acerca de patrimonios varios
algunas reflexiones sobre nuestros "lugares de la memoria"

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03.09.2009 15:54 / MIS ARTICULOS

LE CORBUSIER Y SUS AMIGOS DE MONTEVIDEO

El arquitecto Le Corbusier dictó dos conferencias en Montevideo, en el salón de actos públicos de la Universidad de la República (el jueves 7 y el viernes 8 de noviembre de 1929). Fuera de ellas, mantuvo una actividad intensa ... bien acompañado.

 

 

Le Corbusier entre amigos (*)

      El tiempo de las conferencias estuvo complementado con una agenda intensa de paseos y visitas. El decano Agorio estará a su lado como uno más de los arquitectos -y otros tantos “casi arquitectos”-. que lo guiarán por la ciudad y aprovecharán cada oportunidad para acercarse al pensamiento de quien hasta entonces era un referente principal, pero de comprensión confusa. Y también para recoger sus opiniones, que brindó generosamente y de las cuales aún queda memoria... aunque a veces con carácter de “leyenda urbana”. Tal el caso del Palacio Salvo, inaugurado el año anterior, para el cual -según los Guillot Muñoz- agotó el repertorio de diatribas. El “Imparcial” da una versión más moderada, en línea con las referencias que el propio Le Corbusier hace en “Precisiones...”, pero el llamarlo “enano con galera”, la propuesta de plantar una enredadera para cubrirlo, o el gesto de elegir un punto en la propia plaza Independencia donde ubicar un cañón para demolerlo, han cobrado vida propia, aunque sin prueba fehaciente. No ocurre lo mismo con la versión alternativa del cañón existente en la fortaleza del Cerro. El valioso film donde el arquitecto suizo aparece allí junto con Scasso, no deja duda de su autenticidad (1).

 

 

       Otras anécdotas han llegado hasta nosotros con imagen más consensuada: su gusto por las quintas del Prado, el volumen neto de la cárcel de Punta Carretas o las paredes medianeras, aunque esta boutade, habitualmente leída como una exageración didáctica acerca del “purismo” de sus superficies, bien pudo ser la forma de exponer con ironía una visión de futuro sin esperanza ante los edificios en altura que, construidos en padrones estrechos, empezaban a romper la unidad de la trama consolidada de la ciudad. Tuvo elogios para las casas construidas por el joven arquitecto y profesor Sierra Morató en Carrasco y por Gómez Gavazzo en Bulevar Artigas, pero a excepción de la obra de Palanti, no tuvo -o contuvo prudentemente- comentarios críticos ante la proliferación de tejados, cornisas, balaustres, pórticos renacentistas, villas normandas y otros ejemplos del pintoresquismo y del “espíritu académico” demonizados en sus conferencias.

 

 

       En el conjunto de su breve experiencia la imagen de la ciudad y de su gente le fue grata, recordando luego “esas playas extremadamente modernas, cerca de las que se sitúan lindos barrios residenciales”, y a los jóvenes “que hablan con el cigarrillo en la boca, las manos en los bolsillos y que en su tierra, el respeto reside en la mirada y el sombrero permanece en la cabeza”. Y con la compañía de esos jóvenes, no faltó el trayecto por “el bajo” de Montevideo (“`Ca c´est extraordinaire; j´ai vu ca a Tokio (?) et a Barcelone”), antes que “la piqueta fatal del progreso” terminara con él.

 

 

       Anécdotas aparte, su presencia jugó un papel de catalizador de intenciones dispersas, siendo útil para despejar el camino de dudas y confusiones, y hacer que el lenguaje renovador pasara de desafiante a dominante. Un proceso que no empezó con la presencia de Le Corbusier, pero que encontró en el trato directo con el maestro suizo, un impulso decisivo. No para alinearse con su prédica, sino para consolidar una transición sin vanguardia, un proceso de amplio espectro -incluyendo las influencias Art Déco y los lenguajes híbridos de Vilamajó y Muñoz del Campo- que daría en las siguientes dos décadas, ejemplos por demás estimables; deudores sin duda de los ejemplos de la arquitectura internacional, pero resueltos con identidad propia. Valga la referencia, en el inicio de ese proceso, al Hospital de Clínicas (Surraco), el edificio sede de La Tribuna Popular (Aubriot y Valabrega), el edificio Centenario (De los Campos, Puente y Tournier), o las viviendas que para sí construyeron Cravotto y Vilamajó, pocos años después de la presencia en Montevideo de Le Corbusier.

 

 

       Le Corbusier pudo valorar ese impulso renovador a través de su visita a los estudios que en el mismo edificio compartía Mauricio Cravotto con Rius y Amargós, admirando en particular la escala de los programas que entonces abordaban. Sumó a ello el conocimiento directo de la obra de Scasso en las plazas y parques de la ciudad, pudo apreciar el valor innovador de la escuela experimental de Malvín, y compartir la visión casi utópica de un estadio proyectado para más de 100.000 espectadores, cuyo terreno empezaba a excavarse en ese noviembre lluvioso ... y habría de inaugurarse ocho meses después.

 

 

       Hubiera completado su visión de ese proceso, de no mediar su imprevista “deserción” de la invitación que estudiantes y docentes de la Facultad le hicieron para visitarla. Se excusó dando por bueno lo que Agorio le trasmitió sobre la práctica docente, pero no escatimó elogios para los resultados visibles -casi todos aún en etapa de proyecto-, cosa que reiteró años más tarde en las páginas de “Cuando las catedrales eran blancas”. Pero su valoración -tan halagadora como generosa- estuvo alimentada por una visión más amplia sobre la sociedad uruguaya de aquellos tiempos. Dice a los Guillot: 

La libertad bien templada del pueblo montevideano  es de una calidad tan superior que serviría de ejemplo a los leaders avancistas más auténticos de Europa. Hay una serie de hechos -que son más que meros indicios- que me hacen creer que la orientación política y tarea gubernativa de este país han aportado el civismo y han podido poner un dique a las fastidiosas y ridículas pretensiones de los pelucones (...) Evidentemente, la gloria de este país, el orgullo nacional de Vdes., es el avancismo en todas sus formas y en todo su alcance”.

 

       No era ese un momento en que las democracias liberales tuvieran mucho predicamento; más bien ocurría lo contrario y no era Le Corbusier -tan riguroso en sus ideas urbanísticas como confuso en las políticas-, de los que se lamentaban por ello. Pero bien supo valorar el fruto de una experiencia singular, hasta entonces exitosa y luego problemática: la de intentar construir un pequeño país modelo. En correspondencia con ese proyecto, en tiempos de su arribo a Montevideo, el Estado aplicaba su receta de la expropiación valorizante, no para levantar la cité d´affaires, sino un balcón al mar de uso público: la Rambla Sur.

 

 

       El país modelo quiso también construir su ciudad modelo. Y en parte lo logró. Poco que ver en eso tuvo Le Corbusier, aunque durante décadas fue genio tutelar de buena parte de la actividad docente de la Facultad -claramente en los años 50 y 60-, influencia que aún subyace y sobrevuela en el imaginario confuso de estos tiempos de posmodernidad. En su momento, fue suficiente el impacto de su breve presencia para ayudar a consolidar un camino avancista en nuestra arquitectura, pero también contribuyó a crear espejismos y falsas opciones que aún pesan sobre nosotros. Aunque en rigor, eso no es achacable a Le Corbusier o a su obra, sino al mito y a los relatos sesgados que se generaron en torno a su figura. Ya desde aquella lejana primavera de 1929.

 

 

 

NOTA:

(1) Filmación de tres minutos de duración, de fecha 19.11.1929, cedida al Museo del Fútbol (CAFO) por los familiares del arquitecto Scasso.

 

 

IMAGEN DE PORTADA: Le Corbusier junto al decano Agorio (casi mimetizado) y los jóvenes arquitectos de los Campos, Puente, Tournier; el entonces estudiante Muchinelli y otro acompañante no identificado (fuente: archivo arq. Loustau).

 

(*) El texto precedente reproduce el capítulo final de uno de los artículos contenidos en el libro “Le Corbusier en el Río de la Plata, 1929”, presentado en la Facultad de Arquitectura (UdelaR) el miércoles 26 de agosto de 2009.

 

 



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