¿ Libertad de expresión ?
Anna Donner Rybak. Compañeros; hasta la victoria.

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CUENTOS

04.12.2012 13:02

Como la duración de las cosas sujetas a cambio o como los seres que tienen una existencia finita y con la incertidumbre de si aquel llamado sucedería después de salir el sufriente de turno  del tenebroso salón en que estaba siendo juzgado su grado de suficiencia o por el contrario el tribunal se tomaría una pausa de quien sabe cuánto ella aguardaba el tener que probar a todos aquellos soberbios eruditos su idoneidad para la profesión, inquieta, incapaz de permanecer en reposo, un tanto exaltada, un tanto desasosegada, mientras se probaba su facultad para recordar las imágenes de aquellas construcciones que se le habían mudado a la memoria durante las jornadas del estío mientras la madre le preparaba el café a la Viena y ella iba devorando la Biblia de la historia de la arquitectura moderna de Leonardo Benévolo, aquella obra científica de tan magna extensión como para conformar un volumen gordo y corpulento de costosa manipulación considerado imprescindible para cualquier estudiante que debiera de ahondar en la evolución de los diversos movimientos y tendencias y de la influencia de los hitos trascendentales como el desarrollo de la industria, los cambios socioeconómicos y las transformaciones políticas que habrían influido en la historia de la arquitectura, la “ville Saboye” descansaba sobre pilotes y Le Corbusier  había trazado Montevideo en terrazas a la ladera de  la Cuchilla Grande.

Entonces dirigías tus pasos hacia la esquina de 18 de julio y Yaguarón e ingresabas en el edificio inaugurado en vida de Don José Batlle y Ordóñez, sede del diario para el que trabajabas, que pudo generar una cultura de masas a través de la prensa escrita transformándose en el habitual compañero del domingo de los sectores populares urbanos e incluso a veces escuchabas la fuerte sirena que indicaba tanto fiestas como tragedias para quizá luego ir andando presuroso en dirección a la plaza Independencia con el cometido de llegar a tiempo para ocupar el lugar en la platea que habías reservado para la función de aquella ópera recién estrenada.

Te espero en la puerta de “Maroñas” con el ansia de una colegiala enamorada para caminar contigo la única cuadra que nos separa de la Fuente de los Candados y así sellar nuestra unión ya sea en la tercera o primera entidad.

Anna Donner Rybak ©2012




03.12.2012 15:34

Como obedeciendo una suerte de ceremonial, como si estuvieras en cierto acto, como si veneraras a un memorable o insigne o distinguido contemplabas aquella obra construida dentro de un marco clasicista con líneas arquitectónicas dignas del renacimiento italiano, atraído quizá por la suntuosidad de los mármoles, la yesería de los frisos, los cielorrasos y las paredes o quizá por la leyenda de la existencia de secretos pasadizos y escapes misteriosos.

Con esas imágenes del pasado persistiendo en tu memoria, aunque muñidas del ferviente anhelo de refutar aquella leyenda y de dejar todo el asunto en el olvido, contemplabas aquella reliquia, un  pequeño trozo de paño con las dimensiones del lienzo mayor con el que se cubre la mesa del altar, bordado con las iniciales “M.S.” que venía a traerte a la memoria a Maximito, el hijo, el que vivía en la misma cuadra de tus abuelos, el que después vivió en la casa de tus abuelos, en aquella otrora zona de residencias temporarias en que escucharas el viento soplando en las arboledas, zona otrora de inmigrantes con cultura de tierra, zona otrora de vides y chacras, zona de tierras situadas entre el Pantanoso y Las Piedras,  el de la Plata y el Santa Lucía, tierras y ganados que pertenecieran al patrimonio real luego de la fundación de Montevideo, repartidas a trece familias del primer contingente de canarios y nueve familias del segundo, zona que ostentara del privilegio de inaugurar el primer ferrocarril que circuló en el Uruguay, su estación local constituida en una casilla de madera con el letrero de “Pantanoso”, designación que tan solo meses después fuera cambiada por la de Colón, habiendo sido trazado el primer plano de aquella villa en la segunda mitad del siglo XIX, habiendo arreglado avenidas, calles, la plaza y habiendo culminado con la construcción de los portones de acceso.

Contemplabas extasiado el alhajero de la mujer de Santos y te ibas a pensar, iluminado por la luz del patio de la fuente en tu bisabuelo, que te miraba desde aquella pintura de Blanes, en aquella explosión que había conmovido a toda la población montevideana por las trágicas proyecciones que había tenido, en la que él había arriesgado la vida para salvar la de los soldados heridos, caídos bajo los escombros al producirse el derrumbe parcial, con el afán  de Santos probarle su error por haberse consentido la insolencia de asegurarle que la fortaleza podía considerarse poco menos que inexpugnable.

Sumido en tus pensamientos estabas cuando la viste entrar en el Ministerio de Relaciones Exteriores, niña vestida de ejecutiva con la pollera que le había prestado la madre, contratada para escribir con letra manuscrita el nombre de cada uno de los invitados a la recepción de bienvenida del Secretario General de las Naciones Unidas a la República Oriental del Uruguay, primeriza en aquellos asuntos de protocolo le había preguntado a la madre, casi con horror, cómo era eso de que mientras había gente durmiendo en la calle existieran aquellas tonterías en las que se gastaran montañas de dinero, asuntos tan frívolos como  superfluos como la organización de las diversas escoltas del Secretario esbozadas en cuadernos enteros con esquemas acerca del orden de cada una de las comitivas que rodearía el eximio y negro vehículo del ilustrísimo visitante, la ubicación de las motos y otros automóviles que lo circuncidarían,  las miles de llamadas para decidir la tela de los manteles, el vestido de las mesas, la confirmación de asistencia de políticos, ministros, y hasta el mismísimo presidente de la República, el crápula futuro padre de la Ley de Caducidad.

Resultaba más relevante  la indicación de la dieta “Scardale” del Canciller en todos los menúes oficiales, un asunto de vida o muerte, cuando al fondo del río o en el rincón de algún batallón del ejército, disfrazaban a la muerte de dilema.

Anna Donner Rybak © 2012




29.11.2012 12:28

Era cuando plasmabas quizá una imagen o una idea y la producías como representando una obra teatral reproduciendo todo aquello que veías, como ejercitando ciertos músculos para fomentar tu desarrollo, disponiendo, transformando, convirtiendo, obrando, actuando, procediendo, ejecutando con instrumentos de dibujo aquello que ibas copiando producto de lo que visualizabas sentada en el muro de la rambla de Pocitos o en las riberas del Miguelete, allí donde los árboles habían perdido sus hojas producto de la estación donde las horas de luz se debilitaban, acortaban o disminuían, acaso sometidas a los caprichos del astro rey era que ellas devenían en rojo, marrón o amarillo antes de caer de los frondosos árboles próximos al arroyo y al monumento que homenajeaba a los charrúas.

Entonces creías sería posible proyectar futuras urbanizaciones sin avizorar siquiera el tan vano resultado de proyectar utópicos barrios modernos en aquel pueblo caído del mundo,  aquellas otrora primeras construcciones edilicias en la ribera  del río Santa Lucía, en aquel entonces paso conocido como “La Barra” luego devenidas en un núcleo poblacional incrementado de familias asturianas y gallegas que en el siglo XIX cruzaban el río en la balsa que tanto cargaba hombres como vacas después de que el titular de “Empresa del Ferrocarril y Tranvía del Norte” hubiera ganado una licitación para instalar allí los corrales para el abasto del ganado y por decreto rebautizado “Santiago Vázquez” en los albores del siglo XX.

Entonces sabías, quizá aferrada al poder sobrenatural inevitable e ineludible que guía la vida humana, mientras tenías el casette pronto con el “rec” y el “play”, oscilando entre CX 32  y CX 50 con la secreta esperanza de que Rupenian o Mullins pasaran “Roxanne You don't have to put on the red light” que ya lo esperabas.

Anna Donner Rybak © 2012




29.11.2012 08:38

El apuntador da la señal y hacen su entrada al escenario primero y por la derecha las soprano y las contraltos-altas, después y por la izquierda las contraltos-bajas y los tenores y  el director y músico, dejando en el medio quizá un vacío o vanidoso y presuntuoso hueco. Un foco  iluminaba aquel espacio, el otorgado a la elegida que daría voz al poema de su autoría en aquel festival internacional de canto latinoamericano en el que participaban brasileros, argentinos, uruguayos y mejicanos en la capital de la vecina orilla. El teatro recién construido, sobre las ruinas de lo que fuera la sede de la mutual AMIA, habiendo sucumbido a la explosión destinada especialmente a cierto grupo o etnia sin otro cometido que apagar el fuego de su luz per se, y muertos hubieron de todas las razas, personas que se habían despedido a la mañana como cualquier otra mañana sin tan siquiera poder llegar a suponer que aquella sería la última despedida y que aquel sería el último día en el mundo. Con la intención o voluntad de calmar los nervios y con el afán de intentar localizar o encontrar las prendas que luciría en aquella noche, su noche, las horas previas había tomado el subte B en la estación Almagro seducida por  ese olor a estación vieja y ruido a tren desplazándose, desde el andén situado todavía del lado que irremediablemente quedaban divididos los que se iban en los trenes a Federico Lacroze de los que se iban en los trenes a Leandro N. Alem. Había descendido en Pueyrredón, un poco más allá del “Abasto”, con el anhelo de caminar al aire libre y no por uno más de los shoppings de la Reina del Plata subyugándose siempre al deambular por las aceras de Buenos Aires eligiendo extasiada aquella remera que costaba menos que un boleto de ómnibus en Montevideo de uno de la fila de comercios que eran tentación. Tomó nuevamente el tren en Callao mientras pensaba si debería de haber cruzado o no Corrientes, dudando de si ya los andenes estarían en el medio, o si sería indistinto bajar a la estación por cualquiera de las veredas de la avenida. Sin embargo sí sabía que su próximo destino, Florida, no dividía a los que iban de este a oeste, o de norte a sur, de los otros, depende de cómo se mirara el mapa, siguiendo aquella costumbre de ubicarlo con una falsa orientación… quizá la ciudad  estaba ofendida y le daba la espalda al río, mientras que  Montevideo lo ofrendaba y le abría los brazos. En uno de los elegantes locales de “Galerías Pacífico”, extasiada había dado con las prendas soñadas, si bien el uniforme del coro de las mujeres consistía en una blusa lisa con la salvedad de la libre elección del color pero de corte similar, aquella como casi al descuido la iba a destacar, tenía un escote cruzado casi cercano a un kimono y mangas amplias que terminaban en un puño angosto de color coral, y aquel pantalón negro, aunque ella se habría puesto otra cosa pero la orden era irrefutable, pantalón negro, y calzado también negro. Y allí estaban el pantalón de lycra que le dibujaba la cintura grácil delineándole la figura acompañado por los stilettos con forma góndola veneciana.

Disimulando los nervios que la consumen y luego de que todos ocupan sus correspondientes lugares en el escenario, sube y se coloca debajo de aquel foco llevando consigo el poema que prolijamente había pasado en limpio. No habría presentación, según lo acordado entre todos vendría el poema seguido de la interpretación de “El Pianista” de Jorge Drexler y finalmente se anunciarían. El músico director la mira como preguntándole si está lista y ella le devuelve como respuesta un breve descenso de cabeza con un movimiento imperceptible salvo para el músico y para ella, estableciéndose así entre ellos una complicidad quizá casi secreta. Es entonces que la guitarra comienza a hablar con las cuerdas, y el público aguarda expectante en medio de aquel silencio casi sepulcral. Ella se acerca al micrófono, y con una voz un tanto aniñada, se arma de valor para recitar ese poema que todos por unanimidad habían elegido para ser representados. A medida que va soltando cada palabra se afirma, apoya la voz y puede articular y vocalizar cada letra, sin mirar a la gente sólo ve al ras el colchón de cabezas, y las luces, Nerviosa como aquella oportunidad en que acompañó a los músicos con un solo de flauta dulce, ¿Y si le temblaba un dedo? Un mínimo movimiento o de más o de menos para que el agujero de aquella flauta o se destapara cuando debería estar tapado, o viceversa, la intensidad del soplido, el regulado de la salida del aire, cualquier falla y la nota sonaría mal.

Los aplausos del público fueron ya no de aprobación sino embelesamiento. -¿Es de tu autoría? – le preguntarían más tarde, cuando ya el espectáculo hubiera culminado y todos estuvieran bajando la escalerilla del escenario, -Tú sos un ángel y yo soy una sobreviviente- le dirían, querrían tocarla y ella que no sabría si estaba soñando en medio de un cúmulo de desconocidos, que la felicitaban a rabiar, o si aquello realmente sería cierto y después de todo nada menos que en el extranjero el público la ovacionaría.

Culminada de la lectura el coro en una ciudad que no era la suya interpretó con un papel arrabalero un tango, con uno murguero un canon, sin faltar en el repertorio una canción en Yidissh. La ubicaban irremediablemente entre las soprano y las contraltos –altas porque las otras decían que se “iban” con las de al lado y ella era mezo soprano, a veces cantaba con las soprano y a veces cantaba con las contralto altas con el cometido de apoyar y tapar las distracciones de las demás que no prestaban atención en los ensayos a los arreglos, a pesar de que el director perdía la compostura tratando de disciplinarlas una y otra vez haciendo el acorde con la voz y marcando con la guitarra las notas siendo aquello misión inútil, cuando el arreglo debía finalizar una octava más alta seguían equivocándose, resultaba imposible hacerlas prestar atención exaltadas concretando quizá una salida a la noche con amigos o comentando acerca de la organización del siguiente evento para recaudar fondos.  Sabía que irremediablemente tarde o temprano las dejaría, jamás mejorarían.

Se contemplaba adentro del plasma que pendía de la pared azul de su dormitorio, ahí estaba recitando y al costado del escenario una pantalla plana la replicaba en exacta simetría axial, como una suerte de trascendencia, como cuando comenzó a trazar , en una hoja de 1/8 watman un esbozo de lo que luego se transformaría en unos labios delineados, un trazo apenas insinuando de una pupila y un iris que luego finalmente quedarían definidos por los claroscuros y las cercanías o lejanías de acuerdo a los blancos y negros, a las alegrías o tristezas, a la elección de una gama cálida de rojos, amarillos y naranjas, o una fría de azules y verdes, o quizá como estableciendo un antes sólo el azul, amarillo y rojo, como antes de que se mezclaran en el mundo los habitantes de las zonas gélidas con las tropicales, antes de que hubiera caucásicas en otro lugar que no fuera Europa del norte.

Mientras el acrílico secaba era que se desplazaba hacia la banqueta redonda, la giraba a la exacta altura para poder oprimir el pedal que haría perdurar el sonido, abría la tapa del piano y tomaba asiento irguiéndose con la espalda derecha y las manos arqueadas con los dedos en la posición exacta para así comenzar a oprimir con los ojos cerrados las teclas blancas y negras, a veces casi como un susurro, a veces casi como un grito, y entonces el sonido embriagaba todo el ambiente como un incienso de vainilla perfumando con acordes que reían o que lloraban.

Y en el instante en que el dibujo que la retrataba quedaba listo y cada pared se había impregnado de dulzor se dirigía al escritorio y en medio de libros abiertos y subrayados, en medio de un taco que anunciaba los próximos vencimientos de los gastos comunes y la contribución inmobiliaria, era que ella abría el laptop con la secreta esperanza de encontrarlo, como venían encontrándose desde el día en que se habían conocido, con algunas interrupciones pero siempre sincronizados.

Anna Donner Rybak © 2012




29.11.2012 08:34

Quizá toda la verdad sea reductible a la intersección de dos líneas: la elevación a través de la creación, de los sentimientos, sobrevolando aquel suelo firme, tangible, materia y el desplazamiento por el conjunto de todo lo que ha formado el universo sin la intervención del hombre, una suerte de principio o fuerza cósmica que se supone rige y ordena todas las cosas, la innata forma en que crecen las plantas y los animales. 

Ahí, en la parte del plano entre las dos semirrectas que tienen el mismo vértice, está el hombre. “No todo está perdido”, le había dicho el maestro despertándola de una suerte de ensoñación en la que ella estaba sumida mientras dormía plácidamente en el “chaise longe” del estudio cubierta con una pieza rectangular de satén rojo.

Fue entonces cuando ella decidió bosquejar aquellas líneas horizontales y verticales formando  una retícula y  a la bailarina desplazándose por esa suerte de andamio plano mezcla de niña romántica e ingenua pero la bailarina se había congelado porque componer una bella figura no venía dado como por arte de magia.

Se puso a caminar como las bailarinas, pensando que el cielo le tocaba el pelo, despreocupándose de los brazos que caían grácilmente y se movían por sí mismos, se desplazaba por la barra de equilibrio, los pies iban por una línea haciendo un “ocho”.

Y dibujándole un movimiento de trazos mentirosos en los confines de transparentes muros que iban del claro al oscuro y dejando que el pincel rozara la cartulina, corriéndose la pintura por el papel humedecido, con toques finales certeros para no saturar la obra, creó una criatura única e irrepetible.

Quizá; después de todo sí se podría dibujar en la oscuridad- pensó con los ojos cerrados mientras veía una suerte de armonía en la posición de los puntos de colores similares los  unos respecto de los otros y cayendo en la cuenta de que finalmente acababa de definir su estilo: abstracto.

Sostenida de aquella salvadora columna jónica, habiendo finalmente podido asimilar la resignación de tu letal ausencia, me conformaba hablándote con los dedos  a través del movimiento minuciosamente sincronizado que oscilaba entre el acorde de mi bemol mayor, do mi bemol sol y la ascensión al fa mayor, corriendo carreras entre corcheas y semifusas y respirando el silencio de negra.

Hasta el no tan lejano día en que de pronto y sin previo aviso, como cayendo del cielo rosa violáceo crepuscular, como un la menor descolgándose por un enajenante descenso por semitonos, apareciste dejándome inmovilizada con la duda de si serías un reflejo en la noche o el augurio de la tan esperada unión o en el mar o en el río, qué más da.

Anna Donner Rybak © 2012




21.08.2012 15:37

 

Hoy es el baile de “La Scuola”. Seguro que ahí lo veo. Ojalá me saque… Ojalá… Estoy esperando hace horas que pasen “Keep on loving you”. La pasaron pero tuvo que hablar; que hijo de su madre. Voy a ver en Radio Mundo. Este Rupenian no se calla ni que lo ahogues. Todo para que vayas a comprar el disco o el casette. Salen carísimos. Yo te voy a agarrar, ya vas a pasar “Keep on loving you” y te vas a callar. Yo te espero. Pah, parecía que hoy no llegaba más y llegó. ¿Qué me pongo? El “Levi’s”. Abajo el “Levi’s”. Un billete rojo me costó. Me lo probé y la Negra me dijo “Te queda genial”. Ta, me lo llevé. Si mi vieja me había dado la plata. Le tuve que decir que no había “vuelto”, no me rezongó, menos mal. Por lo menos tengo un “Levi’s”. -¡Má, me voy a lo de la Negra!- ¿Vas a salir sin campera? – ¡Sí!- ¡Te vas a resfriar!- ¡No pasa nada!  Qué paspe mi madre. Siempre con este asunto del frío. Yo me voy a comprar la campera “inflada” cuando pueda. La gris no me gusta. Ya no se usa. Capaz para mi cumple me la regalan. Ojalá. -¿Y van a estudiar?- Má, ¡hoy es sábado!- ¿No tienen un escrito la semana que viene? –¡ Mañana vamos a estudiar!- Qué paspe mi madre. Siempre me rompe con el asunto del estudio. Seguro que esta noche lo veo. ¿Me verá? ¿Le gustaré? ¿Me sacará? ¡Ay, perdí el 60! ¡Qué mala suerte! ¡Viene otro vacío! ¡Es doble! Me encanta sentarme ahí en el medio, en los asientos de “a uno”. ¿Qué pasa que no sigue? Se baja el guarda. Se desenganchó un cable. No sé cómo no se mueren de miedo. Siempre hacen chispa. ¿Y si les da “corriente”? –¡Negra, recién son las cuatro! – Ahora vienen Mariana y Mónica, y traen más ropa. La pila es alta. Blusas, botas con flecos, hay un buzo fucsia (este año se usa en fucsia y el turquesa), hay dos polleras de volados, hay para todas. –Nos pinta mi hermana. Convencí a mi padre para que nos vaya a buscar a todas. A las cuatro de la mañana. La semana pasada nos fue a buscar el padre de Mónica. –La madre de la Negra siempre nos pregunta lo mismo: ¿Llevan la cédula? Miren que si no llevan la cédula se las llevan. ¿Por qué será que nos pueden llevar si no tenemos la cédula? Si todavía no somos mayores. No entiendo. La hermana de la Negra va a ir a “Zum Zum”. Una “boite”. ¿Qué harán ahí adentro? ¿Por qué nosotros no podemos entrar? Estrenaron “La Laguna Azul”. Era “prohibida para menores de quince”. Nos colamos en el cine “18 de Julio”. Ya hace un año. La madre de la Negra nos va conseguir entradas para ver a Van Halen. Qué alucinante. ¡Viene David Lee Roth al Uruguay! Tengo sueño. Yo no duermo la siesta. En la calle hay ruido. Las chicas no están. ¿Qué pasa? Miro por la ventana. Abro la puerta como una autómata. Salgo. Algo raro hay en el aire. Pasa un auto todo redondo. Nunca había visto un modelo así. Y eso que mi padre me enseñó todas las marcas. Pero ese… nunca lo vi. Se parece al auto de Meteoro. Qué raro. ¡Qué tránsito que hay! Si por esta calle nunca pasa nadie. ¡Ensancharon la calle! Voy a la parada, hay un techo, y al costado hay unos carteles prendidos. “Crema para peinar Sedal para cabello lacio”. ¿Crema para peinar Sedal para cabello lacio? Pero si anoche me hice el torniquete, ¿qué crema es esta que las chicas no me avisaron? Me subo al primer ómnibus que pasa. Algo raro está pasando. ¡El guarda es una mujer! Y tiene una máquina que “da” boletos. ¿Común?- Asiento. Paso y encuentro lugar para sentarme. ¡Hay música en el ómnibus! ¿Será Radio Mundo? Llegamos a Bulevar Artigas y Avenida Italia. No entiendo. ¿Y todos esos edificios del futuro? ¿Y todos estos semáforos como los que hay en Buenos Aires? No entiendo qué está pasando. Suena algo en mi bolso. Una voz habla. Es como una llamada telefónica. ¿Cómo me están llamando si estoy en la calle? No sé qué pasó. No entiendo. Vuelvo a casa. ¿Mi abuela está en casa? -¿Qué pasó? No me avisaste que venías. – Es mi madre la que me habla. En la pared hay una foto. ¡Soy yo! ¡Tengo un vestido de novia! ¿Quién está a mi lado? Hay otra foto. Soy yo de nuevo. Y dos niñas preciosas. Una es igual a mi cuando era chica. -¿Y las nenas?- pregunta mi madre. -¡Te suena el celular! ¿No vas a atender? Está la radio prendida. “Noche de la Nostalgia 2012 EN EL HIPODROMO NACIONAL DE MAROÑAS Además, en el salón Gran Maroñas pista exclusiva de la cena Show, Y habrá más sorpresas, tributos musicales y sorteos.” ¿En el Hipódromo? Si en la Noche de la Nostalgia no se cena, se baila, y es en “Ton-Ton”, “Zum-Zum” y “Lancelot”. ¡Son las ocho! ¡Dale que mi hermana se tiene que ir! ¿Las ocho? -¿Qué te pasa?- Negra; ¿por qué no me avistaste de la crema para peinar Sedal para cabello lacio? - ¿Qué es eso? – Lo vi en un cartel en la calle- ¿En un cartel? Qué raro. – Negra, en la Plaza de la Bandera hay unas torres de vidrio. - ¿Qué te pasa? - ¿No hay unas torres de vidrio en la Plaza de la Bandera? -¿Qué te pasa? ¿De dónde sacaste eso? –Negra, abrí la puerta, quiero ver la calle- ¿Qué te pasa? – No entiendo, hoy pasó un auto raro, y había un tránsito bárbaro. – ¿En esta calle? ¡Imposible! ¿No ves que no hay nada? - ¿verdad que la Noche de la Nostalgia sólo es en “Ton-Ton”, “Zum-Zum” y “Lancelot”? – Dejate de pensar en eso, todavía nos faltan dos años para poder entrar. ¿Qué te pasa? – Nada Negra, que alivio, qué felicidad, hoy seguro que lo veo.

Anna Donner Rybak © 2012



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Sobre mí
Anna Donner Rybak nace en Montevideo el 21 de setiembre de 1966.Desde 1989 hasta 1996 es docente en UTU de Programación de Sistemas y de Lógica.En 1993 se recibe de Analista de Sistemas.Escribe desde 2000, diversos géneros: Cuentos históricos, cuentos de humor, Columnas de actualidad, Ensayos, Poesía y fantástico.

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