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11.04.2011 12:00 / Mis artículos

Michelle y el matrimonio igualitario

 

No conozco a Michelle. No la conozco más allá de la fama que adquirió con justicia, tras convertirse, luego de una proeza inestimable, en la primera abogada transexual de la historia de nuestro país y, probablemente, la primera egresada trans de la Universidad de la República. Me dirán que la identidad sexual no atribuye un mérito académico particular a la culminación de los estudios de grado. Sin embargo, no puede ni debe ser soslayado que Michelle debió abrirse su camino vital y profesional  cercada por el miedo y la hostilidad notable que expone una parte enorme de la sociedad hacia las personas que se atreven a ser lo que verdaderamente son, más allá de los prejuicios y los patrones consagrados por la presunta normalidad.

Me imagino lo que deben haber sido los primeros años a partir de que asumió e hizo pública su identidad femenina, en plena adolescencia. Creo poder imaginarme el infierno al que debió ser sometida  por sus compañeros de secundaria, al cabo principales víctimas y reproductores de una intolerancia y un terror aprendido casa por casa, familia por familia,  poleas de transmisión de una estructura de valores sistemáticamente cruel para con el otro, con el que “diverge”, con el que se “desvía”, con lo “anormal” de acuerdo a una categoría estandarizante que suprime, impone la invisibilidad y, si es necesario, reprime, y hasta mata a quien de algún modo se  atreva a su autenticidad, pese a quien pese, cueste lo que cueste, encaje o no encaje en los preceptos axiológicos de su tiempo y de la geografía accidental a la que pertenece.

Contra todo eso debió luchar Michelle sin duda alguna y es bastante probable que haya estado muchas veces al borde de la derrota, una derrota que habría dicho mucho menos de ella que del resto, que habría estado plenamente justificada dada la asimetría evidente entre las fuerzas inquisitorias de la multitud frente a la pura voluntad de una persona. Pero no pudo la multitud ni el mundo, no pudo el prejuicio ni el miedo ni la intolerancia, no pudieron con ella, y eso es lo que convierte los logros de su vida en una épica digna de homenaje, de laudatio, del reconocimiento por las personas dignas.

Escribo sobre ella porque siento que lo merece, pero también porque por estos días ingresa en el Parlamento nacional un proyecto de ley que, según me cuentan, es casi en la totalidad de su autoría. Se trata del proyecto que consagrará el matrimonio igualitario en Uruguay, ley que, si todo marcha como hasta ahora, será aprobada este año en las dos cámaras, con los votos del Frente Amplio y, por qué no, quizá con la adhesión de legisladores de otros partidos con representación parlamentaria.

El proyecto supuso para Michelle una revisión exhaustiva del código civil, escudriñando en los inacabables montículos de normas para despojar la legislación nacional de todas las referencias sexistas que impiden la satisfacción universal del derecho al matrimonio a las personas cuya orientación sexual no se corresponde con la supuesta “naturalidad” heterosexual.  A partir de esta ley, todo el mundo podrá casarse en Uruguay, en todas las combinaciones que el amor admite que, como bien se sabe, es un sentimiento subversivo, revolucionario, indomable, irreprimible, poco afecto a códigos y a templos, capaz de movilizar lo más hermoso de la especie en cualquier tiempo y en cualquier lugar, sin detenerse en consideraciones jurídicas o teológicas de ningún tipo.

Esta ley seguramente promoverá un debate social tremendo y no tardará en levantarse la voz admonitoria de la conservación, las amenazas sobre el aterrizaje del diablo en tierras orientales, y todo el conjunto de imprecaciones de las  que son capaces  los adictos al miedo y a las prohibiciones. Pero no importa. Hay que bancarlo. Bienvenido el debate, la polémica y hasta el insulto si es por la causa, a esta altura impostergable, de hacer justicia con la historia, con la vida, con nosotros mismos.

No sé bien cuándo fue que se generalizó esa tendencia de la civilización a someter el amor y el de deseo a los términos de un contrato frente al Estado, pero mientras exista el matrimonio, mientras no desaparezca en las intrascendencias del olvido, todas y todos debemos ser iguales en el derecho a contraerlo y todas y todos debemos ser iguales en el derecho a  la separación física y administrativa, por la sola voluntad del contrayente y sin mayores explicaciones, todo lo cual está previsto en el proyecto elaborado por Michelle, patrocinado por el colectivo Ovejas Negras e introducido en el parlamento por Sebastián Sabini, el tati, un joven diputado del MPP por el departamento de Canelones, al que también corresponde reconocer con calor y felicitar.

Tal vez La ley en el futuro sea referida como la ley Suárez Bértora, por los apellidos de su valiente autora, pero entiendo que el correcto homenaje sería llamarla ley Michelle, o Michelle Suárez Bértora, porque siento que es allí donde radica el símbolo, porque vaya a saberse todos los muros que debió derribar para conquistar el derecho a portar un nombre que se ajuste a su identidad y no vivir, como han vivido tantas y tantos, como aún viven muchas personas, infelizmente cautivas en la cárcel del viceversa.  

 



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Sobre mí
Todo el mundo escribe desde alguna parte. Un montón de vida, de alegría y de dolor y hasta de muerte que se amontonan palabra por palabra. De todo aquello que defina a una persona, me precio de haber sido siempre un militante y, sobre todas las cosas, de no estar arrepentido. Más allá o más acá, he sido periodista frecuente y bioquímico ocasional. Nací en La Habana en marzo del 79, crecí en el Uruguay post dictadura y ahora estudio un doctorado en la Universidad Nacional de Quilmes.

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