Por Martín Otegui Piñeyrúa

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Mis artículos

13.08.2012 01:47

Esta es la última columna que voy a escribir en el blog. Ya sé que el final vino así, medio de repente, sin tiempo para comprar sanguchitos y hacer una despedida como Dios manda. Ya hace más de un año y medio que escribo en este portal y hoy es la última vez que lo hago (al menos por un tiempo). Se preguntarán por qué. Les cuento: papá vendió la empresa y ya no es más el dueño. Así de sencillo. El verano no es eterno, Cris.

En este año y medio escribí 65 textos muy distintos, unos peores que otros. Algunos que buscaban la risa; otros, la reflexión. Casi ninguno logró nada. La primera columna fue una especie de cuplé bizarro sobre los militares, que ahora releo con una vergüenza agobiante. Después escribí sobre televisión, sobre literatura, sobre un par de ídolos musicales, sobre fútbol y, muy a mi pesar, sobre temas de actualidad. En esos últimos casos, me quedo con el consuelo de haber buscado siempre lo universal dentro de lo particular, lo trascendental más allá de las circunstancias del momento.

En las columnas me burlé de Peñarol, un poquito también de Nacional, critiqué a todos los políticos y charlatanes. Fui parcial y subjetivo. Tendencioso. Intenté cuestionármelo todo, a ver si alguien más me acompañaba. Me reí de todo lo que pude, fundamentalmente de mí mismo y de mi visión del universo. Y siempre, siempre, puse por delante cierto estilo, y las sensaciones que podría llegar a despertar en algún lector, antes que los hechos o las opiniones en sí mismas.

En este tiempo conocí comentaristas muy críticos que me destruyeron, que me insultaron. Con la mayoría de ellos interactué y de a poco se fueron cansando. Con los más obsenos me reí bastante y jugué a entender qué sería lo que funcionaría mal en esas cabecitas: si la envidia, la frustración, la simpleza mental o el mero hecho de llevar una vida de mierda. Defectos que, de una u otra manera, tenemos todos.

Gracias a este blog no solo multipliqué el cariño y la admiración de mi familia, amigos y compañeros de trabajo sino que pude conocer a un montón de gente de todas partes del mundo, de todas las edades, y recibir comentarios tan lindos y alentadores que no podían ser demasiado ciertos. Gracias a este blog pude conectarme con mis alumnos de una manera totalmente nueva. Porque les demostré, semana tras semana, que lo único que hace falta para hacer lo que les guste hacer es ser fiel a esa pasión. En este caso, la escritura.

De todas las columnas aprendí algo, y, además de ser cliché, es cierto. Recuerdo "Diego, perdonala", esa especie de carta que escribí cuando Forlán y Zaira se separaron. Recuerdo cómo la noche anterior estuve a un botón de no publicarla porque lo que había escrito me parecía demasiado ridículo y bizarro. Y cómo al día siguiente se convirtió en un chascarrillo viral en las redes sociales. Recuerdo "Demasiada camiseta", la columna que escribí indignado con la situación del hincha del fútbol uruguayo, y que Sir. Diego Latorre no solo leyó y me felicitó sino que la compartió con sus miles de seguidores. Recuerdo los paraguayos y los peruanos diciendo cómo se identificaban con ese texto, cómo yo había podido retratar con tal exactitud su situación... Y yo que lo único que hice fue descargar un poco de la bronca que tenía con mis compañeros de la Colombes y un par de periodistas deportivos.

Recuerdo la columna sobre la mano de Suárez, una de las más encendidas. Las del Mundial, las de la Copa América, la de Paul McCartney, las canciones interpretadas. Y, más recientemente, la que escribí sobre el caso Rovira. Una prueba de fuego...

También recuerdo, incluso con más cariño, las otras, las que pasaron sin pena ni gloria. Las otras 60... Las que, sin embargo, escribí con más esfuerzo y amor que ninguna otra. Como la de Charly García, por ejemplo.

Este blog me permitió crecer, divertirme, conocer personas. Me exigió pensar y buscar la mejor forma de expresar esos pensamientos. Y también me abrió puertas, muchas puertas, entre ellas, un nuevo trabajo que estoy empezando ahora mismo... y es esa la verdadera razón por la cual ya no voy a seguir escribiendo acá.

No sé qué más decir. Probablemente ya dije demasiado. Disculpen el empalague de egocentrismo pero, de alguna forma, creo que era necesario. Y ahora, porque quiero que este blog termine siendo como empezó siendo, les hago un chiste: Waldo sigue haciendo cámaras ocultas.

Gracias. Fue un gusto. Chau. Cortá vos.

 




30.07.2012 03:51

Ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos Uruguay 2032.

Lugar: Estadio Olímpico "Emiliano Albín", propiedad del Club Atlético Peñarol. Construido a fines de 2031 (luego de 135 maquetas) en el predio regalado por el nosesabedequécuadroes Marcos Carámbula y gracias a una donación póstuma del Sr. Francisco Paco Casal.

Como no podía ser de otra manera, el chow comienza con los acordes de Tenfield, que a esa altura ya son casi el himno nacional. El campo de juego luce como una tierra baldía. Nada de nada. En la pantalla gigante James se explica: "Banda oriental". Se siente el "aaahhh" generalizado del público presente. De pronto entra al terreno "Bafo da onca y sus mulatas de fuego", que se ponen a sambar en una esquina. Mientras que, en la esquina opuesta, ingresa el Chaqueño Palavecino secundado por un montón de gauchos y chinas bailando como si estuviesen en Cimarrón. En el medio, la nada misma. Hasta que las mulatas y los gauchos rompen filas, se acercan en el círculo central, agarran unos pañuelos de colores que tira el avión de Puritas (manejado por el Tola Antúnez) y empiezan a bailar el Pericón. La música pegadiza suena por los parlantes a todo volúmen, y la gente en la tribuna enloquece y hace propio el baile. Cuando todo es jolgorio campestre, se apagan las luces, se van los bailarines y es turno del siguiente acto. Música de tensión.

Por un vestuario aparecen unos gauchos con divisas blancas blandiendo las espadas, y en el cielo las estrellas forman la cara de Aparicio Saravia. Luego la de Victoria Saravia. Entonces entran, por el otro vestuario, señoritos con divisas coloradas, y cagan a tiros a los otros. Haciendo alarde de gran despliegue técnico, emerge del suelo una estatua virtual de Batlle, con una remera que dice: "Perdón por no haber sido estéril". Cuando todo es caos y sangre, aparecen los tupamaros cuyos iPads tienen pegotines del Che Guevara, y prenden fuego. Desesperación, gritos. Pero la masacre termina con una lluvia de pastelitos de membrillo y de dulce de leche, que hace que todos se pongan a comer y olviden las viejas diferencias. Los más de 600 actores forman con unos pañuelos la bandera de Uruguay y entonces aparece él volando en un caballo alado: el prócer.

Una estatua majestuosa de José Gervasio, tipo cabezudo de comparsa, sobrevuela el Emiliano Albín y todos vitorean su nombre. El de Artigas. Viva el General, viva el General. Cuando la cancha queda despoblada nuevamente, aterriza el caballo blanco de Don José. Éste se baja, agarra un micrófono y empieza a largar las frases de siempre, esas que memorizamos en la escuela y supieron venir como souvenir con la yerba Canarias. Después de su acto y la ovación del público presente, se saca la máscara y descubre quién es el hombre dentro del disfraz: Sergio Gorzy. Con su cámara en la mano. El estadio entero grita, cómo no, que Gorzy se la come. Y en eso, entra una tribu de guaraníes y se llevan capturado al Artigas-Gorzy.

Seguimos avanzado con el relato histórico. Tercer acto. Ingresan al terreno un montón de niños vestidos con túnica y moña, y un José Pedro Varela de diez metros de alto los azota para que construyan un saladero. Cuando lo terminan, los pibes se ponen a repartir tasajo entre la gente, un detalle muy bien visto por los turistas de todo el mundo. Y, en eso, del círculo central de la cancha, surge el mate más grande jamás visto. Al lado del monumento a lo más representativo que tiene nuestro país, aparece el técnico de Uruguay, el Loco Abreu, quien saluda a la gente que responde con aplausos y vítores. Menos los de Nacional, que le gritan: "Andate al Feligreses de Brasil, ¡vende humo!".

Se apagan las luces de nuevo. Nadie ve qué pasa. Cuando se vuelven a encender, emergen en un área los restos del Graf Spee. Suena la música de la Guerra de las galaxias y caen en paracaídas miles de latas de corned beef. Luego los niños se sacan las túnicas, quedan en cuero, se embarran con la tierra de la cancha y empiezan a pedir monedas entre el público. Y entonces empiezan a llover canastas básicas con un cartel que dice: "Plan de emergencia".

El público estalla de emoción por el efecto visual. Los europeos que vinieron aprovechan y se sacan fotos con los niños que hacen de pobres. El escenario vuelve a quedar vacío, y entra Kanela y su baracutanga, a puro repique. Varios carros alegóricos. El carnaval se apodera del Albín, y un avión de Pluna se estrella justo en el medio de la cancha. La multitud aplaude el espectáculo. Entra Héctor Bado, que también recibe los aplausos del público... Y es momento del repaso por el acervo cultural del Uruguay.

En las pantallas se proyectan imágenes de Zorrilla de San Martín, de Pedro Figari, de Carlos Gardel (abuchean los argentinos presentes en el estadio), Juana de Ibarbourou y termina con una de Ale con K. Luego un grupo de parodistas interpreta el famoso cuadro de Blanes.

Es momento del cine. Se proyecta una secuencia de 25 watts, luego de Whisky. La gente no entiende nada. Pasemos a la tele. Un resumen con lo mejor de Susana Giménez y de Videomatch. Un poco de Regina Duarte. Y, para cerrar, China Zorrilla, que sigue viva, manda un saludo desde Argentina pero jura amar Uruguay y dice que algún día va a volver.

Con tanta emoción, el público presume que se acerca el final de la ceremonia. Es momento de que ingresen los atletas. Lo hacen. Luego un show musical del Pájaro Canzani a dúo con Hernán el Grande. Y, finalmente, momento de encender el pebetero. En este caso, el pildoretero (porque hay pildoritas en vez de pebetes). Entra, meta pedalear, cual elenco internacional, Milton Wynants, el único héroe olímpico hasta la fecha. Y una réplica del obelisco se alza en el centro del césped. Milton lo trepa, y enciende el fuego sagrado. Para cerrar, los Olimareños hacen una versión libre de Friends will be friends, convencidos de que están tocando We are the champions. Emoción entre el público y los atletas. Todo ha sido un gran éxito.

Y de esta manera, con este humilde pero solemne acto, bien a la uruguaya, quedan inaugurados los Juegos Olímpicos Uruguay 2032. Fuegos artificiales y un avión a chorro que escribe en el cielo: "Gracias Fonseca".

 




23.07.2012 01:31

Una especie de Chavo Díaz, más urbano y un poco venido a menos, camina por todo el país. Es decir, por el campo y por la ciudad. De fondo suena una versión ligeramente tuneada (cosa de no tener que pagar derechos de autor) de "Paradise", de Coldplay. Y entonces ANCAP nos enseña a cambiar el mundo:

La cultura se ve en la tele,
las oportunidades se dan en la Noche de los descuentos.
El conocimiento lo imparte Charlotte Chantal,
y las ideas están en la feria.

Los aviones de Pluna se pierden
y los de Air Class se encuentran.
Los encuentros son del tercer tipo,
y el tipo,
tipo nada.

La amistad con Chávez se trabaja
y el trabajo, dignifica.
La inseguridad es culpa de Batlle,
y Batlle tiene un parque.
Como Rodó.

El compañerismo (sin los mates de Scotti) no es tan compañerismo,
el truco se grita
la flor se canta
y el envido... el envido se toca.

Las opiniones las da Julio Ríos
o Etchandy.
El respeto se impone, o lo impone Mauro Más,
y el Comité Olímpico es un alcahuete del Imperio.

A Marley se lo banca,
los periodistas deportivos conducen programas de chimentos,
a Suárez se lo disimula
y a Collazo se lo googlea.

La tristeza la vamos a sentir cuando perdamos con Senegal
la solidaridad se caretea, una, otra vez, y mil veces.
Y la marihuana se cultiva.

Las deudas se perdonan,
sobre todo si son de Paco.
Canal 5 se le vende a Tenfield
y el loguito de TNU... se transforma.

El miedo, el miedo que da ir a ver Batman.
Y a Batman se lo respeta...
Y así la sociedad se transforma.

El recurso más valioso que tiene el Uruguay son los chori del Estadio...
porque tienen la capacidad de producir el país de siempre...
Es Uruguay...¡qué queremos!

ANCAP
Artigas Nació Comiendo Alfajores Portezuelo.

 




16.07.2012 03:08

En la biografía, ahí a la derecha, al costado de la foto del fachero ese de remerita verde y blanca, solo pongo las cosas de las que estoy orgulloso. No pongo, por ejemplo, que soy maniático o hipocondríaco hasta niveles insospechados. Nada que espante a las groupies (inexistentes). Pongo que leo, que juego al fútbol, que me gusta Dylan y, algo de lo que estoy particularmente orgulloso, que soy docente. Soy docente en la Facultad de Comunicación en la Universidad de Montevideo. Y sí, cuando leí en Búsqueda lo que leí, ese orgullo se me vino abajo. Como a tantos otros que, sea por la razón que sea, no dijeron nada.

Tenía diecinueve años y estaba en el segundo año de la carrera cuando la decana me llamó a su despacho y me propuso dar mi primer curso. No sé qué virtud oculta habrá visto en mí. Si la altura, la voz grave, la propensión a usar camisas. No se lo pregunté, hablamos de compromiso, de pasión, de compartir, del intercambio, de que cada alumno era un mundo, de ser buenos... Pero no me preguntó a quién prefería, si a Pelé o a Maradona. Ni si al pop le decía "pop" o "pororó" o "pochoclo". Tampoco me preguntó mi orientación sexual, ni política, ni religiosa ni nada. No me preguntó de qué color usaba los calzones, ni siquiera si usaba calzones (menos mal). Lo que me exigió, eso sí, fue que asumiera e hiciera propia la misión que tenía esta Universidad. Promover en la persona, la familia y la sociedad una cultura de trabajo y de servicio, mediante la excelencia en el quehacer universitario. Y me dijo, además, que la Universidad de Montevideo funda su actividad académica en una concepción trascendente del hombre, comprometida en la búsqueda de la verdad... Nunca, en todos estos años que llevamos trabajando juntos, me habló de "anomalías".

En estos seis años y pico que llevo viviendo en la Universidad de Montevideo he tenído compañeros, profesores y alumnos de todos los colores. Los funcionarios y los administrativos, y los invitados a las charlas, y los alumnos de intercambio y todo el mundo han sido siempre blancos y negros, rojos y azules, amarillo patito y caqui. En la Universidad he cruzado, me he tomado un café y me he hecho amigo de católicos, judíos y adoradores de Justin Bieber. Altos como yo y bajos. Gordos y flacos. Heterosexuales, homosexuales, asexuados y hermafroditas (aunque éstos últimos fueron solo rumores, nunca lo pude comprobar). Gente que a los dieciocho años va a la universidad en 4x4 y gente que se tenía que tomar dos ómnibus cuyos boletos apenas podían pagar. Con fanáticos de Tarantino y fanáticos de Almodovar. Con hinchas de Nacional y, muy lamentablemente, con hinchas de Peñarol. Hasta con guachos que comen pasas de uva.

Esos dichos en Búsqueda nada tienen que ver con la UM que yo vi y que aún veo todos los días. En la que me ofrecieron estudiar y me ofrecieron trabajar. La que me formó como profesional y como persona, y esa desde la cual hoy yo formo profesionales y personas. Esas palabras son propias de la Rectora de una universidad a la que definitivamente no hubiese querido ir como alumno, y mucho menos como profesor.

Esas palabras le hicieron mucho daño a una Universidad que respeto y que aprendí a querer. Mucho daño también a mí, particularmente, como profesor y como exalumno. Pero lo más grave, lo gravísimo, es el daño que causó a lo más importante que tiene cualquier instituto de enseñanza. Su razón de ser, su fundamento. Estoy hablando, por supuesto, de los alumnos.

Pero para bien de ellos, y de mi orgullo del que hablé en el primer párrafo, esa misma Universidad de Montevideo emitió anoche un comunicado oficial donde anuncia que Mercedes Rovira no va a asumir el cargo de Rectora. Dice, además, que "las apreciaciones en la entrevista de Búsqueda no concuerdan con el espíritu ni la cultura institucional de la UM". Aunque ya lo sabía, me quedo tranquilo, porque tampoco concuerdan con el mío. Y, más abajo en el comunicado, por si queda alguna duda, se pide "perdón a las personas que se hayan sentido agraviadas y a la opinión pública en general". Aunque perdonar, perdona Dios, yo, como diría Alfredo Casero, cristianamente la perdono.

 

 




09.07.2012 01:29

Ya no quedan héroes. Hasta hace un tiempo teníamos algunos. En el cine, en la música, en el deporte, en la literatura, en la política. Hablo de héroes de carne y hueso, cotidianos, de esos que se levantan, hacen lo que tienen que hacer, se van a dormir, y sin darse cuenta nos dan una pequeña lección sobre cómo deberíamos vivir nuestras vidas. Su valor está en no ser explícitos. Un héroe, un verdadero héroe, no publica libros ni se pasea por los canales de televisión dando larguísimos sermones sobre lo que está bien, lo que está mal, lo que tendríamos que evitar, lo que tendríamos que hacer con mayor frecuencia. Un verdadero héroe no revela su secreto, porque de verdad no sabe cuál es el secreto. Vive de acuerdo con sus reglas, con sus principios, y casi sin quererlo, se vuelve un héroe. Nuestro héroe.

Hace falta cierto desapego, cierto silencio para ser lo que se dice un héroe. Y por eso, de un tiempo a esta parte, los lugares más comunes de donde hemos podido sacar nuestros pequeños héroes han sido las artes y los deportes. Para ser un héroe es necesario tener un montón de cualidades, demasiadas. Por eso es tan difícil encontrarlos. Y, cuando lo hacemos, nos preguntamos si serán humanos.

En la ficción podemos encontrar unos cuantos héroes pero, como dice Chuck Palahniuk, en lugar de inspirar nuestras vidas en personajes de ficción listos y valientes, tal vez podamos llevar vidas inteligentes y valientes en las que inspirar a nuestros personajes. Y en el mundo real, en este preciso momento, hay un tenista, un suizo flaquito y de pocas palabras, de ojos hundidos, que lleva una vida lista y valiente que inspira a millones de personas alrededor del planeta.

El mundo no adora a Roger Federer por ser el mejor tenista de todos los tiempos, por haber ganado más grand slams que nadie, por haber sido el Número uno del mundo durante casi trescientas semanas. Los aficionados al tenis, y los que no distinguen un slice de un drop shot, no se quedan viendo horas y horas de un deporte lleno de reclames para ver a Roger ganar, para ver su técnica exquisita. Para verlo coronarse siete veces en Wimbledon, para verlo vencer a sus enemigos más temibles: Nadal, Djokovic.

El mundo adora a Federer por su nobleza, por su hidalgía. Por haber sido, en sus comienzos, un loquito de pelo largo que discutía cada punto. Por haber vencido a los cracks del momento, que eran sus ídolos de la infancia. Por destronar a su propio héroe, al mejor hasta ayer: Pete Sampras. Por haber sido el mejor de su generación, y empezar una carrera que no se sabía hasta dónde podría llegar. El mundo lo adora por haber evolucionado tanto, por haberse convertido en un padre de familia y un caballero, y cortarse el pelo. Por vencer ya no a los más viejos sino también a los más jóvenes. A las promesas, al futuro. El mundo lo adora porque se sobrepuso, sin chistar y solo a base de esfuerzo, a una mononucleosis que lo tuvo medio año fuera de las canchas, justo en la cumbre de su carrera. El mundo lo adora porque cuando el sueño parecía terminado (¿quién dijo esto antes, Lennon?), cuando cualquier otro hubiese tirado la toalla, él siguió y siguió. Y ayer consiguió algo que tres años atrás nadie hubiese imaginado. Nadie excepto él.

El mundo lo adora porque es un héroe. Y cuando gana, no solo gana Federer sino que gana una forma de entender el deporte, una forma de entender la vida. Cada ace de Roger, cada volea, cada passing, cada set, cada torneo es una confirmación de cómo deben hacerse las cosas. Y no importa si de verdad él es tan bueno como parece, ni si por las noches se transforma en asesino serial o un narcotraficante. Lo que importa es lo que inspira, lo que representa. Para personas de todas las edades, de todos los países, amantes y no amantes del tenis. Su heroismo lo trasciende todo, como pasa con los verdaderos héroes.

En vez de leer tantos libros de autoayuda o buscar héroes en donde no los hay (la televisión, por ejemplo, o la política) habría que mirar más a Federer. Para absorber todo lo que se pueda, para imitarlo, para contagiarse. "Cambiaron muchas cosas en mi vida, pero nunca dejé de soñar", RF.

 

 




25.06.2012 02:11

"¡Cómo puede ser que pongan a una nena mongólica a bailar en televisión!". "Qué bien que no se discrimine, que se le dé la oportunidad a las personas con capacidades diferentes en el show más visto de la televisión". "Tinelli es un hijo de puta que lucra con las miserias y el dolor de la gente. Y los que lo miran son más hijos de puta". "Tinelli podría quedarse solo con Piquín y con su pantallas de led, y sin embargo apuesta a la inclusión". "La hija de Caniggia es una ignorate desagradable representante de la deshumanización absoluta que genera la riqueza". "La hija de Caniggia es una pobre chica que no le tocó nacer en una familia normal y fue un ejemplo de respeto y buenos modales ante el basureo del Jurado". "Showmatch es una mierda". "Tinelli le da lugar a los que nunca tuvieron un lugar en la televisión".

Un año más y parece que nada ha cambiado. Que los comentarios son siempre los mismos, que las críticas son siempre las mismas, que los números de audiencia lo siguen avalando. Otro año donde nadie debería verlo pero todos lo miramos. Otro año donde toda la televisión repite una y otra vez lo que sucedió la noche anterior. Otro año donde muchos piden prohibir a Tinelli por ley. Otro año donde casi que de lo único que se habla o escribe o se piensa es de lo que ocurre en un estudio de televisión instalado al otro lado del río.

Cuando hace un par de semanas reapareció Tinelli, no me pareció necesario escribir nada al respecto porque siempre pasa lo mismo. De aquél lado de la pantalla, y de este. Pero al final de la semana pasada sucedió algo que supuso una pequeña vuelta de tuerca más a ese inexplicable fenómeno social que produce lo que unos cuantos personajes disfrazados juegan a hacer delante de una cámara. Tinelli puso a bailar a una chica con síndrome de Down, a una modelo recuperándose de un ACV y con la mitad del cuerpo insensibilizada, y (¿por qué no meterla en la misma bolsa?) a una joven de 19 años que, como estudió en inglés, no supo decir en qué continente estaba parada.

Supongo que la democracia ha instaurado esa idea de que todos podemos decir lo que se nos antoje, sin importar cómo pueda eso afectar a los demás, incluso a uno mismo. Esa absoluta libertad para despacharse con lo primero que se nos venga a la cabeza, dando por sentado que todos tenemos algo para decir. Sobre todos los temas. Los que dominemos y los que no. Que nos expresemos todo el tiempo. Pero el problema, al menos el problema más grave, aparece cuando el "decir" o "comentar" se transforma en algo mucho más peligroso y perenne, como es el "juzgar".

Y entonces, casi sin pensar, con la inmediatez del internet en un celular, nos subimos al pedestal de vaya a saber uno qué tipo de Justicia personalizada, y señalamos con el dedo todo lo que se nos pase por el camino. Tenemos una opinión para todo, y todo lo encasillamos dentro de los pocos lugares comunes que conocemos. Y nos volcamos hacia la izquierda o hacia la derecha, nos juntamos con unos o con otros, y defendemos una postura solo para atacar a otra. Y, eso sí, somos impiadosos. Lo vemos, lo pensamos medio segundo, damos nuestro dictamen interno, y tweeteamos. O gritamos en el living. Y esperamos que aparezca más gente de nuestro bando para reafirmar el preconcepto que acabamos de generar.

Todo tiene que tener su lugar en nuestro pequeñito esquema de prototipos. Todo se rige de acuerdo con nuestros poquitos valores y creencias que jamás ponemos en tela de juicio. Sacamos la ametralladora y empezamos a acribillar y catalogar a todo lo que se nos cruce. Sea un tipo al que le falta una pierna o la hija de unos nuevos ricos. Todo es palo y a la bolsa. Y nos radicalizamos y terminamos asumiendo posturas ridículas ante cosas sobre las que quizá ni siquiera tendríamos que tener una postura. O al menos no tan irracional, no tan inmediata. No tan infundamentada.

En Uruguay las redes sociales y la televisión han desnudado todo esto, uno de los defectos más desagradables que puede tener cualquier sociedad. El del prejuicio. De todo opinamos, de todo sabemos. A todo lo catalogamos según nuestra forma de ver el mundo que, por supuesto, siempre es mejor que la del otro. Y así, en menos de lo que dura el chivo de Frávega, podemos establecer que Charlotte es una descerebrada, que Tinelli es un hijo de puta, que los downs o los enanos no pueden bailar en televisión. O exactamente lo contrario.

Eso sí, que nadie nos pida que justifiquemos la respuesta en más de 140 caracteres porque ahí se nos puede complicar un poco. ¿Pero qué importa? Total, nosotros ya estamos convencidos de lo que pensamos.

 



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Sobre mí
Nacionalófilo, lector, anarquista monárquico y dylaniano. Guionista, docente, futuro astronauta, futbolista a punto de frustrarse. En otras palabras, un wachiturro más. Escribo en este portal porque soy el hijo del dueño. @martinotegui martinoteguip@gmail.com

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