Eliza y Miguel
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16.04.2015 19:18 / Párrafos

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Nos dolerá tu ausencia física, sólo hasta que comprendamos que siempre estarás, en cada una de las maravillas que nos dejaste como legado y en todo lo que fuimos conociendo de tu persona, del enorme ser humano que, como muy pocos, predicó con el ejemplo y además, demostró que el sentido común puede  -y debe-  ser el más común de los sentidos.

Eliza y Miguel




16.04.2015 19:04 / Breves historias de vida

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Por Fernando Gallardo Castro

Eduardo Galeano daba todos los días su pequeña lucha contra el consumismo, contra la hipercomercialización de las necesidades humanas (las de verdad de llenar el buche, abrigar, educar, y las Nikeadas: necesidades superfluas inventadas).

Enemigo del automóvil, andaba a pie, firme.

Enemigo de los Shoppings hacía sus compras en la feria de su barrio. "Ese punto de encuentro primitivo para el trueque que desarrolló caminos y, en sus cruces, ciudades y culturas", como nos decía (palabra más palabra menos) a los feriantes de la Plaza de los Olímpicos y de Alto Perú, alentándonos en nuestra lucha por sobrevivir vendiendo cosas en la calle.

En los 90 mi puesto era de "Miel Pura" y productos de la colmena. Traía desde Nueva Helvecia el polen granulado que él pasaba a recoger acompañado de su inseparable mascota. Un lujo impensado para mí, poder intercambiar algunas palabras, cada semana, con tamaño gigante, que pasaba inadvertido entre mis compañeros y que se entreveraba con la mayor sencillez entre los vecinos.

–¿Por qué no anda en auto, don, usté que puede?– le preguntaban.

–Le tengo miedo– ironizaba, y agregaba, enigmático– pero además usted nunca es quien lo maneja...

He leído en los manuales de enfermería que ante una hemorragia abundante hay que apretar la arteria más próximo muy fuerte. ¿Cómo cicatrizar, entonces, tamaño sangrado de esta inesperada reciente vena abierta? Habrá que buscar al compañero más próximo y darle un abrazo fuerte y éste a su vez a quien camina a su lado y así desde la Plaza de los Olímpicos en Malvín hasta la frontera y en brasilero y en guaraní y en quechua y en incaico y en maya y en todas las lenguas que por suerte aún no conocemos; atravesar todas las fronteras, construir  ese gigantesco abrazo-torniquete que haciendo nudo nuevamente en Malvín contenga la vida que ya nadie jamás debería derramar.

Eduardo Galeano: ¡Que el fuego de tu memoria nos siga prodigando el calorcito de siempre!

Fernando Gallardo Castro




12.03.2015 03:44 / Notas de Eliza

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El 8 de marzo fue el Día Internacional de la Mujer y sentí la necesidad de homenajear a una de ellas. Mi elegida es Susana Ma. Ferreiro Jewkes, simplemente, una mujer. Pero una mujer que reúne, como muy pocas, los más preciados valores. Y tengo el orgullo de que sea mi amiga, desde que éramos niñas... y hasta siempre.

SUSANA

Nunca la vi llorar… aunque muchas veces lloré por ella. Detrás del conocido entrecerrar de sus ojos y ese tono en la voz presumiblemente despreocupado… estaba oculto  –estuvo, está–  un sufrimiento viejo, eterno… para mí tan conocido.

A ninguna de las dos, la vida nos fue fácil… cierto. Pero los golpes recibidos fueron distintos, tan diferentes como nuestro entorno, como nuestros destinos.

Yo me defendía, en aquella impotencia de la juventud  –y aún lo hago–  exteriorizando una irascible bronca… o ahogando penas en lágrimas, tan saladas como auténticas.

Tal vez pretendí  –no sé–  que al llorar sus penas podría mitigárselas un poco.

La vida continuó y la subsistimos. Las dos fuertes… pero ella estoica.

El destino, como niño malcriado, se entretuvo con el juego caprichoso de unirnos y separarnos una y mil veces… sin conseguir más que eso… jugar con ella y conmigo.

Entonces hoy –cuando la oportunidad de vernos se hizo realidad– hoy que fuimos capaces de lograrlo ganándole la partida a las estúpidas responsabilidades autoimpuestas que tantas veces nos detuvieron… ella me regala otras lágrimas. Éstas que brotan de lo más profundo de la emoción y caen sin que me de cuenta, sin que pueda evitarlo, sobre la pequeña hoja de papel donde está plasmada, en unas pocas líneas manuscritas, la inmensa sensibilidad tantas veces escondida, la que siempre percibí, la que ha marcado a fuego la grandeza de nuestra amistad:

“Las hojas en blanco son un llamador. La tarde tan gris hace sombras y la radio recuerda una ausencia: Alfredo (1) nació en este mes de Piscis. Todo invita a ese espacio de ternura creado por los recuerdos.

El parque fue coreografía de nuestros paseos, aquellos lejanos del Parque Rodó, otros más acá del Parque de los Aliados. El barrio nos dejaba hacer; tanto allá como acá nos miraba pasar creando historias y viviendo nuestros tiempos, cada una a su manera, pero las dos precisando la vivencia contigua. Tan necesitadas de vernos y hablarnos cada día.

Al llegar de clase o del cine los fines de semana levantábamos el tubo y dale a la charla. O corríamos a la puerta porque hasta el sonido del timbre era reconocido.

Siempre había que negociar la salida y realmente eran brillantes los argumentos: ‘es necesario sacar apuntes’; ‘la mamá está  enferma y ella no puede venir’; ‘sólo un ratito, ya hice los deberes’. Brillantes, porque si no, hubieran desaparecido y hasta el día de hoy los usan todos los amigos del mundo a cargo de sus mayores; había que ir al encuentro del otro. Juntarse era todo. El costo no importaba, ya se vería el pago.

Juntarse era enterarse con lujo de detalles de todo lo que pasaba a nuestro alrededor, aunque geográficamente pequeño, el mundo estaba abarrotado de cosas interesantes, hechos notables y amores inconmensurables. Odios totales y de rápido pasaje. Amistades fuertes que iban a sobrevivir períodos largos y duros de lejanía.

El barrio no sabía, en su tranquilo andar, todo lo que pasaría en esas pequeñas vidas, cómo cambiaría casi totalmente el sonido, el tiempo, las voces; cómo las miradas se iban a endurecer y los odios no serían olvidados; juntarse sería una palabra difícil de hacer realidad.

Aunque en los barrios, y en los corazones quedaría siempre, el deseo de volver a ser felices como antes”.

Al pie de la hojita no hay firma… no es necesario. Ella “es” cada una de esas palabras… Susana… mi amiga.

Eliza

(1) Alfredo Mario Ferreiro(1/3/1889 – 24/6/1959). Uruguayo, escritor, poeta, periodista, conferencista radial... y padre de mi amiga




06.03.2015 03:51 / Lecturas esenciales

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Éste es un relato anónimo, verdaderamente imperdible:

Unos cuantos años después que yo naciera, mi padre conoció a un extraño, recién llegado a nuestra pequeña población. Desde el principio, mi padre quedó fascinado con este encantador personaje, y enseguida lo invitó a que viviera con nuestra familia. El extraño aceptó y desde entonces ha estado con nosotros. Mientras yo crecía, nunca pregunté su lugar en mi familia; en mi mente joven ya tenía un lugar muy especial.

Mis padres eran instructores complementarios: Mi mamá me enseñó lo que era bueno y lo que era malo y mi papá me enseñó a obedecer.

Pero el extraño era nuestro narrador. Nos mantenía hechizados por horas con aventuras, misterios y comedias. Él siempre tenía respuestas para cualquier cosa que quisiéramos saber de política, historia o ciencia. ¡Conocía todo lo del pasado, del presente y hasta podía predecir el futuro!

Llevó a mi familia al primer partido de fútbol. Me hacía reír, y me hacía llorar. El extraño nunca paraba de hablar, pero a mi padre no le importaba. A veces, mi mamá se levantaba temprano y callada, mientras que el resto de nosotros estábamos pendientes para escuchar lo que tenía que decir, pero ella se iba a la cocina para tener paz y tranquilidad. (Ahora me pregunto si ella habrá rogado alguna vez, para que el extraño se fuera.)

Mi padre dirigió nuestro hogar con ciertas convicciones morales, pero el extraño nunca se sentía obligado para honrarlas. Las blasfemias, las malas palabras, por ejemplo, no se permitían en nuestra casa. Ni por parte de nosotros, ni de nuestros amigos o de cualquiera que nos visitase.

Sin embargo, nuestro visitante de largo plazo, lograba sin problemas usar su lenguaje inapropiado que a veces quemaba mis oídos y que hacía que papá se retorciera y mi madre se ruborizara.

Mi papá nunca nos dio permiso para tomar alcohol. Pero el extraño nos animó a intentarlo y a hacerlo regularmente. Hizo que los cigarrillos parecieran frescos e inofensivos, y que los cigarros y las pipas se vieran distinguidas.

Hablaba libremente (quizás demasiado) sobre sexo. Sus comentarios eran a veces evidentes, otras sugestivos, y generalmente vergonzosos. Ahora sé que mis conceptos sobre relaciones fueron influenciados fuertemente durante mi adolescencia por el extraño.

Repetidas veces lo criticaron, mas nunca hizo caso a los valores de mis padres. Aun así, permaneció en nuestro hogar.

Han pasado más de cincuenta años desde que el extraño se mudó con nuestra familia. Desde entonces ha cambiado mucho; ya no es tan fascinante como era al principio. No obstante, si hoy usted pudiera entrar en la guarida de mis padres, todavía lo encontraría sentado en su esquina, esperando por si alguien quiere escuchar sus charlas o dedicar su tiempo libre a hacerle compañía...

¿Su nombre? Nosotros lo llamamos... Televisor.

Ahora tiene una esposa que se llama Computadora... y un hijo que se llama Celular. Con el agravante que el nieto pinta ser el peor de todos: lo llamaron SMART PHONE.

Autor anónimo




04.03.2015 17:19 / Buen humor

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