acerca de patrimonios varios
algunas reflexiones sobre nuestros "lugares de la memoria"

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04.01.2013 16:40 / MIS ARTICULOS

PATRIMONIO CELESTE

 

Aparte de la inenarrable alegría del 50, las tres veces que Uruguay ocupó el cuarto puesto en un mundial de fútbol, marcaron mojones en mi vida. Recuerdo la emoción del partido contra Hungría en el 54 y la pueril frustración de no ser siempre los mejores. Más de medio siglo después, en el 2010, la alegría compartida de volver a ver la celeste arriba. Y entre esas dos fechas, cuando el “cielo del 69” no anunciaba las tormentas que se vendrían –o por lo menos sus consecuencias- un resultado en México/70 que parecía en correspondencia con un tiempo de crisis, principal cuestión a resolver (ya vimos cómo…) 

Pongo ahora el foco en esa memoria borrosa –o desmemoria culposa- y rescato la figura del “Chiquito” que años atrás había compartido con mi hermano la cancha de basquetbol del club San Martín, entonces convertido en uno de los mejores arqueros del mundo, a la altura del inmenso Yashin o del “divino” Zamora. 

Pasado su tiempo de gloria, apenas llegó a pisar este 2013. Con su partida, volvió a captar los focos de mejores tiempos, asumido como parte de ese patrimonio tan sentido por los uruguayos: el arte del fútbol, mezcla rara de estrategia, habilidad y sorpresa. Cuando alguien expresa un sentimiento de forma tal que al leerlo uno se emociona y nada puede agregar, sólo queda pedir permiso y reproducir lo dicho. Siendo este el caso, transcribo a Gerardo Sotelo (*) y le doy las gracias.

CHIQUITO

Cuando yo era niño, Mazurkiewicz tenía las manos de imanes y un buzo negro, pero su habilidad principal era volar. En su camino a la pelota, Mazurkiewicz superaba a Batman y a cualquier superhéroe nacido en el planeta Tierra.

Sometido como todo a la ley de la gravedad, se las ingeniaba para volar en cualquier dirección y ponerse de pie, con el balón resignado entre sus garras, acaso consciente de su suerte ineluctable.

Aunque alcancé a verlo durante su época de oro en Peñarol, Mazurkiewicz fue, más que nada, un gladiador imaginado. Su leyenda se forjó a partir de los relatos de Carlos Solé, las fotos de los diarios y los álbumes de figuritas de Novedades Crack.

Ladislao Mazurkiewicz tenía además un nombre de leyenda. Su grafía y sonoridad formaban, con su figura de muchacho ágil y pequeño vestido de luto, una conjura de poderes sobrenaturales. Su sola mención alcanzaba para dejarme en vilo, con el tiempo y la respiración en suspenso. La transmisión radial podía llegar desde lugares tan remotos como Santiago, Madrid o Londres. Cuando escuchaba la voz de Solé pronunciar esas dos palabras mágicas, sabía que el peligro había pasado. Ladislao Mazurkiewicz, junto con Pedro Virgilio Rocha, disputaban la grandeza de Yuri Gagarin o Neil Armstrong. Por lo visto, me tocó ser niño en una  época en la que flotar en el espacio más allá de lo razonable era cosa de todos los días.

Si bien los avances tecnológicos desmoronaron la invención de mi memoria, demasiado contaminada por la admiración y los años, allí está en YouTube, de todos modos, Ladislao Mazurkiewicz volando de palo a palo en aquella tarde  de Hannover en 1974, cuando Holanda nos llenó de fútbol y vergüenza. Allí se lo puede ver batido por el infortunio frente al gran Pelé, con el mismo semblante de niño sobrio con que conjuraba sus tiros libres y sus remates desde fuera del área.

Es que a Ladislao Mazurkiewicz, el mejor golero de todos los tiempos, le tocó lidiar con equipos gloriosos y decadentes, pero siempre estaba allí, pronto a volar con sus manos de imanes y su buzo negro. Chiquito. Severo. Enorme

(*) Publicado en Montevideo Portal: 04.01.2013

 

 



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