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ACTIVIDADES MIXTURA AÑO 2012 Nos estamos reuniendo todos los lunes a partir de la hora 19 y 30 en "Rincón de los Poetas" Mercado de la Abundancia.MONTEVIDEO
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27.01.2008 16:17
DANIEL ABELENDA BONNET


DANIEL ABELENDA BONNET

Salto, Uruguay, 1962.  Es docente universitario, periodista y escritor.  Desde 1970 vive en Colonia. Se inició muy joven (1977) en el periodismo escrito de ese departamento. Fue corresponsal de “La Mañana y El Diario.”. Actualmente es columnista de “Prensa Rosarina”, la revista “La Voz de la Arena” y “Revista Internacional Abrace”. Ha publicado “Historia de Tarariras” (Ed. La imprenta, Rosario, 2000) y “Hombres de acción” (id. ant., 2003).En ficción ha escrito dos volúmenes de cuentos, algunos de los cuales han sido publicado por Editorial de los Cuatro Vientos (Buenos Aires, “Nueva Literatura Argentina ”) y Bianchi Editores (“Cuentogotas VI y VII”), ambos en 2006.  Fue Finalista del certamen de Narrativa de la IMM con “Manodepiedra y otros cuentos” (2004); tiene dos novelas inéditas: “La pista Mengele” y “Secretos de Estado”, esta última, ganadora de una Mención en el Concurso Anual de Literatura del MEC, edición 2003. Además, escribió una novela de aprendizaje en idioma inglés (“Cleveland”, 2005) ; en poesía: “Ciertas Canciones” (2006)  y  “Las peras del Olmo” (2007). Actualmente, prepara la edición de una nouvelle “La gran final”, que publicara por entregas la Revista “LA Voz de la Arena” de Montevideo.   

 “LAS PERAS DEL OLMO”

  POEMAS

 DANIEL ABELENDA BONNET 

COLONIA, URUGUAY 2007  

“Escribes poemas

porque necesitas

un lugar

en donde sea lo que no es” 

Alejandra Pizarnik 

 

La eternidad está en el presente;

la eternidad son semillas de fuego

en la palma de tu mano” 

Thomas Merton   

 

MORIRÉ EN MONTEVIDEO  
 “Montevideo, tus calles con luz de patio.”  J. L. Borges

 Un atardecer cualquiera

Invierno adentro –lo sé-

La lluvia golpeando la ventana

Ya sin luz las calles

Rodeado de libros,

Estaré demudado y solo

Escuchando por última vez

Las  viejas canciones. 

Moriré en Montevideo

-será tiempo entonces-

Ya habré dicho mis versos

Casi nada he guardado

En el cofre del tiempo;

Acaso abrazos amigos

Partidos por la distancia

Tal vez apenas alguna  

amarillenta carta de amor.    

 

GALILEO, SIGLO XXI  

 A Luis A. Carro.

  El poeta apoya su pluma

Sobre la hoja virgen

-hasta que sangre-

tinta negra, palabras blancas

Y el Planeta vuelve a girar

Sobre su eje de sueños

Que ya han recorrido

Más de media órbita 

El poeta escribe

 –aunque sabe-

Que no está en Pisa

Ni tribunal alguno

Se tomará la molestia

De exigir una retracción

O quemar sus libros en la hoguera

(la Indiferencia es arma de los Poderosos) 

Duro destino el mío –piensa-

Sólo un puñado de amigos

Esparciendo al viento

Mis mejores versos

Para atestiguar que intenté

Mover al Mundo.   

 

COMO UN ACRÓBATA

 “Constantly risking absurdity / and death.”    

Lawrence Ferlinghetti.  

Cual acróbata de circo

El poeta se balancea             

Peligrosamente                 

en las alturas                 

al filo de la realidad                  

Sus manos aferradas                         

a una escala de versos,                           

el bardo prueba el aire                             

desafiando el vacío                                     

(¿de la vida?)                                   

Y vuelve a saltar                                         

- sin red -                                     

para  caer de pie                                       

al otro lado del día.  

 

LOS MOLINOS DE DIOS (2007)

Los molinos de Dios

 trabajan despacio

Casi en silencio                             

Mas muelen el grano                              

Fino por demás....


 

SABADO A LA NOCHE

 
Invitar una chica al cine
charlar en un bar              
después  caminar juntos                    
-nos miraban las  estrellas-.                   
Entonces la risa era fácil                    
Entonces todo era más simple                     
Y  la dicha parecía saltar desde
                             el bolsillo de tu camisa nueva.
  

MI VIDA CON SILVANA

A  mi esposa.   

Me alcanza conTus manos

Tus ojos

Para esta felicidad

Bastan

Los rayos del amanecer

Entrando por la ventana

de nuestro dormitorio

una mañana cualquiera. 

 

 

ARAPEY 

Para Lorenzo

Esta magia verde

        Seguirá aqui        

Estará cuando             

Nos hayamos marchado:              

El monte, el río, los cantos rodados                

Los peces, las iguanas, 

los pájaros pintados                  

¡Y el  sapo cururú que te sorprendió!                 

(¿cómo el de mi infancia en Salto?)                 

Estarán aquí, esperándote               

Cuando regreses                   

buscando tu paz                     

tu propio cauce                        

Seguirán existiendo                          

Naciendo y muriendo                            

Ajenos a la prisa del hombre 

Hijo: no busques el Edén lejos de la patria.                   

POCHO CANTON (*)  

(*) El presente cuento integra la Antología “Literatura Argentina 2006”, publicada por Editorial “De los Cuatro Vientos” de Buenos Aires.

La vieja casona donde funcionaba la sede central del Movimiento desbordaba de gente y expectativa aquella nochecita. Era el último domingo de noviembre: se celebraban las primeras elecciones nacionales en más de una década.Toda la ciudad estaba embanderada; los autos con parlantes aturdían con las pegadizas marchitas y cánticos partidarios, las calles estaban tapizadas de volantes y muchos edificios mostraban coloridas balconeras.Montevideo, ciudad normalmente gris y aburrida, era una fiesta.Yo regresaba a la sede después de recorrer una docena de barrios entregando viandas y sobres con listas de votación a nuestros delegados apostados en escuelas y liceos. Hacía mucho calor. El asfalto y el cemento recalentados retendrían el sopor hasta que cayera la noche o un chaparrón salvador. Estaba agotado pero feliz de haber cumplido mi tarea militante. Nuestras perspectivas no eran halagüeñas, por cierto. La mayoría de la prensa y los analistas pronosticaban una magra votación: una banca en el Senado –para el líder y verdadero “dueño” de los votos”- y cuatro o cinco diputados más, era todo lo que se podía esperar razonablemente.Sin embargo, algunos eran más optimistas.  Entre ellos, nuestro secretario de organización. “El Tata” Pena, como le llamábamos, era un personaje respetado –y aun admirado- en el mundillo político de la capital. El Tata no pasaba de los 35 años, aunque aparentaba más por figura regordeta, su incipiente calvicie y cierto desaliño en su vestir, que nos recordaba su bohemia.  También le decíamos “El Profeta” o “El Gurú”. Su sabiduría y su visión de águila lo habían hecho acreedor de tal apodo. En su oráculo nunca faltaban frases célebres que iban desde Platón o Maquiavelo hasta Marx  o Gramsci.Una frase suya tenía el peso de una sentencia. Y para esta elección, El Tata auguraba una votación muy superior a los pronósticos oficiales: -¡Vamos a ser la sorpresa, compañeros! –aseveraba, entre un trago de cerveza y la cuarta porción de pizza con fainá que devoraba en el bar  donde nos reuníamos los de la Juventud.Eran más de las nueve de la noche cuando subí la escalinata de mármol de la casona. En una sala a la izquierda del ancho corredor, el Tata había instalado su centro de cómputos. A la derecha, estaba la secretaría. Entre allí y dejé arriba de un mostrador las listas que me habían sobrado.  Mientras esperaba que se calentara el agua para el mate, fui a ver si las computadoras adelantaban algo. El Gurú estaba agazapado sobre una IBM que tecleaba afanosamente. Transpiraba a raudales y tomaba un mate tras otro que le ofrecía Guzmán, un compañero que estudiaba analista de sistemas.. El ambiente estaba caldeado. Había demasiado humo y olor a transpiración. Varios compañeros merodeábamos en torno a las mágicas pantallas verdes con numeritos blancos que develarían aquel misterio antes que el Ministerio del Interior.Entonces lo vi. Parado junto al balcón que daba a la calle, mirando alternativamente el cielo plomizo que tapaba los edificios y las caras de los operadores, estaba Pocho Cantón, NUMERO NUEVE en la lista de diputados..El candidato paseaba su gruesa figura por la sala embutido en un traje negro a rayitas blancas, pasado de moda y brillante de tanto planchado, con la ansiedad de un padre que aguarda en la maternidad el nacimiento de su primer hijo. Miraba hacia el piso de tablas, husmeaba sobre el hombro de los operadores y volvía a dar sus pasitos cortos, inseguros.  Se pasaba el pañuelo en su cara redonda y fumaba un Nevada tras otro.Es que para Pocho, hombre de “muchos conocidos pero pocos amigos”, pasional de la política y soltero irreductible a sus cincuenta años largos,  aquella elección se había convertido en un hito de su existencia. Empleado municipal desde muy joven, había sido Edil en 1971, merced a su estilo campechano, un sinnúmero de gestiones en el Palacio Municipal y “donaciones” de bolsas de Pórtland y chapas de zinc para los vecinos sin techo.Su carrera progresaba lentamente,  pero el golpe del 73 había frustrado sus aspiraciones de ser Diputado. Once años después, con muchos kilos de más y dos pre-infartos, Pocho ya no era aquel fervoroso líder barrial de otrora.  Y aunque él no quisiera reconocerlo, su salud pendía de un hilo.Eran las diez y media y la tensión aumentaba. Continuaban llegando militantes, candidatos, familiares, amigos... En eso, veo ingresar al líder y candidato a primer senador, acompañado de la plana mayor del Movimiento (quienes ocupaban los primeros puestos en la plancha de Diputados). Sus rostros eran adustos, expectantes.  Entraron a la sala de cómputos. Al verlo, Pocho tiró su cigarro y se adelantó a saludar al líder con un efusivo apretón de manos. Los otros políticos saludaron a los que allí estábamos con algunas sonrisas forzadas y esperaron de pie.-¿Cómo va eso, Tata, ya tenemos datos confiables? –preguntó el líder.-Todavía no, replicó el Gurú -estirando sus brazos entumecidos hacia la pantalla- pero no falta mucho; en unos minutos tendré un avance…-Bien, esperaremos.  Vamos a estar reunidos arriba con el Comité Ejecutivo, dijo, señalando la escalera, por donde lo siguieron los políticos.-¿Preparamos alguna declaración, doctor? –escuché que preguntaba el secretario, carpeta en mano- la prensa seguramente estará ansiosa. -Umm…todavía no, veremos que cantan las urnas, dijo el líder. Veterano de cien batallas electorales, el senador conocía el valor de la cautela.-Tiene razón el doctor, apoyó el primer candidato a diputados, recuerden lo que decía Don Pepe Batlle: “ El que se precipita, se precipita…al vacío,” -aclaró.Se escuchó un murmullo de aprobación y el grupo desapareció escaleras arriba.Sobre las once, el aire se cortaba con un cuchillo. Había llegado dos móviles de prensa y los periodistas aguardaban en la planta baja. Los teléfonos repicaban sin cesar y la remera desteñida del Tata mostraba dos inmensos lamparones debajo de las axilas. El ingeniero de sistemas parecía Chopin ante al teclado de su IBM.De repente, el Tata dio un alarido y levantó sus transpirados brazos (algo que todos esperábamos que no hiciera).  Pero entonces nadie reparó en ese detalle.-¡Bieeen, nomás! –exclamó el Gurú, abrazando a su compañero y besando luego a su novia -        Pocho y los que estábamos ya en la sala nos apretujamos a su alrededor.-¿Qué tenés, Tatita? –inquirió ella, ansiosa.-¡Yo sabía, yo sabía! – decía éste acercando aún más sus ojos a la pantalla.-¿Cuántos diputados, che, cuántos metimos? –imploró Pocho.-Puede haber un margen de error…pero, diez, seguro, Pochito, ¡entraste!-¿ Estás seguro? A ver, a ver, revisá la computadora, ¡por favor…!-Tal cual,  compañeros, apoyó el ingeniero, yo tengo cifras similares.La sala se llenó de gente, los periodistas pasaron corriendo hacia el primer piso, alguien puso la marchita del Movimiento en un radio grabador y todos nos abrazamos con quien teníamos más cerca. Un solo grito recorría las viejas paredes y llegaba hasta el patio con claraboyas: “¡Y YA LO VEE, Y YA LO VEE, ES EL MOVIMIENTO OTRA VEE!Pocho casi tropieza con el borde del marco de la puerta en su desesperada carrera hacia la secretaría. Corrió hacia el teléfono que estaba sobre el mostrador y discó nerviosamente. Aguardó unos interminables segundos, secándose su gorda papada hasta que del otro lado levantaron el tubo.  Me acerqué sigilosamente para escuchar:-Sí, Mamá, soy yo; escuchá: ¡entré, soy diputado!-….-Sí, ya sé que nadie lo esperaba, pero la política es así, siempre hay sorpresas.…..-Claro. Me quedo un rato más con los muchachos y voy festejar con vos, ¿eh?Cuando colgó el tubo parecía otro. Sacó pecho intentando esconder la panza, respiró hondo, se ajustó el nudo de la corbata azul con pintitas blancas (la única que le conocíamos) y levantó la cabeza como un prócer posando para un pintor o un escultor. Era su momento de gloria.  Seguramente, toda su existencia pasó ante sus ojos en aquel instante:  la prematura muerte de su padre, las humillaciones durante la dictadura, las burlas de sus propios compañeros (que no creían en él), las recorridas a pie por el barrio y los cantones (clubes), convenciendo o simplemente prometiendo favores.  Siempre a la caza de un votito más........Regresé a la sede recién en febrero. El quince de ese mes asumía el nuevo Parlamento.Me costó reconocer la casona. Estaba pintada de un rosado intenso, con carteles luminosos y flamantes banderas,  moquetas marrones y nuevas computadoras. Al entrar, me topé con un compañero que salía, presuroso, con una carpetita de cartón y elásticos bajo el brazo. Era Martín Antúnez,  mano derecha, secretario y  primer suplente de Pocho  Su rostro, usualmente serio, resplandecía como un sol de verano aquella mañana. -¿Me acompañás?  Voy a Harrington –invitó con una sonrisa orgullosa. - Ahh…¿estás por casarte? -pregunté asombrado..- No, por ahora no. Necesito un buen traje:  asumo como diputado titular y...-¿¡…!?-¿Cómo, no te enteraste? A Pocho le dio un ataque al corazón en la última comilona que hicimos en el cantón…Sí, esta vez no se salvó; pobre, es que no se cuidaba nada… -¡Qué lástima! –exclamé:. ¡cómo me hubiera gustado verlo en su banca de diputado!  .