Eliza y Miguel
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15.12.2011 22:31 / Cuentos de Miguel

Dame la mano, Pedro - PARTE 1

Muchos de ustedes están extrañando los cuentos de Miguel... También él extraña sus ratos escribiendo. Desde hace casi cuatro meses no le queda tiempo para hacerlo: mientras yo no pueda valerme por mí misma, toda tarea, además de la atención permanente que me profesa, está recayendo sobre él. Esperemos que pronto se encarrilen las cosas y así habrá por aquí otra vez muchos de sus textos. Mientras lo esperan, quise ofrecerles uno de sus cuentos largos, que está dividido en 6 post. Al final de cada uno figuran los links necesarios para leerlo completo. Disfrútenlo. Eliza

DAME LA MANO, PEDRO

Parte 1

Pedro había llegado a la vida en el año 73, en una de las tantas casuchas de lata y madera de los cantegriles de Aires Puros, muy cerquita de Batlle y Ordóñez y el arroyo Miguelete. A los cuatro años ya andaba en la calle vendiendo estampitas y pidiendo. A los diez, había ido a la escuela nada más que lo suficiente para aprender a leer y escribir.

Cuando el padre salía por las noches a juntar basura para reciclar, Pedro y su hermanita menor se quedaban con la madre, que los mandaba a dormir sobre un colchón viejo y sucio, tirado en un rincón del rancho, con sólo bolsas de arpillera para taparse. Después dejaba entrar a un hombre de otra casucha, conocido como "el Ostra", que los amenazaba con matarlos a golpes si llegaban a contar que se acostaba con ella.

Era un ladrón barato que tenía intimidada a la gente del caserío porque hacía unos años había matado a un hombre y la policía no pudo probárselo. El muerto había sido el padre de Pepe, el único amigo de Pedro. La pequeña se asustaba de "el Ostra" y lloraba, entonces Pedro la refugiaba en sus brazos y le repetía: "no llorés, Carmencita, cuando sea grande lo voy a matar."

Un día les dijeron que el padre estaba en el hospital pero nunca los llevaron a verlo... y al poco tiempo, que se había muerto. "El Ostra" se vino a vivir al rancho y Pedro no lo soportó. Le dijo a su hermana que no bien pudiera, la vendría a buscar para llevarla a vivir con él, y desapareció del asentamiento. Se fue con Pepe, que estaba más solo que él, ya que ni madre se le conocía. A partir de ahí se unieron a otros como ellos y la calle fue su casa. Subsistían robando para comer.

Un ladrón de autos mayor que ellos, les enseñó todo lo que sabía y los puso a trabajar para él. Aprendieron rápido, pero había peleas con los más grandes por el reparto del dinero, así que a los pocos años, Pedro y Pepe dejaron la banda para trabajar por su cuenta. Entre ellos no había problemas, repartían por igual todo lo que podían conseguir. Dormían en el Parque Rodó y cuando venía el verano, en la playa Ramírez.

Cuando la policía los encontraba robando iban un tiempo al INAME, a aliviarse de los peligros de la calle. Sabían sobrevivir al frío, la lluvia, la soledad, los intentos de violación de otros mayores y la total falta de cariño. Las pocas veces que alguien se les acercaba con la intención de ayudar, su recelo era tal que se mantenían al acecho para defenderse. Sólo confiaban el uno en el otro. Con esa forma de vida, a pesar de su corta edad habían forjado una personalidad dura, casi insensible, mucho más acentuada en Pedro.

Más de una vez habían intentado trabajar pero carecían de documentos, sus padres nunca los habían registrado. Pudieron ir a la escuela gracias a los buenos oficios de la Directora de la escuelita cercana al cantegril, que conociendo el problema de tantos niños sin inscribir, iba en contra de los reglamentos por no dejarlos tirados en la calle. Por lo menos dentro de la escuela estaban protegidos, aprendiendo algo útil para defenderse en la vida.

Pedro era uno de esos tantos gurises que jurídicamente no existen, simplemente, como si no hubieran nacido. Era inteligente, pero no tenía conciencia que el destino lo estaba golpeando duro, poniéndolo a prueba cada día. Era alto, físicamente fuerte a pesar de sus carencias, la intemperie lo había curtido. Se había recubierto de una caparazón tan dura como su realidad. Soñaba, siempre soñaba. Su mayor anhelo era salir de la calle y hacer una vida distinta, pero no sabía cómo. Todas las noches hablaba con Pepe de lo lindo que sería tener un trabajo, una casa, una familia... una de verdad, no como la que había dejado.

En una de sus entradas al INAME le habían tomado las impresiones digitales, entregándole un documento que decía: "Pedro Almeida, nacido el 6 de enero de 1973".

Sabía mucho de autos, ninguna marca le era desconocida. A pesar de su juventud, en ese rubro era uno de los mejores, había aprendido con los más expertos. Tenía veinte años cuando alguien le habló de "el Tano", un delincuente cincuentón, conocido por la policía, con varias entradas por contrabandista, estafador, falsificador y reducidor.

"El Tano" había conocido a Pedro cuando de chico vivía en el cantegril. Cuando lo encontraba en las calles, lo llevaba a comer y en una oportunidad le había comprado ropa. Hacía años que Pedro no sabía de él. Cuando le dijeron que era dueño de un galpón y compraba autos robados, lo fue a ver. "El Tano" se alegró de ver a Pedro y le gustó la idea de que trabajara para él. Le ofreció una casita modesta en la calle San Quintín, que Pedro aceptó con la condición de pagarle el alquiler.

Con el correr del tiempo, Pedro y "el Tano" se hicieron muy amigos. "El Tano" le enseñó todo lo que sabía de ese medio en que les había tocado vivir. Le explicó cómo tenía que declarar si algún día lo llevaba la policía y cómo se tenía que mover dentro de la cárcel si le tocaba ir. Pedro lo escuchaba con atención porque confiaba mucho en él, era de los pocos que lo habían ayudado. Un día, le dijo:

–Tomá esta tarjeta, es de Jorge Antúnez, el Abogado que yo tengo pa cuando la piola viene cagada, es un loco que se crió en la calle como nosotros, pero tuvo suerte y la familia que lo adoptó le dio un estudio. Es de los que no se venden, ni te quiere afanar todo lo que vos robaste.

–¿Y pa qué lo voy a ir a ver? –preguntó Pedro– si no pasa nada.

–No importa, haceme caso, decile que yo te mando, que trabajás conmigo, así sabe cómo te llamás y te conoce... ¿vos qué sabés cuándo lo podés precisar? En esta joda, en cualquier momento salta la bronca y así tenés quien te defienda y cuando puedas le pagás. Eso sí, le tenés que cumplir, si no, la quedás. Si no tenés a nadie, los milicos te amasijan y te tiran con un fardo que no sabés de dónde viene y te la comés doblada, ¿'tamo?. Me caés bien, gurí, como si fueras m’hijo. Sería bueno que una tarde de éstas salieras a vender en los ómnibus, curitas, lapiceras, cualquier cosa d’esas, pa cubrirte de la cana.

Una noche, al llegar al galpón con el producto de un robo, "el Tano" le preguntó:

–Che, Pedro, ¿te gustaría hacer mucha guita toda junta?

–Depende... si hay que matar, no agarro.

–No, no hay que matar a nadie. Porteño, vení, éste es Pedro, el que sabe y sabe de autos. Hace mucho que lo conozco, podés confiar, no es ningún batilana.

–¿Qué hacés, pibe?, "el Tano" me habló de vos. Te necesito para un laburo.

–¿Qué hay que hacer?

–Tenés que conseguir un auto que esté lo mejor posible y esperarme a mí y a dos más en una calle que te vamos a decir cuando llegue el momento, es un laburo fácil. Nosotros subimos y vos tenés que rajar a donde yo te diga y meter pata a todo trapo, porque atrás puede venir la yuta. Te canto la justa, ¿pa qué mierda te voy a engrupir?. Por ese laburo, si sale bien, hay mucha mosca, no te digo cuánto porque depende, vos me entendés.

–Yo en esa nunca estuve, siempre robé autos pa cambiarlos por guita. Hasta ahora tuve suerte, si me agarran y me remiten, más de unos meses no me como... pero esto es otra cosa.

–Pensalo, mañana venís por acá y me contestás, así me das tiempo –si no agarrás– a conseguir otro, pero me gustaría que fueras vos, por lo que me habló "el Tano". ¿De acuerdo, pibe?

–'Ta bien.

Pedro tomó un 125 y se bajó en el Paso Molino. Entró a un boliche donde lo esperaba Pepe.

–Hola, Pedro, ¿cómo te fue?

–Bien, con "el Tano" no hay problema, siempre paga... ¿comemos?

–¡Comemos! –a Pepe le brillaron los ojos– 'tamo con plata fresca.

–Traénos dos milanesas a caballo con papas fritas y un litro'e vino –le gritó Pedro al mozo–

–Sos un fenómeno, loco, justo lo que quería comer.

–Decime, salame, ¿qué voy a pedir? –dijo Pedro riéndose– si siempre comés lo mismo.

–¿Qué?, ¿'toy pa la joda, 'toy?

–No te calentés.

Pedro metió la mano en el bolsillo, sacó la plata que le había dado "el Tano" y la repartió con Pepe. Eran de los amigos que se forjan en el dolor de la soledad y la miseria, se sentían hermanos. Siempre juntos, se ayudaban y se defendían contra ese único mundo que conocían. Cuando llegaron a la casita que le alquilaban a "el Tano", Pedro le contó.

–Conocí un pinta que me ofreció un laburo por mucha guita, es un afane grande. Tengo que conseguir un auto y esperarlo en algún lugar pa llevarlo no sé a dónde... siempre que no nos agarre la cana, ¿cómo la ves?

–Y... ¿qué querés que te diga?, medio brava la mano, ¿no?, parece de las pesadas, pero si hay mucha guita puede servir...

–Sí, yo sé que es otra cosa, pero con lo nuestro nos da pa vivir y nada más –dijo Pedro– mi hermana ya tiene doce años... los otros días 'tuve con ella... la quiero sacar de allá, si no, algo le va a pasar. Yo sé que mi viejo no murió, como dicen, lo mató "el Ostra". Por eso quiero sacar a la Carmen de allá... pero necesito guita, y ésta es una buena ocasión. Entonces la traigo, con mucha guita pa que estudie, y si a mí me pasa algo, qu’ella no tenga que volver allá o salir a la calle a changar. Y nosotros algún día tenemos que salir d’ésta; no sirve, hermano, no sirve... andar siempre corriendo y mirando p'atrás, pa ver si te sigue la cana.

–'Ta bien, Pedro, 'ta... y esta gente ¿no te irá a pasar?

–"El Tano" me dijo que son de ley y cumplen. El capo es Porteño.

–¿Qué querés que te diga?, yo la veo jodida la cosa, pero si a vos te gusta, prendele cartucho. Y no te hagás el bocho, yo siempre 'toy contigo en todo, ¿'tamo, Pedro?

–Ya sé, Pepe, que siempre puedo contar con vos. Dale, comé que se enfría.

–Ahora después me voy a buscar a "la parda"... che, la hermana está de la planta... ¿querés que las traiga p'acá?

–No, Pepe, en casa no, en las minas no se puede confiar nunca. No le digas donde vivís, voltiátela en cualquier lado, como hago yo, guita tenés. Y ojo con la bocina, ¿'ta?

–'Tas loco, Pedro?, yo no hablo de lo que hacemos...

–Yo te digo que te cuidés de las mujeres, son todas una mierda, en cuanto te pueden cagar, te cagan... y vos pa eso sos medio gil... vos sos mi hermano, ¿'ta?, pero si pasa algo, cortamos de raíz.

–'Tate tranqui, Pedro, vos sabés que no voy a buchoniar, yo no voy con las minas p’hablar, ¿'ta?.

Pedro tenía buena facha y era ganador con las mujeres pero no se involucraba con ellas más de lo necesario. Salía con la que estuviera de turno una o dos veces y en cuanto se presentaba una oportunidad, cambiaba. Pero siempre iba de frente, les decía que no quería ningún tipo de compromiso. Lo que su madre le había hecho presenciar de chico lo había marcado a fuego. Para él, todas las mujeres eran putas, se podría decir casi que las odiaba. Cuando tenía sexo con ellas lo hacía con violencia, como si estuviera descargando aquella bronca de su niñez en cada desahogo. Pero hacía poco había conocido una gurisa que le gustaba mucho, por eso a Pepe le gustó la oportunidad para decirle:

–Y ¿qué me decís de la Sonia, eh?, ¿no es una mina?, porque d’esa no pensás que es una mierda...

–Es la única, escuchame bien, es la única de todas las que conozco que es distinta. No sé si es mejor o peor, pero es distinta. Me habla distinto, me mira distinto... todo, ¿sabés?, todo es distinto... ¿me entendés, Pepe?... pero no, ¡qué me vas a entender!

–¿No será, loco, qu’esa fulana se te metió en el bocho y por eso la ves distinta?

–¿Qué decís?, ¿que la quedé con la Sonia?, n’a que ver, hermano, es distinta y 'ta. Mejor comé, así no hablás.

Pedro había conocido a Sonia en un negocio de ropa del Paso Molino, donde había entrado una tarde a comprar un vaquero. Se había acercado a atenderlo con una agradable sonrisa y sus blancos dientes se destacaron en el rostro bastante morocho. Sus hermosos ojos verdes, llenos de vida, hablaban por ella. Tenía el pelo renegrido, la nariz pequeña y los labios gruesos. Era delgada, bonita y muy femenina. Evidentemente, no pasó desapercibida para Pedro, que casi inconscientemente, la miró como si fuera de otra especie, como si no formara parte del género que casi despreciaba. Lo atendía solícitamente y se sintió cómodo. A ella también le había caído bien, el aspecto de Pedro le había gustado. Cuando salió del probador con el vaquero puesto, Sonia lo miró complacida.

–¡Te queda bárbaro! –le dijo– como de medida. Sos del barrio, ¿no?

–¿Por...?

–Porque te he visto pasar con otro muchacho alto como vos.

–Ah, sí.

–Te voy a hacer un descuento como si fueras cliente de la casa, pero no digas nada.

–'Ta bien, gracias... ¿te caí bien?.

–Sí.

–Vos a mí también. ¿A qué hora salís?, si querés te espero.

–Bueno... no sé... salgo a las siete.

–'Ta.

A las siete y cinco salió del negocio con dos compañeras, se despidió de ellas y se acercó a Pedro que estaba en la parada del ómnibus.

–Hola –dijo Pedro–

–Hola, ¿cómo te llamás?, hoy no te pregunté.

–Pedro, ¿y vos?

–Sonia.

–¿Querés ir al boliche a tomar algo?

–No –contestó Sonia– hoy no, porque no dije nada en casa y si no llego a la hora de siempre mis padres se van a preocupar. Otro día les aviso que voy a salir y no hay problema.

–'Ta bien.

–Si querés, me acompañás a casa, es acá cerca, a cuatro cuadras por Castro.

–'Ta, vamos.

Cruzaron Agraciada y tomaron por Castro hacia el Este.

–A mí me gusta mucho este barrio –dijo Sonia– será porque siempre viví aquí.

–Es lindo.

Sonia sonrió.

–Disculpá, no soy de hablar mucho.

–Sí, me di cuenta.

–No sé, me parece que vos sos distinta que las otras.

–¿Qué? –dijo Sonia riendo– ¿no me ves como una mujer?

–No, no es eso.

–Explicame por qué soy distinta.

–No sé... me gustás mucho.

–Ah, bueno, eso está mejor... Vivo ahí en la mitad de la cuadra, en esa casa rosada que tiene el farol en la pared –Sonia se detuvo frente al portón– ¿tenés con qué apuntar mi teléfono?

–No, no tengo. Pero decime que no me olvido, nunca me olvido. Me queda todo en el bocho... todo lo que quiero.

–De mañana estudio inglés y computación y de tarde estoy en la tienda, pero de noche siempre estoy en casa –dijo al darle el número– si querés, me llamás y arreglamos para salir.

–'Ta.

–Chau, Pedro.

–Chau.

Pedro y Sonia se siguieron viendo. Se sentían muy bien juntos. Pedro comenzó a hablar un poco más de lo habitual pero jamás le contaba su vida, ni pasada ni presente. Y Sonia no preguntaba, no era curiosa; si quería saber algo, esperaba que llegara por su cauce normal, sin ir en su búsqueda. Pensaba que tirando de la lengua a los hombres sólo se consiguen mentiras, en cambio si hablan solos, la mayor parte de lo que cuentan es verdad. Era como un bálsamo en la vida tan conflictuada de Pedro, pero no podía explicar dónde estaba la diferencia entre Sonia y las demás mujeres. Casi providencialmente, había conocido una mujer dulce, tierna y cariñosa y había comenzado a quererla tal como la veía.

Detrás de esa joven tan sensible había una mujer muy inteligente, con personalidad. Él se apoyaba en esas condiciones humanas de las que había carecido desde su nacimiento. Esa clase de mujer siempre le había sido esquiva, tal vez donde iba a buscarlas, estaban aquellas que habían padecido su mismo mal y más que dar, esperaban recibir.

Sonia tenía un superávit muy grande de las cosas que le habían faltado a Pedro. Había nacido en un hogar humilde, con carencias económicas pero no afectivas. Sus padres habían generado entre sí tanto amor que hubieran podido repartirlo con veinte hijos, pero el destino quiso que fuera sólo una. Con todo ese acervo se había quedado Sonia, que a su vez lo distribuía generosamente entre la gente a quien quería. Todo eso, sumado a su discreción, la hacía una mujer diferente, esa diferencia que Pedro no sabía explicar y se limitaba a repetir sistemáticamente "es distinta, ¿'ta?"

Miguel

Continúa:

Parte 2: http://blogs.montevideo.com.uy/blognoticia_52200_1.html

Parte 3: http://blogs.montevideo.com.uy/blognoticia_52201_1.html

Parte 4: http://blogs.montevideo.com.uy/blognoticia_52203_1.html

Parte 5: http://blogs.montevideo.com.uy/blognoticia_52204_1.html

Parte 6: http://blogs.montevideo.com.uy/blognoticia_52258_1.html



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