acerca de patrimonios varios
algunas reflexiones sobre nuestros "lugares de la memoria"

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MIS ARTICULOS

06.06.2012 23:56

Tiempos difíciles y frustraciones varias

 

Muerto en el año 1810 cuando los trabajos en la planta alta recién se iniciaban, no llegó Toribio a ver terminada esa etapa de la obra, por lo que  la composición, textura y color del revoque en cuestión se mantuvieron a nivel de proyecto a futuro, nunca conocido. Su hijo José, de 16 años en ese entonces y sin otra formación que aquella que su padre pudo brindarle (acompañada de un bagaje documental -proyectos incluidos-, seguramente rico), asume en 1830 el cargo de Maestro Mayor de la novel República, el mismo que detentara su padre en tiempos coloniales. Retoma entonces trabajos pendientes en la planta alta y los adelanta sin llegar a completarlos y sin avanzar sobre las fachadas, siendo probable que el día de la Jura de la Constitución éstas presentaran realmente el aspecto que muestra Blanes Viale en su famosa evocación histórica, con protagonismo de ladrillo y piedra.

 

Cuando en el año 1858 muere José Toribio, recién se había podido ocupar la Sala de Representantes sobre el ala de Sarandí dos años antes y todavía seguía el edificio sin su coronamiento (cornisa y pretil perimetral, más el frontón en el eje de acceso), con el consecuente mantenimiento de la situación inacabada de los entrepaños de fachada. En ellos, los “rústicos” de ladrillo y piedra sólo habían recibido, a manera de protección provisoria y con intención de regularización de su aspecto, “una lechada de cal o un ligero revoque”. De ese estado da cuenta el dibujo acuarelado  que en ese mismo año hacen los franceses Aulbourg y Rabú, apuntando éste al respecto: “El cabildo tiene gris la piedra y el fondo así…; y complementa Pérez Montero a la vista del croquis original “en cuanto al así en la acuarela aparece de color rosado claro, indicándose al parecer, algunas hiladas de ladrillo aparente”.

 

Primera conclusión fuerte: desde el inicio de los trabajos  (1804) y hasta el año en que muere José Toribio (1858), los dos responsables principales de la obra pudieron ver en los entrepaños sólo el “rústico” con el ladrillo a la vista -con la piedra como complemento puntual- o protegido provisoriamente con un encalado o un revoque “chirleado”. Todas situaciones propias de una obra en dilatado proceso de construcción; nunca una solución definitiva.

 

El Cabildo por fin terminado, con clara lectura (al gusto de la época)

 

Ya en 1860 hubo moderados avances que permitieron mejorar a todos respectos el interior y exterior de esa casa Central”, pero habría que esperar a los últimos años de esa década para ver la obra terminada,  existiendo sobre este punto amplia constancia histórica. Valga por ejemplo la nota -citada por Pérez Montero- que en febrero de 1869 el Jefe Político Manuel Pagola envía a José Bustamante, entonces Ministro de Gobierno de Lorenzo Batlle: “El edificio de esta casa central ha recibido una reparación completa, tanto en su exterior como en el interior, hecha exclusivamente con fondos de Policía. En el exterior se ha hecho picar toda la piedra y revocar la parte de material que tenía, concluyendo el frontis y toda la cornisa que da a la Plaza y a la calle Sarandí”.

 

¿Cómo lucían las fachadas del Cabildo luego de un proceso de construcción de más de 60 años? Tal como lo muestran las fotografías tomadas a partir de 1870: en piedra gris la trama ordenadora y el motivo monumental del acceso, en los términos próximos a los proyectados por Toribio; en revoque “imitación piedra” todos los trabajos realizados en el nivel de coronamiento, más chambranas, jambas y dinteles de vanos sobre la calle Sarandí; y en todos los entrepaños, un revoque de cal que marcaba un contraste radical con los elementos de piedra. No se conocen responsables directos de esos trabajos, pero no existe la menor duda en cuanto a la total despreocupación que demostraron respecto a la fidelidad con la herencia de Toribio, ya que al tiempo que generaban esa presencia propia de una iglesia de Ouro Preto, eliminaban los escalones tallados por Fulgencio Abril sustituyéndolos por huellas y contrahuellas de mármol de Carrara, e incorporaban una baranda de hierro con diseño propio de la época, cerrando además el espacio de la escalera -abierto hasta ese momento, tal como consta en el relevamiento de Capurro- con una claraboya y un vitral  decorado, en línea con lo que años después haría Santos en su “palacio”.

 

Queda claro que en estos tiempos, nadie se había propuesto “volver a Toribio”. Otros vientos soplaban, llevándose lejos los consejos que Felipe II diera a su arquitecto del Escorial: “Sobre todo no olvides lo que te he dicho: simplicidad de formas, severidad en el conjunto, nobleza sin arrogancia, majestad sin ostentación”, paradigmas a los cuales Toribio seguiría fiel en todas sus obras y proyectos. Muy notoriamente en el Cabildo y no menos en la fachada de la Iglesia de San Francisco en Buenos Aires, en la reconstrucción de la iglesia de Colonia del Sacramento, el frustrado proyecto de la Casa de Misericordia o el Hospital Maciel, finalmente concretado por su hijo a partir de 1825.

 

Del revoque contrastante al revoque imitación piedra

 

Debilitada -o mejor, agotada- la herencia neoclásica en la segunda mitad del siglo XIX, y generando confusión su origen colonial en tiempos de afirmación “nacional”, nada tiene de extraño que el énfasis puesto en contrastar los materiales de fachada con resultados apartados de la “severidad” propia de la visión original, no mereciera crítica alguna. Y así siguieron las cosas hasta que ya en la primera década del siglo XX, instalados fuertemente nuevos paradigmas de apreciación -y nuevos materiales, caso del cemento portland- el “revoque imitación piedra” se convirtiera en una opción difícil de ignorar, afirmada por reglamentaciones municipales cuyos efectos serían comentados irónicamente por el arquitecto Román Berro.  (“La ciudad gris”, artículo publicado en la revista “Arquitectura”/ años 1916-17, Nº 21). Cuando  se coloca en la fachada la placa de mármol y bronce que conmemora el centenario del Cabildo Abierto de 1808, ya el revoque “contrastante” había sido sustituido por el que llegó a nosotros, un revoque de cal, tierra romana y portland, cuidadosamente relevado en 1925 por los estudiantes del curso de Topografía de la Facultad de Arquitectura,

 

Sin mayores especulaciones teóricas se tuvo por bueno incorporar el revoque “imitación piedra” (en nueva versión del ya usado a fines de la década del 60 para completar cornisa y pretil perimetral, etc.) contemporáneamente utilizado en el Hotel Carrasco, en el Hotel Colón, en el Palacio Taranco y en otras grandes obras de la época, arrastrando en el caso del Cabildo la impronta formal del buñado. Y con esa imagen, de tonos grises, fue el Cabildo “lugar de memoria” durante más de un siglo, y lo fue sin que nadie fundamentara la decisión adoptada en un acercamiento a las ideas de Toribio (aunque más cerca estaban…). Como había ocurrido antes en los 60, mal podrían hacerlo, ya que el propio intendente de Montevideo promovía en ese tiempo, con total convencimiento -y plena receptividad de la prensa- el impresentable proyecto de Augusto Guidini para agregar un piso al Cabildo, y maquillarlo además al gusto exuberante de la época hasta hacerlo irreconocible.

 

Imagen de portada: el dibujo acuarelado de Aulbourg y Rabú (1858)SIGUE EN PARTE (III)

 

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06.06.2012 23:55

Tiempos de profundización del análisis histórico-patrimonial, y en algún caso, de revisionismo nada convincente

 

En el entorno de 1950 la cuestión patrimonial adquiere entre nosotros una particular relevancia. En ese contexto se abre una instancia de reflexión crítica sobre el Cabildo, su historia y la materialidad heredada, teniendo por principales referentes a Carlos Pérez Montero y Juan Giuria, a través de dos obras editadas ese año: “El Cabildo de Montevideo” del primero y “La Arquitectura en el Uruguay” del segundo. En ambos casos, se trata de un aporte de valor inapreciable que merece el mayor reconocimiento… pero que no está exento de errores, algunos muy significativos con relación a su influencia sobre la visión “oficial” de los trabajos de reconstrucción actualmente en proceso, ya que nace allí la idea de un ladrillo rojo original y de la pertinencia de volver a entrepaños blanqueados.

 

Cito de sus libros: “creemos que ha llegado ahora, el momento de volver a dejar las cosas tal como fueron proyectadas por Toribio, dejándose el ladrillo rojo a la vista o pintándolo con una lechada de cal o con portland blanco, si es que no se desea la policromía” (Pérez Montero). Haciendo referencia al año 1812, cuando una primera etapa de obra estaba terminada y el edificio ocupado casi en su totalidad, dice Giuria: “La fachada principal, en esa época, debía tener el aspecto que le ha dado el pintor Pedro Blanes Viale en su gran cuadro existente en el Palacio Legislativo (…), los entrepaños eran de ladrillo y sin revoque”. Si Blanes Viale hubiera hecho un mejor detalle de esa fachada -cosa que obviamente su obra no exigía-, mostraría los entrepaños de ladrillo como hoy podemos verlos tras los cateos realizados, esto es, como un típico “rústico de obra” de impensable apariencia como superficie vista, pronto para recibir una capa final de revoque exterior, trabajo que recién llegó a concretarse casi cincuenta años más tarde, transformando en permanente una solución que sólo tenía una función provisoria y sin que mediara en esta instancia la menor preocupación por ser fieles a Toribio.

 

Segunda conclusión: las hipótesis de los entrepaños de ladrillo rojo como solución original o del blanqueado como alternativa pertinente, no tienen el menor asidero (pero sin duda, calaron fuerte)

 

Otra vuelta de tuerca, inspirada en “volver a…” (cuándo todavía no tenía adeptos la metáfora del palimpsesto).

 

Entre 1957 y 1959 se realizaron nuevos trabajos a efectos de acondicionar el Cabildo para su nueva función de Museo Histórico de la ciudad, con la idea rectora de volver a la imagen primitiva, por lo que eliminaron huellas y contrahuellas de mármol y reconstruyeron la escalera en piedra, imaginando como hubiera sido la que proyectó Toribio y labró Abril, ya que después de 90 largos años se había perdido de ella toda memoria o referencia documental. Se retiraron baranda, claraboya y vitral, y haciendo como si fuera “de primera vez”, un cerramiento superior abovedado. Al igual que en el trabajo realizado años antes en la fachada sur de la Matriz, ahora se suscitaron fuertes polémicas, pero cosa curiosa, cuando el lema del momento era “volver a Toribio”, los radicales planteos de Pérez Montero y Giuria sobre el revoque exterior no fueron atendidos, y la denostada -por ellos- imitación piedra siguió durante más de medio siglo sin volver a estar sobre la mesa de los “patrimonialistas”.

 

Un proyecto seriamente estudiado, un escenario alentador…y los riesgos innecesarios que se impone evitar.

 

Esa cuestión recién se retoma en nuestros días, con razón justificada y buenas posibilidades de corregir errores o insuficiencias del pasado, ahora que ya nadie puede invocar con fundamento la vuelta al “ladrillo rojo a la vista”, ni tampoco asumir el revoque “contrastante” como una solución en sintonía con el pensamiento de Toribio y su escuela, con ventaja descalificadora sobre la “imitación piedra”, aunque todas estas propuestas fueran alentadas por dos de nuestros mayores historiadores de arquitectura.

 

Hoy se ha tomado la decisión de reconstruir ese revoque centenario ya muy deteriorado, corrigiendo además patologías que se han ido agravando con los años. Una decisión en todo sentido justificada, respaldada además por un trabajo de análisis riguroso de la materialidad y la historicidad del bien, que tuvo por protagonista al arquitecto Daniel De León. Su trabajo es digno del mejor reconocimiento y es seguro que habrá de convertirse en referente de futuros emprendimientos en el área patrimonial. Pero su análisis, en tantos aspectos impecable, ha quedado en parte condicionado por las visiones sesgadas de Pérez Montero y Giuria, por lo que en definitiva analiza bien, habilita un ordenamiento del trabajo en obra sobre parámetros de nivel internacional… pero en función de lo antes expuesto, creo que concluye mal

 

Fundamenta su análisis en “los argumentos manejados desde los años cincuenta por los arquitectos Carlos Pérez Montero y Juan Giuria respecto a la necesidad de revisar el revoque imitación símil piedra utilizado en los entrepaños a los efectos de destacar la presencia de los elementos de piedra por contraste”; constata que “el revoque de las fachadas del Cabildo ha sido ejecutado en varias oportunidades, lo que se reafirma con los ensayos, análisis y cateos realizados”; expone la certeza de que el revoque actual no es el original” -cosa por demás evidente-, y en función de un extenso fundamento, propone “retirar el revoque símil piedra existente y deteriorado”, y en línea con sus referentes históricos “revocar los entrepaños y los paramentos de las fachadas de mampostería logrando contraste con los elementos de piedra”. Termina ilustrando este planteo con una imagen donde “los entrepaños de mampostería aparecen revocados con un mortero de color más claro sobre el cual se recortan, destacándose, los elementos de piedra que le dan expresión a la fachada”. Pérez Montero y Giuria se sentirían muy halagados por este renacimiento de sus ideas, pero no parece que este imprevisto protagonismo haga olvidar, en los aspectos marcados, sus errores y limitaciones.

 

Un tiempo -corto- para aclarar las ideas y los fundamentos de la intervención proyectada (y ajustar lo que corresponde ajustar)

 

En realidad, estamos a escasos pasos de resolver la cuestión, si logramos plantearla en términos correctos. Se hará sin duda un nuevo revoque, pero: ¿tenemos un compromiso con el pasado que nos impone convocar al espíritu de Toribio para que nos revele composición y color del que él había proyectado y que nunca conocimos? O bien, ¿podemos prescindir de esos devaneos y hacer las cosas como nos parezcan más adecuadas a la luz de técnicas, procedimientos y valoraciones propias de nuestra época, sin perder el intento de crear una unidad formal coherente? Creo que la pertinencia  de la respuesta está condicionada por la particular significación patrimonial del bien, y en ese contexto, se impone mantener la continuidad de un hilo histórico, afirmando la significación de la obra de Toribio como referente de una identidad trasplantada (pero en nuestro caso, referente neto) que no debería admitir apartamientos del “núcleo duro” de la teoría y la práctica en que llegó a concretarse. En ese sentido, estamos enfrentados a la posibilidad excepcional de superar las debilidades de todas las intervenciones anteriores de reconstrucción, poniendo en valor -y agregando valor- al “buque insignia” de nuestro patrimonio.

 

Habrá que profundizar análisis, intercambiar ideas y dar precisión a las manejadas por los responsables del emprendimiento. Es probable que se llegue como solución de consenso a un revoque con color incorporado que dialogue armónicamente con la piedra granítica sin mimetizarse con ella, superado el espejismo de un revoque contrastante, idealizado además erróneamente como “una vuelta a Toribio”. Como esta es una opinión sobre un tema discutible… pues habilitemos ese necesario debate, antes de que sea demasiado tarde y nos encontremos con hechos consumados, configurando una situación de “patrimonio en peligro”. No lo merece el Cabildo, ni la ciudad ni su gente. Tampoco quienes han orientado este proceso, discutido en sus resultados, apreciado en  todo lo demás.

 

Confiemos en que las cosas se irán encarrilando, y una vez acordado un criterio de intervención en las fachadas del Cabildo que no de la espalda a su significación histórico-patrimonial, estaremos en condiciones de abordar el contenido posible de un edificio desde hace décadas alejado en dimensión sideral de sus potencialidades. Allí si que habrá una referencia neta y un “lema” seguro: “Volver a Gómez Ruano, Arredondo y Pivel”, y a partir de allí, avanzar en la construcción de un museo de estos tiempos, convertido en  referente icónico de la ciudad.

 

Montevideo, 6 de junio de 2012




26.04.2012 21:29

 

Habían pasado poco más de 2 décadas desde la forzada fundación de Montevideo -“plaza fuerte” y con el tiempo “puerto de mar”-, cuando el  ingeniero Diego Cardoso daba los últimos toques a la puerta de la Ciudadela y se aprestaba a completar el cierre de la línea de tierra de la península.… montándose sobre el borde del trazado de Millán (32 manzanas que habían crecido hacia el este y empezaban a dividirse, ya no en 2 o 4 padrones sino en 8, y a poblarse con humildes construcciones de barro, paja y cuero). Era un escenario propio de un emprendimiento fundacional en las orillas del mundo, marcado por el protagonismo de una geografía sugerente y por un modelo de ocupación de rígido esquema: una cuadrícula apenas animada por la presencia de la plaza mayor, antesala pública de la iglesia matriz y la casa capitular, ambas tan precarias como su entorno. Y por un cerco amurallado mal ubicado y no mejor construido, que ahogaría el futuro crecimiento…

 

Mientras Montevideo era todavía un proyecto en proceso de consolidación -y ya con problemas-, Roma, capital de la cultura barroca, era el centro de referencia de los primeros tour-istas, élite intelectual de la Europa de aquellos tiempos, atraída por los fulgores de una “escena urbana” notablemente calificada. Allí un arquitecto y cartógrafo de justa fama, Giambattista Nolli, daba cuenta de las virtudes de ese palimpsesto excepcional, construyendo un plano casi tan ambicioso como el que pergeñaran los cartógrafos del cuento de Borges. No tendría su grabado la extensión de la ciudad -aunque ocupa en sus 12 planchas casi 44 metros cuadrados-, pero es un relevamiento iconográfico minucioso y admirable, con una característica agregada muy peculiar: los edificios de uso público o semipúblico aparecen dibujados con detalle de sus plantas bajas y con un tratamiento en continuidad con el área exterior. En ese contexto, el espacio público se percibe tal como lo vivimos, ampliada la traza habitual de calles, veredas y plazas, penetrando en pórticos, iglesias, teatros, cafés, tiendas y restoranes. La ciudad era una fiesta y el espacio público su protagonista. El plano de Nolli era su fiel reflejo. Y como lógica consecuencia, también una obra de arte, presentada al público en el año 1748 y luego reeditada en colaboración con Piranesi.

 

Doscientos años más tarde, Montevideo hubiera merecido un plano semejante. No era, obvio es decirlo, un escenario comparable a aquel en el que competían Borromini y Bernini, pero salvando las diferencias -algunas favorables, como la convivencia democrática de sus habitantes y el sentido de equidad de sus políticas públicas-, era a su escala, una “ciudad modelo”, siendo particularmente apreciable la extensión y calidad de los equipamientos y espacios públicos, así como los modos habituales de su apropiación, típicos de una sociedad, al decir de Real de Azúa, “hiperintegrada”.

 

Muchas cosas habían cambiado desde los tiempos en que Diego Cardoso pensaba estar construyendo “una Cádiz en Indias”. Apenas constituida la República la trama original había saltado -y demolido- esa barrera, y se extendería luego, y hasta nuestros días, a manera de fotocopia fraccionada e incontrolada. No faltaron los intentos de ordenamiento -varios decretos de zonificación de actividades, el trazado de bulevar Artigas, el plan del francés André y otros- pero el episodio de mayor significación ocurrió hace casi exactamente 100 años, cuando en 1911 el gobierno convoca a un concurso público internacional para la elaboración de un plan de ordenamiento urbano que incluyó el trazado de avenidas, parques y jardines- y el mejoramiento de los existentes-, más la ubicación de 15 edificios públicos, al tiempo que plazas de deportes y escuelas públicas de primer nivel se instalaban en los barrios de la ciudad.

 

En ese programa que hoy llamaríamos “de arquitectura y urbanismo para la integración ciudadana” está el cimiento de las operaciones de gestión territorial socialmente “sustentables” que dieron por resultado la ciudad que en 1941 el fotógrafo de LIFE Hart Preston registraría en una amplia secuencia -hoy felizmente accesible vía Internet-, en la cual destaca con brillo propio la arquitectura de la época, pero sobre todo, la calidad de los espacios públicos, su presencia decorosa y su uso gozoso e irrestricto. Una condición que se afirmaría a lo largo de los años 40.

 

Tras casi una década de crecimiento, un Nolli para el Montevideo del entorno de 1950 agregaría a calles y plazas la planta de la Estación Central y de los varios “mercados” que, descontando pérdidas, son aún orgullo de la ciudad. Estaría la “Pasiva” en la que se extendieron las mesas del café Británico cuando Capablanca  -dicen, el Mozart del ajedrez- diera en ellas lecciones de su arte, y los “Sorocabana” aparecerían como lo que en realidad fueron: plazas techadas, accesibles al bajo costo de un café.  Un igual escenario se vivía no solo en “el centro” y en el “boulevard Sarandí”, sino en “las capitales de los barrios”, y en las viviendas en torno a patios que proliferaban en la ciudad, no era usualmente la puerta de acceso el límite entre lo público y lo privado, sino la más discreta “puerta cancel”.

 

Una soñada “ciudad modelo” en línea con un pensamiento social “avancista”, había podido consolidarse de tal forma, que bien podía imaginarse una interacción cada vez más estrecha entre las formas de convivencia democrática que la sociedad asumía en una perspectiva de creciente equidad y ese escenario acogedor de la vida ciudadana. Pero no todas eran flores en esos tiempos, bien se sabe. Hacia 1952 aparecían los primeros síntomas de una situación estructural problemática. Las inercias del pasado y el contexto internacional de nuevo favorable jugaron fuerte e hicieron que los años 50 mostraran engañosos signos de crecimiento, concentrando inversiones y calificando el área costera, al tiempo que la trama hasta entonces consolidada empezaba a dar signos de debilitamiento y expansión descontrolada. Creció Pocitos; también Vista Linda y El Dorado …, también los “cantegriles”

 

Muchas cosas han cambiado en Montevideo en las 5 décadas comprendidas entre el alerta puntual de un “paralelo 38” en el puente del Pantanoso y el país salvado al borde del colapso en el 2002. Siguió a esto  una nueva década de crecimiento, igual y mejor a aquella de los años 40, pero los valores más significativos del escenario heredado son todavía los mejores valores del Montevideo en que vivimos. Sería absurdo ignorar o subvalorar todas las cosas que se agregaron con signo positivo, pero no lo sería menos el desatender el resultado de una tendencia de fragmentación  creciente. Ahora el espacio público ya no se percibe como una trama abierta y continua en la que equipamientos y servicios son asumidos como parte de un sistema integrado y de uso no segregado (o por lo menos, no dominantemente segregado), sino como el área residual de un sistema caracterizado por circulaciones que conectan lugares “seguros” en los que se concentran actividades antes dispersas (de producción o servicios), con otros lugares “seguros” donde la transición entre lo público y lo privado suele ser una gruesa reja…

 

El modo “country” de resolver las áreas de vivienda -sea a escala elitista, media o popular, incluyendo buena parte de las cooperativas- va ganando terreno y hoy convive con zonas intermedias deprimidas (un recorrido por Fernández Crespo y Gral. Flores puede ser tan desmoralizador como aleccionante), y con el avance de ocupaciones y asentamientos, ahora con riesgo de ser “asentados” al margen de una trama de potencialidades desaprovechadas, cada día más difícil de mantener. Y por si eso fuera poco, el viejo escenario empieza a pasar facturas…, y a caer los árboles añosos.

 

¿Hacia dónde vamos? Hacia profundizar un declive de medio siglo, olvidando lo que fuimos y tuvimos (hablo de un largo proceso, no de una administración municipal particular); hacia asumir como inexorable la existencia conflictiva de varias ciudades en una, o por el contrario, a volver a sintonizar con el espíritu creador de abuelos y bisabuelos, y alentar un espíritu de concertación que permita rescatar lo mejor del pasado. En particular y prioritariamente, un espacio público calificado, “condensador” de la vida ciudadana, con plena conciencia de que no habrá proyecto democrático consolidado si el espacio público se descuida, se fracciona, se hace inseguro, si deja de ser -o aspirar a ser- el espacio de todos.

Encarrilado ese proceso, ya habrá un nuevo Nolli que sepa registrar los resultados.

 

Publicado en la revista ARTE de El País digital con fecha 21.04.12

 

IMAGEN DE PORTADA:  poco tiempo atrás, este era uno de los espacios de la ciudad con mejor resolución de la articulación entre lo público y lo semi público. La plazuela informal y el pórtico de la iglesia de Punta Carretas tenían una sintonía amigable y generosa que aportaba a la ciudad un valor calificado.

Lo que fuera por décadas un lugar grato, hoy es inseguro; luego, una pesada reja lo ha fraccionado brutalmente (de un lado la circulación, del otro, apenas un encierro), y entre otras consecuencias, el diálogo entre el Santo y el parroquiano se ha hecho más difícil...




13.04.2012 22:12

 

 

 

Hacia fines de los años 20, todavía eran confusos los caminos a seguir por los arquitectos para atender las demandas de “los nuevos tiempos”. En Montevideo y casi en simultáneo se construían la sede de El Día y el edificio de La Tribuna Popular;  Jorge Herrán, que había proyectado el edificio de la Aduana, retoma figurines “barrocos” para las fachadas del edificio de oficinas de Rincón y Misiones, y en 1928 dos jóvenes arquitectos, Vázquez Barriere y Ruano -éste diplomado en Beaux Arts de París y experto en “casas vascas”-, acababan de terminar la suntuosa residencia de la calle Agraciada contigua a la quinta de Berro cuando deben afrontar un programa de vivienda, oficinas y comercio teniendo como modelo los rascacielos de Chicago y Nueva York, que en ese entonces impresionaban al mundo. Claro que con una altura menor, en un padrón estrecho y entre medianeras…y obligados a sacar el máximo partido del área disponible en un emprendimiento de especulación inmobiliaria que recién las normas de higiene de la vivienda empezaban a encarrilar.

 

Tuvieron buen tino en tomar como referente el proyecto que Eliel Saarinen había presentado al concurso del Chicago Tribune en 1922, siendo notoria su influencia en el ordenamiento de los planos de fachada y muy especialmente en el remate del cuerpo principal del edificio. Pero Vázquez Barriere quiso “ver y tocar” la obras que aquí difundía la revista de la Sociedad de Arquitectos, y al hacerlo, pudo también admirar los progresos técnicos de los ingenieros. Los grandes puentes eran bancos de prueba para nuevos sistemas estructurales, y pasados los tiempos de ensayos riesgosos -el puente de Quebec, colapsado dos veces,  entre otros-, se afirmaron soluciones que empezaron a incorporarse a la construcción de edificios. Tal el caso de la viga “Vierendel” -o Vierendeel, según el ingeniero belga que la diseñó-,  que recién sería aceptada en el año 1912, pero que todavía en nuestros días sigue dando ejemplos de aplicación muy notables (caso de la torre proyectada en la década del 90 por Norman Foster para el Commerzbank en Franckfurt).

 

Hasta 1928, nadie en la América del sur había asumido el desafío de incorporar una viga de ese tipo en una obra de arquitectura. Vázquez Barriere y Ruano fueron los primeros en hacerlo. Fue en el Palacio Díaz …y les fue muy bien. A efectos de resolver la transición entre los pisos altos con destino a vivienda y las oficinas y comercios en galería de las plantas bajas, dando a estas la mayor área libre, grandes vigas “Vierendeel” corren de medianera a medianera, pero se apoyan sólo en dos pilares alejados de ellas 5 metros. Y en cada pilar, el apoyo de esas vigas–puente está resuelto a través de una articulación conformada por dos conos truncados de acero, que se tocan “dando una silueta que recuerda la del reloj de arena” (pero con un edificio arriba…).

 

En la fachada proyectada (ver en "Mis Imágenes"), el diseño de la viga frontal se hace más evidente, aunque presenta una regularidad de vanos que no era estructuralmente la más aconsejable. El proyecto final probablemente atendió a esa disfunción, pero lo que si hizo sin ninguna duda es dar a la solución estructural una expresión formal potente: la materialidad de los dos pilares de apoyo va en línea con su protagonismo, en tanto los atrevidos puntos de apoyo de la viga en los pilares quedan metaforizados por los dos grandes escudos que dominan la fachada.

 

¿A quien se le ocurriría romper ese “discurso formal”?, ¿A quién, “cortar” uno de los poderosos pilares?, justo ahora, además, cuando el esfuerzo conjunto de copropietarios e Intendencia ha renovado la imagen del edificio y devuelto a la ciudad su presencia icónica. Pues lo estamos viendo…y de hecho aceptando. No deberíamos, aunque se trate apenas de una vidriera (o justamente por eso).

 

 




01.01.2012 17:21

 

La celebración del Bicentenario del inicio del proceso de emancipación de los orientales, soslayó sus “raíces coloniales”, dejó en penumbras su vínculo indisociable con la Revolución de Mayo y recién asumió a pleno su significado cuando tuvo en su agenda la patriada de “la Redota”, matriz generadora de un sentimiento de ser “nosotros”, sentimiento abonado luego por larga gesta (todavía inacabada…). Pero el ritual fue cumplido y asumido.

 

En paralelo con las referencias a los hechos históricos de aquel lejano y fermental año 11, se fueron sucediendo celebraciones relativas a hechos más recientes, de otro año 11, no del siglo XIX sino del XX. Señalo algunas (y agrego otras):

 

  • Creación del Banco de Seguros como monopolio del Estado
  • Nacionalización total del Banco de la República
  • Inauguración del IAVA
  • División del Museo Nacional en: Museo de Historia Natural; Museo de Bellas Artes (hoy Museo Nacional de Artes Visuales) y Archivo y Museo Histórico, dependientes del Ministerio de Instrucción Pública.
  • Creación de las Estaciones Agronómicas y el Semillero “La Estanzuela”.
  • Proyecto para hacer navegable el Rio Negro y explorar su potencial energético.
  • Ley de fundación de la Comisión Nacional de Educación Física e impulso de la construcción de las plazas de deporte en los barrios de las ciudades.
  • Ley especial para el establecimiento de 18 liceos, uno en cada capital departamental.
  • Creación de la Escuela Experimental de Arte Dramático
  • Convocatoria al Concurso Internacional para el Trazado de Avenidas, Parques, Jardines y Edificios Públicos de Montevideo, base del primer Plano Regulador de la ciudad, aprobado dos años más tarde.

En febrero de 1911, una semana después de su vuelta al país, Batlle y Ordóñez decía a los estudiantes que lo saludaban frente a su casa en la calle Uruguay:

 

"Estudiantes: vosotros sois el porvenir (…) Esperad conmigo días felices para la Patria, días de grandeza, los días con que soñamos. Os invito a dar un viva. ¡Viva el porvenir!".

 

 En febrero de 1911 todavía estaban frescos los enfrentamientos del pasado, pero aprendiendo sin olvidar, los hombres de esos tiempos -cito a tres: Batlle, Herrera y Frugoni- supieron alentar la esperanza de un mejor futuro. Hoy, la rememoración de ese mojón de nuestra historia -fragua también de lo que somos-, da una densidad mayor al bicentenario que celebramos y nos hace preguntar sobre la siembra de este 2011 que ayer quedó atrás: ¿dará cosecha tan rica como la de aquellos otros años 11?.

Deberíamos asumir el desafío de lograr que así se viera en el futuro, y con esa perspectiva poder decir de nuevo ¡Viva el porvenir!




30.12.2011 22:18

Ver en la ciudad un enjambre de grúas y saber que hay trabajo a pleno en el área de la construcción, puede alentar la confianza de un mejor futuro para un escenario degradado durante décadas. Existiendo desde diciembre de 1998 en Montevideo un marco de gestión urbana de lineamientos apropiados, y habiéndose desarrollado desde los primeros años de la década del 80 una experiencia patrimonial de incidencia positiva[i], ¿por qué no suponer que el actual episodio del “boom” de la construcción podía encauzarse en términos razonables y sin peripecias traumáticas, afirmando la pertinencia de aquellos modelos de gestión?

No parece haber hoy una respuesta positiva, cuando la prensa se siente tentada de hablar del “boom de la destrucción”, al tiempo que se multiplican las expresiones de gente “indignada” por la proliferación de demoliciones. Entre ellos, no pocos académicos de nota. Y cabe agregar que esa visión crítica no queda limitada “a lo que se pierde”, sino también a lo que se proyecta construir[ii].

¿Redoblan las campanas por una causa justa? ¿Ayudarán sus repiques -a menudo post mortem- a solucionar los problemas que denuncian? Vayamos por partes. Sería muy triste que frente a una secuencia de situaciones problemáticas -o sencillamente agresivas-, no surgiera una reacción en defensa de valores compartidos tanto por el ciudadano común como por expertos y académicos. Y esto es, felizmente, lo que ha pasado. Casi sin excepción, la primera expresión pública de alarma surgió de los vecinos del lugar afectado y cobró luego una proyección mayor cuando técnicos e instituciones sensibilizados por esas situaciones, aportaron una razón fundada y lograron que sus argumentos tuvieran amplia difusión.

Hasta aquí, todo bien. La contracara de esa “movida” sin duda positiva, es que las demoliciones que se hubiera querido evitar, se concretaron sin excepción (valgan como ejemplos la casona que ocupaba la esquina de Benito Blanco y Jaime Zudáñez, las casas gemelas de Fresnedo en la Av. Luis P. Ponce, la vivienda de Br. España 2232 o la noble edificación de Circunvalación Durango y Washington). Con una acotación importante: en los tres primeros casos, los valores arquitectónicos que dieron fundamento a la sentida defensa de esos lugares, estuvieron siempre  en un estrecho ámbito de especialistas, impidiendo que el conocimiento ampliado de sus cualidades pudiera generar una demanda de potencial protección. Pequeña omisión…

 SITUACIONES COMPLEJAS

Pero supongamos que esa omisión se hubiera salvado y mejor todavía, que se hubiera concretado un nivel formal de protección a través de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación o de la Intendencia de Montevideo. Tal como están hoy las cosas, no hubiéramos avanzado mucho en tren de evitar las demoliciones anunciadas. Y eso por dos motivos: el primero, porque la discrecionalidad con la que a veces actúan los organismos responsables, relativiza la significación de las protecciones formales (tal el caso de la típica edificación de maestros constructores de la plaza Zabala, hoy demolida, antes grado 3); el segundo -y más importante-, porque la Constitución y la Ley habilitan al propietario de un bien bajo protección patrimonial a solicitar su expropiación por parte del Estado. Dado que no suele disponerse de rubros para afrontar estas situaciones -ni se ha incluido este tema en la agenda de los Ministros de Economía-, la consecuencia inexorable es que los listados de protección no suelen crecer (¡para qué agregar problemas!) y que la dolorosa secuencia de permisos de demolición y acciones de protesta seguirá en el futuro, a menos que logremos plantear el problema en términos que nos acerquen a una solución.

HACIA UNA PROPUESTA VIABLE

Exploremos en ese sentido una posibilidad que vaya más allá de la seguramente muy poco efectiva de apelar a la persuasión de los actores principales (difícilmente habrá un argumento más persuasivo que el poder hacer un edificio de doce pisos donde hoy hay sólo dos), o del estudio “caso por caso” de las construcciones anteriores a determinada fecha (un procedimiento en el que la discrecionalidad resolutiva se lleva a un límite riesgoso). He aquí un ejemplo, sintetizado en los pasos que siguen:

a)   coordinando esfuerzos entre Facultad, Intendencia y Comisión del Patrimonio, realizar un relevamiento de las construcciones a las que se atribuye un potencial valor patrimonial, condición hasta entonces no considerada o no formalizada

b)   el listado resultante y las fichas correspondientes se incorporarán al ámbito de gestión de la Comisión en carácter de Lista Indicativa. Allí, en un plazo máximo de seis meses, se confirmará la pretensión original, pasando el bien a integrar el listado oficial de protección, o en su defecto, perderá la posibilidad de esa opción.

c)    cumplida esa instancia, en el caso de haberse denegado un permiso de construcción o demolición, se iniciará el procedimiento de expropiación cuando recibida la solicitud de iniciar ese procedimiento, estén dadas las condiciones para dar una respuesta positiva. De no existir esas condiciones, pero sí la voluntad de que el bien mantenga su perfil patrimonial, la situación se pondrá de manifiesto con adecuada difusión, haciendo saber que el agente público o privado que pueda acceder a la propiedad del bien -mediando una erogación similar al precio de expropiación, cuyo trámite seguirá la vía regular- podrá disponer de seductoras ventajas económicas (rebajas sustanciales -y temporales- de la carga impositiva nacional y departamental; facilidades de integración del monto acordado, etc.).

d)   Si en un plazo razonable -digamos, tres meses-, no hubo embajada u organismo internacional, empresa pública o privada, institución o inversor que haga suya esa propuesta, el bien hasta entonces protegido… dejará de estarlo, porque la sociedad uruguaya no encontró manera de concretar su salvaguarda.

Volvamos al ejemplo de las casas de Fresnedo, que hubiera podido ser un buen banco de prueba para este planteo. Las directrices del Plan de Ordenamiento Territorial de Montevideo y el actual “boom” de la construcción coinciden en impulsar la unificación de alturas en toda la extensión de la avenida Luis P. Ponce, pero tal como ocurre con las casas de Cravotto y Vilamajó en la avenida Sarmiento, la particular significación arquitectónica de la obra de Fresnedo pudo generar una instancia que hiciera posible su mantenimiento, incluso en nuevos contextos de uso. Mediando las debilidades antes expuestas y no existiendo un marco de referencia en sintonía con el propuesto, la Intendencia no pudo ni debió hacer otra cosa que la que hizo, porque las reglas de juego estaban claras. En conclusión, si queremos defender el rico patrimonio de la ciudad y a la vez preservar el Estado de Derecho en todas las escalas de gestión, deberíamos atenernos a la normativa acordada… o intentar cambiarla. La ley de Patrimonio, justamente, está esperando una reformulación que permita una mejor resolución de estas cuestiones. He aquí un buen motivo para “indignarse” por la demora en su concreción.

(*) Artículo publicado en El País digital / Revista ARTE y MUVA / edición de fecha 23.12.2011

 Notas:


[i] Gestión que nació a impulso de las acciones del Grupo de Estudios Urbanos y de la Sociedad de Arquitectos, siendo ésta quien promovió el primer relevamiento sistemático de la Ciudad Vieja y la creación de la Comisión Especial del área

 [ii] Valga al respecto la posición del Consejo de la Facultad de Arquitectura-UdelaR, referida a la torre proyectada en terreno con frentes sobre Br. Artigas y Av. Luis P. Ponce, según Resolución de fecha 12 de octubre de 2011, en respuesta a lo solicitado por un grupo de vecinos.

IMAGEN DE PORTADA (blog):   vivienda y clínica médica proyectada por el arquitecto Ildefonso Aroztegui para el Dr. Omar Terra (1949), hoy sede de ARPEL. Ejemplo típico de las obras que están necesitando una protección formal efectiva. En estos casos, la piqueta puede llegar antes que cualquier reformulación de la ley -tema que va para largo-, por lo que se impone transitar un camino de urgencia, incorporando por Decreto un capítulo que habilite la puesta en práctica de una solución concreta -la arriba planteada u otra-, que termine con la estéril secuencia demolición-protesta (secuencia que deberíamos intentar invertir, orientando la protesta hacia un cambio del marco legal e institucional de las políticas de protección patrimonial).



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