Eliza y Miguel
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Relatos de Eliza

11.10.2014 22:51

Hace 5 años, todavía me dedicaba a la edición de la revista La Quincena. Frecuentemente, los lectores más asiduos me enviaban "paquetes" de direcciones electrónicas de sus propios contactos para que los incluyera en mi distribución. Mi lista creció, reuniendo a mucha gente de la cual no tuve más dato que una dirección de mail. No sabía quiénes eran ni donde estaban, aunque suponía que en su mayoría, eran compatriotas de la patria peregrina. No se comunicaban ni confirmaban recibo... aunque tampoco ninguno había pedido la baja.

Cuando se supo el resultado de las elecciones nacionales de octubre de 2009, a La Quincena le faltaba mucho para estar pronta y lo que ocurría no me dejó esperar: el apoyo plebiscitado por el Voto en el Exterior y la Anulación de la Ley de Caducidad estuvo muy lejos del 50% necesario para su aprobación. Aquí se esperaba, pero los mensajes de amigos en el exterior me partieron el alma. Escribí una separata dedicada a los uruguayos en el exterior, la titulé "No les va a gustar" y la envié.

Fue mágico: un sinnúmero de confirmaciones de recibo me llegaban por primera vez, inundando la bandeja de entrada, poniéndole nombre a aquellos contactos desconocidos. Pero llegaron también más de 30 respuestas de diferentes países, de personas con las que mantengo la comunicación todavía, y en algunos casos, bastante frecuentemente.

La primera carta fue de Tony, extensa, pormenorizada, clara y precisa, donde me contaba su historia completa, desde que se fue de acá. Supe de su trabajo constante buscando logros para la diáspora, de sus contactos permanentes con la diplomacia uruguaya, del poco apoyo recibido y de las muchas promesas no cumplidas... todo por parte de personas que Miguel y yo conocíamos muy bien por haber sido nuestros compañeros de trabajo antes de que nos jubiláramos.

A partir de ahí, nos hicimos amigos de frecuencia diaria. Los temas fluctuaban entre lo político, lo social y lo personal, con críticas, chanzas o aprobaciones, según la opinión de cada uno. Y me aportaba invalorable material que le fui publicando en cada revista hasta la última edición.

Aprendí mucho en estos años de amistad con Tony, de todo un poco. Su forma de sobrellevar las nostalgias para que duelan menos, por ejemplo. Y aprendí de la historia y la realidad venezolana, y de la propia historia de mi país. Porque la historia uruguaya contada por Tony es de una desnudez total, tan cruda y fuerte como fue, sin que le falte un pelo ni una señal, ni le quepa la menor duda a nadie que la nomenclatura de las calles de nuestro país, en la mayoría de los casos, es una vergüenza. 

El sábado 27, al recibir el mail de Luisa informándonos la situación, le enviamos nuestro mensaje de apoyo prometiendo llamarla por teléfono. Llamé yo el miércoles 1ro. cuando eran las 9 de la noche en Venezuela. Hablé con José Manuel, el orgullo de Luisa y de Tony, su nené, el nieto que está con ellos desde que nació, hace 21 años: "Un nieto postizo, como la Patria, la Bandera, el Himno... y tantas cosas postizas que tengo acá".

Luisa había vuelto del hospital más fortalecida porque Tony había despertado, estaba respondiendo a los estímulos y el médico auguraba una recuperación lenta pero segura. Esa misma noche, antes de acostarse, nos había escrito a todos. Encontramos el mensaje más tarde, después de hablar con José Manuel.

Pasó casi una semana. El martes 7 volvimos a llamar, un poco más temprano, para poder hablar con Luisa, pero aun no había llegado y Miguel habló con Rodolfo, su hijo mayor. Las noticias eran buenas: Tony avanzaba en su recuperación. Seguramente ella escribiría los detalles a su regreso, antes de acostarse, para tranquilizar a los amigos.

Y el miércoles 8, el mensaje había llegado... pero su contenido nos paralizó. Fue muy fuerte, no lo esperábamos:

Sent: Wednesday, October 08, 2014 8:07 AM
Subject: queridos amigos.
"Con mucha tristeza y dolor cumplo con notificarles que Tony falleció el día de ayer por la noche."

En el correr del día lo fuimos asumiendo, leyendo las respuestas del Tambero, de Verónika, de Pocho, de Germán... sintiendo la misma pena que ellos y sabiendo cómo lo vamos a extrañar.

Van a faltar los mensajes con letra enorme "por si no fuiste al oculista a cambiar los lentes y para que el Máikol los vea sin tener que arrimarse". Van a faltar las "discusiones" cuando al contarle cualquier desastre que me hubiera ocurrido, como siempre, a mí se me salía la bronca por la punta de los dedos y él se reía: "Panita, no te calientes, mirá que quejarse no se usa más, desde que cerró el London París no hay libro de quejas en ningún lado." Siempre, su buen humor y sus chistes me ayudaban a sobrellevar un mal día.

La comunicación con Tony no era sólo virtual, para los cumpleaños y las fiestas tradicionales nos saludábamos por teléfono, así como cuando de uno u otro lado los correos electrónicos dejaban de ser diarios. El mes pasado tuve problemas con la computadora y no pude usar Internet. Se lo había prevenido, pero para Tony, pasaron muchos días y entonces llamó. Fue un mediodía y Miguel tuvo el gustazo de conversar con él. Pero yo, que no duermo de noche, no me había levantado y me lo perdí.

Estuve releyendo cartas, mirando fotos... comprobando que en esta máquina tengo prácticamente toda la historia más linda de su vida: los casi 40 años en Venezuela, el país que lo amparó y lo apoyó siempre como a uno de los suyos y del que siempre hizo público su agradecimiento. Y los 34 años con Luisa, "la dueña de mi vida", una mujer que le brindó lo más preciado: amor, comprensión, lealtad, y una gran familia que le brindó y le demostró siempre su afecto sincero.

Saber todo esto no es suficiente para evitar la pena que nos deja un amigo que se va: es parte de esa especie de egoísmo natural de los que nos quedamos... Pero no sé, me parece que al escribir lo que siento puedo enviarle un gran abrazo artiguista, bolivariano y revolucionario, como él se merece, desde su querido país, a 9.000 Km. de distancia... Aunque tanto "el Máikol" como yo sabemos bien que los amigos como Tony, nunca van a estar tan lejos.

Eliza




08.07.2014 05:03

Cuando nos establecimos en este barrio hace treinta años, todavía ni se vislumbraba que pudieran existir los enormes supermercados que hoy pululan en las inmediaciones, y por ende, había pequeños comercios que abarcaban todos los ramos y abastecían al pequeño núcleo de vecinos que éramos en esa época.

Uno de ellos –el más útil tal vez, para evitarnos el traslado hasta las zonas comerciales de Montevideo–, era la barraca. Como nosotros, muchos estaban convirtiendo "la casita de fines de semana" en vivienda permanente, y eso implicaba mejoras simples que se iban haciendo con mano de obra de entre casa.

Atravesar el barrio para llegar a la barraca llevando una especie de zorra improvisada para traer un poco de material para revoque, pintura y esas cosas, era un trayecto de ocho cuadras, bastante corriente.

La barraca estaba en Avda. Italia (la misma que empieza en el Obelisco de Montevideo y antes cruzaba todos los balnearios canarios conservando el nombre), emblemática y larguísima avenida a la que un día, del puente sobre el arroyo Carrasco hacia el este, le pusieron Giannatassio.

Lucía al frente un cartel enorme y muy alto, enfocado hacia el oeste, bien legible como para que cualquier automovilista pudiera encontrar la entrada al barrio con tiempo suficiente. Allí se leí textualmente: "Abierto martes, viernes y sábados... de vez en cuando".

La primera vez que fuimos, le embocamos al curioso horario de casualidad. Yo no me pude aguantar, y mientras el encargado preparaba nuestro pedido, le pregunté: "¿Qué significa la frase del cartel?". El hombre, un veterano bastante hosco, me respondió: "Lo que dice"... y me dejé de embromar.

Poco faltó para que los hechos me aclararan la respuesta: fuimos uno de los tres días indicados... y estaba cerrada. Clarito: sólo era "de vez en cuando". Y no pasó una vez sino varias, porque no había cómo averiguar antes de largarse: no teníamos teléfono... y la barraca tampoco.

Aquella situación era graciosa por lo insólita. Quien no hubiera visto el cartel no lo creía aunque se lo contáramos. Y quien lo hubiera visto pero no fuera de acá, pensaba que era una broma. Y sí, a ningún otro empresario se le habría ocurrido pagar por un cartel como ése, y mucho menos poner en práctica un horario tan... elástico.

Hace muchos años que esa barraca no existe. Perduró la anécdota por lo extravagante, original y sobre todo, rara. Aunque ya es recuerdo únicamente de los vecinos añosos... para los jóvenes que la oyen, de raro no tiene nada. Están acostumbrados a que demasiadas cosas sean factibles "a veces", "a lo mejor", "un día de éstos"... o "de vez en cuando". Para ellos, los raros somos nosotros.

Y si seremos raros, que nos desesperamos ante la negligencia, la omisión y la ineficacia... hoy disculpadas totalmente y a todo nivel con la nueva nomenclatura de "errores humanos", proclamados como lógicos y normales de la especie. Es lo que hay.

Lo que no hay es cómo evitar las rabietas subsiguientes a la desesperación, cuando comprendemos que no existe un responsable que se haga cargo y enmiende esos "errores humanos" tan frecuentes.

Los ejemplos son infinitos, pero sólo citaré el que me tiene con bronca y dolor de cabeza desde ayer.

Llama a la puerta un operario, portando una carta de ANTEL que explica que están colocando la fibra óptica para el acceso a Internet por banda ancha, con todos los chiches de la tecnología de última generación. Dice el texto que harán el cambio de modem y su configuración, todo gratuito... si se hace ahora.

El asunto es que a los que ahora no nos sirve para nada ese adelanto porque los equipos informáticos que usamos son viejísimos, nos obligan sutilmente a aceptarlo porque de negarnos, si algún día podemos comprar equipos nuevos, tendríamos que pagar carísimo todo eso que hoy es gratis.

Hágase, entonces, para evitar males peores de un futuro eventual. Los del cableado de afuera trabajaron bien, todo con cables aéreos que se suman a los de teléfono, corriente eléctrica y TV cable los que tienen, pero bien. Desde los jardines, mirar para arriba es de lo más folclórico, como si estuviéramos en el circo, bajo la red de seguridad de los equilibristas.

Los que entraron a cambiar y configurar el módem ya eran otra clase de gentes que no daban pelota ni respondían preguntas. Trabajaron desde una notebook haciendo y deshaciendo, no sé por qué clase de inconveniente. Cuando al fin terminaron, me hicieron encender la PC para comprobar que Internet funcionaba. Lo hice, funcionó, y firmé conforme.

Cuando se fueron, apagué la PC para ir a preparar la cena. Ya más tarde la encendí, bajé el correo y me dispuse a leer las noticias de los newsletter que recibo, conectando Internet para ver enteras las notas que me interesan, como siempre.

En eso estaba cuando de repente, se cortó la conexión. Y no intenté reconectarla porque las luces del flamante modem estaban apagadas. Me dispuse entonces a presionar los enchufes por si habían dejado alguno flojo, pero nada. Me puse a hacer otra cosa.

Horas después, veo que las luces del modem se encienden por sí solas. ¿Qué es esto? Volví a toquetear... y me di cuenta que el transformador del modem nuevo cedía por su peso y quedaba en falso contacto.

Maldije la ordinariez de ANTEL al hacer una importación tan grande (dicen ellos mismos que Uruguay tiene más computadoras con acceso a Internet que habitantes), de haberse decidido por estos aparatos en vez de pedirlos con el transformador interno en vez de aparte.. ¿Por qué, si estos modem son chinos y en la China se fabrica absolutamente de todo...?

Maldije de nuevo cuando lo analicé, pero a la ordinariez de ANTEL ya le puse otro apellido... Porque aunque ellos paguen con la guita nuestra, cuanto más barato compren, mayor será la mordida que les toque. Elección obvia.

Bueno, con bronca y todo, lo de los malditos enchufes podía solucionarlo yo, pero ahí no quedó la cosa. Hoy, al encender la PC, el modem me mostró sus luces. Entonces, antes de buscar una mejor posición para el enchufe del transformador, decidí aprovechar para que bajáramos correo, Miguel en su máquina y yo en la mía. Uno a la vez, por supuesto, porque ambas están en red, pero la conexión es una sola. Yo no tuve problema, pero Miguel no pudo. Ahí me di cuenta que la otra cajita (el router que conecta una máquina con la otra), encendía sólo la luz de "power"...

Revisé los cables y a groso modo todo parece estar en su lugar... pero no hay acceso a la red, o sea que no podemos acceder a la información entre las dos máquinas, y como la impresora está instalada en la otra PC, tampoco puedo imprimir lo que hago, a no ser copiándolo en un disco para trasladarlo... ¡todo un quilombo!

A esta altura ya no maldije... ¡dije de todos los involucrados lo mismo que nuestro presidente dijo de la FIFA! Me dio un dolor de cabeza de novela, me amargué y para completarla lloré un buen rato.

Ahora tengo (como tantas otras veces), que hacer trabajo de técnico sin serlo, con los conocimientos que me ha dado la experiencia en estas cosas. No será nada fácil y me implicará vaciar el escritorio para poder moverlo y acceder a las conexiones que pasan por atrás sin tener que tirarme al piso, desconectar todo y empezar de nuevo, paso a paso, para encontrar qué enchufe mío inutilizaron para usarlo ellos.

Y hacelo vos y andá a cantarle a Gardel, m'hijita, porque ANTEL se lavó las manos tercerizando a la compañía fulana de tal para el cableado exterior, que a su vez sub-tercerizó a otra más que no se sabe cómo se llama para las conexiones dentro de los domicilios... y que, hechas las dos o tres casas de la cuadra que usan Internet, levantaron vuelo de apuro y nadie los vio más. Tal vez se pueda intentar buscarlos en la guía por "Poncio Pilatos"... pero es más efectivo arreglarme sola.

Esto me va a servir para desenredar los cables del matete en que me los dejaron los infames y maleducados "genios" de la informática y volver a ponerlos prolijitos como estaban. Y también para desagraviar a aquel barraquero secote del cartel que fue insólito hace treinta años, y que hoy día no se anuncia en ningún lado pero se aplica en todos, porque tendré red "un día de éstos" y tengo Internet "de vez en cuando".

EPÍLOGO: Escribí esta nota el jueves 3, sin saber cuándo la podría subir al blog pero creyendo que puedo arreglar todo solita, como en mis buenos tiempos de "mujer maravilla". El viernes 4 me di cuenta que... ya no es así. Pero bueno, asuma, señora.

Lejos de tirarme de los pelos, de llamar al Ejército de Salvación o a los Bomberos, recurrí a Montevideo.COMM.

Es la empresa que me brinda correo electrónico gratuito desde hace más de diez años, me da espacio para despacharme a gusto en este blog, me instaló el primer servicio de ADSL que funcionó perfectamente hasta ahora, y me ha dado soporte incondicional cada vez que lo he precisado en todo este tiempo.

Como siempre, la asistencia fue inmediata. Hace unas horas (lunes 7), vino un técnico, puso todas las conexiones de Internet en orden minuciosamente y también las de mi red, aunque esa parte fue solidaria, ya que no les corresponde a ellos. ¡Un lujo!

Mil gracias a Eduardo, Federico y Enzo, que me bancaron por teléfono, y a Adrián, que consumó la solución personalmente. ¡Mil gracias a Montevideo.COMM, una empresa como hay pocas!

Eliza




01.05.2013 15:02

Hoy las neuronas descansan, están en su día.

Es Primero de Mayo (con mayúscula, como lo escribimos los eternos laburantes como yo, que después de jubilada igual "la sigo").

Éste, y el de mi cumpleaños, han sido los dos únicos días de cada año en que me he dedicado al "dolce far niente" prácticamente por decreto propio.

Claro está que algunas cosas hago. Cosas que me gustan, como sentarme a la computadora a jugar un solitario, abrir el correo, o escribir algo que se me ocurra.

También suelo tirarme panza arriba en el sofá, entrecerrar los ojos fumando un pucho y meditar sobre cualquier tipo de idiotez, como "la inmortalidad del cangrejo" (frase más vieja que la injusticia pero muy aplicable a la clase de pensamiento absurdo que trato de explicar).

Y qué más remedio– le dedico un rato al quehacer imprescindible para la subsistencia que es la elaboración del alimento (exclusividad del día de hoy, porque en mi cumpleaños compro la comida hecha).

La idea de ir a la cocina el Día de los Trabajadores no me hace demasiado feliz, así que supero el trance de forma sencillita y rápida, para poder continuar simultáneamente con esos divagues con que entretengo mi mente en homenaje al ocio merecido y apropiado al asueto. Un buen puré de papas que recalentaré en el microondas a la hora de la cena y unos panchos comprados ayer, que si bien puse con agua en la ollita... tal vez luego le pida a Miguel que encienda el gas y los caliente él...

El simple hecho de pelar las papas indujo mis pensamientos hacia un análisis sobre los referidos tubérculos. Había rosadas y blancas, pero no importaba la diferencia que pudiera haber en el tiempo de cocción, ya que estaban destinadas a perecer trituradas bajo la herramienta destructora adecuada... Marcharon juntas en trocitos a la olla, formando un pintoresco conjunto amarillo y blanco.

Ahí fue que las miré, y empecé a evocar aquellos tiempos en que se podía invitar amigos a comer y además esmerarse preparando especialidades para agasajarlos... Recordé mis ponderadas papas rellenas, grandes, blancas, de textura opaca, parejas como de molde... y sobre todo, con aquel sabor inconfundible que aún recuerdan mis papilas gustativas. Se compraban en cualquier lado, blancas o rosadas costaban lo mismo y pelarlas era trabajo rápido, fácil y el único desperdicio era la cáscara.

¿Qué hubiera pasado en ese tiempo si al pelar una papa hubiera descubierto bajo su cáscara una textura brillante y amarilla, que al hervir acentuara más ese raro color?  ¿Y si de cada una de aquellas papas hubiera rescatado media... como hoy? Seguro le habría hecho una visita no demasiado fina ni elegante al puestero... Pero eso no ocurría, no era necesario pelar la verdura para saber qué se le iba a encontrar adentro... siempre estaba bien.

Entonces, ¿por qué ahora es distinto? ¿Por qué un boniato de cáscara roja, fina y bonita después de hervido tiene gusto a papa? ¿Por qué la harina más barata es marrón si el trigo es blanco? ¿Por qué el aceite es tan líquido, chisporrotea y salpica en la sartén y no deja los fritos crocantes?

Mientras enumeraba mentalmente preguntas sin respuesta... terminé el puré. Quedó blanco, ¿cómo no?, si lo bato con leche hasta dejarlo como una crema, y rico también... por la manteca, la sal y la nuez moscada. Todo en orden, lo puse en la fuente para microondas, lavé la olla y se acabó el laburo.

Entonces, luego de atorrar un buen rato en el sofá buscando respuestas irracionales a preguntas incoherentes y por ser Primero de Mayo, decidí plasmar mis locuras delirantes por escrito y vine a la PC a teclear estos divagues.

¡Feliz día de los Trabajadores!

Eliza




06.05.2012 19:21

Era grande, fuerte, arrogante. Sumisas, las gallinas abrían paso ante su andar soberbio y ostentoso que imponía la autoridad del gallinero. Sólo mostraba su recelo ante la presencia humana cuando mi madre entraba a buscar huevos, con la cresta erguida y las alas entreabiertas, sin amedrentarse ni retroceder.

Aunque percibía su mirada desafiante al acercarme al tejido de alambre, mantenía mi deseo de ocuparme de aquella tarea diaria. A veces mi madre accedía. Me entregaba la pequeña canasta, vigilando adentro, cerca de la puerta, mientras yo recogía la postura del día.

A mis ocho años, ciertos permisos me hacían sentir importante y un día, creyéndome capaz de hacerlo sola, entré al gallinero sin compañía. A lo que me vio, el gallo corrió hacia mí desde el fondo y se me abalanzó, clavando sus afiladas púas en una de mis piernas.

Mis gritos de dolor y el alboroto de las gallinas alertaron a mi madre, que tomándolo del cogote me lo sacó de encima y lo alejó de un puntapié. Acto seguido y de una oreja, mientras me rezongaba, me llevó adentro para curarme.

Esa noche, al contar el suceso en la casa de enfrente, mi abuelo sentenció que iría en busca del gallo para meterlo en la olla. Le rogué llorando que le perdonara la vida, asumiendo mi culpa por lo ocurrido y prometiendo que nunca más desobedecería la orden de no entrar sola al gallinero. Así fue como se salvó.

Poco tiempo después apareció un perrito deambulante. No digo callejero porque se veía bien alimentado; tal vez tuviera dueños que le ofrecían la libertad de andar rondando por ahí. Pequeño, pasando fácil por entre las rejas del portón del frente, recorría la parte exterior de la casa, husmeaba un poco y volvía a salir. Cuando me encontraba afuera, jugaba conmigo un buen rato antes de continuar su itinerario.

En una de esas vueltas, el perrito descubrió el gallinero. Por la ventana, lo vimos junto al alambrado, como esperando al gallo que se le acercaba lentamente. Me asusté. Pensé que podía lastimarlo y salir ileso, picoteándolo desde adentro. Antes  de salir a alejar al perro del peligro, me di cuenta que no era necesario: El gallo se arrimó al alambre, y fue el perro el que metió el hocico, lamiéndole las plumas. Unos minutos después, el perrito peregrino volvió sobre sus pasos y salió de casa.

Más o menos a la misma hora, aquel extraño encuentro se repetía todos los días. Ya el gallo se pegaba al alambrado no bien lo veía venir. Con una actitud insólita, dócil, casi rendida, acomodaba el buche para que el perro lo lamiera, siempre en el mismo lugar. Esa acción breve pero repetida, le fue haciendo perder las plumas, dejando a la vista su piel rojiza, irritada, casi sangrando. Estropeado, deslucido, reducido casi a piltrafa, en nada se parecía al ejemplar altanero y agresivo que había sido poco tiempo atrás.

A esa altura, me preocupó la salud del gallo y así lo comenté. Las opiniones obtenidas fueron un poco morbosas. Su presencia en el gallinero cumplía una función que yo a esa edad ni entendía ni se me explicaba, y aun así no había intención alguna de protegerlo. Desde que me dejó unas cicatrices que conservé por varios años, a nadie le importaba lo que el bicho pudiera padecer.

Entre frases incomprensibles para mí, como "El valentón resultó ser más masoquista que sádico", a otras más claras como "Bien hecho, gallo marica, quién te ha visto y quien te ve", apareció la puesta en práctica eficaz de mi abuelo, que sin mediar palabra alguna cumplió la decisión que un tiempo antes detuviera a mi pedido. Aplicando la necesaria eutanasia provocada por las circunstancias, sin más trámite, se lo comieron en la casa de enfrente.

En sus próximas visitas, el perrito no dio señal alguna de extrañeza ni pesar por la falta del gallo, y se entretuvo jugando conmigo como si lo otro... nunca hubiera pasado.

Eliza




08.03.2012 05:29

Amigos: Les prometí noticias (cuando hubiera buenas) y acá van.

Si bien el mes pasado no volví muy contenta de mi visita al cirujano porque esperaba el ansiado permiso para pisar y no me lo dio... algunos adelantos hubo: me indicó ejercicios pisando la balancita de baño empezando con 10 Kg. y aumentando 10 por semana y lo más importante, me dio permiso para manejar. Lo que debe pisar mi pata mala es el embrague, que se acciona sentada, con una presión mínima.

Quedó casi cumplido el sueño de mi vida (me hubiera gustado ser taxista), con la variante de conducir como chofer honorario... pero chofer al fin. Sí, nada más que eso, porque llegar al auto con la silla de ruedas rodando por la piedra laja es todo un asunto y aunque se cierra, pesa un quintal y cuesta un triunfo meterla en la valija. Mejor dejarla en casa y no bajarme del auto hasta la vuelta. Un lujo, dos saliditas semanales al supermercado de media hora cada una, escuchando tangos en la radio mientras Miguel hace la compra, me renueva y me da más resultado que un buen recauchutaje en la peluquería.

Pero de pararme en las dos piernas no dijo nada, de caminar, menos, y de cuándo será... misterio, como siempre. Sin embargo me explicó la razón de los ejercicios. Cuando hay transplante de hueso ajeno, como en mi caso, hay que darle peso poco a poco, porque de lo contrario, corre el riesgo de fracturarse.

Si en cada paso le damos a cada pierna el peso completo de nuestro cuerpo, ese dato me dio la pauta de que recién podría caminar a las siete semanas, cuando estuviera pisando 70 Kg. en la balanza. Con esa idea fui a la consulta ayer, miércoles 7, asumiendo de antemano que esta vez... tampoco.

Como siempre, miró las radiografías y se jactó de su labor, aunque esta vez compartió laureles conmigo (en cinco meses, el hueso transplantado ya casi se confunde con el mío y eso significa que hago muy bien los deberes). Le agradecí sin alardes, porque soy tan ególatra como él.

Cuando empezó a decirme que siguiera los ejercicios aumentando de a 10 Kg. y que lo fuera a ver a fines de abril, las cuentas no me cerraron y se lo dije... "Pero yo preciso pisar 70 Kg. y a esa fecha van a ser 110..." Y ahí, muy risueño, me mató de la sorpresa: "Sí, cuanto más ejercites los músculos, mejor. Total... lo vas a hacer caminando... ¡Pero con un andador y muy, pero muy despacito y si usás los dos bastones, que sea con muchísimo cuidado!"

No lo podía creer, quedé de boca abierta y él... le palmeó el hombro a mi marido, me dio un besito, me dijo que en la próxima consulta por primera vez me verá entrar caminando, y nos despidió.

Al llegar a casa, lo primero que hice fue llamar a Estol para que me traigan un andador y se lleven la silla. Igual a la de la foto, con frenos de bicicleta, será mi nueva máquina a tracción a sangre y la tendré a mi disposición en pocas horas más.

Ya está, se terminó mi largo periplo. Caminar era lo único que me faltaba. La velocidad y la destreza de movimientos ya vendrán, no tengo apuro: ¡ya tengo independencia!

Me senté en una silla común, no en la de ruedas, respiré hondo y tomé un bastón en cada mano para recorrer el laguísimo trayecto hasta llegar al baño (9 metros ida y vuelta)... no sé en cuántos minutos... lo importante es que lo hice sola. Me cansé como si hubiera hecho una caminata a campo traviesa, pero me salió muy bien.

Lo mejor de todo esto es el descanso que tendrá Miguel a partir de hoy. Ahora mismo, duerme tranquilamente mientras yo me trasnocho frente a la computadora, sin tener que preocuparse por venir a buscarme para llevarme a acostar. Está tranquilo porque sabe que no haré nada arriesgado, que me tomaré mi tiempo para cada movimiento, y que seguiré recuperándome con la misma tenacidad de siempre, y la misma calma.

Dentro de un rato, cuando me venga sueño, emprenderé el camino hacia el dormitorio. Recién cuando me acueste y apague la luz, me voy a convencer de que llegué hasta allí por mis propios medios, como antes, como será de ahora en más, porque mi vida recomienza.

Eliza




29.02.2012 19:00

Durante toda la década del 50 y hasta el inicio de los 70, una pasadita obligatoria al volver del trabajo, para los que se bajaban del ómnibus en Avda. Rivera y Simón Bolívar, era la pizzería de Palmiro, inserta en el bar del gallego Antelo. El bar tenía una entrada por Simón Bolívar y la principal en la esquina con Rivera. La puerta de la pizzería era por la avenida. Se comunicaban por adentro, también.

Palmiro era un tipo alto, prolijísimo, con su atuendo todo blanco, desde las alpargatas Rueda hasta el gorrito. Era flor de tipo, querido por todos. A la hora de la salida de la Escuela 83 (la de la tarde, que sigue estando a la vuelta, por Simón Bolívar y lleva ese nombre), los días de lluvia se veía un espectáculo exclusivo:

Palmiro salía de la pizzería, con una sombrilla de playa enorme y roja. Juntaba todos los gurises que pudiera cubrir y los cruzaba Rivera, deteniendo el tránsito. Así varias veces, hasta que cruzaba el último, sin empaparse por el aguacero, para poder seguir su camino bajo las cornisas hasta llegar a su casa.

Trabajando se movía con destreza y rapidez. Verlo preparar el fainá era todo un espectáculo. En un tacho de aluminio brillante metía su mezcla justa de harina de trigo y de garbanzo y un poco de sal, y lo ponía debajo de la canilla.

Así nomás, a ojo de buen cubero, agitaba el batidor de alambre y cerraba la canilla cuando sabía que la mezcla estaba a punto. Echaba un chorro de aceite en la enorme asadera circular un poco hundida en el centro, lo extendía con la mano, y vertía el fainá. ¡Y al horno de leña, por supuesto! En pocos minutos salía aquella delicia crocante. Cortaba las porciones casi triangulares, a cuchillo y a gran velocidad. De la orilla si se la pedían finita y del centro si la querían gruesa.

Otra particularidad de Palmiro era su forma de acondicionar el queso muzzarella. No lo cortaba en fetas, como todos: lo pasaba por la picadora de carne (manual, claro) y de ahí salían bolitas de muzzarella, que ponía en un tacho grande y las iba sacando para esparcir en las pizzas. ¡lo escribo y se me hace agua la boca!

Aquel pequeño localcito siempre estaba lleno y la gente esperaba afuera. Iba todo el barrio y también gente de afuera. Se podía comer parado, apretado frente al mostrador, o llevarse el paquetito para casa.

Ya por los años 70, Parmiro se independizó. Se mudó para la mitad de la cuadra, en Rivera entre Simón Bolívar y Obligado. Alquiló el local del turco Jarulf, pegado al Cine Savoy. El turco se había hecho rico vendiendo refuerzos de mortadela a grandes y chicos que iban al cine. Fue muy astuto. Cerró el negocio junto con el cierre del Savoy y se lo ofreció a Palmiro.

Con la enorme clientela que tenía Palmiro, parecía que todo iba a marchar muy bien. Pero eran tiempos en que los montevideanos priorizaban la comodidad. ¿Para qué caminar media cuadra bajándose del ómnibus en Obligado o Simón Bolívar, si también había parada en Brito del Pino? Y sí, paraban en todas las cuadras, y en la esquina de Rivera y Brito del Pino estaba el bar Canadian, con mesas afuera y un discreto horno de pizza, que no sería como la de Palmiro, pero era buena.

Palmiro se quedó con los clientes del barrio que iban a buscar el paquetito, pero no alcanzó. Bajó la cortina al poco tiempo, y se decidió a jubilarse, ya con unos cuantos años encima.

Llena de nostalgia la dejo por acá... tratando de no contar los años que hace que comí las delicias de Palmiro, fui a esa escuela y viví en esa esquina, en la clínica dental que atendía mi madre.

Eliza



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