acerca de patrimonios varios
algunas reflexiones sobre nuestros "lugares de la memoria"

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17.12.2010 11:21 / MIS ARTICULOS

EL CILINDRO DE VIERA: ALZANDO LA MIRA (*)

 

La ciudad de Tandil -provincia de Buenos Aires- desde los tiempos de su fundación tuvo como referente icónico una formación natural curiosa y admirable: la “piedra movediza”. Digo “tuvo”, porque en 1912, “el milagro” dejó de funcionar y la roca cayó. Casi un siglo más tarde, la nostalgia acumulada alentó un emprendimiento que permitió -en el 2007- reintegrar su presencia en el paisaje serrano, pero no como referencia alegórica sino como una réplica exacta, ahora inmóvil pero de igual forma y dimensión que la roca original, dotada de una piel “simil piedra” que recubre una compleja estructura de acero e incluye el zurcido de líquenes que aportan su dosis de realismo a la puesta en escena.

También a principios del siglo pasado, otro derrumbe destruía un bien apreciado. No se trataba de una obra de la naturaleza sino del genio humano: en la mañana del 14 de julio de 1902, el Campanile de la plaza de San Marcos se vino al suelo, y en cuestión de segundos, aquella joya veneciana con una historia de siglos, quedó convertida en escombros. Pronto se sucedieron propuestas para su reconstrucción, en principio nada coincidentes. Unos bregaban por reproducir, simplificando detalles, la obra heredada; otros, defendían la opción de elevar una construcción que mantuviera su significación en el espacio de la plaza, pero que respondiera a los recursos técnicos y al imaginario arquitectónico propio de ese momento, no del pasado (en rigor, el escenario de la plaza se había construido en línea con ese criterio). Entre esos polos se movía la discusión entre expertos y académicos, cuando se hizo pública una visión popular cuya formulación hizo historia: queremos verlo reconstruido, decían “Com´era e dov´era”. Y así volvió a levantarse el Campanile, como era y donde estaba (claro que no rehaciendo defectos estructurales muy notorios -caso del cuerpo central, cuya sección igual en toda la altura agregaba un peso innecesario-, o incorporando la novísima técnica del hormigón armado toda vez que su uso se entendiera conveniente y adecuado).

Entre la patética “clonación” de la piedra de Tandil y la hasta hoy polémica -aunque en rigor, poco conocida- reconstrucción del Campanile, ¿en qué punto podríamos ubicar la situación que enfrentamos a partir del colapso del Cilindro de Viera?. Conviene  empezar por precisar el valor que le asignamos, y creo no equivocarme si digo que entre nosotros, esa valoración estuvo siempre muy distante de la real significación que esta obra excepcional tuvo en el mundo de la ingeniería.

Los años 50 y el vuelo de la imaginación de los ingenieros

Cubrir una gran superficie sin apoyos intermedios fue uno de los máximos desafíos que a lo largo de la historia, constructores, arquitectos e ingenieros buscaron resolver llevando al límite los recursos técnicos de sus tiempos (y no menos su capacidad de innovación e inventiva). En particular y con relación a cubiertas de base circular, el Panteón en Roma, la cúpula de Brunelleschi en Florencia y todas las le siguieron, dieron ejemplo de esa pulsión creativa, llegando a cubrir áreas de hasta 43 metros de diámetro. Habría que esperar al uso estructural del hierro y el acero para superar ese límite, primero con cubiertas livianas -exposiciones, mercados y estaciones de trenes dieron ejemplo-, y luego, con atrevidas soluciones que emulando la audacia de los constructores medievales, dieron cumplida respuesta a los programas dominantes a lo largo del siglo pasado: grandes hangares, aeropuertos, estadios y áreas de exposición y espectáculos. Fue el tiempo en que ingenieros de fama mundial desarrollaron técnicas de diseño en base a delgadas “láminas” de simple o doble curvatura, de hormigón o ladrillo (donde bien conocemos el muy notable aporte de Dieste).

En el entorno de 1950 ya existían ejemplos prestigiosos, pero la posibilidad de cubrir un estadio con capacidad  de más de 10.000 espectadores debía esperar un paso adelante en la búsqueda de nuevas soluciones, teniendo al acero como protagonista. Uno de los primeros ejemplos de una cubierta armada sobre la base de cables en estado de equilibrio tensional, se concretó en 1953 en la Arena de Raleigh, Carolina del Norte, y aunque el impacto de su forma fue muy grande, a poco de inaugurada hubo que realizar importantes reformas estructurales a fin de evitar efectos no contemplados de vibraciones y presión del viento. Habría que esperar muy poco para llegar a una solución eficiente y de mínimo costo de ese tipo estructural. En 1954, Leonel Viera hacía algo más que eso: con el proyecto del Cilindro, de hecho creaba un nuevo tipo espacial: una cúpula invertida, que pronto llamó la atención de los principales centros de formación de arquitectos e ingenieros (caso de la Columbia University de Nueva York, donde Mario Salvadori desarrolló durante décadas su cátedra de diseño estructural).

El nuevo “tipo” se verifica rigurosamente y sirve de base a grandes obras

En el número 79 (setiembre de 1958) de la prestigiosa revista francesa “L´Architecture d´aujourd´hui”, se da cuenta de la construcción del Cilindro, haciendo constar que “El programa exigía que esta construcción, de carácter permanente, pudiera albergar a posteriori diversas manifestaciones deportivas; pero la primera etapa de realización no incluía más que la cubierta y los elementos portantes. Esa difusión del “invento” de Viera, ya había tenido ese mismo año un referente de primera línea en el número de fecha 30 de abril de “L´architettura/cronache e storia”, la revista del famoso crítico e historiador Bruno Zevi.

Se incluye allí un largo artículo -en italiano e inglés- donde el propio Mario Salvadori describe la construcción de un pabellón en el Campus de  la Columbia University, comentando:“La idea generadora de la estructura, corrió de boca en boca desde Montevideo, Uruguay, donde el Ing. Viera había construido en el año 1954 un extraordinario techo cubriendo un estadio. Si bien los detalles de esta obra no estaban en aquel tiempo todavía publicados, ya se había divulgado su principio estructural”. El pabellón Bruno Funaro -nombre del profesor italiano que promovió su construcción con fines didácticos-, significó una instancia de verificación y difusión de esos principios, desarrollando en un escala menor (la cubierta tiene un diámetro de poco más de 14 metros) los mismos criterios definidos pocos años antes en Montevideo.

Años más tarde, en su libro “Arquitectura para arquitectos” -editado en 1966 con prólogo del gran Pier Luigi Nervi-, Salvadori incluye la obra de Viera, destacando la ingeniosa idea por la cual se logra rigidizar los cables y evitar oscilaciones, de modo de asegurar el monolitismo y la indeformabilidad de la cúpula invertida, y haciendo constar que “Techos similares se han construido con buenos resultados en los Estados Unidos”. A esos “techos similares” seguirían dos ejemplos muy notables: el Alameda County Coliseum, en California, albergando 14.000 espectadores en un cilindro de 128 metros de diámetro (obra de Skidmore, Owings y Merrill, uno de los mayores estudios norteamericanos), y el Madison Square Garden en Nueva York. Ambos fueron construidos en la segunda mitad de la década de los 60, tomando como base el sistema estructural del Cilindro y dando un paso adelante en la evolución del “tipo” nacido en estas tierras. Y en el Madison, orgullo de Nueva York -donde además de llover, cae nieve- 20.000 espectadores pudieron ver a Frank Sinatra -el Gardel del norte- desplegar su voz a pleno, en jornadas memorables (sin misterios, porque la acústica de un local puede perfectamente acondicionarse según el uso al que se le afecte).  

Reconstruir el Cilindro “como era y donde estaba”.

Volviendo a Salvadori -y tomando la cita del arquitecto Roberto Falco-, podemos sintetizar en sus palabras la significación de la obra de Viera “Un ícono de la ingeniería nacional y mundial.. Bastaría con esa valoración para justificar una reconstrucción del Cilindro, no en términos de un inviable homenaje nostálgico, sino de rigurosa reinserción funcional en un programa que otorgue una dimensión mayor al contexto urbano en el que nació (sea como complejo polideportivo o como predio ferial, en cuyo caso, su transformación en museo vivo de la ingeniería uruguaya -idea del arquitecto Julio Wildbaum- sería una opción atendible). No estaríamos atándonos al pasado, sino asumiendo responsablemente una herencia con futuro. Un futuro en el que esa ingeniosa solución de bajo costo -sustentable en el sentido más amplio de la palabra-, se instalará cómodamente (lejos de Tandil, cerca de Venecia).

Tuvimos tiempo para corregir las cuestiones que hubieran requerido una solución más ajustada (caso del sistema de evacuación de pluviales, de la protección del acero de toda filtración de agua, o del acondicionamiento térmico, todas cosas de resolución accesible) pero como no supimos valorar ni a Viera ni a su obra mayor, nada hicimos para asumir con el cuidado debido ese real patrimonio de los uruguayos” (**) Hoy, que sabemos cómo hacerlo igual y mejor, podemos pagar esa deuda histórica y sacar en adelante provecho de su fama en el mundo. Con una significación agregada: en 1954, la iniciativa de Grauert estaba alineada con la visión optimista de un país confiado en sus logros y en un futuro de progreso. La innovación de Viera era hija de ese contexto. Pero la realidad frustró esas expectativas y no siguieron tiempos de “avancismo”, sino medio siglo de devaluación de esperanzas. El maltrato de esa obra puede también leerse como metáfora de esos tiempos. Sería bueno pensar que su caída sea una señal del fin de una etapa, y que su reconstrucción asuma un valor simbólico que nos comprometa con una reconstrucción mayor: la del país que supimos tener.


(*) Publicado en el mensuario "Contraviento"/ diciembre 2010

(**) EL "CILINDRO" DE VIERA: "COMO ERA Y DONDE ESTABA" http://blogs.montevideo.com.uy/hnnoticiaj1.aspx?40345

 

IMAGEN DE PORTADA: la construcción del Cilindro en  “L´Architecture d´aujourd´hui” (setiembre 1958)



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