El Capitán Fracasse
El gabinete del Capitán Fracasse (un espacio tan iletrado como cobarde)

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02.11.2007 17:57 / Mis artículos

EL AÑO DE LA MUERTE DE RICARDO REIS

EL MUERTO QUE HABLA, Y JUSTO EN DÍA DE DIFUNTOS

"La muerte es la mirada que, hacia dentro,
ve la vida."

Juan Eduardo Cirlot, Bronwyn IV

En 1936, Jorge Luis Borges dio a la imprenta su libro de ensayos Historia de la eternidad. En uno de los trabajos que integran el volúmen, el escritor argentino analiza una obra publicada en Bombay el año anterior. Escrita por un abogado de nombre Mir Bahadur Alí, El acercamiento a Almotasim habría llegado a Londres anunciada como la primera novela policial de autor hindú. El análisis argumental que Borges hiciera sobre el libro de Bahadur, despertó una enorme curiosidad entre la intelectualidad porteña, al punto de que fueron varios -entre ellos Bioy Casares- quienes encargaron a libreros importadores la adquisición de tan singular escrito. Pocos después se supo la verdad: la novela, su autor y las supuestas repercusiones británicas no eran más que una genial y tramposa invención de Borges. Cuentos disfrazados de ensayo, bibliografías y referencias apócrifas, se convertirían en moneda corriente en la obra del Maestro Ciego, quien más de una vez se permitió investigar y glosar libros que él mismo inventaba.
En 1941 Borges reincide en el juego con el relato Exámen de la obra de Herbert Quain. En él se ocupa de un extraño redactor de extrañas novelas de suspense, destacándose entre ellas la curiosa The God of the Labyrinth, historia policíaca donde el detective fracasa y es el lector quien descubre la verdad de la milanesa.

En 1984, José Saramago dio a la imprenta su novela El año de la muerte de Ricardo Reis. En el primer capítulo, el doctor Reis -médico portugués afincado en Brasil- viaja a bordo del paquebote Higland Brigade, rumbo a Lisboa. En el bolsillo de su gabardina porta un escueto telegrama, fechado el 30 de noviembre de 1936: "Muerto Fernando Pessoa STOP Salgo para Glasgow STOP Álvaro de Campos". En el camarote del galeno, sobre la mesilla de noche, hay un libro a medio leer: The God of the Labyrinth, de Herbert Quain.
El guiño de Saramago es evidente y eficaz: muerto Pessoa, dos de sus heterónimos -o alter egos- más famosos intercambian correspondencia, y un tipo que nunca existió, lee un libro igualmente imposible.
En El año de la muerte de Ricardo Reis, Saramago reinventa el invento pessoano, le otorga nueva voz y humanidad y lo utiliza como un personaje melancólico y complejo, que a su vez da testimonio de un proceso histórico que culminaría en castástrofe.
Sin incurrir en ingratas revelaciones argumentales, (o sea, sin deschavar el asunto), me permito señalar algunos elementos fundamentales de la novela.
A) La invención de una Lisboa de los años 30, quizá no veraz, pero absolutamente verosímil: Una ciudad gris, melancólica y lluviosa. Una ciudad con un pasado mejor sobre su espalda. Una ciudad conservadora y moralista. Una ciudad abalconada sobre un río amplio y cercano al mar. Una ciudad sucedida por pequeñas localidades costeras . (No sé a qué otra ciudad me hace acordar...).
B) El manejo de la prensa de la época como recurso narrativo constante. En el año de la muerte de Ricardo Reis, se leen muchos periódicos. Se leen los de la mañana y los de la tarde, principalmente O Século, el más popular de aquellos años.
A través de estos diarios, Saramago -que se debe haber dado sus buenas palizas de hemeroteca- ofrece una visión de "presente perpetuo" sobre el Portugal de la época, regido por Oliveira Salazar, el "dictador paternal" y de la escalada totalitaria que -encabezada por Hitler y Mussolini- estaba a punto de comerse Europa, empezando con la República Española como aperitivo sangriento.
C) La creación de unos personajes femeninos muy bien logrados y de capital imporancia en el relato, presencias femeninas que contrastan irónicamente con la vida del poeta lusitano, donde nunca abundaron las faldas.
D)Los diálogos -tan frecuentes como imposibles- entre Fernando Pessoa, que pese a estar muerto deambula por la calles de Lisboa, y Ricardo Reis, una de sus máscaras literarias. Se trata de conversaciones cargadas de referencias a la vida y la obra del escritor, pero ricas también en consideraciones acerca del tiempo, la existencia, la muerte, la identidad.
A continuación, dos ejemplos de las mencionadas conversaciones. Advierto a quienes no conozcan la obra, que Saramago no redacta los diálogos de modo convencional. No utiliza guiones ni puntos, sólo el empleo de la mayúscula indica el cambio de interlocutor.


"(...) Sólo cuando estamos muertos asistimos, y ni siquiera de eso podemos estar seguros, muerto estoy, y vagabundeo de aquí para allá, me paro en las esquinas, y si fueran capaces de verme, que raros son los que pueden hacerlo, pensarían también que no hago más que ver pasar, ni reparan en mí ni los toco, si alguien cae no puedo levantarlo, y pese a todo no me siento como si sólo estuviera asistiendo, o si realmente asisto, no sé lo que en mí asiste, todos mis actos, todas mis palabras, continúan vivos, avanzan más allá de la esquina en que me apoyo, los veo marchar, desde este lugar del que no puedo salir, los veo, actos y palabras, y no los puedo enmendar, si fueran expresión de un error, explicar, resumir en un acto solo y en una palabra única que lo expresaran todo por mí, aunque fuese para poner negación en lugar de duda, oscuridad en lugar de penumbra, un no en lugar de un sí, ambos con el mismo significado, y lo peor de todo quizá no sean siquiera las palabras dichas y los actos realizados, lo peor, porque es irremediable definitivamente, es el gesto que no hice, la palabra que no dije, aquello que habría dado sentido a lo hecho y a lo dicho, Si un muerto se inquieta tanto, la muerte no es sosiego, No hay sosiego en el mundo, ni para los muertos ni para los vivos, Entonces dónde está la diferencia entre unos y otros, La diferencia es una sola, los vivos aún tienen tiempo, pero el mismo tiempo lo va acabando, para decir la palabra, para hacer el gesto, Qué gesto, qué palabra, No sé, se muere de no haberla dicho, se muere por no haberlo hecho, de eso se muere, no de enfermedad, y por eso le cuesta tanto a un muerto aceptar su muerte, Mi querido Fernando Pessoa, usted se ha vuelto loco de tanto leer, Mi querido Ricardo Reis, yo ya ni leo."


"(...) Es difícil para un vivo entender a los muertos, Creo que no no es menos difícil para un muerto entender a los vivos, El muerto tiene la ventaja de haber estado vivo, conoce todas las cosas de este mundo y de ése, pero los vivos son incapaces de aprender la cosa fundamental y sacar las consecuencias pertinentes, Qué cosa, Que uno muere, Nosotros, los vivos, sabemos que vamos a morir, No lo saben, nadie lo sabe, como tampoco lo sabía yo cuando vivía, lo que sabemos, eso sí, es que los otros mueren, Como filosofía me parece insignificante, Claro que es insignificante, no sabe usted hasta qué punto es insignificante todo visto desde el lado de la muerte, Pero yo estoy del lado de la vida, Entonces debe saber qué cosas, desde ese lado, son significantes, si las hay, Estar vivo es significante, Mi querido Reis, cuidado con las palabras, viva está su Lidia, viva está su Marcenda, y usted no sabe nada de ellas, y no lo sabría aunque ellas intentaran decírselo, el muro que separa a los vivos unos de otros no es menos opaco que el que separa a los vivos de los muertos, Para quien así piensa, la muerte, en definitiva, debe de ser un alivio, No lo es, porque la muerte es una especie de conciencia, un juez que lo juzga todo, a sí mismo y a la vida, Mi querido Fernando, cuidado con las palabras, se está arriesgando usted mucho, Si no dijéramos las palabras todas, incluso absurdamente, nunca diríamos las necesarias, Y usted, las sabe ya, Sólo hora he empezado a ser absurdo, Un día usted escribió, neofito, no hay muerte, Estaba equivocado, hay muerte, Lo dice ahora porque está muerto, No, lo digo porque estuve vivo, lo digo sobre todo porque nunca más volveré a estar vivo, si usted es capaz de imaginar lo que esto significa, no volver a estar vivo, Es eso lo que diría Perogrullo, Nunca tuvimos mejor filósofo."

Cuando José Saramago visitó Montevideo, en diciembre de 2000, dio una pequeña conferencia en el paraninfo de la universidad. En algún momento de su discurso, se refirió a la posibilidad de dividir su obra en dos períodos, definidos por su manera de abordar la narración: el exterior y el interior. El exterior estaría integrado por sus primeras novelas, entre las que se incluye El año de la muerte..., hasta mediados de los '90, cuando comienza una trilogía interior e involuntaria, compuesta por Ensayo sobre la ceguera, Todos los nombres y La caverna. Las obras de este tríptico reciente han sido quizá las más exitosas del autor, al menos desde el punto de vista editorial.
Este gabinete -más que nada por llevar la contra- manifiesta su preferencia por las obras del período exterior, sin que ello implique descalificar al resto.
Como nexo de unión entre ambos estilos, es posible señalar una idea recurrente, presente en Todos los nombres, tanto como en El año de la muerte de Ricardo Reis: hay los vivos, hay los muertos. La humanidad se compone de unos y otros.
Perdón por la tristeza.



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Sobre mí
Mi familia tiene armas parlantes: tres cigüeñas de oro sobre campo de azur.Su nobleza es muy antigua. Mi archiabuelo Palámides figuraba gloriosamente en la primera cruzada. El Barón Raimbaud, mi padre, era muy amigo de Enrique IV en su juventud; pero no le siguió a la corte porque sus negocios andaban mal, y a fe mía que así continúan. El Enrique que conozco hoy día es el mozo de la pizzería de enfrente, y mis únicas cruzadas son para pedirle una de fainá a cuenta.

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