acerca de patrimonios varios
algunas reflexiones sobre nuestros "lugares de la memoria"

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09.10.2012 18:16 / MIS ARTICULOS

COLONIA DEL SACRAMENTO: HERENCIA HÍBRIDA

COLONIA DEL SACRAMENTO:

PLAN DE GESTIÓN 2012 (*)

 

PUNTO 2. ATRIBUTOS DEL BIEN PATRIMONIO MUNDIAL

2.2. Evolución del Barrio Histórico

 

“Y yo fui con diez hombres por la tierra adentro en procura de rastros de gente y no hallamos nada, sino rastros de perdices y codornices y mucha caza. La tierra es la más hermosa y apacible que yo jamás pensé ver, no había hombre que no se hartase de mirar los campos y la hermosura dellos”

(Diario de navegación del piloto portugués Pero Lopes de Sousa, 24 de noviembre de 1531, en tierra firme frente a la isla San Gabriel).

 

La isla que en 1527 Gaboto llamaría de San Gabriel, marcaba el límite de las ilusiones de las expediciones de españoles y portugueses que en las primeras décadas del siglo XVI buscaban en el río ancho como mar un paso hacia el oriente o una vía de entrada al Nuevo Mundo, al que imaginativos cartógrafos trataban de dar forma. Apenas nacido el siglo, Amerigo Vespucci llega a estas costas en buques de bandera portuguesa y hacia 1511 otra expedición lusitana sigue sus pasos. Luego, en 1516, en sus cercanías terminará Solís sus días, y cuatro años más tarde será Fernão de Magalhães —luego Magallanes, piloto portugués al servicio de Castilla—, quien clava una cruz de madera en la tierra firme frente a San Gabriel, retomando luego su camino hacia el sur, donde encuentra por fin el paso hacia el inmenso océano que Núñez de Balboa había abierto a los ojos europeos.

 

Se sucedieron las expediciones de exploración y dominio de los dos grandes imperios marítimos de la época, teniendo como referencia la imprecisa línea del acuerdo de Tordesillas, separando las vastas tierras del “Perú” de las entonces marginales del “Brasil”. Pero esa relación pronto empezaría a modificarse. Corrieron los españoles tras el oro y la plata del imperio de los incas y se dejaron tentar por escenarios de maravilla; los portugueses, más pragmáticos, buscaron primero consolidar y luego extender sus dominios. Fueron exitosos en su “conquista del oeste”, donde solo la experiencia guaranítico-misionera pudo ponerle límite, y no tuvieron duda en ver el Plata como anhelada frontera del sur.

 

Cuando la relación de fuerzas les fue propicia, pudieron hacerse fuertes en Maldonado —dominando la llave del estuario—, o en Montevideo, con su bahía protectora, pero prefirieron crear una “cabeza de puente” en las tierras de San Gabriel. En 1680, culminando un largo preparativo, Manuel Lobo se instalaba en la península a la vista de Buenos Aires, asumiendo un doble propósito: dar neta señal de dominio sobre el territorio en disputa y a la vez sentar las bases de un comercio redituable a sus intereses (y a los de Inglaterra, imperio emergente, pronto asociado al empuje lusitano). Desde ese momento y por casi un siglo exacto, la Nova Colonia do Santissimo Sacramento fue escenario de luchas continuas, alternando posesiones casi siempre efímeras para las armas españolas, hasta que los Tratados de San Ildefonso y El Pardo (1777-78) confirmaron un dominio ya prefigurado por los fracasos de la corona portuguesa, en 1723 y 1735, por crear una segunda base en Montevideo.

 

En el largo periplo de esta “guerra de los cien años” en las orillas del mundo, aquella tierra «hermosa y apacible» que en 1531 llamara la atención de un capitán de 20 años, apenas se vio modificada por la presencia de los bandos en lucha, poco afectos a internarse en un territorio hostil —unas tierras «sin ningún valor», hasta que el ganado traído desde Asunción convirtió la pradera en cantera inagotable de cueros y tasajo, avivando el motivo de la disputa—. La plaza amurallada de los portugueses ocupaba poco más de 15 hectáreas en la punta de la península; seguían sus tierras de labranza, siempre acotadas por las fuerzas vigilantes de la Gobernación de Buenos Aires —socias a veces en el comercio a espaldas de las Reales Órdenes—, apostadas en las tierras del Real de Cevallos. Quedaba así configurado un escenario histórico que aún marca la característica dominante del sitio: el arco pronunciado de la bahía, tensado entre la plaza fuerte portuguesa y el enclave militar español, en diálogo con la sucesión de islas que articula el vínculo de ese espejo de agua con el río-mar.

 

En tiempos de paz, gobernadores portugueses, primero Naper de Lencastre (1690-99), luego, y principalmente, Vasconcellos (1722-49), pudieron acondicionar el lugar en correspondencia con su condición de avanzada militar en un territorio en disputa, con perfecta adaptación y sabio aprovechamiento de las condiciones geográficas y los recursos materiales (la piedra gris con la que construyeron murallas, pavimentos, viviendas e iglesias, siendo aún visible en las rocas del borde costero las marcas de la talla). También en sintonía con la herencia de provincias del Portugal lejano, bien diferenciada de la matriz urbana que a partir de Felipe II se impondría en los asentamientos españoles en América, y que luego el período republicano asumiera como propia, con renovado entusiasmo.

 

Cuando a partir de 1777 queda definida la posesión española, el escenario de la que había sido Nova Colonia mantenía con ínfimas variantes la traza, la escala y buena parte de la edificación portuguesa, con huellas fuertes del conflicto pasado, pero casi sin presencia de intervenciones propias de los hasta entonces “sitiadores”. Y así se mantuvo por décadas, en parte como consecuencia de las cláusulas de los tratados, que generaban una situación confusa respecto a la propiedad de los padrones, y en parte por la situación problemática de las autoridades coloniales españolas en el entorno de 1800, jaqueadas por la amenaza de la invasión inglesa y por los prolegómenos de la revolución que estallaría en 1810. En ese contexto, solo la necesidad de ubicar a las familias que regresaban de la fracasada Operación Patagonia generó un moderado impulso de reconstrucción, afirmándose la continuidad del valor estratégico-militar del antiguo enclave lusitano.

 

En 1829, cuando la Asamblea Constituyente del novel Estado Oriental decreta la demolición de las murallas de Montevideo y Colonia, el trabajo se inicia de inmediato en aquella, pero demoraría treinta años en concretarse en esta. Hasta 1859 las históricas fortificaciones seguían separando la todavía modesta «ciudad nueva» (con riguroso trazado en damero) del viejo casco, donde moderadas intervenciones iban generando un nuevo catastro —no muy alejado del heredado— y una primera hibridación de arquitecturas, tal como lo muestra el dibujo acuarelado del francés D’Hastrel de 1845.

 

Las décadas de enfrentamiento que marcaron el perfil de nuestra historia a lo largo del siglo XIX —esa «tierra purpúrea» evocada por W. H. Hudson— no fueron propicias para que esas circunstancias se modificaran y, recién al inicio del siglo XX, ya consolidada la integración social de una poderosa “invasión gringa”, un pacto político implícito de cambiar “balas por votos” y un contexto de inserción mundial excepcionalmente favorable marcaron el arranque de la creación de lo que quiso ser un “país modelo”. En el año 1900 está consolidado el desarrollo de la ciudad moderna con la impronta de la herencia española, de traza regular y cuadrícula. La modernidad y la confianza en el futuro alentaron una notable transformación del escenario urbano, principalmente en Montevideo, pero no menos significativo en las ciudades del interior. Y en particular en Colonia, donde, hacia fines de la primera década, al impulso de Mihanovich, la traza histórica del Real de San Carlos adquiere un nuevo protagonismo, corto en el tiempo pero dejando poderosa huella todavía presente.

 

En el entorno de 1918, con el proyecto de “embellecimiento de ciudades” se efectúan intervenciones urbanas tendientes a “integrar” el Barrio Sur al nuevo centro de la ciudad. Se demuele el tejido urbano del Barrio Histórico en la zona que se extiende desde la avenida General Flores hasta la punta de la península. Es el mismo período en el que se concreta el ajardinado de la antigua plaza de armas, dando por resultado un escenario hasta hoy presente, ajeno a la espacialidad original.

 

Había en Colonia una herencia a atender, progresivamente limitada al mantenimiento de una traza, una escala y “un aire” del lugar, con vestigios escasos y dispersos de las viejas construcciones y con protagonismo de notorios injertos y “reciclajes” (el Faro, la chimenea del bastión del Carmen, el muelle de madera donde estuvo “la puerta del mar” de los portugueses, etc.). En el entorno del 900, siendo todavía difusa una conciencia de “lo patrimonial” y muy fuerte en cambio la llamada del “progreso”, no habría respuesta adecuada. Por el contrario, se demolieron los muros todavía en pie de la Casa del Gobernador, se abandonó la vieja Comandancia y, ya hacia fines de la segunda década, se festejó como señal victoriosa del “espíritu nuevo”, el atravesamiento del viejo casco colonial por la traza principal de la “ciudad nueva” —la avenida General Flores— extendida hasta el borde del río. Y poco tiempo después se afirmaría su papel de centralidad dominante y excluyente, construyendo allí la sede del Banco de la República (pasible de insertar en la perspectiva ya citada de D’Hastrel).

 

Colonia crecía orgullosa de su integración —tren y carreteras mediante— a la trama nacional, de espaldas a una particularísima herencia histórica, apenas rescatada por su pintoresquismo pero curiosamente integrada al escenario urbano global por el trabajo de maestros constructores italianos y españoles, que, operando sobre los vestigios de la vieja traza, fueron generando un escenario típico de esa “arquitectura sin arquitectos”, caracterizadora de los contextos urbanos de nuestros pueblos y ciudades (tan admirada por Le Corbusier cuando su visita al Plata en 1929). Hubo fuertes reacciones “cultas” ante los destrozos de esos “ojos que no ven”, que dieron una batalla inteligente y digna del mayor aprecio, cuyo efecto práctico fue mínimo. Paradójicamente, más que el esfuerzo de intelectuales y políticos, fueron las sucesivas “crisis” económicas las que hicieron más por evitar que las cosas empeoraran, dejando al barrio histórico en un letargo de décadas que solo se modificaría —para bien— cuando una generación que tuvo como referentes principales a Miguel Ángel Odriozola —pionero indiscutido—, Antonio Cravotto y Fernando Assunçao (h), en sintonía con renovadas demandas populares, generó las bases de un proceso nuevo. He aquí una herencia con futuro, asumida como tal y ahora proyectada a mejores tiempos.

 

 

(*) Capítulo que forma parte del documento presentado por el Estado uruguayo en febrero de 2011 relativo al Plan de Gestión de Colonia del Sacramento, documento aprobado en la 36ª reunión del Comité de UNESCO realizado en San Petersburgo (junio-julio 2012)

 

 

IMAGEN DE PORTADA: dibujo acuarelado del francés D´Hastrel, con vista desde la bahía, frente al actual muelle de madera (1845)



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