acerca de patrimonios varios
algunas reflexiones sobre nuestros "lugares de la memoria"

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30.09.2007 23:03 / MIS ARTICULOS

LA CASA DE LOS PEREZ EN ARROYO SECO PARTE II

(II) EL LEVANTAMIENTO DEL SITIO Y LA “INTEMPERIE” DE LOS ORIENTALES (AUNQUE NO DE LOS PEREZ…)           

         Montevideo, convertida en el único centro del dominio español capaz de frenar la expansión de las fuerzas insurgentes en el sur del continente, presentaba a los sitiadores dos escollos fuertes para concretar su toma. Allí estaba el frente de murallas -aunque ya habían mostrado en febrero de 1807 sus debilidades-, y también la presencia inquietante de la flota del Apostadero Naval, impidiendo que el cerco se cerrara por el mar. Pero había un tercer factor de incidencia no menos poderosa, en tanto el desenlace de los hechos no era para nada indiferente a Inglaterra, que había visto consolidado su dominio oceánico y su poder imperial después de Trafalgar y actuaba de hecho como árbitro de estos litigios.   

         Aliada de España contra Francia y ejerciendo la tutela de la Corte portuguesa -trasladada al Brasil-, la diplomacia inglesa veía con preocupación la orientación entonces dominante en la Junta Grande de Buenos Aires, nada afín a sus intereses comerciales y bien dispuesta a extender su influencia hasta las fronteras del viejo virreinato (y dispuesta también a avanzar hacia una declaración formal de independencia, hasta entonces diferida tras la “máscara” de adhesión a Fernando VII, el rey cautivo de Napoleón). Consecuente con el temor de ver peligrar un equilibrio que en ese momento no quería ver comprometido, en abril de 1811 Lord Strangford ofreció a la Junta su mediación ante las autoridades de Montevideo. La respuesta -dada el mismo día en que Artigas vencía en Las Piedras-, no dejaba dudas de las intenciones que entonces animaba a los miembros de la Junta: “(el armisticio) que el genio conciliador de V.E. nos propone, no producirá otro efecto que frustrar una empresa avanzada (…) y sería obrar contra los principios de nuestra institución y volver a levantar el sistema colonial que hemos destruido con nuestras manos”. La empresa avanzada se consolidaba ese día y acercaba el objetivo final: la toma de la plaza fuerte de Montevideo, último bastión del poder español en el Plata. Aunque costara grandes esfuerzos y aunque ingleses y portugueses no lo vieran con buenos ojos…   

         Pero a poco de instalado el sitio, las cosas habrían de sufrir un vuelco imprevisto. En agosto de 1811, Buenos Aires es por segunda vez bloqueada y bombardeada por la escuadra del Apostadero, al tiempo que se recibía la noticia de la derrota de los ejércitos patriotas en el frente del Alto Perú. El desastre de Huaqui y el fuego enemigo cayendo cerca de la pirámide de Mayo provocaron una gran conmoción e impusieron un replanteo del modo de operar en el otro frente de lucha, en torno a la plaza fuerte de Montevideo. Y para agravar los males, allí los sitiadores corrían el riego de verse a su vez “sitiados” por las fuerzas portuguesas que en ese mes de agosto se acercaban a San Carlos (fuerzas convocadas por Elío en su auxilio, pero que hacían su propio juego, en sintonía con las aspiraciones de la princesa Carlota Joaquina -residente en Río de Janeiro-, que intentaba obtener reconocimiento como legítima heredera de su hermano Fernando VII. Y ello sin perjuicio de la aspiración a verse coronada como “reina del Río de la Plata”.     

        En estas circunstancias, Lord Strangford pudo reiterar su “sugestión conciliadora” y mediando el cambio de sus interlocutores, encontrar esta vez una respuesta muy diferente a la que recibiera apenas tres meses atrás. Las negociaciones comenzarían de inmediato y concluirían el 20 de octubre con la firma del armisticio que consagraba el levantamiento del sitio y el reconocimiento del dominio español sobre la Banda Oriental, todavía en parte ocupada por los portugueses al mando de Diego de Souza (fuerzas que tardarían aún varios meses en retirarse). En cuanto a los orientales, abandonados a su suerte, empezarían a construir sus propios destinos. 

ESCENARIOS EN TIEMPOS DE FORJA             

          Las consecuencias de este proceso de negociación son conocidas. A poco de andar la Junta Grande de Buenos Aires fue disuelta y sustituida por el Primer Triunvirato, menos preocupado que aquélla por limitar las exigencias “exorbitantes” planteadas por Elío y bien dispuesto en cambio para acelerar las negociaciones y llevarlas a su fin en el más breve plazo. En el campo sitiador las diferencias se hicieron notorias: las reuniones en la panadería de Vidal (10/11 de setiembre) y en la quinta de la paraguaya (10 de octubre) -aquí con presencia del secretario del Triunvirato-, dieron pie a radicales disensos con las directivas de los emisarios porteños, y aunque no impidieron que éstas por fin se concretaran, esas primeras “asambleas” sirvieron para consolidar la forja de un sentimiento de identidad de quienes se veían “como un pueblo abandonado a sí solo”.    

         El acuerdo se firmaría sin presencia de Artigas y apenas tres días después, sobre el Paso de la Arena -en las márgenes del río Santa Lucía- aquella gente “en derrota” lo proclamaría “Jefe de los Orientales” y lo acompañaría en su marcha hacia el norte. Aunque no todos los que estuvieron en las líneas sitiadoras tomaron ese camino, porque hubo quienes siguieron a Rondeau en su regreso a Buenos Aires y otros que se quedaron por aquí; tal el caso de Juan María Pérez y sus hermanos, a quienes les estaría reservada la condición de anfitriones de los representantes del Triunvirato y de Elío, cuando ambas delegaciones convinieron que fuera en la casona y la capilla levantadas por don Antonio Pérez donde habrían de reunirse para formalizar el armisticio en cuestión.   

         De la panadería de Vidal y la quinta de la paraguaya apenas quedan referencias de haber ocupado tal o cual padrón. Tampoco existe hoy el Oratorio de los Pérez (aunque sí sus cimientos), pero todavía están en pie construcciones contiguas -el cuerpo principal de la vieja casona- que fueron escenario de aquellos hechos… y de los que habrían de suceder poco tiempo después. 

EL INTERREGNO DE UN AÑO Y EL SEGUNDO SITIO                

         Los impulsos “parricidas” de los hijos de Antonio Pérez quedaron en suspenso tras el armisticio, cuando volvió la familia a convivir en la casona de Arroyo Seco y volvieron padre e hijos a administrar los negocios desatendidos durante la contienda. Pero esa convivencia pacífica duró poco. Ya en octubre de 1812 volvía a instalarse el cerco sobre la ciudad y en los primeros días del año siguiente, Rondeau -vencedor en el Cerrito-, instalaba su “reducto” no muy lejos de aquel sitio, ahora reiterado escenario de la separación de los jóvenes -de nuevo “insurgentes”- del viejo “regalista”, otra vez refugiado tras las murallas.   

          Esta vez el sitio duraría casi dos años, pero no sería muy gravoso para los hermanos Pérez, que encontraron la forma de conciliar su servicio de armas con la atención de la finca paterna, bien protegida dentro de las líneas sitiadoras. Algunas tareas se vieron afectadas, pero supieron adaptar otras a esas nuevas circunstancias -abriendo allí pulpería e interviniendo en el abasto de carne-, de modo que el lugar no perdió nada de su presencia, y habiendo sido sede del armisticio en el año 11… lo volvería a ser en 1814 cuando de nuevo se abriera la negociación entre dos de las partes en conflicto (entre argentinos y españoles -ingleses mediante-, porque otra vez las fuerzas artiguistas, abandonado el sitio desde  “la marcha secreta”, quedaban marginadas). Y esta vez habría un cronista atento y puntilloso, registrando -en verso, que no en prosa- cada detalle del escenario del conflicto… visto desde las murallas. Porque allí estaba el también joven Acuña de Figueroa, “regalista” como Antonio Pérez, escribiendo cada día su “DIARIO HISTÓRICO DEL SITIO DE MONTEVIDEO EN LOS AÑOS 1812-13-14”. 

LA TRAMA Y LA ESCENA SEGÚN EL DIARIO DE ACUÑA DE FIGUEROA             

         Algunos pasajes muestran al autor renegando -con jocosa ironía- de imprevistas dificultades formales (”En Porongos…¡Santos cielos! / Malhaya el rústico nombre / Que me echa a perder el verso!” ); pero aparte de méritos o deméritos en ese plano, el diario versificado es un documento a atender, y en él la casa de los Pérez es referencia reiterada. Veamos los párrafos más significativos.      

      En los primeros días de abril de 1814 se inician las negociaciones entre los delegados porteños y los representantes de Vigodet, y ya el día 5 se concreta la primera reunión en el “vasto edificio”, “palacio escogido” para sede de las conferencias:                                          

“…Hoy nuestros tres Diputados /Cuesta, Salvanach y Ríos,/Los debates prosiguiendo /  Del proyectado armisticio, / Al campo a las ocho salen / En coche, y por distintivo /La blanca bandera llevan, / Y escolta de gala y brillo, / Llegando al Arroyo Seco,/Y a lo de Pérez propincuos,/ Con fasto igual los reciben  /Los enviados argentinos./ De aquel ciudadano / El vasto edificio/ Fue a sus conferencias/ Palacio escogido…”    

         Al igual que en 1811, pero ahora en un contexto menos rígido, la diplomacia inglesa juega sus cartas y arbitra el conflicto desde la corte portuguesa de Río. Allí, con la reiterada mediación de Lord Strangford, se definen las bases de un armisticio que aprueban los delegados españoles y porteños, pero que el Cabildo montevideano rechaza, con orgullo que a poco no tendría ya con qué sostener. Frustrados los acuerdos y renovada la presión sobre la ciudad sitiada, recién el 7 de junio se retoman las negociaciones en el mismo escenario en que habían comenzado:      

“… En la capilla de Pérez,/ A dos millas de la plaza,/ Nuestros dos comisionados/ Sus discusiones entablan./ De mañana y de tarde las sesiones/ En la misma capilla se han tenido;/ Así será en su altar el Dios Supremo / De quien a quien se engaña, un fiel testigo./ Alvear con tales huéspedes urbanos / Espléndido banquete les previno,/ Tal como hace el médico al enfermo / La píldora dorar del vomitivo…”  

         Por fin, el domingo 19 de junio Vigodet, despistado por las maniobras del jefe porteño y las confusas operaciones de Otorgués, y ya sin opciones tras los triunfos de Brown sobre la escuadra del Apostadero, acepta las condiciones de entrega de la plaza:  

“…Alvear en la capilla / De Pérez los recibe,/ Y el tratado suscribe / Sin que haya restricción…” 

          Las actas firmadas ese día son ratificadas al día siguiente por Vigodet. El 23, Alvear, poco preocupado porque hubiera sido “en su altar el Dios Supremo de quien a quien se engaña, un fiel testigo”, desconoce las condiciones de la capitulación y contra la palabra empeñada, los oficiales superiores del ejército español son detenidos y enviados prisioneros a la capilla de los Pérez, ocupada ahora militarmente y de nuevo escenario de sucesos que marcaban el fin de tres siglos de dominación hispana en el Río de la Plata. 

          Y cierra Acuña su “diario” con una referencia premonitoria de los tiempos por venir: 

 “… Ni de un sosiego futuro / Qué esperanza habrá si vemos / Arder contra Buenos Aires / En la campaña un incendio / Pues ya el implacable Artigas / Y todo el país   entero,/ Contra argentinos reclaman / Sus usurpados derechos,/ Pues, si de una madre, altivos,/ La obediencia sacudieron,/ No quieren de una madrastra/ Sufrir pupilaje nuevo…”  

SIGUE EN PARTE III    http://blogs.montevideo.com.uy/hnnoticiaj1.aspx?8497

IMAGEN DE PORTADA: versión final del apunte que Besnes e Irigoyen tomara de la casa de los Pérez en abril de 1832.



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