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19.08.2009 00:37 / Mis artículos

El arte de confeccionar listas

En estos días, mientras los medios de comunicación posan su atención en las fórmulas presidenciales, con discreción grupos intrapartidarios negocian y zurcen sus listas de candidatos para la Cámara de Representantes y el Senado. Este proceso no es nada sencillo y sus resultados provocarán consecuencias importantes sobre las características de la próxima legislatura. El establecimiento del orden de esas listas supone la casi segura reelección de muchos legisladores o el ingreso a la cámara de nuevos dirigentes. El peso electoral de los principales grupos partidarios determina que esto sea así. La sola ubicación del candidato en los principales lugares de la lista, equivale a la unción como diputado o senador. Por esa razón, la negociación se vuelve dura y complicada. Muchos intereses y carreras individuales se ponen en juego.

Podría decirse que esa dinámica está vinculada fundamentalmente con las reglas electorales vigentes y que los políticos se adaptan a ellas con bastante inteligencia. La hoja de votación utilizada en nuestro país, incluye distintas listas cerradas y bloqueadas, a la presidencia, el senado, la cámara y la junta electoral departamental. Los partidos, al estar fraccionalizados, presentan diferentes hojas de votación con distintas listas. El doble y triple voto simultáneo permiten votar todo al mismo tiempo, aunque siguiendo un orden lógico: primero voto al partido, luego al sublema (en el senado) y por último a la lista (en el senado y diputados). La consecuencia de ese instituto es la acumulación de preferencias, por lo cual, cuando el elector introduce una hoja de votación en la urna, está procediendo a hacer un voto simultáneo (lema, sublema y lista) y un voto conjunto (individuos a ocupar diferentes organismos).

La representación proporcional como criterio de distribución de bancas, junto a la utilización de grandes circunscripciones (30 del senado y 99 de diputados) alientan la esperanza de obtener representación con bajos porcentajes de votación. Esto funciona así en la competencia entre partidos y también en la distribución de bancas de la cámara alta a la interna de los partidos. En diputados las cosas son algo diferentes porque la asignación no se hace con base a una circunscripción única nacional, sino en función de los diez y nueve departamentos (por razones de espacio no me extenderé sobre esto). Sin embargo, a los efectos de determinar los estímulos que genera el sistema sobre el diseño de las listas, podemos decir que la principal circunscripción, Montevideo, funciona exactamente igual que el senado. O sea, muchas bancas a repartir por representación proporcional.

En otros países estos elementos del sistema electoral suelen combinarse de diferentes maneras, alcanzando, obviamente, resultados bien distintos. Por ejemplo, en Estados Unidos o en el Reino Unido, se utilizan circunscripciones donde se elige un único representante, el voto es personalizado y el criterio de asignación de las bancas, mayoritario (el que tiene más votos se lleva la banca). O sea, el ciudadano vota por un único candidato que en caso de ganar lo representará en el legislativo. Si su candidato pierde, su voto no tendrá un efecto político.

En Uruguay, y también en otros países de América Latina y Europa, se privilegia la representación proporcional, por lo que las listas de candidatos controladas por los partidos adquieren una gran importancia. En nuestro país, las listas las hacen las fracciones, por lo que la tensión en torno a la selección de los candidatos y el establecimiento de un orden, está focalizada en grupos y líderes específicos.

Un ejemplo. En 2004, el MPP y Alianza Nacional consiguieron 6 senadores, y Asamblea Uruguay y el Herrerismo, 3. La confección de las listas de esos grupos supuso que los que iban séptimos en el MPP y Alianza quedaban afuera, y los que iban cuartos en Asamblea Uruguay y el Herrerismo, también. Por tanto, a la hora de la confección de la lista, no es lo mismo ir tercero, cuarto o quinto. Estar un puesto más arriba o más abajo puede llegar a hacer una diferencia sustantiva, que defina el futuro del individuo.

Ahora bien, ¿cómo se define la lista?, ¿quiénes entran y quiénes salen? Hasta la reforma de 1996, la mayoría de los sectores otorgaban el consentimiento a los líderes o al líder del grupo. Pero a partir del establecimiento de internas, las cosas comenzaron a cambiar, sobre todo en los partidos tradicionales. La idea de utilizar las internas como verdaderas primarias para armar la lista nació en abril de 1999. El Foro Batllista en Montevideo brindó un formidable ejemplo de cómo se hacen las cosas, cuando Washington Abdala derrotó a Oscar Magurno en las urnas y se quedó con el primer lugar de la lista 2000 por Montevideo. Desde entonces, otros grupos (la 15, Alianza Nacional, etc.) comenzaron a utilizar este criterio. La regla no escrita sostiene que los aspirantes a candidatos a diputados deben abrir hojas de votación a los efectos de establecer qué peso electoral tienen (marcar votos, como se dice en la jerga). El resultado determinará que clase de aspiraciones tendrá el candidato a la hora de ordenar la lista. Algunos alcanzarán a ser candidatos a diputado, otros candidatos a intendentes, y otros buscarán competir por ambos cargos.

En el Frente Amplio esta regla todavía no se ha generalizado, pero ya en la elección de junio el MPP habilitó la competencia en algunos departamentos del interior (más de una lista al Órgano Deliberativo Departamental), cuyo resultado terminó siendo determinante para que algunos diputados salientes no corran por la reelección. Si todo sigue así, es probable que en la próxima elección, otros grupos frentistas se sumen a esta moda, habilitando la competencia para dirimir el orden de la lista de candidatos de octubre.

La utilización de este mecanismo -que podríamos catalogar como de primarias abiertas intragrupo entre precandidatos a las diputaciones e intendencias- presenta un par de problemas graves sobre los cuales me gustaría reflexionar.

En primer lugar, este mecanismo de primarias distorsiona el funcionamiento interno de los partidos, pues desestructura la maquinaria partidaria, al diversificar objetivos en el tiempo. Un candidato que logra su meta en junio y es incorporado a la lista en una posición donde su banca está asegurada, no tiene ningún estímulo para participar activamente en octubre. Lo mismo ocurre con aquellos que quieren convertirse en intendentes en mayo. Por tanto, la fuerza de un partido con primarias de precandidatos a la diputación y a las intendencias, será curiosamente mayor en junio que en octubre. Créase o no.

En segundo lugar viene lo más importante. En apariencia, la apertura de la competencia para establecer el orden de la lista parece ser una decisión democrática y justa. Sin embargo, esta forma de dirimir el ordenamiento premia a los candidatos emprendedores y castiga a aquellos que carezcan de esos atributos. Por candidato emprendedor entiendo al individuo capaz de resolver los problemas prácticos que impone una campaña electoral de estas características: primero y principal, conseguir dinero y para eso, persuadir empresarios y donantes; luego, conseguir seguidores, abrir clubes, tapizar la ciudad con el número de la lista, sacarse fotos y grabar spots con el candidato, etc. Desde luego que para resolver estos problemas se necesita algo más que voluntad. Muchas veces, las trayectorias individuales pesan y hacen una diferencia, como también el candidato presidencial al que el emprendedor apoya. Los candidatos que no resuelven correctamente estos dilemas, tendrán menos chance de obtener un buen resultado y por tanto, quedarán relegados a la hora negociar el orden de la lista.

Este mecanismo, a mi juicio, encubre un problema grave. La noción "marcar votos" no supone recoger votos para ser electo convencional, tal cual dice la hoja de votación. Supone desarrollar la capacidad de canalizar votos de otros, es decir del precandidato presidencial al que el emprendedor apoya. Me explico. Cuando el candidato J lanza la lista Z, no pide su voto para él, sino para el candidato A que compite por la candidatura presidencial del partido. Su lista, la Z, no es otra cosa que un vehículo para votar a A. El verdadero dueño de los votos logrados por la lista Z en junio, no es J sino A, y como todos sabemos, los candidatos A son los Larrañaga, Lacalle, Mujica, Astori, Bordaberry, etc. Esto no es un invento mío, ha sido estudiado en encuestas de opinión pública y la idea que tienen los ciudadanos es que -siguiendo el ejemplo- la lista Z "es la mejor forma de votar a A". Por tanto, el mérito de J no es conseguir votos para su candidatura, sino ser un vehículo eficiente de los votos de A.

Cuando se negocian las listas -lo hemos visto en los últimos días- se considera erróneamente que J consiguió tantos o cuantos votos, sin reparar en que su principal virtud ha sido la de canalizar voluntades dirigidas al precandidato presidencial. Otros candidatos, cuyas hojas de votación no logran ser vehículos exitosos, pasan a ser consideradas como candidatos perdedores o fracasados, y no tendrán un lugar en la lista. Sólo les quedará la posibilidad de abrir otra lista, en una situación extremadamente desventajosa, pues no tendrán posibilidad de acumular y deberán ir contra la hoja oficial, debiendo resolver al mismo tiempo el dilema del "emprendedor" no resuelto en junio, esto es, conseguir fondos para lograr canalizar votos.

De este modo, el mecanismo reposa sobre el error conceptual de creer que los aspirantes a diputados ganan votos, y provoca consecuencias importantes, entre ellas, la más dramática a mi juicio, estimular un tipo muy especial de político, el emprendedor, y desestimular a otro, el legislador especializado.

¿Qué quiero decir con esto? Algo muy simple, la confección de la lista a partir del criterio de la marcación de votos, deja en claro que no importan las dotes de legislador, pero sí las de emprendedor. Resolver el dilema práctico de obtener fondos parece ser más importante que ser especialista en algún área de políticas públicas o tener vocación de legislador. Observando este fenómeno, un colega me dijo que el año que viene tendríamos un Parlamento integrado por políticos "juntavotos". Yo le respondí, "ni si quiera eso, estará compuesto por emprendedores, o sea "expertos en juntar dinero".

Algunos de estos emprendedores podrán ser -o tal vez ya son- buenos diputados. Pero, hay otros, sin duda, que pasan su quinquenio en la cámara sin pena ni gloria, proyectando o "pavimentando" su futuro, lo cual implica desarrollar contactos para lograr en cinco años la renovación de su mandato. Y esto, en mi humilde opinión, no está bien.

Escribo esta reflexión porque desearía que nuestro Parlamento no solamente cuente con emprendedores, sino también con especialistas. Con individuos expertos en diferentes políticas públicas, que hagan su aporte legislando, fiscalizando y representando intereses, y no tanto, en la necesaria -y a la vez insuficiente- labor de recaudar fondos para una interna. Pienso también en los grupos que aun no adoptaron esta modalidad y en el riesgo que asumirán si ello ocurre.

Desde luego que muchos pensarán que es mejor que la gente vote y establezca preferencias antes que lo haga el dedo gordo de un líder. Reconozco que esta opción también puede ser discutible, sobre todo si ello implica encaramar en el parlamento a un selecto grupo de individuos con escasas virtudes legislativas. Sin embargo, entiendo que ningún líder deseará estar rodeado de individuos abyectos e incapaces, porque eso, tarde o temprano, tendrá sus consecuencias, ya sea en el proceso legislativo, ya sea en la propia comparecencia electoral. Sin un líder o un grupo de líderes definiendo promociones y combinando diferentes perfiles de dirigentes, nunca hubiéramos tenido en nuestra política grupos partidarios tan fuertes a nivel parlamentario. Nunca hubiésemos apreciado la emergencia de los "jóvenes turcos" del Partido Colorado en los cincuenta, de los jóvenes diputados del Batllismo Unido a la salida de la dictadura, de la joven dirigencia herrerista de los años noventa, o de las mujeres socialistas por cuota en la última década. Los ejemplos sobran o abundan, pero el peligro está allí, latente.

19 de agosto de 2009



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Profesor e Investigador del Instituto de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República

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