Montevideo PortalColumnistas
Así lo veo yo

Así lo veo yo

Columna de Ana Jerozolimski

Sobre el autor

Uruguaya, radicada en Jerusalem desde 1979. Redactora Responsable de "Semanario Hebreo".

Más columnistas

imagen del contenido Escribe Gerardo Sotelo
Suponer que sacando las armas se pacifica el país es como suponer que prohibiendo las drogas se evita las adicciones
imagen del contenido Escribe Ana Jerozolimski
Futuro de Netanyahu preocupa a quienes lo apoyan y a sus detractores.
imagen del contenido Escribe Esteban Valenti
Como la realidad no es abstracta, sino concreta, vuelvo a un lugar que pinta la situación de zonas enteras de la capital y el país.
imagen del contenido Escribe Pablo Mieres

GERARDO CAETANO Y LA EDUCACION SOBRE EL HOLOCAUSTO

20.Ago.2011

 

Hace unos días, en medio de la polémica que generaron las declaraciones del Embajador de Irán en Uruguay relativizando y minimizando el Holocausto, tuve el honor de recibir un mensaje del muy apreciado y respetado historiador Profesor Gerardo Caetano, manifestando su estremecimiento.

Caetano nos anunció que nos enviaría, para publicar en "Semanario Hebreo" , un artículo sobre el tema, lo cual honra por cierto a sus páginas, en la que afortunadamente en otras oportunidades he publicado notas suyas y entrevistas que le pude realizar.

Con su autorización, reproducimos ese artículo también en este espacio.

 

Agradezco a Gerardo Carrasco, de Montevideo Portal, que me haya permitido publicar la fotografía de Caetano que aquí incluyo, que él había tomado poco antes, para Montevideo Portal,   durante la presentación del libro "La República Batllista" que escribió el historiador.

 

Foto: Gerardo Carrasco-Montevideo Portal

 

 

Pues antes del texto,  un resumen del  curriculum de Gerardo Caetano.

 

 

Historiador y Politólogo. Doctor en Historia por la Universidad Nacional de La Plata, Argentina. Ex Director y actual Coordinador Académico del Observatorio Político del Instituto de Ciencia Política, Universidad de la República. Director Académico del Centro para la Formación en Integración Regional. (CEFIR). Es Presidente del Centro Unesco de Montevideo desde su fundación en el 2003 hasta la actualidad. Es Secretario Académico del Consejo Uruguayo para las Relaciones Internacionales. Es miembro de varias organizaciones científicas nacionales e internacionales. Integrante del Consejo Superior de FLACSO y del Consejo Directivo de CLACSO. Docente en cursos de grado y de posgrado (a nivel de Maestría y Doctorado) a nivel nacional e internacional. Consultor de distintas instituciones internacionales (UNESCO, PNUD, FLACSO, OEA, Unión Europea, UIP, IIDH, OEI, SEGIB, etc.). Tiene al presente más de 200 publicaciones referentes a Latinoamérica y su integración regional, historia, política económica y pensamiento político de los siglos XX y XXI

 

 

NO AL NEGACIONIMSO, SÍ A LA EDUCACIÓN SOBRE EL HOLOCAUSTO.

 

Gerardo Caetano

 

El episodio ocurrido el pasado 27 de julio, cuando el embajador de Irán en Uruguay, Hojatollah Soltani, cuestionó la veracidad histórica de la Shoá, configura uno de esos acontecimientos cuya significación trasciende la coyuntura. Lo primero que se imponía, por cierto, era la condena más enfática e inmediata, así como su difusión pública por todos los medios al alcance. Debemos decir que, salvo algunos silencios y omisiones inaceptables, ella se ha producido en forma categórica y casi unánime. Como bien se ha dicho, pronunciamientos negacionistas de este tenor, si resultan repudiables en todo tiempo y lugar, lo son de una manera especial en Uruguay, país en cuyo seno han vivido y viven sobrevivientes y familiares de víctimas del Holocausto. Esas vidas y esa memoria forman parte esencial de la “comunidad espiritual” que siempre ha sido y será el Uruguay. Si la aventura uruguaya se explica entre otras cosas en torno a la defensa de valores irrenunciables, la lucha contra el negacionismo de la shoá y de todos los genocidios forma parte directa de ese itinerario nacional. Como ha señalado con justeza el Centro Recordatario del Holocausto en el Uruguay, no es este un tema que involucre sólo a la comunidad judía, sino que significa un agravio y una afrenta para el país en su conjunto. Estamos seguros que todos los uruguayos de buena voluntad sienten como propia la consternación frente a este acontecimiento.

 

Pero luego del repudio llega el momento de profundizar la reflexión en torno a lo sucedido, así como la necesidad de reafirmar convicciones para una acción de más largo aliento. Las declaraciones del embajador iraní no pueden generar sorpresa, son una nueva ratificación de la postura asumida desde hace años por el gobierno iraní en general y por el Presidente de ese país, Mahmud Ahmadinejad, en particular. Lo que sí significa un escándalo y toda una señal es que el negacionismo del régimen iraní se haya confirmado y reeditado en tierra uruguaya. Coincidimos con muchos amigos judíos en que estas declaraciones no han sido una casualidad ni un desborde episódico del discurso diplomático. Forman parte de un intento deliberado por probar hasta dónde puede llegar la ofensiva política del régimen iraní en la región, incursionando para ello en un país especialmente sensible al tema y por muchos motivos emblemático dentro de América Latina como es Uruguay. No se necesita apelar a ninguna teoría conspirativa para advertir esta dimensión de este triste episodio y frente a ella no pueden caber confusiones. Lo que aquí está en juego nada tiene que ver con la evaluación que cada uno pueda tener sobre las políticas del actual gobierno de Israel y su postura específica en el conflicto persistente del Cercano Oriente. Tampoco se trata de entreverar la defensa del comercio con la supuesta neutralidad ideológica de la acción diplomática o la pretendida salvaguarda del interés nacional como norte excluyente de la política exterior de un pequeño país. Ni siquiera se trata de profundizar en torno al régimen iraní actual, que sólo alguien desde un gran despiste puede considerar un aliado creíble para los afanes de desarrollo democrático, soberano y justo de los pueblos latinoamericanos.

 

Lo que en verdad está en juego ante este lamentable episodio es mucho más preciso y concreto: se trata de cómo hacer respetar una parte muy importante del alma universal que está afincada en la identidad profunda de los uruguayos, una sociedad cuyo sentido histórico ha podido radicarse en la defensa de los derechos humanos, en la adhesión al Derecho y a la comunidad internacionales como brújulas innegociables. El Uruguay no hubiera podido reconocerse como nación si no hubiera sentido como propia la afrenta del negacionismo del Holocausto perpetrada por el embajador iraní. Si perdemos la capacidad de repudio frente a ese escándalo, si dejamos que se adormezca nuestra capacidad de rebeldía frente a la violación reiterada de la memoria universal, perderemos para siempre nuestra capacidad y legitimidad para hablar y recordar. Y que nadie diga que se trata de una sensibilidad hemipléjica que se desata frente a ciertos hechos y calla frente a otros. Como bien lo ha dispuesto la resolución 60/7 aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas del 1º de noviembre del año 2005, la conmemoración anual en memoria de las víctimas del Holocausto configura un instrumento de lucha contra todos los genocidios, en procura de su reconocimiento pleno, de la promoción de enseñanzas universales desde las que se pueda promover una cultura universal de los derechos humanos y afirmar el Nunca Más a la repetición de ese tipo de atrocidades. No tolerar ninguna forma de negacionismo frente a la “memoria ejemplar” del Holocausto se convierte en una forma radical de afirmar los valores de la verdad, de la memoria y de la justicia frente a todo crimen de lesa humanidad, provenga de donde provenga y se cometa desde cualquier tienda ideológica, religiosa, nacional o étnica.

 

Lamentablemente el negacionismo ha sido y es una práctica frecuente en relación al Holocausto y a todos los genocidios. La retórica genocida, además de buscar la deshumanización de las víctimas, concluye casi siempre en la negación enfática del crimen cometido. Y aunque parezca casi imposible, como bien ha señalado Hannah Arendt en su estudio sobre los totalitarismos, el éxito de la mentira suele vincularse con la extensión inimaginable de sus alcances. “La inmensidad misma de los crímenes proporciona a los asesinos que proclaman su inocencia con grandes mentiras la seguridad de tener más credibilidad que las víctimas que dicen la verdad”. Si la responsabilidad del genocidio recae en un Estado o en sus máximas autoridades, el negacionismo suele radicalizarse hasta niveles inimaginables, como son los casos de la negación de la Shoá o de la aun vigente actitud de Turquía frente a sus ominosas responsabilidades en la ejecución del primer genocidio del siglo XX, el genocidio armenio. La actitud de las autoridades iraníes resulta además paradigmática en la vinculación entre la negación o relativización de los crímenes de ayer como forma de preparar los crímenes de mañana: la actitud negacionista ante la Shoá guarda relación directa con las amenazas de Ahmadinejad de “hacer desaparecer del mapa” al Estado de Israel. Por todo ello, si como dice Yves Ternon, “no existe hoy genocidio posible sin negación”, toda acción local o internacional de prevención y condena de ese tipo de crímenes masivos tiene que apuntar con fuerza a las mejores formas de contrarrestar y desenmascarar ese tipo de estrategias negacionistas, a través de procedimientos no violentos, universales, afincados en la educación de las futuras generaciones y rigurosamente coherentes en su implementación.

 

De allí que coincidan muchos factores para asumir como un imperativo ético insoslayable la elaboración e incorporación, como señala la Resolución aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas sobre la “Recordación del Holocausto” de noviembre de 2005, de “programas educativos que inculquen a las generaciones futuras las enseñanzas del Holocausto con el fin de ayudar a prevenir actos de genocidio en el futuro”. Este lamentable episodio protagonizado por el embajador iraní ante nuestro país debe ser una ocasión propicia para no demorar más la implementación de programas educativos en esa dirección, tal como se señala en el artículo 2º de la ley 18768 aprobada en el Parlamento uruguayo el 24 de junio pasado. En dicha ley se hace expresa mención al establecimiento del programa titulado “El Holocausto y las Naciones Unidas”, que promueve la adopción de medidas concretas de movilización social y de planes educativos específicamente orientados para contribuir a la prevención universal de todo intento de nuevos actos de genocidio.

 

Zygmunt Bauman, en su ya clásico trabajo sobre “Modernidad y Holocausto”, pasa revista a una serie de dispositivos interpretativos sobre el nazismo que, a su juicio, comportan el peligro de la “normalización” de sus crímenes de exterminio, así como de su “salida” de los planos indispensables de la historia y de la política: i) la “alemanización” excesiva del crimen perpetrado (“Cuanto más culpables sean “ellos”, más a salvo estará el resto de “nosotros” y menos tendremos que defender esa seguridad”); ii) la presentación del Holocausto “como algo que les sucedió a los judíos, un acontecimiento que pertenece a la historia judía (…), algo único, cómodamente atípico y sociológicamente intrascendente, (…) punto culminante del antisemitismo europeo y cristiano”; iii) el énfasis en la “locura” e “irracionalidad” de Hitler y sus secuaces (“¿No estarían ustedes más contentos si hubiera logrado demostrarles que todos los que lo hicieron estaban locos?”, recuerda Bauman que una vez señaló Raoul Hilberg, el historiador del Holocausto); iv) una presentación de los acontecimientos como absolutamente irrepetibles en su “unicidad” (“en consecuencia, irrelevantes para la teoría general de la moralidad, ajenos a la historia de la moralidad”); entre otros. Bauman concluye tratando de demostrar  que resulta mucho más certero y más ético interpretar el Holocausto como “una ventana” y no como “un cuadro”. De un modo deliberadamente inquietante y provocador, Bauman procura agregar argumentos para volver más persuasiva su convicción acerca de que el Holocausto constituyó un fenómeno terrible pero al mismo tiempo estrechamente relacionado con las características de la modernidad. “Todos mis argumentos –sintetiza este autor- vienen a ser argumentos a favor de que incluyamos las lecciones del Holocausto en la línea principal de nuestra teoría de la modernidad y del proceso civilizador y sus efectos. Todos ellos proceden de la convicción de que la experiencia del Holocausto contiene información fundamental sobre la sociedad a la que pertenecemos”. Como también sintetiza Andreas Huyssen en uno de sus textos, “el Holocausto devenido tropos universal es el requisito previo para descentrarlo y utilizarlo como un poderoso prisma a través del cual podamos percibir (y prevenir) otros genocidios”.

 

Por eso digamos nuevamente NO a todo cuanto se esconde tras este rebrote de negacionismo de la Shoá, gritemos con fuerza y convicción esa palabra que tanto dice de nuestra mejor historia nacional y universal. Y hagámoslo de la forma más radical, aquella que más y mejor contrarresta el intento de los negacionistas: a través de la educación, con la implementación efectiva y sin demora en nuestro sistema educativo de lo dispuesto en la Resolución de Naciones Unidas de noviembre de 2005 y recogido en la ley 18768. Este es sin duda un compromiso que excede cualquier origen, disciplina o condición, que nos involucra a todos, no sólo como ciudadanos sino ante todo como seres humanos. Si este triste episodio sirve para apurar esta faena cargada de urgencias, la consternación vivida habrá servido. Sería nuestro mejor homenaje a las víctimas y, a la vez, el repudio más certero contra todo negacionismo. Por todo eso y por tantas otras razones: NO. Nunca Más.