acerca de patrimonios varios
algunas reflexiones sobre nuestros "lugares de la memoria"

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03.03.2007 21:43 / MIS ARTICULOS

HISTORIAS PARALELAS. MONTEVIDEO Y SUS CAFES Y BARES (*)
NACIENDO JUNTOS

                  Todavía no habían llegado las primeras familias canarias que habrían de constituir el núcleo fundacional de Montevideo, cuando dos de los pobladores venidos desde Buenos Aires – Gronardo y Eustache-, se asocian para instalar un almacén de ramos generales en un ínfimo rancho de paredes de terrón y techo de cueros ubicado próximo al “Puerto Chico”, en la esquina de las actuales Piedras y Treinta y Tres. El destino no acompañó sus proyectos y al morir ambos en sendos accidentes, el local cerró sus puertas, quedando prolija constancia de sus existencias según inventario que Barrios Pintos ha  rescatado del olvido. En él figura cuanta cosa pudiera ser vendida, y en especial tres productos de demanda segura: yerba, tabaco y aguardiente ...  

                Cuando en el verano de 1730 Zabala constituye formalmente el primer Cabildo de la ciudad, no tuvo muchas opciones para elegir su sede. Pocos seguían siendo entonces sus habitantes y muy precarias sus viviendas, de modo que el rancho que nació como almacén fue también escenario de acontecimiento tan formal. En ese recinto, ya liberado de mostrador y estanterías, pero no seguramente de la memoria de su pasado reciente, los cabildantes –antes modestos servidores del Rey y ahora “hijosdalgo de solar conocido”-, fueron solemnemente investidos de sus cargos. Entre ellos Juan Antonio Artigas, abuelo de José.              

                     Similares pulperías y tendejones se multiplicarían de tal modo que cincuenta años después sería el pulpero el primer oficio de la ciudad, proliferación que llama la atención de cuanto visitante pasara por estas tierras. Tal el caso de Diego de Alvear, miembro de las partidas encargadas de la fijación de límites entre España y Portugal según el Tratado de 1777, cuando dice: De unas y otras (tiendas y pulperías) está llena la ciudad. No hay casa donde no se venda algo, causando no pequeña admiración que puedan subsistir en país tan caro y de tan corto número de habitantes. Se registraban por ese entonces 171 comercios del ramo, para una población que no llegaba a los 7000 habitantes. Razón tenía don Diego para su asombro !!... Y no quedaba ahí la cosa, porque según cuenta Pérez Castellanos en carta a su maestro de latín, hacia 1787 había también varias casas de café, muchos trucos y billares”, mostrando que el perfil lúdico del negocio estaba bien afirmado.  

CONVERSANDO CON VOLTAIRE

                   Mientras Montevideo se poblaba, en Europa se instalaba y cobraba auge un lugar de acceso público donde dos productos importados de lejanas tierras –el café y el chocolate -, daban lugar a un nuevo escenario y a una práctica social en sintonía con el espíritu liberal de “la Ilustración”, transformando en costumbre cotidiana el encontrarse en torno a una pequeña mesa, cambiar ideas y poner en cuestión todas las cosas, junto a otros contertulios abocados a igual tarea ... o a ninguna. Algo sin duda diferente a la “taberna” de cuño popular, ya vieja de siglos, y probablemente complementaria de la moda aristocrática de los “salones” privados. El Procope – todavía existente en París, ahora con giro de restorán -, tenía ya más de cincuenta años cuando Voltaire lo frecuentaba como parroquiano dilecto, consumiendo –según es fama, seguramente exagerada- unas 40 tazas por día ...

                  Un filósofo en un Café ¿qué tiene de raro? Simplemente quedaba plantada una semilla que en España encontraría tierra propicia y que se desarrollaría luego con renovados ímpetus en ambas orillas del Río de la Plata, cuando también aquí empezaron a instalarse esas escuelas de todas las cosas”. 

A TERTULIAR AL CAFÉ ... 

                  Apenas entrado el siglo XIX, el mostrador montevideano era ya una institución consolidada que habría de provocar gran preocupación a los mandos ingleses, en los meses que duró la ocupación de la ciudad -tomada por asalto en febrero de 1807-, al percibir la firme adhesión de sus tropas a esos ritos vernáculos... Uno de esos tentadores mostradores era el Almacén “del hacha”, en el cruce de San Sebastián y  Santo Tomás  (hoy Buenos Aires y Maciel), santos piadosos que no pudieron evitar el hachazo mortal que diera nombre imperecedero al comercio, que aún sigue vivo.             

                     Pero también teníamos por entonces esos lugares de nuevo tipo -claramente diferenciados de pulperías y afines-, frecuentados por señores habitualmente asociados en “peñas” y “tertulias” más o menos exclusivas y de notoria incidencia en la vida cultural y política de la ciudad. Tal el caso del “Café del Comercio”, situado próximo a la Casa de Comedias y al Fuerte que servía de sede al Gobernador, donde en 1808 se dieron cita los organizadores de las acciones que culminarían con la expulsión del Capitán Michelena, enviado por Liniers para sustituir a Elío, con la consecuente convocatoria al Cabildo del 21 de setiembre de 1808. Constituida ya la República, tal vez en sus mesas – o en las del cercano “Café de la Alianza”– llegaron a encontrarse una tarde Barreiro y Monterroso, rememorando los tiempos de la Patria Vieja, cuando ambos llevaban en sus mochilas los originales de los documentos fundacionales de la nación ...    

                  Siguieron tiempos duros en “la tierra purpúrea”, pero no dejaron de marcar presencia en la ciudad lugares propios de educados contertulios, tanto como otros donde la fama, por motivos muy diversos, estaba lejos de ser puro cuento. Tal el caso del Café “del agua sucia”, próximo al Cabildo, o el de la bella moza, en 18 y Andes. Cabe agregar que también las librerías de la época solían acoger los mismos clientes que frecuentaban los cafés de buen tono, pero allí con escasa disposición para el gasto. Para ellos Acuña de Figueroa pergeñó estos versos, rescatados del olvido por Milton Schinca:   

  Obsequiosos tertulianos

que visitáis los tenderos,

     gastáis charla, no dinero,

             y ahuyentáis a los marchantes

     hay diversiones bastantes

   para el que ocioso se ve,

       y así, al que de balde esté,

 este consejo le ofrezco:

      al muelle a tomar el fresco

y a tertuliar al café.  

       
POR LOS TIEMPOS DE LOS SAN ROMAN                            

                    Hubo otros emprendimientos renovadores, pero ninguno comparable a los que concretarían los hermanos Francisco y Severino San Román en los últimos años del siglo, en tiempos en que Reus levantaba su efímero imperio. En 1885 fundan el “Polo Bamba” y cuatro años más tarde “Al Tupí Nambá” –su nombre original, abreviado luego por “Tupí Nambá” y conocido popularmente como “Tupí Viejo” -, donde se instala buena parte de la “movida“ intelectual de la época. Y no estuvieron solos, porque desde la última década del siglo se suman muchos otros, siguiendo el modelo ya consolidado en Buenos Aires por el “Tortoni” de la Avenida de Mayo o el “Brasil” en Corrientes al 900, luego llamado “Café de los Inmortales” a sugerencia –se dice- de Florencio Sánchez, infaltable en sus mesas (alternando con las del “Moka” en Montevideo, en Sarandi y Policía Vieja, bastión a su vez de Roberto de las Carreras y su séquito de incondicionales, secretario incluido).                            

                      Pero entre todos, el “Tupí” tuvo una significación muy especial, acrecida en cuanto a la calidad del ambiente a partir de la reforma  de 1912, dando pie al cronista fervoroso que escribiera estas líneas: “Nada de lo que hemos visto en la capital argentina o brasilera puede igualársele ...Es un café único en esta parte del continente sudamericano ...”  Según Alejandro Michelena, Gardel tenía su mesa reservada en el “Tortoni” (sobre la calle Rivadavia) y en el “Tupí” (en la ventana con frente al Solís), Anécdota aparte, el registro de sus parroquianos vale como relevamiento exhaustivo del ambiente cultural de la época y quienes han estudiado el tema, han dejado cumplido testimonio de ello.                             

                   Justo homenaje tuvo entonces Francisco San Román –nacido en Vigo y llegado muy joven a estas tierras -, cuando al cumplir el “Tupí” sus primeros diez años, sus parroquianos le ofrecen una cena en el “Pyramides”, consagrándolo como “El rey de los cafeteros”: Luego Ferrari llevaría su imagen al bronce y en las revistas de la época alternaría con políticos y artistas, siempre con su infaltable cafetera. 

                    En el entorno de 1920, ”el espíritu nuevo” que seguía en Europa a la primera posguerra, también aquí dio sus frutos, acercando el trabajo de artistas, artesanos, arquitectos y hombres de letras. En ese contexto, al impulso de la Escuela de Artes y Oficios –donde Figari intentó formar nuestra “Bauhaus” y en la que se diseñaron y construyeron los revestimientos de madera del “Tupí”-, y como consecuencia de la consolidación de los talleres y las artesanías que acompañaban el auge constructivo de la época, quedó conformada una oferta muy calificada y homogénea, que elevó el nivel de calidad de cuanta cosa se construyó a partir de entonces. De ese modo, al tiempo en que se afirmaba un modelo social integrador y el escenario de vida se iba articulando en adecuada correspondencia, la ciudad veía enriquecidos sus ámbitos de convivencia democrática, no sólo a nivel de los grandes emprendimientos (la Rambla, el Estadio, los parques), sino también en la dimensión más íntima de los cafés y bares.                                           

                    Tomando como referencia sólo un tramo de 18 de Julio, desde la Plaza Independencia a Ejido, el Montevideo consolidado de la segunda posguerra podía mostrar todavía activos los viejos bares del 900 (El “Tupí” y el “Británico” en una punta y el “Sportman” en la otra) y en pleno apogeo los de nueva generación, corrido su centro hacia la plaza Cagancha: el “Ateneo” y el “Montevideo” –ambos con sus palcos de orquesta-, los “Sorocabana”, uno bajo el Salvo y otro -que parecía inmortal-, mirando desde sus ventanas la estatua de Livi, como también lo hacían el “Libertad” y el “Metro”.                                            

LA VUELTA DE TIEMPOS DUROS                                       

                  Todo parecía apuntar hacia una consolidación del desarrollo asentado durante medio siglo, máxime cuando buena parte del mundo entraba en una década larga de fuerte crecimiento. Pero en esa encrucijada que se abrió hacia 1955, tomamos un camino que nos llevó donde hoy estamos. A nivel urbano empezó un proceso, primero lento y más tarde acelerado, de debilitamiento de los vínculos sociales y afianzamiento de tendencias de segregación y desarticulación de un tejido hasta entonces fuertemente integrado (aunque con desigualdades también fuertes, conviene precisarlo). Espacios calificados de la ciudad perdieron protagonismo, se vaciaron áreas centrales y las periferias crecieron de modo inorgánico y a escala metropolitana, con asiento de sectores social y económicamente cada vez más distanciados de los nuevos –o renovados- sectores residenciales de nivel medio y alto. Un proceso de signo negativo que encontró riguroso correlato en el escenario urbano.                            

                   El pequeño comercio no fue ajeno a ese rumbo imprevisto y sufrió como el que más las contingencias de un proceso que por reciente no requiere otras precisiones. Pero a las previsibles dificultades compartidas –que el “cimbronazo” del 2002 volvió dramáticas-, se sumó un distanciamiento sin razón fundada respecto a los modelos del pasado. Una visión encandilada por supuestos fulgores “progresistas” , le dio la espalda a una herencia que debió servir, por decir lo menos, como referente de calidad, aportando poco con sus propuestas alternativas y haciendo perder mucho con sustituciones a veces insensatas.                           

                  Pero igual desatino se daba a escala de la ciudad, cuando se demolía la Pasiva y el Mercado Central, o se promovía un plan para la Ciudad Vieja –felizmente incumplido- que sólo dejaba en pie el Cabildo, la Matriz, el Banco de la República y el Mercado del Puerto, sustituyendo las construcciones de las manzanas centrales por un modelo del que sólo llegó a concretarse el actual edificio Ciudadela. Con éste murió el “Tupí” y con aquellas demoliciones se perdió el café “Británico”, y el viejo “Fun-Fun” comenzó su azaroso periplo. Curioso paralelismo entre procesos de tan distinta escala: la  ciudad perdía calidad y se hacía menos vivible, y el pequeño comercio acompañaba esa tendencia cuesta abajo.                    

RECOMPONIENDO LA TRAMA

                   Pasaron años difíciles y con ellos muchas cosas han cambiado, algunas de modo irreversible. El Café y Bar “de presencia únicamente masculina” - según reza la reglamentación municipal-, es ya una figura sin vigencia. De aquí en más, los parroquianos serán tanto hombres como mujeres y los de “treinta y pico largos” alternarán con los más jóvenes, apenas éstos encuentren allí un ambiente adecuado. Y será “Café” en el sentido tradicional, pero también “Resto-Bar”, y asimilará a su vez no pocas cosas del “Pub” (en definitiva otra “public house”).         

                     Habrá sin duda que adaptarse para sobrevivir en condiciones cambiantes, pero nada impide atender demandas de nuevo tipo – venidas desde la tercera edad, desde el turismo, o de nuevas y complejas relaciones entre la gente.-  alentando la posibilidad de dialogar con atención y respeto con lugares que son parte del patrimonio tangible e intangible de nuestra ciudad. Y no con ánimo de congelamiento museístico ni llevados por un sentimiento nostálgico –que en uno y otro caso nada haría sustentable-, sino por la necesidad de afirmar un sentido de pertenencia e identidad, integrando en nuestra vida cotidiana las cosas del pasado que no merecen olvido. Un criterio que lejos de inhibir, alienta la incorporación de nuevos ambientes tan calificados como aquellos que interesa rescatar y poner en valor (nuevos ambientes que por suerte ya están apareciendo...).                                                   

                   Si ese proceso se consolida y si algún significado tiene el notable paralelismo entre la historia de la ciudad y la de sus cafés y bares, la reconstrucción de la trama con un bordado que rescate valores olvidados -y los haga revivir en nuevos contextos, junto a nuevos escenarios igualmente calificados-, será referencia obligada para alentar la esperanza de un futuro mejor para todos.                 

 (*) Incluido en el libro “BOLICHES MONTEVIDEANOS/ Bares y Caféa en la memoria de la ciudad”, editado por BANDA ORIENTAL en diciembre de 2005 (con diagramación de Fidel Sclavo, textos de Mario Delgado Aparaín y fotos de Leo Barizzoni y Carlos Contreras.
IMAGEN DE PORTADA: el "Tupí Nambá" según Pierre Fossey


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