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10.08.2009 13:13 / Mis artículos

El número mágico

Las tres encuestas difundidas en los últimos diez días muestran al Frente Amplio liderando la carrera presidencial con una intención de voto que oscila entre el 44% (Cifra y Equipos) y el 45% (Factum). El bloque de los tres partidos de oposición varía entre el 46% (Equipos) y el 48% (Cifra y Factum). Los indecisos, en promedio, alcanzan el 7%. La convergencia de resultados supone una confirmación de que ese es el estado real de la opinión pública, ya que las tres empresas realizaron sus estudios de campo durante la última semana de julio.

La primera conclusión que debemos sacar sobre estos números es el Frente Amplio creció aproximadamente dos puntos porcentuales respecto a la misma medición del mes de junio. Este dato es importante para especular acerca del resultado de octubre. Tomando promedios de las mismas tres empresas observamos que el partido de gobierno quebró en julio la tendencia a la baja que venía manifestando en su intención de voto.

La reacción inicial de la dirigencia del Frente Amplio ante dichos resultados fue de confianza y a la vez de preocupación. Confianza, porque una vez que la fórmula presidencial comenzó a rodar los resultados favorables comienzan a aparecer. Pero también preocupación, porque los números demuestran que el Frente Amplio para ganar en primera vuelta deberá captar el voto de ciudadanos que hoy ya tienen su voto definido por otras opciones. En otras palabras, buena parte de la dirigencia frentista sabe que, si las elecciones fueran hoy, su partido no estaría dadas en condiciones de resolver el triunfo en primera vuelta. Y eso sería así, aún logrando la voluntad de todos los ciudadanos que indecisos.

De todos modos, tres meses de campaña es un período relativamente largo como para que no existan cambios. Puede haber temas que modifiquen la intención de voto en uno u otro sentido. También pueden surgir errores graves de algún candidato que provoquen una corrida de votantes hacia su rival. Incluso, según las últimas noticias, puede hasta desarrollarse un debate presidencial que tal vez influya en los puntos de vista de una parte de la ciudadanía. En definitiva, en noventa días la política puede llegar a cambiar este estado de cosas.

Sin embargo, tiendo a pensar que será difícil que aparezcan grandes novedades en la campaña. En primer lugar, porque hay poco lugar para el surgimiento de temas explosivos. Los partidos uruguayos, en líneas generales, están bastante próximos en materia programática. Me refiero sobre todo a lo que está negro sobre blanco en los programas, y no tanto a lo que tal o cual candidato pueda expresar en discursos o entrevistas. Dicha proximidad deja poco lugar para la aparición de sorpresas que puedan definir la elección. En segundo lugar, creo que, a esta altura de los acontecimientos, los candidatos presidenciales minimizarán las posibilidades de errores.

Es cierto que Lacalle ya cometió unos cuantos (inversiones, motosierra, tarjeta joven y plan ceibal, cortarle el pelo a los pobres, etc.) y que Mujica ha caminado por el filo de la cornisa con propuestas no muy bien fundamentadas (construir 40 mil viviendas para los pobres con trabajo voluntario y de los militares, emitir acciones de las empresas públicas para que coticen en bolsa). Sin embargo, supongo que los asesores de campaña están ahora muy atentos para que los candidatos no den un paso en falso. Por eso, supongo que una especie de aversión al riesgo puede llegar a embargar las apariciones públicas de los mismos.

Finalmente, no sabemos si habrá o no debate presidencial. Es probable que Mujica pueda exigirlo dada la necesidad del Frente Amplio por resolver la contienda en primera vuelta. Se sabe que los debates normalmente buscan captar la adhesión de algún segmento de la población poco interesado en política y que por esa vía, se incorpora al circuito de la reflexión electoral. Tampoco sabemos si, en caso de que ello suceda, Lacalle aceptará debatir, o si en definitiva buscará trasladar el espectáculo televisivo para una segunda vuelta. Obviamente, sus cálculos serán similares a los del candidato del Frente Amplio, y su deseo por debatir también estará vinculado a la necesidad de conquistar algún segmento especial de la ciudadanía.

Por tanto, bajo estas circunstancias, es probable que la situación electoral no se modifique mucho y que tengamos que apelar a una segunda ronda para saber quién será nuestro próximo presidente. Desde luego, esta conclusión se apoya en resultados de encuestas y deducciones sobre cómo se comportarán los candidatos y los partidos. Si alguno de estos factores fallan, el resultado, sin duda, puede variar.

* * *

En virtud de esta situación, hay un factor sobre el cual quiero reflexionar. Me refiero a la meta fijada por el Frente Amplio de ganar la elección en primera vuelta. Obviamente, su dirigencia pretende resolver el pleito en octubre para conseguir una mayoría en el Parlamento. Pero también desea ganar de ese modo para evitar un escenario de corte plebiscitario con incertidumbre sobre el resultado. Ellos saben que la segunda vuelta presidencial tiene una lógica diferente a la de la primera, pues allí no hay etiquetas partidarias ni existen las mediaciones de cientos de dirigentes que buscan un lugar en el legislativo. Allí están únicamente las dos fórmulas, o más precisamente, las dos figuras, y nadie sabe bien qué podrá pasar en esas circunstancias.

Ahora bien, dados los inconvenientes que tiene este partido para alcanzar el óptimo en octubre (tal cual lo analizado en la primera parte) y el deseo de alcanzar esas dos metas (presidencia y mayoría parlamentaria), el Frente Amplio podría formular una segunda opción, un plan B, o para ser más precisos, un subóptimo. Sobre esto me gustaría reflexionar.

La elección presidencial en Uruguay es un tanto extraña. Para triunfar en primera vuelta se le exige al candidato superar el 50% de los votos emitidos. Cuando digo votos emitidos, me refiero a todos los votos hacia los partidos (votos válidos) y a los votos en blanco, anulados o rechazados. Esta exigencia no se encuentra en ninguna parte del mundo donde se utiliza el blaotaje, ya que, en general, se toma como base de cálculo a los votos válidos. Pero bien, lo curioso no termina allí. Para la elección legislativa, el sistema uruguayo cambia la base de cálculo, pues toma en cuenta sólo a los votos válidos. Por esa razón, en 2004, el Frente Amplio logró el 50,45% de los votos emitidos (2.229.611) y ganó la presidencia en primera ronda. Pero cuando se asignaron las bancas, conquistó el 52,5% de la Cámara de Representantes y el 54,8% del Senado. La diferencia porcentual entre la elección presidencial y el resultado de la Cámara se relaciona principalmente con la no consideración de los votos anulados, rechazados y en blanco, para la asignación de bancas. La diferencia con el porcentaje del Senado, se relaciona con el mismo factor, pero también con el premio que recibe el partido ganador de la elección, esto es, la presidencia de esa cámara la ocupa el vicepresidente electo.

Históricamente, los votos anulados, rechazados y en blanco, nunca superaron, en promedio, el 3%. En las últimas dos elecciones dicho guarismo bajó al 2,36% (2004) y 2,04% (1999). Si asumimos que en la próxima elección tendremos aproximadamente un 2,5% de votos anulados, rechazados y en blanco, comprenderemos que cualquier partido que quiera ganar la mayoría de la cámara necesita alcanzar una votación que se ubique en algún punto entre el 48,5% y el 49%. Con esa proporción del electorado ganará la mayoría de ambas cámaras, pero también estará a un paso de quedarse con la segunda vuelta. No existen antecedentes en la política comparada que muestren una reversión del resultado cuando el ganador de primera vuelta supera el 46%. En nuestro caso, sería muy difícil que el Partido Nacional pueda lograr un absoluto disciplinamiento de todos los votantes no frenteamplistas en segunda vuelta, si el candidato de izquierda se ubica en la zona señalada.

Es cierto que en 1999, Jorge Batlle consiguió la proeza de revertir un complicado resultado de primera vuelta (32% a 40%) a partir de un acuerdo con el Partido Nacional. Sin embargo, en ese entonces existían algunas condicionantes que hoy no están presentes. El Frente Amplio nunca había gobernado, el gobierno de Sanguinetti tenía niveles positivos de aceptación, y la dirigencia nacionalista actuó con un sentido de responsabilidad histórico (recorrió el país pidiendo el voto para un candidato colorado). Sin embargo ahora, el Frente Amplio ya ha gobernado y su administración cuenta con niveles altísimos de apoyo, el candidato que debe revertir la situación pertenece a un partido de oposición y no de gobierno, y principalmente, el ganador de primera vuelta, en nuestro escenario hipotético, debería recorrer una distancia de menos de dos puntos y no diez como en 1999.

Por tanto, el número mágico para el Frente Amplio podría ser el 48,8%. Alcanzando esa cifra, el partido de gobierno se aseguraría una mayoría en ambas cámaras, y una muy probable victoria en segunda vuelta. Por debajo de ella, carecerá de la mayoría en la Cámara y tendrá una segunda vuelta más complicada. Para el Frente Amplio, crecer de un 44,8% (promedio de las encuestas de Factum, Cifra y Equipos) a un 48,8%, representa ganar cuatro puntos del electorado, esto es unos cien mil votos. Esa meta es más razonable, tal cual están las cosas hoy en día, que pretender ganar la partida en octubre. Estas cuentas las realiza también la dirigencia nacionalista y su meta será obviamente evitar que el Frente Amplio se aproxime al número mágico. Como se suele decir, será una contienda voto a voto. Estaremos atentos.

10 de agosto de 2009



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Profesor e Investigador del Instituto de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República

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