acerca de patrimonios varios
algunas reflexiones sobre nuestros "lugares de la memoria"

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03.03.2007 21:52 / MIS ARTICULOS

PONIENDO NOMBRE A LAS CALLES DE LA CIUDAD

Cuando las autoridades españolas fundan sus últimas ciudades en América, las leyes compiladas en tiempos de Felipe II tenían ya una larga experiencia de aplicación y poca cosa quedaba sujeta a la decisión de quien operaba sobre el terreno. Sobre ese plan general abordará Artigas con Azara el trazado fundacional de Batoví, como antes ocurriera con Minas o San José, y antes -aunque con apartamientos no menores-, con Montevideo. Pero, planteada la traza de sus calles a partir de la plaza que acogería los edificios-símbolo del dominio político y cultural de la época, la "apropiación" del lugar por sus habitantes pasaba por la paulatina construcción material del nuevo escenario de vida ... pero también por el nombre que se daba a las calles donde esa vida transcurría. Y sobre ese punto no había ordenanza que cumplir, ni fuerza que la impusiera. Por lo menos en el entorno de 1730 ...

En ese sentido, los primeros habitantes de la ciudad que obligado por las circunstancias fundara Zavala, no se sintieron tentados por impulsos rememorativos, que de existir sólo hubieran podido referirse a sus lejanas tierras de origen y no a un lugar -su nuevo hogar- para ellos sin historia ni memoria. Tampoco se vieron urgidos por celebrar fastos reales o religiosos, ni los movió la intención de halagar a nadie, sino que los nombres dados por el Cabildo a las calles de la ciudad naciente se atuvieron a una elemental lógica funcional y topológica: la calle que llevaba al pequeño puerto de la bahía se llamó "del puerto chico"; otras, "de afuera", "de la fuente", "de la iglesia"... y la que pasaba frente a la casa del francés Callois, que no tenía ninguna referencia relevante, se llamó simplemente "la calle de Callo".

Eso duró hasta 1778, cuando la Corona y la Iglesia entendieron que era buena cosa elevar la mira de un "nomenclátor" tan rigurosamente terrenal. El Cabildo formalizó los cambios y desde entonces no hubo calle que no llevara el nombre de un santo. Así perdió "Callo" su imprevisto protagonismo, asumido ahora por San Francisco; la calle "de la cruz" (o "del portón") fue desde entonces de San Pedro, en tanto la calle "del piquete" pasó a llamarse de San Sebastián, encontrándose con Santo Tomás en una esquina que se haría famosa por el impacto que provocó -hacia 1794- la alevosa muerte de Bernardo Paniagua, dependiente del almacén de Juan Vázquez, allí ubicado y desde entonces conocido como "almacén del hacha" ... un nombre que atravesaría dos siglos.

Es probable que los viejos nombres no pasaran al olvido, pero durante más de sesenta años, San Felipe y Santiago, patronos de la ciudad, estuvieron acompañados en cada una de sus calles por una larga lista de otros santos de la Iglesia. Y así fue, hasta que la República -a poco de instalada- discutió primero e impuso después una manera distinta de ver las cosas.

DESTRUYENDO LOS SÍMBOLOS REALES

En esta lejana plaza fuerte, la corona española no necesitó de monumentos para afirmar su poder, por lo que le bastó con esculpir su escudo de armas en el dintel del portal de acceso a la Ciudadela para dejar marcada en piedra señal de su dominio. Tan discreta presencia simbólica no incomodó a los ingleses cuando ocuparon la ciudad en 1807, ni tampoco a Alvear, cuando entra en ella en junio de 1814, tras la capitulación firmada por Vigodet en la capilla de la casa de los Pérez. Es así que el blasón real todavía estaba en su sitio cuando el 21 de marzo de 1815 es Fernando Otorgués quien llega a la ciudad para asumir el cargo de gobernador, bien montado al frente de las desarrapadas tropas artiguistas. Diógenes Hecquet lo ubica en su cuadro en torno a la puerta de la Ciudadela, en el momento en que los cabildantes le presentan sus saludos (seguramente no muy confiables). Otorgués parece estar prestando más atención al escudo que a las reverencias... y tal vez así ocurrieron las cosas, porque en uno de sus primeros actos, lo mandará destruir. La dominación española ya había terminado, y también ahora caía el símbolo representativo del viejo poder (el escudo, que no la Ciudadela ...).

Hacia 1829 las cosas ya no estaban tan claras y el 25 de agosto de 1829, la Honorable Asamblea Constituyente y Legislativa dispone la demolición de las murallas, en una decisión que tuvo mucho de operación inmobiliaria, pero que se reivindicó luego como acto de reafirmación republicana en tanto se consumaba la destrucción de los baluartes levantados por el "antiguo régimen". Lo cierto es que a diferencia de lo sucedido en Buenos Aires, donde la celebración del primer aniversario de la Revolución de Mayo se hizo ya en torno a la "pirámide" que celebraba ese suceso (monumento que luego modificado y más tarde corrido hacia el centro de la plaza, aún da testimonio de aquellos hechos), no hubo entre nosotros intención -o posibilidad- de dejar huella perenne en el escenario urbano del nuevo orden de las cosas. Por lo menos en tiempos de la primera presidencia de Rivera.

ORIBE PROPONE Y LAMAS DISPONE

Pero pronto "el valor rememorativo" impondría sus fueros ... Así en las páginas de "El Moderador" de diciembre de 1835, se decía: " ¿Por qué, pues, no erigimos pirámides, no alzamos monumentos que perpetúen la memoria de esos santos de la Patria y exciten en sus hijos el deseo de imitar sus virtudes?¿Y qué mejor oportunidad para conseguirlo, que nombrando las calles de nuestra ciudad con los nombres de sus héroes y de los lugares en que vivieron, o perecieron llenos de gloria ...?"

Dos años más tarde, el italiano Zucchi, al proponer al gobierno la regularización de la plaza que luego se llamaría "de la Independencia", aconseja levantar en ella "un monumento nacional" que sirviera a la patria como "testigo de su independencia, sus glorias y su decisión de sostener el régimen constitucional". Pasarían casi 90 años antes que esa propuesta llegara a concretarse... pero ya en agosto de 1837, con la firma de Oribe y su ministro Llambí, se aprueba el decreto por el cual se constituye una comisión encargada de "formar el proyecto de una nomenclatura para las calles y plazas de la nueva y antigua Ciudad, sobre la base de sustituir a las actuales denominaciones, (por) aquellas que eternicen la memoria de las épocas y lugares célebres de la Patria".

En su detallada reseña de estos hechos, Alfredo Castellanos da cuenta de la inmediata repercusión que la decisión del gobierno tuvo en la prensa de la época, transcribiendo propuestas, réplicas y contrarréplicas aparecidas a partir de setiembre de 1837 en "El Defensor de las Leyes" y "El Universal". Una de las primeras listas incluye al Coronel Bernabé Rivera y al General Artigas ("...el primer Jefe de los libres..."), pero en una inmediata respuesta anónima se plantea el temor "de exponer la nueva nomenclatura a sufrir frecuentes alteraciones", cuando "mañana un partido político preponderante haga desaparecer estos o aquellos nombres, y sustituya otros en su lugar". Se manejarán nuevos argumentos y "Unos ciudadanos" tratarán de zanjar la polémica admitiendo que pueda incluirse el nombre de Artigas como "excepción a la regla general de exclusión de los nombres personales".

El agravamiento de la situación política impidió que la comisión pudiera avanzar en su trabajo, pero uno de sus miembros, Don Joaquín Suárez, será quien el 22 de mayo de 1843 -ahora en su condición de Presidente en ejercicio del Gobierno de la Defensa-, suscriba el decreto elevado por Andrés Lamas consagrando el nuevo nomenclátor de la ciudad. Mientras, Oribe observa desde el Cerrito la imprevista forma en que se concreta su iniciativa... y se apresta a poner el nombre de General Artigas (omitido por Lamas) a una de sus baterías y luego a la calle principal de Villa Restauración ...

DE AYER A HOY: LAS TRAZAS (A VECES PRECARIAS) DE LA HISTORIA

"En materia de nomenclatura es preciso hacer. Sobrado se ha discutido", dice Lamas en la fundamentación de su propuesta. Y bien que cumplió con esa intención. Ocho años tumultuosos habían pasado desde el artículo de "El Moderador" y casi seis desde el decreto de Oribe, pero ahora todo se concreta en una semana. En su condición de Jefe Político y de Policía del Departamento, eleva su proyecto el 21 de mayo; al día siguiente lo firman Suárez y Santiago Vázquez, y el 25 se publica, al tiempo que se están claveteando en todas las calles de la ciudad sitiada, las tablillas con los nuevos nombres... buena parte de los cuales aún siguen vigentes.

Lamas explica el por qué de cada nombre y justifica omisiones: "Al paso que me he apresurado a rendir homenaje a las glorias nacionales, que están ya fuera del dominio de la discusión, y son objeto de respeto y amor para todos los hijos de esta tierra, me he abstenido de tocar los nombres de contemporáneos ilustres y de sucesos que deben esperar su sanción de la opinión tranquila e ilustrada de nuestros venideros ...". Acuña una filiación (Colón, Solís) perfectamente alineada con el olvido de todas las etnias aborígenes (aunque reivindica el aporte guaraní); se acuerda de Zavala, Alzáibar, Maciel, Pérez Castellanos ... y también de Washington; enumera batallas, fechas, sitios, e incluye un nombre -"Del Cerro"-, que merece una reflexión final. Según sus palabras, "recuerda el victorioso ataque del Cerro el 9 de Febrero de 1826 por las fuerzas patriotas a las órdenes del Coronel D. Manuel Oribe, contra los imperiales".

Cabe apreciar el reconocimiento que el Gobierno de la Defensa hace de una acción victoriosa de las fuerzas patriotas, protagonizada por quien estaba en ese momento sitiando la ciudad. Pero a ese gesto lo sepultó el olvido. La que fuera "calle entera" y luego de San Telmo, dejó de llamarse "Cerro" apenas fallecido en la otra orilla ... Bartolomé Mitre. Y contra toda justicia, no sólo del nomenclátor quedó marginada la memoria de aquella victoria de las fuerzas patriotas. (1).

(1) Todavía en 1867 la batalla del Cerro ocupaba un lugar de privilegio en esa memoria histórica. En el Museo Histórico Nacional puede verse un trabajo caligráfico de gran porte (266 x 148 cms) realizado por Pablo Nin y González en esa fecha, donde se ve una representación alegórica de la República: una mujer joven apoyada sobre un pilar donde constan los nombres de los Treinta y Tres. En la parte superior, un ángel despliega unas cintas en las que se inscriben cinco grandes hechos de armas: RINCON, SARANDI, CERRO, ITUZAINGO Y MISIONES.



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