acerca de patrimonios varios
algunas reflexiones sobre nuestros "lugares de la memoria"

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03.03.2007 21:42 / MIS ARTICULOS

ELADIO DIESTE: ANIMARSE A INNOVAR (*)

“(…) en Punta Ballena, se había pensado en una solución de   bóvedas según unas obras que Bonet había hecho en Buenos Aires. Y eran muy poco racionales, entonces yo le dije por qué no hacíamos una bóveda de ladrillos, porque la obra lo pedía plásticamente (…) El me dijo que estaba de acuerdo, pero que la veía muy pesada, ya que estaba pensando en ladrillos colocados parados, como se hace en los arcos; entonces le dije: no, una cáscara de ladrillo (…) Y bueno, la hicimos, y después me acuerdo que el constructor no la quería hacer y tampoco la quería cobrar, y después no quería meterse abajo; tenía una desconfianza muy grande”.                      

(Eladio Dieste en entrevista realizada en junio de 1995 por los arquitectos Folle y Gaeta en Elarqa número 15) 

LA SEDUCCION DE LAS “CASCARAS” Y LA RESURRECCION DEL LADRILLO 

                   Según Vasari, fue Brunelleschi quien apeló al recurso de cascar un huevo para darle una base de apoyo y lograr con ello explicar sin otros detalles el procedimiento que le permitiría construir la cúpula de Santa María del Fiore. En realidad construyó dos “cáscaras” -articuladas y trabadas -, usando varios millones de impecables ladrillos curados durante un año antes de cocer (bajo arena en invierno, bajo paja en verano)… todo sin encofrado. Casi exactamente 500 años más tarde, al construir en 1915 unos almacenes en Casablanca, Augusto Perret no aspiraba a tanto, pero retomaba la expresión “como una cáscara de huevo” para explicar el comportamiento de sus delgadas láminas…ya no de ladrillo, sino de hormigón armado, el material de los “nuevos tiempos”. Le Corbusier, que fuera su alumno, tomó buena nota y en 1935 tuvo la oportunidad de hacer una experiencia a pequeña escala: una mínima casa de fin de semana en las afueras de París, también con bóvedas de hormigón armado, obra que a su vez serviría de ejemplo a quien fuera por entonces su alumno, el joven arquitecto catalán Antonio Bonet.  

                    Bonet, “puente” entre la vanguardia europea y la arquitectura de ambas orillas del Río de la Plata, emigra a Buenos Aires en 1938 yconstruye en la localidad de Martínez cuatro viviendas con paredes de ladrillo a la vista y cubiertas abovedadas, que -siguiendo a su maestro y no a la tradición de su tierra-, no serán “a la catalana”, sino de hormigón armado. Luego, entre 1945 y 1948, trabaja en Uruguay proyectando la urbanización de Portezuelo y construyendo, entre otras, dos obras de notable significación y amplia difusión internacional: el “parador” de Solana del Mar y la casa de la familia Berlingeri. En la primera, el hormigón armado es el gran protagonista, trabajado con el mismo esmero que en las casas de Martinez. Un papel similar hubiera tenido en la casa Berlingeri, pero allí tuvo el joven Dieste una oportunidad que selló su destino. Y tal como él lo relata, las bóvedas se construyeron según su propuesta, con un procedimiento a la vez tradicional e innovador, que intentaba sacar el máximo partido del trabajo solidario del ladrillo, el acero y el mortero de arena y pórtland, siguiendo la huella milenaria de ayudar a la resistencia con la forma.  

                   Bonet construía una de sus mejores obras –uno de los mejores ejemplos de vivienda del siglo XX, además- y Dieste iniciaba un camino sin deudas pendientes con arquitectos e ingenieros contemporáneos, apoyándose en una tradición constructiva que también aquí estuvo presente (en la segunda mitad del siglo XIX fue común el uso de bóvedas de ladrillo construidas por maestros de obra y arquitectos catalanes radicados entre nosotros, Antonio Fontgibell y Emilio Boix entre otros), experiencia que luego fue marginada, pero que nuestros albañiles retomarían sin esfuerzo.      

                    Abordada la pequeña escala con un ejemplo que era excepción en su tiempo, quedaba latente la posibilidad de afrontar mayores desafíos. Pronto comenzarían a asumirse, también a contrapelo de la corriente dominante. En la década del 40 y muy cerca de nosotros, Amancio Williams en Argentina y Oscar Niemeyer en la iglesia de Pampulha, en Belo Horizonte, habían mostrado las potencialidades de las “cáscaras“ de hormigón armado, siguiendo el camino de las primeras obras de Torroja, Nervi y Candela. A mediados de la década del 50 esas búsquedas estructurales (con láminas nervadas o de espesores mínimos) cobraron nuevo impulso, generando obras de gran porte; caso de la problemática Opera de Sydney o del muy notable Palazzetto dello Sport en Roma.  

                 Nada alentaba entonces la posibilidad de que el ladrillo asumiera un mínimo protagonismo en esas búsquedas, en tanto formaba parte “de una práctica constructiva artesanal que hoy día resulta menos eficiente y que bien pronto será completamente superada”, según la visión de Nervi respecto a los procedimientos tradicionales. Pero Dieste pensaba de otra manera, y cosa notable, asumiendo una posición poco ortodoxa de académico y empresario constructor -aquí, desde 1953, con el ingeniero Montañez-, predicaba con un ejemplo que lograba imponerse en rigurosas condiciones de mercado. Sus “cáscaras” de ladrillo armado eran una excelente opción económica para sus clientes, y por si eso fuera poco, solicitado habitualmente como “galponero de lujo”, daba por respuesta la mejor arquitectura hecha en el país en los últimos cincuenta años.  

HACIENDO VOLAR AL LADRILLO 

“Si tuviera que sintetizar lo que nos ha conducido en nuestra búsqueda, diría que es el valor resistente de la superficie como tal” 

                  Disponer la armadura suplementaria de acero en la junta de los ladrillos de la bóveda fue un primer paso para mejorar su eficiencia, pero no el suficiente para superar la pequeña escala. Para ir más allá habría que confiar primero en la intuición, después en la razón y en la experiencia… y luego, hasta donde se pudiera llegar, en el cálculo, sin excluir complejidades ni aparentes contradicciones. Se abrieron entonces dos caminos: al avanzar por uno de ellos, se complicó de tal manera la geometría de la bóveda tradicional que en lugar de generarse a partir de una única curva desplazándose sobre dos rectas paralelas, ahora sólo estas líneas de apoyo se mantenían sin variante, en tanto cualquier corte sobre la nueva “cáscara”, fuera transversal o longitudinal, daba por resultado una curva…distinta a todas las demás. No parecía un camino alentador, pero superado el problema de la incidencia del encofrado en el costo total de la obra (al construirse por sectores y lograr descenderlo y deslizarlo en menos de 24 horas), el resultado era admirable: las tensiones se distribuían de tal modo que podía salvarse una distancia de 50 metros con una lámina de 12 centímetros de espesor (una relación de aproximadamente 1 a 400, casi duplicando la que existe entre el espesor de la cáscara de un huevo y su diámetro). Brunelleschi hubiera aplaudido… 

                  El otro camino -del que derivaron las bóvedas autoportantes- trajo consecuencias igualmente trascendentes, pero al mantenerse la forma tradicional de simple curvatura y no siendo visible la compleja red de armaduras que controlan las tensiones de flexión y pandeo, uno no llega a intuir la mano invisible que permite hacer trabajar una bóveda de ladrillo como si fuera una lámina de acero, “volando” 15 metros sobre su línea de apoyo.  Por uno u otro camino –cuyo tránsito costó no pocas fatigas y algunos dolores, porque innovar supone siempre correr riesgos-, resultados tan notables alentaron un sentimiento de haber logrado no sólo “una adecuación más ajustada a las leyes que rigen la materia en equilibrio”, sino de estar obrando en sintonía “con el orden profundo del mundo” y, tal vez, aportando “un atisbo de ese inasible misterio que es el universo”.

                    Para Dieste, hombre de fe, construir fue un compromiso ético y una forma de dar testimonio de ese anhelado “orden profundo”. A esas convicciones se mantuvo fiel y fueron sin duda la brújula de su camino. Era previsible que en ese camino aparecieran algunas “casas de Dios” y que al construirlas, quedaran marcados mojones relevantes.   

ATLANTIDA, MALVIN, DURAZNO… MADRID                              

“Como resumen, quiero decir que no veo modelos por imitar; veo algo mucho más incitante: una tarea, un camino y sé que tengo brújula”. 

                    Torres García puso a Dieste en el camino de Gaudí; y seguramente se sentiría más próximo no al Gaudí de la Sagrada Familia, sino al de la pequeña escuela de tres aulas construida a su sombra -un local que se proyecta como provisorio y de mínimo costo-, donde las formas onduladas de paredes y techo unen en un sistema indisociable forma, función, resistencia y economía (una lección que no olvidaría). Luego, con Bonet tendría un primer vínculo con Le Corbusier, al que seguiría una aproximación más profunda a través de Justino Serralta, con quien compartiera durante años el mismo lugar de trabajo -en 18 de Julio y Acevedo Diaz- y colaborara en dos de sus proyectos mayores: el Hogar Estudiantil y el colegio La Mennais. Las obras de Gaudi y Le Corbusier no serían “modelos a imitar”, pero si referentes de su propio camino. Dieste decía que en las grandes obras de la antigüedad “esa música del espacio que es la arquitectura, acuerda con la del mundo y con la que llevamos dentro”; bien pudo extender ese pensamiento a la capilla de Ronchamp, cuya audacia removedora alentó sin duda su creación de Atlántida, una típica opera prima donde no queda detalle sin control de diseño, tan genial e impactante y también tan al borde de la desmesura como aquélla.  

                   En el segundo intento –el proyecto de Nuestra Señora de Lourdes, en la esquina de Rivera y Michigan-, el espacio interior adquiere un equilibrio más concentrado y un sentido más lineal, con énfasis notorio en la iluminación del presbiterio, donde reformula el esquema de las “chimeneas de luz” de Ronchamp (que Le Corbusier a su vez había tomado de la Villa de Adriano en Tívoli; un buen ejemplo de cómo “la larga duración” también es aplicable a las tipologías arquitectónicas). Pero sólo llegó a construirse la doble cáscara de ladrillo que aún hoy sirve de fondo a la iglesita allí existente. Como en Florencia, la torre-presbiterio se levantó sin andamios y con ladrillos muy cuidados, aquí industriales y de base trapezoidal, de modo de asegurar la perfección de juntas de las hiladas curvas. Yepes, cuyo Cristo dorado domina el espacio de Atlántida, había imaginado unos ángeles voladores bajo la luz cenital, pero nunca llegaron a batir sus alas. La tercera oportunidad derivaría de un incendio en la iglesia de Durazno, y allí -entre medianeras y con un atrio intocado-, Dieste no tuvo que pensar en fachadas y volúmenes exteriores, pudiendo llevar al límite su esfuerzo creador en la resolución del espacio central y sus notables culminaciones, en el ábside y en el rosetón del pórtico, con un resultado en todo sentido excepcional.  

                  Años después, la frustrada experiencia de Malvín llegaría a retomarse en el conjunto parroquial de San Juan de Avila, en Alcalá de Henares, y una versión de la iglesia de Durazno como volumen aislado se construiría en Mejorada del Campo, ambas en las cercanías de Madrid. En esa y otras obras hechas en España en la década del 90, se confirmarían virtudes sin agregar nuevos valores, siendo expresivas de la trascendencia internacional de la obra de Dieste, preanunciada en los años 70 cuando la patente de sus sistemas de cerámica armada habilitó la realización de grandes construcciones en Porto Alegre y Río de Janeiro. 

CUIDAR SU OBRA Y APRENDER DE SU EJEMPLO 

                    Hemos heredado una obra notable, hoy apreciada en todo el mundo…que no cuidamos adecuadamente. En Atlántida, Dieste deploró el descuido del entorno próximo, tan alejado del valor de la obra y tan vital para su encuadre adecuado. Todo sigue igual, y a ello se agrega el deterioro del campanario, los vidrios sin reponer y la clausura del bautisterio. En Durazno, la iluminación artificial es una asignatura pendiente, hoy resuelta de modo tan precario como inconsistente. El depósito de la Aduana de Montevideo no tuvo mejor suerte con agregados que lo desmerecen. De todos modos, iglesias, viviendas, silos y galpones son ya parte -formal o informal- de nuestro patrimonio reciente y es de esperar que lleguemos a asumir la responsabilidad de velar por él como se debe.  

                  Pero si esa herencia material es importante, más lo es el patrimonio intangible de su ejemplo. Porque, ¿cuántos Dieste necesita hoy Uruguay para “reflexionar con la cabeza libre en los problemas que nos pone la realidad” -como él decía y hacía- para poder con ello afirmar la palanca de los cambios, aprendiendo de todos y sin miedo a innovar desde nuestras circunstancias, aunque -como el ladrillo en relación con la “high-tech”- se nos aparezcan como muy precarias? Seguro que muchos. 

(*) Publicado en el semanario “Brecha” en edición de fecha 06.10.06  

IMAGEN DE PORTADA: ARCHIVO DIESTE-MONTAÑEZ  



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