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22.07.2011 12:50 / Western

Artigas-La Redota: Pinten la leyenda

“Cuando la leyenda se vuelve un hecho, impriman la leyenda”

De The Man Who Shot Liberty Valance (o “Un tiro en la noche”.John Ford, 1962)


 

La cita no es antojadiza: Artigas: La Redota es un western. Ése género genuinamente cinematográfico que careció (salvo excepciones) de raíz literaria y fue construido sobre la tradición oral, es decir, relatos, mitos y leyendas. Uruguay es rico en campos silvestres, verdes pero tan desiertos como los áridos y secos terrenos en los que filmó John Ford. Estaciones abandonadas, vías y durmientes clavados al césped, tanques de agua, escenarios ideales (cuyo antecedente en cuanto a aprovecharlos puede hallarse en Corazón de Fuego de Diego Arsuaga) para un western.

 

El arma de fuego, elemento icónico del género no está casi presente aquí. Para aquellos desprevenidos que aún piensan, vaya a saber uno por qué, que el western se compone de “las de cowboys contra indios” cuando éste conflicto representa una ínfima minoría a lo largo de la historia de la cinematografía, he aquí uno que honra una de sus características más salientes: no hay género mejor para estudiar la psiquis de cada personaje. Inadaptados, habitantes de tierras hostiles, hombres y mujeres tratando de encontrar su lugar, la lucha de éstos contra los avances tecnológicos e industriales, la búsqueda del oro/plata/petróleo/tierras que termina en codicia y locura, los duelos por el honor, el asesinato por recompensa. Aquí no está la Colt: La Redota es un western de facón. Y también tiene como punto de partida una leyenda.

En 1884 Juan Manuel Blanes recibe como encargo del entonces presidente Máximo Santos, pintar a José Artigas. El artista no tiene imágenes que sirvan de punto de partida. Solo frases, relatos, algunos dibujos difusos, trazos poco claros de los últimos años de Artigas en Paraguay. A la leyenda, entonces, hay que inventarla “porque la patria lo necesita”- Santos dixit. Entre el material que recibe Blanes están los dibujos de Guzmán Larra, personaje de ficción que es aquí el sicario que debe asesinar a Artigas por encargo del General porteño Manuel de Sarratea, para quien el carisma y las pretensiones del oriental son una amenaza en épocas en que el dominio español caía en Montevideo a la par que la propia España a manos del ejército de Napoleón.

El director y guionista César Charlone (y su coguionista Pablo Vierci) se ponen del lado de los artistas porque, en definitiva, también deben crear un relato cinematográfico pero desde esa leyenda enmarcada. De ese cuadro que cuelga en escuelas y oficinas. Al que le creemos porque estaba allí cuando llegamos. Charlone  y Vierci (partiendo sí de la investigación histórica) bajan a Artigas del cuadro de Blanes, y también del bronce y el mármol. Por eso La Redota también desafía nuestras convicciones. Provoca a esa parte de nuestro colectivo que se rasga las vestiduras cuando escucha el himno en la voz de un cantor popular en la previa a un partido de fútbol pero sin embargo siente su pecho henchido de gloria y patriotismo cuando las bandas militares lo tocan desafinado y asesinando la partitura más conocida (que no es la original). Esa parte que acepta -a regañadientes- que el General de los Orientales era imperfecto por su condición de “contrabandista y mujeriego”, información que cualquier párvulo maneja hoy por hoy.  Volviendo al objeto, vale decir que la pata artística de La Redota está defendida por los propios artistas (la paleta de colores que elige Charlone para fotografiar los paisajes se inspira en Blanes). Sin embargo las secuencias más notables y atrapantes de la película no están en Montevideo, sino siete décadas antes y en el Ayuí. En la tensión que genera la persecución de Larra, cronista de la historia (notable Rodolfo Sancho, actor español hijo de Sancho Gracia) en busca de Artigas, antes y durante su estancia en el campamento y en el magnetismo del personaje principal.


Fuera del cuadro, dentro de cuadro

En pantalla, Artigas es un hombre, no su retrato. Visceral, intransigente, con principios firmes y contradicciones. Impenetrable, aunque hablen por él frases y consignas, muchas inspiradas en libros -por ejemplo- de Thomas Jefferson. Un hombre que coge, se emborracha, baila, se equivoca y genera odios y amores a su paso. Y Artigas es Jorge Esmoris, en una composición asombrosa que, entre otros logros, pone -por fin- a un notable actor dramático en un proyecto a la altura de sus posibilidades. Un real acierto de casting, por si a alguno le quedaba duda. Lo que ocurre con Artigas/Esmoris en las escenas del campamento equivale a lo que alguna vez dijo Robert Ryan sobre Spencer Tracy con quién compartió elenco en esa notable combinación de western y policial negro que es Conspiración de Silencio (Bad Day At Black Rock. John Sturges, 1955).

Ryan decía que cada vez que Tracy entraba en cuadro, el resto de los actores se empequeñecían. Y qué actores. El propio Ryan, Lee Marvin, Ernest Borgnine, nada menos.  Ocurre que la autoridad que impone Tracy (que era más petiso y como su personaje es manco va con un brazo hundido en el bolsillo de su saco) no hay teoría que la explique. Y el resto, efectivamente, se vuelve más pequeño.

 

Quizá el flanco más débil de la película es la disparidad respecto a la naturalidad con la que se emiten algunos parlamentos. Por más dirección de actores que hubo, parece que no hay forma de erradicar del todo el parlamento declamado en algunos intérpretes. Véase sino la escena en que Larra es interceptado por una tropa que le pide la documentación: parece salida de otra historia. La exagerada impostación contrasta con la escena siguiente, la del encuentro de Larra con Ansina, interpretado por un actor debutante y sin “escuela”. Luego hay méritos por doquier. Charlone da con el timing justo para que la narración nunca pierda pulso, el guión no cae en facilismos ni busca exaltar nacionalismo alguno y las actuaciones de Esmoris, Sancho y Yamandú Cruz como Blanes son estupendas. El conjunto no es completamente sólido pero tiene vida, tiene agallas. ¿Es excesivo el lirismo con el que el sicario evoca a su amada española? Puede ser, pero ya sería hilar demasiado fino en un producto noble, bien realizado y que, sobretodo, invita a la experiencia. Esperemos, eso sí, que por una vez el juicio del espectador se centre en la película, en sus momentos más meritorios o en los menos logrados, y que no se abra un debate absurdo que intente poner de nuevo a la figura de Artigas en el solemne marco que un libertario jamás hubiese elegido.

 

 

La película se estrena el próximo viernes 29.

 

 

 

@christianfont  

 


 

 

 



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Sobre mí
Montevideo, 1978. Periodista y crítico cinematográfico de vocación y profesión, en ése orden. Responsable de la sección Cultura y Espectáculos de Telemundo (La Tele).Ha publicado notas en Brecha, La Diaria, El Observador y Revista Socio Espectacular. Docente de Historia del Cine en la Universidad Católica del Uruguay. Actualmente integra la murga Los Diablos Verdes

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