acerca de patrimonios varios
algunas reflexiones sobre nuestros "lugares de la memoria"

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03.03.2007 21:50 / MIS ARTICULOS

LA PLAZA INDEPENDENCIA: RENEGANDO DE ZUCCHI

               

                     La ley del 25 de agosto de 1829 fijó el destino final de las murallas de Montevideo y su demolición no tardó en concretarse. Cerrar los fosos y hacer medianamente transitable el terreno que se extendía entre las fortificaciones y la línea del Ejido llevaría todavía un buen tiempo, pero eso no impediría apurar al Sargento Mayor José María Reyes para que completara el trazado y la división catastral de la “ciudad nueva”, de modo tal que una vez rotos los “diques” que habían mantenido embretado el casco original durante casi un siglo, éste pudiera -al decir de Isidoro de María- “remontar el vuelo y extenderse fuera de sus pocas cuadras de extensión”.                   

                  Confianza en el progreso que corría pareja con la necesidad de las nacientes arcas públicas de obtener buenos ingresos al convertir los terrenos del ex “Campo de Marte” en centenares de lotes cotizables en el mercado. El resultado estuvo a la altura de esas urgencias: una cuadrícula mal orientada, con 136 manzanas y sólo dos plazas... Tres tendría entonces la ciudad ampliada, nominadas según el “Programa de la nomenclatura de las calles y plazas de Montevideo” aprobado en mayo de 1843 en estos términos: “La plaza central de la Nueva Ciudad llamada de Cagancha conserva su nombre; la contigua al mercado de la Ciudadela por la parte E. se llamará de la Independencia, y la de la Matriz, en la antigua ciudad, de la Constitución, en memoria de que allí la juramos solemnemente el 18 de Julio de 1830”.                               

                  Es obvio que el proyecto de la plaza contigua a la Ciudadela buscaba articular el nexo entre la ciudad vieja y la nueva, pero lo hacía de forma confusa y poco eficiente, y otro tanto ocurría con el trazado de la zona de transición entre la calle Florida y la antigua -y entonces borrada- línea de murallas. Incluso la intención de Reyes de dotar de cierta regularidad a las fachadas de los edificios que habrían de levantarse “al este del mercado”, chocaba con la presencia de la mole colonial, ahora mutilada y “reciclada” con fines más domésticos. Pero eso no fue obstáculo para que los vecinos involucrados promovieran un proyecto ordenador de ese espacio, formalizado inicialmente por el joven arquitecto español Francisco Javier de Garmendia. Un proyecto que tuvo corta vida, porque finalmente Carlo Zucchi impondría el suyo (cosa que Garmendia no olvidaría…).                                

                    Zucchi, un ingeniero-arquitecto emigrado por razones políticas de su Emilia natal, formado en París y llegado a Buenos Aires por mediación de Rivadavia, se instala en Montevideo en 1836 e ingresa a la Comisión Topográfica (especie de “oficina de planeamiento urbano”, presidida por Reyes). Ya en el informe elevado al Gobierno en 1837 su influencia es decisiva para definir las grandes líneas de un proyecto de alto vuelo, proponiendo la creación de un “centro cívico” en el entronque entre las plazas Matriz e Independencia, ampliando esta última a su dimensión actual a través de la demolición de la Ciudadela-Mercado -decisión que fundamenta de modo irrefutable-, y regularizando su perímetro al estilo de lo que Percier y Fontaine, sus maestros en París, habían hecho en la “rue de Rivoli” para mayor gloria de Bonaparte.  

PROYECTANDO LA CIUDAD DESDE SU CENTRO                  

                  Fue en ese contexto que para los edificios con frente a la gran plaza propuso dos criterios de ordenamiento. Uno sería aprobado y ejemplificado por su propio proyecto de la casa de Elías Gil (el único que vería construido y cuya “Pasiva” fuera demolida en 1954). El otro, con edificación en dos niveles, sería luego retomado por Poncini. Proyectaba ocupar el espacio de la vieja Ciudadela con un remanso arbolado y aconsejaba además que se levantara en la nueva plaza “un monumento nacional” que sirviera al país como testimonio “de su independencia, sus glorias y su decisión de sostener el régimen constitucional”.                     

                 En su brillante concepción, la ciudad crecía articulando sus centros -el histórico y el nuevo- y afirmando esa nueva centralidad con la presencia de edificios representativos del gobierno y la cultura de la nueva República: el Cabildo reconvertido en sede del Poder Ejecutivo y el Parlamento ocupando un nuevo edificio enfrentado al Nuevo Teatro (éste en una de las tres opciones de localización que entonces propone). Corregidas las limitaciones del planteo de Reyes, la gran plaza asumía el simbolismo celebratorio y el perfil urbano de sus referentes europeos, pero ahora el orden y la simetría de “la gran arquitectura” se ponía al servicio de los valores republicanos y encontraba en Zucchi un técnico a la altura de las circunstancias.                   

                El proyecto fue aprobado, pero la vida política del país no generaba las mejores condiciones para que ese escenario pudiera concretarse. Obligado Oribe a “resignar” la presidencia de la República en octubre de 1838, reafirmado el protagonismo beligerante de Rivera e iniciada al año siguiente “la Guerra Grande”, nada de bueno podía esperar Zucchi en Montevideo (un “arquitecto de la federación” entre “colorados” y “unitarios”), y nada de bueno le ocurrió. Frustrado en 1841 su proyecto para el teatro Solís, donde Garmendia toma revancha de quien antes le enmendara la plana, se ve obligado de nuevo a emigrar, ahora hacia Río de Janeiro.  Aquí dejaba un plan cargado de futuro ...          

 EL PROYECTO SE ABRE PASO                  

                Pese al acuerdo con la propuesta de Zucchi, la Ciudadela se resistía a morir. No faltaron proyectos con la intención de  mitigar su impacto ocultándola tras frondosos árboles -cosa que llegó a concretarse-, o incluso de remodelarla (caso de la propuesta del francés Aulbourg). En 1860, Bernardo Poncini -en ese entonces Maestro Mayor de Obras Públicas- asume como buena la propuesta de demolición, pero pretende cambiar el destino del lugar, ubicando allí la Casa de Gobierno. Esta última iniciativa no prospera, pero retoma en cambio el esquema ordenador de Zucchi para el tratamiento de las fachadas (la opción antes desechada de dos niveles), y lo concreta luego con variantes formales en el “Grand Hotel de L´Univers”, en el predio hoy ocupado por el Radisson Victoria Plaza. Hacia 1877 la Ciudadela es por fin demolida, no sin antes desmontar y preservar las piedras de su portal de acceso –reconstruido en el frente de la Escuela de Artes y Oficios-, piedras que volverían a su sitio casi un siglo más tarde (o por lo menos buena parte de ellas, tal vez mezcladas con algunas del Fuerte, demolido en 1880).                          

                  La plaza se encaminaba entonces hacia la concreción del escenario urbano previsto por Zucchi y rediseñado por Poncini, tal como lo indica la profusa iconografía de la época. A su vez, sobre fines de la década del 80 se hizo público un proyecto del arquitecto italiano Juan Tosi, en el que se daba por bueno el ordenamiento general ya aprobado, pero asignando a las construcciones perimetrales una altura más acorde con las dimensiones de la plaza. Proyectaba al efecto dos niveles sobre una galería que a su vez retomaba el ritmo de arcos de medio punto de la “Pasiva” de Elías Gil ...aunque no su sobriedad neoclásica. La propuesta de  Tosi no tuvo andamiento, pero es ilustrativa del sentido de unidad de diseño que aún dominaba en esos tiempos.                     

                Coherente con este criterio, en 1888 se reglamentó la edificación frentista en el tramo comprendido entre las calles Ciudadela y Juncal, incorporado a la plaza tras la demolición de la Ciudadela. Pero allí surgió una primera señal de que las cosas empezaban a cambiar: los propietarios afectados mantuvieron su negativa a aceptar los criterios propuestos, tal como lo habían hecho antes, en 1837 y 1860, con la consecuencia -juicio mediante-, de que nunca llegaría a concretarse la galería que proyectara Zucchi, rodeando la plaza en todo su perímetro. Pero todavía en 1896, cuando se instala el monumento a Joaquín Suárez frente al edificio sede del Poder Ejecutivo (la ex casa de Francisco Estévez, construida por el ingeniero de Castell siguiendo el esquema de Poncini), la plaza mantiene la matriz ordenadora que estuvo en su concepción originaria. La jardinería de Thays, hoy en buena parte existente, afirmaría luego igual criterio.                                    

                    Son tiempos en los que cientos de tarjetas postales salidas de estas tierras difunden las imágenes de la ciudad que crece, con prevalencia de los ambientes que mueven a orgullo a sus habitantes. Se destacan allí las vistas de la Plaza Independencia que refrendan el modelo propuesto por Zucchi y Poncini... pero serán las últimas que de ello puedan dar testimonio. 

 CONVOCANDO AL DESORDEN                   

              En 1897 el ingeniero Serrato y en 1905 el arquitecto Horacio Acosta y Lara -ambos en ejercicio del cargo de Director de Obras Municipales-, presentaron similares proyectos “con el propósito de modificar la arquitectura de las fachadas de los edificios de la plaza Independencia”. En el fundamento de su propuesta Acosta y Lara, plantea “la conveniencia que exista un plano de conjunto al que deban responder todas las construcciones que se reformen o que se eleven en el futuro, único medio de poder dar a esa plaza el aspecto y  carácter que reclama para ello el adelanto de nuestra ciudad”. En rigor ese proyecto ordenador ya existía, pero a Serrato y a Acosta y Lara les parecía impresentable, convencidos de poder demostrar “hasta la evidencia lo antiestético de la arquitectura que contenían los edificios con frente a la plaza Independencia, debido precisamente a la observancia de las leyes y decretos que reglamentan esa edificación, cuando es resuelta ya en la conciencia pública que la arquitectura que exhiben en detalle y en conjunto esos edificios clama a gritos por que sea sustituida por otra más en armonía con el carácter general de una plaza importante y con la evolución arquitectónica de nuestros tiempos, revelada ya en muchos edificios públicos y privados”.                       

                   Acosta y Lara agrega un argumento probablemente de mayor contundencia práctica, cuando hace mención a “los perjuicios materiales para los propietarios de esas fincas (frentistas a la plaza), quienes se hallan en la imposibilidad de obtener una renta que esté en relación con el capital que representan hoy esos terrenos valiosísimos, dada la poca altura que se les tolera en sus edificios”. La intención “reordenadora” no llegaría a concretarse, y apenas dos años después quedaría formalmente consagrada la ruptura con el modelo heredado, al fijarse alturas mínimas obligatorias, pero sin límites de alturas máximas (los rentistas agradecidos…).                                        

                  Es que en el entorno de 1900, la posibilidad de asegurar el control unitario de un espacio público al que se asignaba una fuerte carga simbólica estaba ya herida de muerte y el “vandalismo ilustrado” que denunciara Bauzá en su intervención en el Senado de la República en junio de 1896, pronto abriría las puertas a lo que vendría después: una cacofónica sucesión de partituras imposibles de reunir en un conjunto armónico, a pesar del efecto unificador que la inclusión del monumento a Artigas -a 86 años de la propuesta de Zucchi- intentó generar. Tal vez aún el “Salvo” hubiera podido marcar un contraste de alguna manera dialogante con el orden hasta entonces dominante... del que no queda hoy otro vestigio que la  fachada de Estévez.          

                 Frustrada la intención de reconfigurar la plaza central de la ciudad en los términos de “modernidad” contenidos en las propuestas de Serrato y Acosta y Lara, y vista la consecuente destrucción de toda referencia con el plan original, era previsible la escasa significación que habría de tener una nueva ordenanza -aún vigente- que hacia 1958 trató de conciliar lo que a esa altura ya era inconciliable. Los “aportes” sucesivos se instalaron con comodidad en un desorden ya consagrado, tratando en el mejor de los casos de marcar una presencia discreta (situación de la cual el ex palacio de Justicia no es ciertamente el mejor ejemplo). La Intendencia, a su vez, parece hoy resignada a perpetuar el status heredado…a menos que el reciente agregado de una suerte de “pasiva” metálica, que poco duró y que cubrió -entre otros- los frentes del sector comprendido entre Ciudadela y Juncal, pudiera ser interpretado como un castigo diferido que las autoridades municipales intentaron aplicar a sus lejanos contradictores. 

EL DOLOR DE NO HABER SIDO…            

           Pocos años atrás, estuvo en Montevideo el Director de la Oficina del Patrimonio Mundial de UNESCO, el italiano Francesco Bandarín, al cruzar por la plaza Independencia se le oyó exclamar: ¿“Cómo pudieron llegar a hacer esto?”... Y mal que nos pese,  a esto llegamos, a pesar de lo que tuvimos y no supimos valorar.           

           ¿O el problema es más complejo y la plaza Independencia tal como hoy la vemos, vale como patética expresión de un discurrir histórico -a escala general y no sólo urbanística-, muy mal ligado con su pasado?. ¿O tal vez debamos ver ese proceso como un inevitable subproducto de la modernidad, un tiempo histórico donde la unidad de diseño del escenario urbano fue difícilmente congeniable con la lógica de su propio desarrollo? Seguramente no habrá una única respuesta. Pero mirando hacia adelante: ¿tendremos manera de volver a conversar con Zucchi? ... 

NOTA COMPLEMENTARIA: tres años después de formulada esa pregunta, en junio de 2010 se hace pública la convocatoria para remodelar la plaza Independencia, a la que seguirá seguramente un alto nivel de respuesta de los arquitectos uruguayos. Hagamos votos para que sea una respuesta proyectada hacia el futuro, que corrija o mitigue las consecuencias de tanta cosa mal hecha y agregue valores propios de estos tiempos, sin hundir en la desmemoria a Zucchi o a Thays. Tal vez sea una buena oportunidad para eliminar las intervenciones que han banalizado la imagen del Salvo; entre otras, la torre metálica que hoy ocupa el lugar del gran faro proyectado por Palanti para "conversar" con el que instalara en la cima del Barolo, hoy restaurado a nuevo.

IMAGEN DE PORTADA: la plaza Independencia a principios del siglo XX, según una postal de la época. Se aprecia a la izquierda, frente a la casa de Gobierno, el monumento a Joaquín Suárez, allí erigido en 1896.

 



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