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Reflexiones y opiniones de un uruguayo que vive en Bélgica.

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13.09.2011 14:45 / Mis artículos

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Ya le había tomado el gusto a escribir sobre los fósforos y sus cajas, pero no quiero pecar de monotemático.

El censo nacional que se realiza en Uruguay es un tema oportuno y hay que aprovechar la ocasión. No es un evento que se haga todos los días.

Según tengo entendido se recomienda realizar un censo de población cada diez años. Hacer un censo significa relevar a todos los habitantes del lugar delimitado y si este es un país, van a ser unas cuantas personas.

Yo participé como encuestador (o censista, que es más específico) en un censo uruguayo de hace bastantes años ; en ese entonces era docente recién ingresado a la U.T.U. y fuí convocado por pertenecer al sector público.

Me tocó una manzana de Paso de la Arena, no muy lejos de donde vivía (residí tres años y medio en ese barrio).

Vi situaciones que no imaginaba, como la de una pareja jóven, cuya principal fuente de energía era la leña. Se alojaban en una vivienda muy modesta, no tenían electrodomésticos (solo una radio a pilas) y si mal no recuerdo, ni siquiera electricidad.

Fué una buena experiencia ; no tuve ningún problema con la gente visitada. Por el contrario, retengo la expectativa que había en algunas familias y la acogida cordial en varias casas.

No estoy muy interiorizado sobre el actual, pero si he sabido que en lugar de ser en una jorndada, como se hizo el que participé directamente, este se desarrollará durante varios días. Un asunto metodológico que tendrá sus ventajas e inconvenientes, pero que no debiera alterar el resultado.

También he leído discusiones sobre la identificación o anonimato de los censados. Hay quienes cuestionana la necesidad de demandar los nombres completos, es un asunto polémico que da para controversias.

Aquí en Bélgica las leyes exigen estar inscripto formalmente en la comuna donde uno reside. Incluso hay un plazo (8 días hábiles, según me lo hicieron notar en mi última mudanza) para comunicar un cambio de domicilio y registrarse en el nuevo lugar de residencia.

El documento de identidad, que tiene tiene el mismo formato y tecnología de las tarjetas bancarias de crédito, posee los datos de su titular en su chip electrónico. Allí figura el domicilio, entre otras varias informaciones personales.

Ese Registro de la población (así se denomina oficialmente) hace que cada comuna tenga los datos de sus habitantes y pueda hacer una estimación cuantitativa y cualitativa (por ejm. nacionalidades de orígen) muy ajustada, para sus pobladores.

Elevando esto a la escala nacional, ya que todo el territorio está dividido en « comunas », permite a las autoridades disponer de cifras demográficas actualizadas, en cualquier momento.

De esta manera, durante el verano nos enteramos que la población belga se aproxima a los 11 millones de habitantes, sin hacer ningún censo en el terreno.

Es una demostración más del avance de las « sociedades de control », que el filósofo francés Gilles Deleuze analizaba ya hace dos décadas.

¿Qué quieren que les diga ? Me parece un poco menos « controlador » hacer un censo cada diez años aunque pregunten nombre y apellido. Además se puede dar un seudónimo. ¡Qué lástima que esta vez BXLMVD no va a ser contado en la población del Uruguay !

 




31.08.2011 14:31 / Mis artículos

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Existen juegos de ingenio y habilidad, en los cuales a partir de una figura plana construida con fósforos, se debe llegar a otra, moviendo un número limitado de ellos.

De cierta manera, al iniciar una serie de artículos partiendo de algunos fósforos, se abre un juego análogo. Nuevas figuras pueden ir apareciendo.

Al regresar de su reciente viaje a Uruguay (junto a su madre), mi hijo Valentin, con el cual habiamos adquirido aquella valija llena de cajitas, me entregó un libro que yo había encargado : « El hombre de Bruselas » de Mario Delgado Aparaín.

El año pasado en un post escrito « desde Montevideo », hice referencia a las frecuentes casualidades de encontrar referencias a Bélgica, en libros que he leído en mi estadía en este país (« Coincidencias », 26/9/2010). Lo cual no tendría nada de notable, a no ser porque todas las lecturas que refiero, son de libros escritos en español y muchos de estos de autores uruguyos.

La novela, que estoy leyendo ahora, es explícita en su título ; ahí fuí a lo seguro y la aparición de Bruselas no es sorpresiva. Pero nada me hacía sospechar que encontraría una alusión tan pertinente a los fósforos. Precisamente en el momento que he comenzado a escribir sobre estos.

Podría denominarse sincronicidad. Desarrollos históricos autónomos y sin aparentes relaciones, en un momento preciso, en un punto determinado, se conectan, se cruzan, se tocan.

« Ha llegado la hora de que el Narrador Correa tome un bidón de nafta, una caja de fósforos Victoria y prenda fuego a Mosquitos de una vez por todas, quedando de esta manera libre para abordar otro tipo de historias o para abandonar la literatura para siempre » (en « El hombre de Bruselas », editorial Banda Oriental, Montevideo, 2011, pag. 15).

Nótese que Mario Delgado Aparaín, podría haber escrito y afirmado a través de su personaje (el crítico literario Lucero D’Alba), un encendedor bic, por ejemplo. Pero no ; prefirió escoger como iniciador del recomendado incendio del pueblo, a los fósforos « Victoria », una emblemática marca uruguaya.

Este hecho podría haber pasado casi desapercibido para una lectora o lector uruguayos, de mediana edad o veteranos, conocedores de lo que se trata. Quizás a lectores más jóvenes les de alguna curiosidad. A mi me sucedió al revés de lo que recién supuse de acuerdo a mi edad (ya alejado de la ultima categoría), « una caja de fósforos Victoria » me pareció estar destacado con luces de neón.

Entre las aproximadas 500 cajas de la maleta a rayas (de la que hablé en el post precedente), no hay una sola uruguaya ; es más, ningún país latinoamericano está representado. Si las hay, en abundancia, de varios estados de Europa con España incluida, de diferentes regiones de Estados Unidos e incluso algunas Chinas y de otros orígenes lejanos.

Es bastante sencillo deducir que el « coleccionista » que las reunió no era sudamericano. Mucho menos rioplatense, en cuyo caso seguramente habría integrado al conjunto, si no una caja « Victoria », por lo menos una « Tres patitos » argentina.




25.08.2011 17:17 / Mis artículos

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El año pasado, a mediados de agosto, fue la brocante del barrio. La feria vecinal anual, que tiene por cometido principal, la venta de objetos usados.

Recorriendo las calles junto a mi hijo, nos detuvimos en un puesto, en el que compré dos barras de jabón de coco. Ojeando la multitud de cosas que ofrecía, reparé en una maleta, llena de cajas de fósforos de distintos orígenes.

Tomé y miré con mayor detenimiento dos o tres. Pregunté al vendedor cuanto costaban : « diez centavos cada una », me respondió. Casi sin darme tiempo a reaccionar, agregó una oferta ; si las quería llevar todas, me las daba por unos pocos euros, con la valija incluída.

Se me ocurrió que podían ser interesantes para un niño. La maleta que las contenía, de tela verde con líneas horizontales y verticales de colores, estaba fuera de moda ; no poseía mayor valor que su practicidad, para guardar y trasladar los fósforos.

Consulté a mi hijo y como era previsible, estuvo de acuerdo en llevarlos. Al llegar a casa, hicimos un primer reconocimiento, la variedad era grande. Yo extrajé algunas pocas que me parecieron destacables. Intentamos contarlas, pero luego de hacer cinco montones, con cincuenta cajitas cada uno, desistimos. En la valija quedaban otras tantas que las que llegamos a separar. Estimé el total en una cantidad aproximada a las quinientas.

Lo que también era de prever, fué que el interés infantil decayó en pocos días.Luego de algunos juegos en el jardín bajo mi supervisión y de regalarle algunas cajas a su primo, las dejó de lado. La terminante prohibición que hice, de arrojar fósforos encendidos por la ventana, creo precipitó su alejamiento.

Para mi alivio, no hubo que lamentar quemaduras ni incendios, ya que hubieran sido más por mi responsabilidad, que por la imprudencia infantil. Después de todo, aunque con la manifiesta intención lúdica, también mi curiosidad fue causa de la adquisición.

Ya ha pasado más de un año, la brocante volvió a repetirse. Esta vez fuí solo y no ví de nuevo al vendedor de las cajas de fósforos. Un día gris pasado, que derivó en una fuerte tormenta, recordé los fósforos archivados desde hacia meses y volví a abrir aquella maleta.


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Leonel Elola Verocay. Vivo en Bélgica desde el 2004. BXLMVD habita una adyacencia psicogeográfica entre Bélgica y Uruguay; esa es su ventaja y a la vez su handicap.

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