el parque escolar proyectado para la ciudad de Florida. Pero todo fue en vano. Hubo críticas fundadas que pudieron servir para dar al proyecto un perfil menos polémico, pero es probable que mediaran en el rechazo sentimientos apenas expresados, en tiempos en que la experiencia soviética levantaba en estas tierras, temores de socialización compulsiva. Se archivaron propuestas, proyectos e ilusiones; el olvido ganó otra partida. Un parque escolar, ajustado en su escala y asegurando la factibilidad de su inserción en la trama urbana ¿seguirá siendo una oportunidad perdida?

 

RUTINAS DECOROSAS, CRISIS Y RUPTURAS

 

En la Facultad de Arquitectura las ideas renovadoras se hacían dominantes, y aunque a fines de los años cuarenta la aprobación de la ley de propiedad horizontal alentó el resurgimiento de balaustres y falsas ménsulas para acomodarse al gusto de sus potenciales destinatarios, el racionalismo prendió fuerte en la arquitectura educativa y se mantuvo con estimable decoro al margen de esos  vaivenes. Cuando en el entorno de 1950 los fondos asignados fueron más generosos, la ciudad vio multiplicada la construcción de volúmenes más sobrios y mejor articulados que sus antecesores de principio de siglo, y con una presencia urbana tan fuerte como la de aquéllos (3). Construcciones resueltas generalmente en dos niveles, con grandes ventanales, amplios corredores donde en la hora de recreo sonaba buena música, mientras en el patio principal se mantenía un rito fundacional: la copa de leche y un pan marsellés. Y  una vez al mes se volvía a casa con la revista El Grillo.

 

En las ciudades, la “casa” donde se formaban los ciudadanos del futuro, funcionaba razonablemente bien. Pero el país ya no. En el período 1952-65, los técnicos de la Sección de Edificación Escolar de la Dirección de Arquitectura del MOP se encontraron con un panorama poco alentador, que se agravaba a medida que crecía la brecha entre los recursos disponibles -estancados o devaluados- y las demandas crecientes. Centraron entonces su enfoque en el desarrollo de una arquitectura de eficiencia funcional y económica, tomando como base de proyecto el aula polifuncional y su articulación en un conjunto de ordenamiento sencillo, en una actitud coherente con una lógica de producción industrializada, donde la coordinación modular y los elementos livianos de estructura y cerramiento definían un “tipo” adaptable a variadas solicitaciones. Valgan como ejemplos las escuelas de Capurro y Punta Gorda.

 

La experiencia quedó limitada por las circunstancias, en tiempos en que “lo político” se convertía en el centro de todas las preocupaciones. En diciembre de 1968, el Centro de Estudiantes de Arquitectura dedicó la mayor parte de su revista a los problemas en el campo de la edificación escolar. La nota introductoria llevaba por título “La hora del compromiso” y no dejaba dudas sobre la visión dominante en el ámbito universitario. La solución de los problemas relevados “implica pues necesariamente la modificación de nuestras actuales estructuras y significa por tanto en primer lugar una opción en el campo político”. Las cartas estaban echadas y hasta podía proponerse “proyectar para después de la revolución”.

 

SESENTA - NOVENTA-2011

 

A contracorriente de esa visión, en la primera mitad de la década de los años 60, en el marco del trabajo de la Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico (CIDE, prohijada por CEPAL y teniendo como impulsor destacado a Enrique Iglesias), según lo expone Adolfo Garcé: “Como consecuencia de la suma de esfuerzos entre el ministro (Pivel Devoto) y la CIDE, se conformó un equipo técnico de notable jerarquía, que preparó uno de los mejores informes” (4). Integrado al plan general, incluía entre las medidas y acciones recomendadas la extensión de la jornada preescolar al 50 por ciento de las edades de 4 y 5 años; la introducción de la enseñanza de tiempo completo para el 20 por ciento del alumnado de las escuelas urbanas, a aplicarse prioritariamente en escuelas que por el medio social en que se encuentran ostentan bajos rendimientos; la extensión del período anual de clases y del horario diario.

 

Sobre esa base -complementada por investigaciones también alimentadas desde la CEPAL- hacia mediados de la década del 90 se consolida un modelo de gestión educativa, y con financiamiento externo se da forma a un programa que centraliza los procesos de programación, diseño, construcción y evaluación de los nuevos “contenedores”. A partir de entonces, las escuelas de tiempo completo (ETC) dejan de ser una propuesta programática para convertirse en ejemplos tangibles de un enfoque “progresista” de la enseñanza inicial. Éstas nacieron y se desarrollaron como respuesta a situaciones de contexto crítico, pero hoy se proyectan con éxito en las escuelas de tiempo extendido (caso de la escuela Brasil, patrimonio rehabilitado y potenciado). Y hoy el liceo de San Luis -el primer liceo público de tiempo completo-, marca horizontes más ambiciosos. Ya tenemos 130 ETC construidas; pronto habrá 300 y seguirán muchas más. ¿Alguien seguirá  tirando fuera del tablero a los pioneros de los años sesenta y noventa? ¿Seguiremos sordos a los mensajes del pasado, a las experiencias olvidadas? No hay razón para ello.

 

El libro editado por ANEP da cuenta de los trabajos desarrollados desde 1995 a la fecha, primero bajo la coordinación del arquitecto Ramiro Bascans; luego, con protagonismo de un equipo joven y de competencia probada. Se recomienda leer el libro, y en lo posible ver y tocar las obras. Son ventanas abiertas al futuro.

 

NOTAS:

 

(1) Editado por el Consejo Directivo Central de la Administración Nacional de Educación Pública en el marco del Proyecto de Apoyo a la Escuela Pública Uruguaya -ANEP/BIRF,

(2) Américo Maini, Alfredo Jones Brown y Emilio Conforte, miembros de la Inspección Técnica de Edificios Escolares, creada en agosto de 1907, centralizando las funciones de proyecto, construcción y mantenimiento de los edificios de enseñanza primaria y superior.

(3)  En el año 1950 Alfred Roth publica "La nouvelle école", incluyendo un fundamento teórico de los planteos renovadores, un anexo técnico y 21 ejemplos que avalan esa nueva visión. El libro editado en Suiza, en francés, inglés y alemán, al año siguiente ya era conocido en Montevideo y seguramente no fue poca su influencia.

(4) Ideas y competencia política en Uruguay (1960-1973)- Adolfo Garcé  Edit. Trilce Montevideo. 2002

 

 

(*) Publicado en el semanario BRECHA en edición de fecha 15.07.2011

 NOTA: Se puede leer el libro on-line en mecaep.edu.uy, en la sección Novedades




26.07.2011 14:15

Veltroni: un “Gran premio de Roma”, empleado público         

      

La presencia de Giovanni Veltroni entre nosotros tuvo muchos puntos de contacto con la de Luigi Andreoni. Ambos llegaron al Uruguay siendo muy jóvenes -27 y 23 años respectivamente-, aquí se afincaron y aquí terminaron sus vidas, dejando una obra digna de la mayor consideración. Una consideración que tuvo justo reflejo en nuestra historiografía en el caso de Andreoni, pero no en igual medida en el de Veltroni, situación que ha tendido a equilibrarse a partir del trabajo del arquitecto César Loustau (1) , y de la investigación más reciente del licenciado Antonio Bona y el arquitecto Domingo Gallo (2). En este último trabajo, se relata el encuentro fortuito de Veltroni con don José Batlle y Ordoñez en la “piazza di Ferrari” de Génova, cuando éste admiraba el Palacio de la Bolsa, todavía en construcción, ópera prima de quien había sido recientemente laureado con el Gran Premio de Roma.

Batlle, en el interregno entre sus dos presidencias, representaba en ese tiempo a Uruguay en la segunda conferencia de La Haya (junio-julio de 1907) y viajaba por el viejo mundo pergeñando los perfiles del “país modelo” que trataría de construir a su regreso, tomando nota de las experiencias que alimentarían su proyecto, no sólo en el campo de las ideas políticas, sino también a escala del escenario urbano. Y fue justamente en ese campo que la obra de Veltroni hizo sintonía con su imaginario, derivando -según cuentan Bona y Gallo- en una propuesta de traslado al Uruguay que se concreta apenas un año después. Llegado a Montevideo con su esposa y su pequeño hijo, Veltroni “en la valija, entre los papeles, trae su título de arquitecto otorgado por la Regia Accademia Fiorentina di Belle Arti y un contrato de trabajo por dos años”, integrándose al cuerpo técnico del ministerio que pronto pasaría a llamarse “de Obras Públicas”, con creciente incidencia en la realización de obras de equipamiento e infraestructura en todo el territorio nacional.

A poco de su arribo, es premiado en la exposición de proyectos organizada por el Círculo de Bellas Artes. La fachada del café, restorán y teatro que el jurado destaca, lleva al límite una ampulosidad de lenguaje y un sentido escenográfico que pronto encontrarían una expresión de mayor equilibrio y sosiego en las dos primeras obras que llegó a concretar: el acondicionamiento del parque Capurro y sus terrazas sobre la playa -en ese entonces punto de referencia de la ciudad-, y el “Hotel” del Prado, que proyecta conjuntamente con el arquitecto alsaciano Jules Knab (ver Nota agregada). Ambas han llegado hasta nosotros: la primera, hoy en proceso de puesta en valor (en rigor, de lo que ha quedado de ella luego de décadas de abandono y afectaciones de todo tipo); la segunda, felizmente rehabilitada a través de una intervención tan inteligente como respetuosa. Pero ni una ni otra hubieran cimentado la fama que Veltroni iría adquiriendo, de no mediar, entre 1912 y 1916, sus proyectos para el Palacio de Gobierno, uno de los dos “grandes palacios” que Batlle soñaba ver como remates visuales de la “Gran Avenida Central”, traza proyectada pero nunca concretada entre las sedes del poder legislativo (monumentalizada a su impulso por Moretti) y el ejecutivo.

Ya desde setiembre de 1909, Veltroni había actuado como asesor del presidente Williman en el frustrado proceso inicial de construcción del palacio según proyecto del ingeniero Foglia -nieto de Bernardo Poncini- y los arquitectos Tosi y Andreoni. Una vez en ejercicio de su segunda presidencia, Batlle detiene las obras -a menos de un año de iniciadas- y promueve un concurso internacional en paralelo con el concurso de las avenidas, a fin de elaborar un proyecto sustitutivo. Invitado a participar, Veltroni presenta un proyecto -lema “13”- que los diarios de la época difunden con elogios y que el Jurado valora positivamente, pero que debe dejar fuera del fallo al no ajustarse su presentación a las condiciones de las Bases (3). Asimismo, el primer premio quedó desierto y las circunstancias de la época hicieron que el programa recién pudiera retomarse cuatro años más tarde, ocasión en que se asigna la elaboración de un nuevo proyecto al Ministerio de Obras Públicas. Cumplida esa instancia, en su edición del 9 de julio de 1916, dirá El Siglo al respecto:

“Resuelta la continuación de las obras del edificio proyectado para instalar la Presidencia y varios ministerios en la Plaza de Armas, el artista señor Veltroni ha trazado el plano correspondiente, aprovechando gran parte de la cimentación existente, obteniendo su trabajo la aprobación del Presidente de la República. El aspecto del edificio es monumental y de hermoso conjunto…”

Veltroni adquiere entonces un nuevo protagonismo, pero esa “obra magna” que hubiera puesto su nombre a la par de Meano y Moretti, correría igual suerte que el núcleo duro de la propuesta institucional de Batlle (el establecimiento del ejecutivo colegiado), derrotada en las elecciones del 30 de julio de ese año. En los tiempos que siguieron, ya no habría consenso político para que la obra pudiera concretarse, y aquella imagen largamente trabajada en la que Veltroni daba cumplida cuenta de las intenciones de su mentor, fue entrando en los oscuros campos de la desmemoria.

Es cosa notable que quien daba muestra de su valor en un nivel de competencia internacional, realizaba en tanto técnico de una oficina estatal, un trabajo calificado a escala de todo el país, con programas de escala menor. Valgan los ejemplos del Edificio de Oficinas Públicas para la ciudad de Salto o el Pabellón para el Mercado de Artigas, y ya en los años finales de su actividad -que fueron también los años finales de su vida- los muy valiosos proyectos de escuela y liceo para la ciudad de Durazno, dignos de quien había sido Gran Premio de Roma, pero aplicados saberes y destrezas aprendidos en la Academia -el dominio de la composición, y no menos del dibujo- ahora en clave de plena modernidad. Pero su contribución al proceso de construcción de la ciudad tendría otras referencias. Unas a nivel de proyecto, caso del edificio sede del Jockey Club, ocasión en que se reitera un enfrentamiento con el maestro Carré (a quien finalmente se asigna la obra, en tiempos en que aún reivindicaba la vigencia de su proyecto del Palacio de Gobierno). Otras como obras realizadas, de valor aún hoy apreciable (escuela Sanguinetti en el barrio de la Unión, palacete “florentino” en Bulevar Artigas casi Canelones, etc.). Otras, en fin, como resultado de nuevos concursos ganados: en 1925, con relación el edificio que hoy es sede del Ministerio de Salud Pública -muy ligado a las exaltaciones neo-hispanistas propias de esos años-; y entre 1918 y 1938, el concurso que tuvo por objeto la Sede Central del Banco de la República (4), un programa de fuerte simbolismo institucional, que en su arranque retomaba la sintonía entre el imaginario de una época -o más correctamente, de la visión política entonces dominante- y su concreción monumental.  

En el sinuoso periplo de esas dos décadas largas, el proyecto pasa de una formulación inicial en términos rigurosamente académicos, ocupando poco más de un cuarto de manzana, a la traza final de ocupación total, creciendo no sólo en el área ocupada, sino también en su empaque monumental, cada vez menos sustentable a medida que la modernidad -aún en sus vertientes políticamente regresivas- iba dejando atrás los estilemas consolidados en la cultura del Novecientos. Menos sustentable a su vez, porque los coletazos de la crisis del 29 ponían en evidencia el desfasaje entre la realidad del país y las proyecciones ilusorias que alentaban proyectos de notoria desmesura. La obra incorporaba además tecnologías sofisticadas para resolver problemas de acondicionamiento y seguridad, y lo hacía en términos de eficiencia global, superando la problemática compatibilidad de esos sistemas con el rigor formal del escenario en que se insertaban.

 Esas tensiones fueron asumidas en las últimas etapas de elaboración del proyecto -superpuestas incluso al proceso de obra-, haciendo que la supervivencia de los códigos académicos se hiciera sensible sólo en sus aspectos esenciales (composición simétrica, unidad del conjunto) y a través de una formalizaron libre de toda retórica ornamental, sin perder por ello -o tal vez afirmando- el efecto monumental que sus comitentes esperaban. Ese estar montado entre dos tiempos históricos hizo que el juicio “culto” sobre la gran obra de Veltroni, fuera casi siempre distante y ambiguo. Creo que la significación del edificio sede del Banco de la República va más allá de la valoración de la obra en términos disciplinares, para convertirse en una metáfora de lo que fue y sobre todo, de lo que aspiró a ser el Uruguay del primer tercio del siglo XX (y todo había empezado con el encuentro casual de Batlle y Veltroni en la piazza di Ferrari, en 1907).  

----------------------------------------------------------------- (*) El texto forma parte del trabajo “Los aportes italianos en el ámbito de la arquitectura uruguaya (1830-1950)”, incluido en el libro “América Latina y la cultura artística italiana: un balance en el Bicentenario de la Independencia Latinoamericana”, coordinado por Mario Sartor y editado por el Istituto Italiano di Cultura / Buenos Aires, marzo 2011.

 NOTA AGREGADA AL TEXTO ORIGINAL.

En la edición del diario “El Siglo” de fecha 7 de agosto de 1908, consta que se presentaron seis proyectos al concurso convocado para construir en el Prado un Hotel y Casino en sustitución del local existente en el mismo sitio, y se da cuenta de la pronta resolución del Jurado, formado por el doctor Lapeyre, el ingeniero Foglia y los arquitectos Vásquez Varela y Carré. El fallo se publica dos días más tarde, resultando ganador “el arquitecto alemán Jules Knab”. El segundo premio correspondió a los arquitectos Bartolomé Triay y Alfredo Jones Brown, y no existe ninguna mención a Veltroni, recién llegado a Montevideo. Su vínculo con el proyecto probablemente pudo concretarse a partir de su sociedad con Knab y ya en la etapa de elaboración del proyecto ejecutivo (que presenta variantes importantes respecto a la propuesta de 1908).

La obra intentó ser inaugurada el 18 de agosto de 1912, Al respecto diría el matutino "El Siglo": "Tiene lugar hoy a las 3 p.m. el acto de incorporación de la ex quinta de don Miguel Sienra en el Prado al dominio municipal, como así mismo la inauguración del hermoso edificio que para hotel se ha construido en ese paseo, de acuerdo con los planos que en oportunidad preparó el malogrado arquitecto Knab".

Lo de "intento de inauguración", convertido en inauguración frustrada, surge de la nota publicada en "El Día" el lunes 19 de agosto, dando cuenta que "a causa del mal tiempo fue suspendida la fiesta que debía realizarse ayer en el Prado con motivo de la anexión de la quinta Sienra a aquel paseo público, al mismo tiempo de la inauguración del nuevo edificio Restaurant-Casino" Consta allí que la Junta resolverá la nueva fecha, y como nota curiosa, se hace saber que "todos los elementos preparados por la Confitería del Telégrafo (...) para el buffet de ayer, fueron repartidos entre los establecimientos de beneficencia, Asilo Dámaso Larrañaga, Hospital Peryra Rossell y Hospital Maciel". Un "mal tiempo" entonces con imprevistas consecuencias: malas para algunos, buenas para muchos...

 

Casi un mes más tarde, el 15 de setiembre, "EL Siglo" haría referencia "a la toma oficial de posesión de la ex quinta de don Miguel Sienra y la inauguración del edificio del Restaurant-Casino del paseo, construido de acuerdo con los planos formulados por el malogrado arquitecto Knab". No hay constancia de un nuevo buffet.

 En el edificio -proyectado no como Hotel, sino como Restaurant-Casino- sólo aparece el nombre de Jules Knab como proyectista. Vistos estos antecedentes, habrá que seguir investigando para poder dar fundamento a la supuesta participación de Veltroni en el proyecto del Hotel del Prado.

 IMAGEN DE PORTADA: página de "El Siglo" del 7 de febrero de 1912; arriba a la izquierda, el proyecto de Veltroni (lema "13").

 NOTAS



(1) C. LOUSTAU, Influencia de Italia en la arquitectura uruguaya, cit. pp. 51-60.

[2] A. BONA, D. GALLO, Imágenes de Juan Veltroni. Un arquitecto florentino en el Uruguay del 900., Montevideo, Instituto Italiano de Cultura, 2005 

(3) “La Comisión, muy a pesar suyo tuvo que proceder de inmediato a la eliminación del proyecto 13, por carecer notoriamente del número de planos pedidos por el programa, aún cuando las manifestaciones artísticas que contiene, sobre todo en fachada, le habían producido muy excelente impresión”. Texto incluido en el Fallo del Jurado de fecha 14 de abril de 1912, antes citado. En el libro de Bona y Gallo (página 64 y siguientes) se dice: “1912 es el año de gloria para este joven arquitecto florentino emigrado. Su proyecto para el futuro Palacio de Gobierno es galardonado con la Medalla de Oro entre los numerosos que se presentaron en el certamen organizado por la Presidencia de la República.”. No fue así que ocurrieron las cosas, y ese error se ha repetido luego en otras publicaciones. 

(4) El proyecto ganador de la segunda convocatoria del  Concurso Internacional para la Sede Central del Banco de la República (1918),  lo realiza junto con el arquitecto Genovese. En la posterior reformulación y ampliación del proyecto y en su desarrollo ya en fase ejecutiva, Veltroni se asocia con Raúl Lerena Acevedo, con quien también participa en el concurso del año 1925 y realiza otros trabajos en común (caso de la urbanización del balneario San  Rafael, en Punta del Este).

 

 

 

 




28.05.2011 21:42

 

En octubre de 2008, tomando como referencia la polémica suscitada por el anuncio de demolición de la casona entonces existente en la esquina de Benito Blanco y Jaime Zudáñez, el arquitecto Julio Villar Marcos intentó promover un debate sobre esas circunstancias y su proyección a futuro. Decía entonces:

 

"Es indudable que la preservación de los testimonios culturales del pasado es necesaria en cualquier sociedad humana evolucionada. Es evidente también que esa conservación de los testimonios edificados del pasado, dada la forma en que se desarrollan las ciudades, se torna a veces dificultosa, mayormente en países en los que los recursos económicos no son abundantes. Corresponde entonces reflexionar sobre las prácticas de conservación que se aplican actualmente para decidir si son adecuadas o si deben ser reformuladas para adaptarlas a las nuevas realidades". 

La convocatoria a la reflexión tuvo escasa respuesta (*), y la demolición anunciada no tardó en concretarse. Treinta meses después, la historia vuelve a repetirse, ahora con dramatismo acentuado. El pasado 19 de mayo el semanario Búsqueda incluyó una carta del arquitecto Conrado Pintos, motivada por la inminente demolición de dos casas gemelas que en 1946 construyera Román Fresnedo Siri -uno de nuestros mayores arquitectos- en la avenida Ing. Luis Ponce, a pocos metros de la calle Palmar. "Otra vez. Una más. Otra vez una operación destinada a enriquecer a un promotor empobrece al colectivo y una vez más una iniciativa prescindible supone la desaparición de un ejemplo de calidad". Así empieza la nota, que concluye con constancia de su  "Indignación ante el incontenible avance de lo banal pisoteando torpemente la sabiduría que otros construyeron". Y cosa curiosa, uno podía leer el conceptuoso texto -también publicado en EL País y en otros medios-, al tiempo que observaba el avance de los trabajos de demolición y el inicio de la construcción de la casilla de obra (**). Algo está funcionando mal entre nosotros.

Imaginemos otro escenario. Imaginemos que la Academia, la Comisión de Patrimonio y otros involucrados en estas cuestiones, hacen bien su tarea y logran que un edificio al que se atribuye una significación particular, cuente con la protección legal correspondiente; esto es: formando parte del listado de bienes protegidos según la ley 14.040 (poco más de 600 a la fecha), o en su defecto, quedando incluido en una "lista indicativa" de bienes con potencialidad de protección. Supongamos también que la alta valoración del bien no queda limitada a un grupo de expertos o conocedores, sino que ese "patrimonio cultural" pueda ser asumido por capas más amplias de la población. Supongamos también que ha sido objeto de un relevamiento detallado, condición básica de toda catalogación.

Dando por bueno ese escenario simulado -muy distante del real, bien lo sabemos-, la situación sería igualmente problemática ante la opción de demolición y obra nueva, ya que la ley vigente habilita al propietario del bien declarado "monumento histórico" a solicitar, en cualquier momento, su expropiación (***). Y mientras siga vigente el artículo 32 de la Constitución de la República, esa expropiación dará lugar a una "justa compensación", condición que también regirá aún en el marco más amplio de la ley Nº 18.308/08 de "Ordenamiento territorial y desarrollo sustentable".

El Estado no ha tenido respuesta para atender esas situaciones, con la consecuencia curiosa de que la mayor parte de las construcciones privadas que hoy forman parte de nuestro acervo patrimonial, se integraron al dominio público antes de aprobada la ley 14.040. Y por igual motivo, en las últimas décadas la Comisión de Patrimonio ha estado de hecho impedida de formalizar una declaración de protección formal con relación a un bien de propiedad privada, vista la inexistencia, tanto de un respaldo económico que atienda un posible reclamo de expropiación, como de medidas compensatorias alternativas de incidencia efectiva.

La fragilidad de las políticas de protección patrimonial se vio además paradojalmente potenciada por el nuevo escenario resultante del Plan de Ordenamiento Territorial de Montevideo. Ocurre que la decisión, en todo sentido positiva, de concentrar el crecimiento edilicio en torno a los grandes estructuradores urbanos, determinó el alza del valor de construcciones de uno o dos niveles situadas sobre las principales vías de circulación de la ciudad, dado que el nuevo contexto normativo alentaba una altura de edificación varias veces mayor. La respuesta adecuada a nivel de los organismos de protección patrimonial, hubiera consistido en realizar un relevamiento de los casos de posible afectación (situación notoria de las viviendas de Fresnedo, ahora tardíamente "puestas en valor"), cosa que por lo menos hubiera servido para alertar sobre las consecuencias de seguir manteniendo una actitud distante y pasiva sobre estas cuestiones. Pasó el tiempo y poco o nada se hizo.

Así las cosas, debería estar claro que, sumado a los múltiples factores que dan pie a las situaciones antes descriptas, una cuestión central tiene que ver con el contexto institucional y legal en el que se dirimen los desencuentros entre intereses públicos y privados, siendo de toda evidencia que ese marco de referencia hoy hace agua por todos lados. Se viene reclamando su reformulación desde hace más de una década, pero ahora -por suerte- hay señales que alientan la esperanza de poder contar con una ley de Patrimonio actualizada en  conceptos y procedimientos, y con gestión económicamente sustentable, que permita afrontar en mejores condiciones los problemas que hoy parecen no tener solución.

Es de esperar que el proceso en curso se profundice y acelere, porque además de las razones expuestas, el país ha contraído un compromiso fuerte al presentar este año -junto a otras cinco propuestas-, la candidatura de la arquitectura renovadora uruguaya como Patrimonio de la Humanidad. Muy mal se verá en UNESCO que al tiempo que se incluye en su "Lista Indicativa" un conjunto de obras merecedor de su consideración, las medidas de protección en el ámbito interno sean sencillamente impresentables.

Y ¡atención!, porque una obra mayor de Fresnedo, la vivienda Barreira-Risso en la esquina de Bulevar Artigas y Guaná, está a la venta. Si los nuevos propietarios se ven tentados por el ejemplo de la avenida Ponce, ¿su condición de "bien de interés municipal" será protección suficiente, o tendremos otra vez en simultánea, cartas y demoliciones?. Ya sería demasiado.

NOTAS:

(*) Ver una de ellas en http://blogs.montevideo.com.uy/hnnoticiaj1.aspx?24757,

(**) La foto de portada se tomó en la misma fecha de publicación del artículo en Búsqueda

(**) Art. 290 de la ley Nº 17.296.- Sustitúyese el inciso segundo del artículo 12 de la Ley Nº 14.040, de 20 de octubre de 1971, por el siguiente: "Declárase de utilidad pública la expropiación de los bienes designados monumentos históricos. Sus propietarios podrán solicitar, en cualquier momento, la expropiación de los mismos al Poder Ejecutivo, el que podrá acceder a lo solicitado o, en caso contrario, y en un plazo de ciento ochenta días, dejar sin efecto dicha declaración. Vencido el plazo y no habiendo pronunciamiento del Poder Ejecutivo, se tendrá por decretada la expropiación de pleno derecho, siguiéndose los trámites de oficio".

 



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