acerca de patrimonios varios
algunas reflexiones sobre nuestros "lugares de la memoria"

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30.09.2007 23:06 / MIS ARTICULOS

LA CASA DE LOS PEREZ EN ARROYO SECO (*) PARTE I

                      

(I) "HACER LA AMERICA" EN TIEMPOS DIFÍCILES         

        Antonio Baltasar Pérez no tenía aún 20 años cuando dejó su Galicia natal para afincarse en lejanísimas tierras del nuevo mundo, aquí, en el Río de la Plata. Habían sido éstas para los españoles "tierras de ningún provecho", y hubieran seguido siendo de "poco", de no mediar el giro político de los Borbones para salvar lo salvable de un dominio colonial declinante. En el entorno de 1776 -fecha de creación del Virreinato- se sucedieron Reales Cédulas y decretos de liberalización del comercio que tuvieron para Montevideo la significación de una verdadera "refundación". La plaza fuerte "pobre y triste" cobró nueva vida, y cuando justamente en esos años Antonio Pérez pisó tierra en el Puerto Chico -próximo a la recién construida Atarazana-, empezaban a abrirse nuevos caminos de enriquecimiento... que él bien sabría aprovechar.             

        En 1779 formó su hogar con María Cerantes y Pedrera, también llegada desde El Ferrol. Cinco años más tarde ya figura como juez comisionado en la zona de Arroyo Seco, y es probable que por ese tiempo decidiera afincarse en el lugar, mudando su inicial asentamiento en los arenales de Punta Gorda. Al inicio de la última década del siglo XVIII, desde las murallas de Montevideo, siguiendo con la vista la curva de la bahía y a poco de pasar la barra del arroyo que daba nombre al sitio, destacaban los blancos muros de la casona de los Pérez, rodeada de lo que hoy veríamos como un singular complejo "agro-industrial" que incluía tierras de cultivo, atahona, graneros y depósitos, hornos de ladrillo y panadería.                           

        En 1796 adquiere su primera embarcación y amplía sus negocios, haciendo buen aprovechamiento del pequeño muelle próximo. Afirmada su condición de vecino principal, en 1799 tramita en Buenos Aires la concesión de licencia para levantar un oratorio público contiguo a su vivienda, exponiendo como motivo central el hecho de que toda vez que el arroyo próximo no hacía honor a su nombre, las crecidas le impedían asistir con su gente a las misas dominicales (y agrega: un domingo sin trabajo y sin misa no es buena cosa para la moral de peones y esclavos.). El permiso fue concedido y el 9 de mayo de 1800 se iniciaron los servicios religiosos bajo la protección, no del San Mamed de su pueblo de origen, sino de Nuestra Señora del Rosario, cuya imagen se ha conservado en el templo que los Padres Redentoristas levantaron a fines del siglo XIX en la calle Tapes.              

         El conjunto que don Juan de Narbona había construido cincuenta años antes en las soledades del partido de las Víboras (casa-atalaya-capilla), tenía ahora un escenario comparable muy cerca de las puertas de Montevideo. Y al igual que aquél, ese escenario tenía la austeridad característica de la sociedad de esos tiempos, pero  reflejaba a su vez un espíritu de empresa más propio en esa época de británicos que de españoles, cuando era entre éstos la excepción el considerar la riqueza como un activo que debía ser reinvertido para generar más riqueza. Pero Antonio Pérez no tenía dudas al respecto, y años más tarde, su hijo Juan María, siguiendo su huella, concentraría un poder económico como pocas veces de vio en estas tierras.  

UNA CASA-PUEBLO FUERA DEL EJIDO             

      ¿Cómo vería el oratorio, la casona y las construcciones anexas un observador situado al otro lado del camino que llevaba desde la ciudad amurallada a las chacras del Miguelete (traza original de la actual Agraciada)? A fines de abril de 1832, Besnes e Irigoyen -a manera de un Pierre Fossey de aquellos tiempos- hizo un primer esbozo acuarelado que luego rediseñó y editó. Asumidas las exageraciones (el agua de la bahía llegando al camino Real; la presencia de una elevación -el futuro "Cerrito de la Victoria"- con pretensión de cuchilla), así se verían estas edificaciones de extramuros donde Antonio Pérez y su mujer criaron a sus 9 hijos (otros 4 habían fallecido de pequeños) y donde trabajaban 50 personas, 30 de ellos en condición de esclavos.    

        Los Pérez, que habían visto crecer sus negocios y sus posesiones, tuvieron buen cuidado de dejar en documento público, formal constancia de su "honra". Ya afirmados en tierra americana, a principios de 1801 se presentan con testigos al Cabildo solicitando se diera fe de su condición de "españoles del estado noble, libres de toda mala raza y cristianos viejos, católicos, apostólicos romanos", a cuyos hijos "habían criado, alimentado y adoctrinado según su noble estado y condición". Pero esa "noble condición" imponía también sus deberes, y exigió por tanto que la espada de Antonio Pérez fuera puesta al servicio de la Corona . no en forma delegada, sino directa. Y siendo épocas turbulentas, fueron varias las veces que en su condición de Teniente de las Milicias de Caballería de Montevideo debió alistarse para luchar en su defensa. 

      Superado el trance de las invasiones inglesas, encarrilados sus negocios y salvadas las cuestiones de honor en los términos que el tiempo exigía, bien pudieron suponer los Pérez que las cosas tomarían a partir de allí un rumbo estable y que sus hijos seguirían el trillo que ellos habían abierto. No en la España de sus ancestros, sino en estas tierras del nuevo mundo, donde los estragos de las guerras de Napoleón parecían tan distantes. 

SOPLAN FUERTE VIENTOS DE CAMBIO             

        Juan María Pérez, nacido en la casona de Arroyo Seco en 1790, iniciaba por esos tiempos sus estudios en la Real Universidad de San Francisco Javier en Chuquisaca, con la promesa de incorporar a la familia un rango doctoral que hasta entonces no tenía. Pero cuando en 1810 completa esos estudios, será testigo privilegiado de los primeros triunfos de la Revolución de Mayo (la batalla de Suipacha, el 7 de noviembre de 1810 y la inmediata caída de Chuquisaca). Quedará entonces seducido por el nuevo escenario y por las proclamas de una propaganda armada que movía a los americanos a asumir soberanía (proclamas curiosamente compatibles con las tradiciones de los fueros castellanos que sus maestros escolásticos bien sabían apreciar). El joven doctor de 20 años emprendió el regreso, decidida su adhesión a la causa de Mayo. Sus tres hermanos varones -siguiendo el ejemplo de Fernando Otorgués, un joven vecino de Rincón del Cerro-, tomarían igual camino, dejando la casa paterna y pasando a engrosar las filas "insurgentes". El mayor de ellos, Juan Antonio, comandará el primer ataque de las tropas artiguistas en Las Piedras y todos formarán parte de las fuerzas sitiadoras; incluso Juan María, que en junio cruza desde Buenos Aires al puerto de las Vacas y se suma a las tropas que comanda Rondeau.  

          En tanto Antonio Baltasar Pérez, fiel a su rey, mirará su casa desde las murallas. Ya tiempo atrás el gobernador interino Joaquín de Soria le había advertido: "Comandante Pérez, vigile su casa. Mire que se nos están yendo con los insurgentes los hijos de familia". En poco tiempo todo ha cambiado, y lo que fue consejo de prevención se ha transformado en profecía cumplida. Don Antonio no romperá su vínculo de honor. pero tampoco peleará contra sus hijos. En agosto de 1811 Vigodet le concederá la baja solicitada después de la batalla de las Piedras ".en atención  a los antiguos acreditados fieles servicios que tiene hechos a favor del Rey, y de la Patria, y a los  notorios graves quebrantos que ha sufrido tanto en su salud, como en sus intereses por no querer sucumbir a las ideas del Gobierno intruso de Buenos Aires, abandonando también por este propio motivo su crecida familia, que se halla parte de ella empleada en el Servicio de los insurgentes.".    

           Consolidado el sitio de Montevideo, la casona queda en ese tiempo dentro del campo sitiador, a medio camino entre Antonio Pérez y sus hijos varones; aferrado aquél al régimen que está por caer y éstos a un mundo nuevo de imprecisos contornos. Aunque ninguna otra cosa hubiera pasado en ese lugar, esas construcciones más antiguas que el Cabildo y la Matriz, muy notable testimonio de los tiempos fundacionales, con sus techos y entrepisos "a la porteña" armados con maderas del Paraguay trabajadas a azuela, y sus muros de piedra y grandes ladrillos tomados con barro, justificarían que cualquier tramo que de ellas pudiéramos conservar, valiera como mojón de referencia de nuestro pasado, como un insoslayable "lugar de la memoria"

          Pero en ese escenario donde la vida cotidiana reflejaba los modos de convivencia -y de dominación- de esos tiempos y el impacto que sobre ellos tendría el proceso acelerado de cambios, pronto se sucederían otros acontecimientos que habrían de otorgarle una dimensión histórica más relevante.  

SIGUE EN PARTE (II)   http://blogs.montevideo.com.uy/hnnoticiaj1.aspx?8498

IMAGEN DE PORTADA: el primer apunte que Besnes e Irigoyen toma de la casa de los Pérez, una pequeña acuarela de 10 x 20 cms., con esta leyenda manuscrita: "Vista de la Casa de Campo de Dn. Ant. Pérez, en el Arroyo Seco, tomada desde el Muelle el 29 Abrl. 1832" (archivo Biblioteca Nacional)



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