El 4 de setiembre de 2007, el Centro Latinoamericano de Economía Humana (CLAEH), celebró el cincuentenario de su fundación. Referente central de ese evento fue la figura de Juan Pablo Terra, a quien, quince años atrás -no en el CLAEH, sino en la Universidad de la República-, tuve el privilegio de evocar en estos términos (*):  

                  La Sociedad de Arquitectos del Uruguay se honra en participar en este homenaje a la memoria de Juan Pablo Terra, a la memoria del ciudadano Terra, que fue también respetado como padre, amigo, vecino, como universitario, arquitecto, investigador, político y muchas cosas más... pero sobre todas esas cosas, como hombre bueno, preocupado por la ciudad y por su gente, por el país y por su gente. Y entre ellos por los más humildes, a los que dedicó -con tesón y sin demagogia- los esfuerzos de toda una vida. 

                  Bastaba el haber asumido ese compromiso solidario como ética cotidiana, cerrando la brecha que a tantos aflige entre los actos y las palabras, para justificar que la Universidad que encauzó su formación, hiciera un alto en su rutina y abriera sus puertas a ese reconocimiento. A veces las palabras y los homenajes se convierten, más allá de toda intención, en lápidas que sellan un camino atribuyendo en la forma méritos y bondades, pero congelando en el fondo todo fermento vivo. Nada de eso debería ocurrir hoy, porque tratándose de Terra, lo que más importa es hacer que no muera esa semilla removedora que es esencia de su pensamiento abierto y cuestionador, arisco a la lisonja de cualquier poder y que bien pudo tomar como suyo aquel lema de los tiempos de Artigas: “con la verdad, no ofendo ni temo”. 

                  Con la verdad, las verdades relativas y siempre renovadas que construimos los hombres, y no otra cosa. Porque en épocas de certezas inmóviles y consecuentes intolerancias, cuando tanto intelectual se creyó bienpensante siendo en realidad biencreyente, un hombre de fe dio el ejemplo de no transar con falsos cientifismos -ni con mansos pragmatismos-, para rescatar con empecinamiento el ejercicio de la razón y de la duda como modo de avanzar en el camino del conocimiento. Y de ello da testimonio su obra escrita y su actividad docente.  

                  Esa docencia reflexiva y creadora, desmitificadora y antidogmática, chocó muchas veces con la rutina burocrática y pudo dejar insatisfechos a los pasionales de la unanimidad, a los que esperaban la exaltación de un discurso, la pasiva trasmisión de un conocimiento adquirido que se asumía como incuestionable, o el apego a estructuras que la vida ha vaciado de contenido y que pueden durar cien años -que la inercia es poderosa-, pero que en sentido estricto, no tienen futuro. 

                  Pero es justamente por reflexiva y por creadora que la docencia que emana de su vida es herencia vital para nosotros, que no estamos aquí mirando hacia un pasado y otorgando un lugar en el impreciso cielo de la Universidad, sino buscando sembrar a Terra en el futuro, para que prenda su ejemplo en las jóvenes generaciones de universitarios y nos dé a todos más fuerza para destrabar las rutinas y las ineficiencias que hoy nos agobian y podamos así terminar de construir -retomando nuestras mejores tradiciones-, la Universidad renovada que los uruguayos nos merecemos. En ella Juan Pablo Terra vivirá.  

(*) PALABRAS PRONUNCIADAS EN REPRESENTACIÓN DE LA SOCIEDAD DE ARQUITECTOS DEL URUGUAY EN ACTO DE HOMENAJE A JUAN PABLO TERRA (1924-1991) CELEBRADO EN EL PARANINFO DE LA UNIVERSIDAD