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23.10.2012 09:31 / Mis artículos

¿Hay derecha?



El Uruguay es uno de esos extraños países donde de un tiempo a esta parte se han trastocado las referencias de la topografía política. Parece que nadie quiere doblar hacia la derecha, muchos se codean para ocupar el sendero del centro.

Más nos acercamos a las elecciones y más poblada se pone la senda central y se multiplican los codazos. Estamos a más de dos años pero las desorientaciones "interesadas" se incrementan y el movimiento seguirá impetuoso y falto de toda imaginación. No es un movimiento convergente, viene de un solo lugar, desde la derecha. La que no quiere que la llamen por su nombre es la derecha. En el Uruguay no hay derecha voluntaria, es impuesta, no es asumida.

En la izquierda siempre hubo y seguirá habiendo un debate, y en cierta manera una disputa por demostrar quien es más de izquierda, quien es más coherente con las posiciones y los resultados de izquierda. En la derecha tienen una terrible crisis de identidad, sobre todo desde que la dictadura fue un régimen autoproclamado y asumido de derecha, de extrema derecha.

A este desplazamiento topográfico contribuyó sin duda el supuesto "fin de las ideologías" que realizó la mayor operación ideológica desde la Revolución Francesa a la fecha, es decir desde el surgimiento mismo de las denominaciones y definiciones de izquierda, centro y derecha. La mayor revolución ideológica del conservadurismo es el entrevero. No se da solo en Uruguay, es general, orbital, aunque a diferencia de lo que muchos piensan, Uruguay es en este sentido un adelantado radical. Aquí nadie quiere ser de derecha.

Yo me sumo al aforismo de que cuando alguien niega la existencia de izquierda y derecha, es generalmente alguien de derecha. O muy despistado.

Ser de derecha no es ningún insulto, al menos unos cuantos dirigentes políticos muy respetados en sus países lo admiten y lo pregonan. Mariano Rajoy, Angela Merkel, Silvio Berlosconi, Mitt Romney, para mencionar a los contemporáneos, aunque Berlusconi esté muy cerca de la extinción política.

Tampoco es una categoría que iguala y quita matices, hay muchas derechas, muchos ideólogos y políticos llenos de diferencias que son de derecha. En Uruguay sucede eso y sobre todo en el proceso político uruguayo las cosas cambiaron y uno de los avances democráticos importantes es que la derecha golpista y antidemocrática ha prácticamente desaparecido del escenario nacional. Hay que reconocerlo.

Pero derecha hay, bien uruguaya, bien específica y bien universal. Aunque parezca contradictorio. No se trata de utilizar el término como un atajo y una simplificación o por pereza intelectual, al contrario hay que dotarlo de contenidos.

Comencemos por la realidad social, que es siempre un buen punto de partida. Las encuestas de opinión pública que incluyen la autodefinición ideológica registran invariablemente que al menos un cuarto de los consultados se define de derecha. Este porcentaje se ha reducido, pasando de un tercio hace algunos años, a una constante de un 25% actual. Pero en el Uruguay hay ciudadanos más y mejor definidos que los propios políticos, se reconocen de derecha.

¿Todos los que se autodefinen de derecha votan a los partidos tradicionales? No, pero si la inmensa mayoría. Esa es otra constante, desde que hay registros de encuestas.

La gente de derecha muy marginalmente se inclina por el Frente Amplio, y la gente que se autodefine de izquierda vota en su inmensa mayoría por el FA. Esa es la realidad socio-ideológica. Y por más malabarismos que hagan los nuevos ideólogos del fin de las ideologías, es la posición de los uruguayos.

Otro dato de la realidad. Los partidos tradicionales que en el pasado se enfrentaron en duras batallas, no todas ellas muy civilizadas y cívicas, desde el surgimiento del Frente Amplio tienden a unirse, política, electoralmente e ideológicamente. Al menos se aproximan, y esa es otra referencia. Lo hacen porque con sus matices son, básicamente de derecha o de centro derecha.

La confrontación con la izquierda es otro de los rasgos característicos de la derecha. Elemental. Y el camino de aproximación que al principio fue solo parlamentario, luego se hizo electoral con el balotaje y lo que nunca habían imaginado nuestros antepasados sucedió, los blancos votando a un candidato colorado y viceversa. A nada menos que para la Presidencia de la República. ¿Si esa confluencia no tiene el sello ideológico de la derecha, que es? ¿Casualidad, apetito, voracidad? Nada de eso, es una clara manifestación de la existencia de un pensamiento y de acciones políticas de la derecha.

Ahora les vino la fiebre de reconquistar la intendencia de Montevideo y todos los días inventan un nuevo requinte institucional o formal para disputarle a la izquierda la capital del país. En parte porque ya saben o intuyen que las posibilidades a nivel nacional se le escapan un poco más todos los días. Por eso quieren ensayar el retorno al poder desde donde comenzó la izquierda: Montevideo.

Sería el penúltimo episodio de una desnudez total de sus intenciones de derecha: la restauración. Cuando aprobaron la reforma constitucional que introdujo el balotaje su única obsesión fue impedir que la izquierda gobernara, y ese es otro rasgo muy claro de la derecha, aunque se vista de seda y de reforma constitucional.

Hay otros rasgos que son típicos de la derecha en todo el mundo, el discurso sobre la seguridad pública y la "mano dura". Es natural y consustancial a su ideología, asegurar que las fuerzas del estado estén devotamente al servicio en primer lugar de su tranquilidad y de que las consecuencias de sus políticas sociales y económicas no impacten en el orden y la seguridad.

No lo hacen solo por conveniencia electoral, lo hacen en primer lugar porque son de derecha y a la derecha la represión, el "orden" por encima de los derechos ciudadanos y de todo tipo de sensibilidad social, le cabe como anillo al dedo. Se repite en todo el planeta. La derecha nació en la Asamblea Nacional Francesa a fines del 1700 y principios del 1800 reclamando "orden" y "seguridad" y la izquierda exigiendo cambios y libertades. Incluso la libertad de la necesidad.

A la derecha le gusta el orden, las jerarquías, la centralización del poder porque son imprescindibles para aplicar sus políticas económicas y sociales.

El liberalismo es un sustento de su ideología, la que le dio un papel histórico a los dueños de los medios de producción y de cambio, - para ser más simples a los burgueses y terratenientes - pero no es coherente en el plano económico y social, donde todo debería quedar librado a libre juego del mercado y de las individualidades, con el uso del aparato del Estado para imponer a toda costa ese orden.

La historia está repleta de ejemplos de que el liberalismo funciona, siempre y cuando le convenga y hay que mezclarlo con una buena dosis de autoridad jerárquica y en algunos casos algo más que eso. Incluso en Uruguay.

La izquierda también tenemos nuestros pecados en ese sentido, pero al menos hemos hecho una revisión crítica, incluso de la dictadura del proletariado, ¿alguno escuchó a la derecha hacerse cargo de sus responsabilidades con el fascismo, las dictaduras y los coroneles griegos, Salazar, Franco, etc etc? ¿O eran de izquierda?

Esa es otra diferencia fundamental entre la derecha y la izquierda. El sentido crítico. La derecha considera que ha sido elegida para ejercer el poder con breves recreos, pero que lo suyo es un designio divino, inexorable, porque ellos son los que pueden y deben manejar la economía y sus alrededores.

La izquierda fue asumiendo, a veces con duros aprendizajes, que no hay ningún determinismo histórico, y que ni siquiera esta horrenda crisis capitalista implica su caída definitiva y el despuntar de un nuevo mundo más justo y más libre. Hay que construirlo, paso a paso. También hemos asumido, sobre todo en Uruguay, que la derecha no ha sido elegida por la providencia para gobernarnos y que lo podemos hacer mucho mejor que ellos. Y hace casi 8 años que lo estamos demostrando, con cifras enormes, gigantes a la vista. Y con la derrota del peor mensaje de la derecha uruguaya: el de la decadencia y la derrota nacional.

Uno de los rasgos que la izquierda debe defender, dentro de sus propias filas y para mirar a la sociedad y la política en su conjunto, son los matices, la variedad de tonalidades.

 



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