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09.07.2013 07:53 / Mis artículos

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Caminé un rato por la enorme nave de metal, sobre sus pisos de adoquines, mirando el cielorraso de madera e ingenio, entre frutas y verduras brillantes, libros, ultramarinos, muebles, productos para celíacos, carne y pescado y por una gran plaza de comidas y cafés. Y me emocioné.

Sí, a veces los objetos, incluso los grandes objetos pueden emocionar. Y no estoy en una época de mi vida de emociones fáciles. Todo lo contrario.

Me emocioné porque pude mirar desde el presente un pasado de sueños, de grandes proyectos en el que los uruguayos construían con tanta audacia, con tanto despilfarro de buen gusto y de sentido estético un mercado para vender frutas y verduras. El Mercado Agrícola de Montevideo.

La historia pesa, sin historia no hay identidad. Ese es también el relato de cinco vecinos de Montevideo que donaron el terreno en el año 1903, de todo el proceso que culminó en 1913 con el pleno funcionamiento del Mercado Agrícola. Fue un proyecto de los arquitectos Antonio Vázquez y Silvio Geranio.

En el año 1999, fue declarado Monumento Histórico Nacional, pero era una ruina en un barrio que se tugurizaba cada día, territorio “comanche” que a pocos metros del Palacio Legislativo y de las facultades de Medicina y de Química era la imagen de la decadencia de ciertas zonas de la ciudad. Una ruina que arrastraba y era arrastrado por el barrio Goes.

Me emocioné porque sentado en uno de sus cafés, mirando, oliendo, observando y sobre todo sintiendo los detalles, el buen gusto, una estética de la modernidad con historia, pude imaginarme el futuro de mi ciudad y de mi país desde esa nueva realidad. E imaginar es tener sueños despierto. 

Se puede, con el esfuerzo de muchos, pero con los liderazgos necesarios. Y es justo reconocerlos, porque la recompensa no son los reconocimientos, es la obra, es el resultado, es caminar bajo ese techo o mirarlo desde afuera y recordar desde donde partieron, pero es una obligación para nosotros, que solo podemos gozarlo, apreciarlo.

Es un esfuerzo extraordinario de la Intendencia de Montevideo y de Ana Olivera, es de las mejores obras que se han hecho en Montevideo en muchas décadas a la redonda, es el aporte y la tenacidad de Beatriz Silva, que se puso el proyecto al hombro desde su inicial e improvisado escritorio en un baño hasta la magnificencia de la actualidad y es el aporte de un arquitecto de la IM Carlos Pascual que le aportó su capacidad profesional, su profundo sentido de servidor público y su talento. Era el mayor desafío: reconstruir con igual o superior talento que sus creadores, en otro mundo, otra sociedad y otra ciudad. Y lo logró.

El MAM ahora está a la altura de mercados de este tipo en Europa, incluso los supera en muchos aspectos. Y con esta opinión no regalo nada.

Fue desde el inicio un factor de integración social, porque los 20 primeros trabajadores  que pasaron al proyecto eran beneficiarios de planes sociales del MIDES y la mayoría de ellos hoy son parte esencial del MAM, de su impulso y de su valor.

El MAM es además un mensaje. Al barrio que lo recogió y comenzó a avanzar en diversos frentes con el aporte y la planificación de diferentes organismos del Estado. Es un mensaje a la ciudad: se puede y se debe rescatar lo mejor del pasado y sobre esas piedras, esas vigas metálicas, esos sueños iniciales, construir los nuestros, desde una nueva estética y una nueva integración con la zona, con las empresas privadas que participan del proyecto y hoy de la realidad.

Es un mensaje de que el progreso siempre fue una vanguardia en la estética, en la belleza, en un urbanismo de calidad y de sentido integrador. Un mercado no es sólo un lugar de transacciones, donde se compra y se vende, es un lugar donde encontrarse, donde compartir, donde sentirse más montevideanos, donde llevar visitantes, donde vivir un momento, un instante mejor.

Me emocionó la recuperación en cada uno de sus aspectos el profundo sentido cosmopolita, que tanto tiene que ver con nuestra ciudad y con ese barrio. Con Goes.

Espero ir con más tiempo, poder mirar más a fondo, respirar más hondamente su atmósfera, escudriñar en sus rincones, observar sus techos maravillosos, apreciarlo desde el exterior.

Federico Fellini, ese creador genial que nos sigue emocionando con sus películas y su personalidad, junto a su “Gelsomina”, su Giulietta Masina, dijo un día, que lo que le permitía levantarse cada mañana era la curiosidad. Es muy bueno que un mercado, unas paredes de cemento, vidrio y acero, nos aporten nuevas curiosidades. Son mucho más que un mercado.




02.07.2013 08:15 / Mis artículos

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El senador Ope Pasquet no necesita que nadie lo defienda en su interna partidaria. A la interna del Partido Colorado hay que entrar con mucho cuidado o guiándose por aquella feliz frase de Napoleón, “cuando veas a tu enemigo equivocarse, no lo interrumpas”.

El asunto es que la embestida de muchos dirigentes del Partido Colorado contra Ope Pasquet no es un tema interno, es parte de la historia reciente del país, es una visión cerrada a todo tipo de análisis crítico de parte de una colectividad en clara decadencia.

El Partido Colorado no despega, porque está anclado a sus verdades, a la defensa irrestricta de su relato y a cerrar todas las puertas posibles a cualquier análisis autocrítico. Ellos nunca fueron responsables de nada. Típica reacción de un oficialismo eterno que no termina por aceptar que aquellos tiempos se fueron para no volver.

El senador Pasquet se permitió la osadía de una autocrítica: "No pretendo hacer aquí ni el esbozo de una crónica de estos hechos que enlutaron a la sociedad uruguaya", manifestó Pasquet, para agregar que tampoco tenía la intención de "señalar culpas a unos y otros" por lo sucedido hace ya 40 años.

También sostuvo que tenía "el derecho y el deber de señalar las responsabilidades de mi partido", para agregar inmediatamente que  "el decreto de disolución de las Cámaras fue firmado por Juan María Bordaberry, quien fue electo presidente por el lema Partido Colorado", afirmó Pasquet.  "Es cierto que no fue elegido por una Convención o en elecciones internas pero resultó presidente por el lema Partido Colorado y esa es nuestra responsabilidad", agregó.

Ope Pasquet recordó que cuando el entonces presidente, Juan María Bordaberry,    disolvió las Cámaras "algunos colorados lo apoyaron, entre ellos Pacheco Areco, pero otros colorados manifestaron su rechazo tajante desde la noche misma del 27 de junio" y recordó a "los senadores del Batllismo" por oponerse al golpe "en términos categóricos y contundentes, condenando a los golpistas", para a continuación evocar a los senadores colorados que se opusieron desde el inicio a la dictadura: Amílcar Vasconcellos, Eduardo Paz Aguirre, Luis Hierro Gambardella, Héctor Grauert y Nelson Constanzo.

Finalizó su intervención haciendo  un llamado defender los derechos de la población y la vigencia del Pacto de Costa Rica. "Sin instituciones democráticas no hay nada, no hay paz, si no empezamos por respetarnos no va a haber nunca paz, el respeto, la tolerancia y la convivencia son absolutamente indispensables”.

 ¿Qué fue lo que encolerizó tanto a muchos líderes y ex líderes colorados hasta el punto de insultarlo, agredirlo y tratar de descalificarlo?

No fue por el abordaje específico del tema, fue haber roto el muro aparentemente impenetrable de la complacencia colorada, del relato colorado, de la historia “oficial” colorada. Y conste que no digo batllista.

Es una reacción típica de esas colectividades políticas tan atornilladas al poder que hacen de esa verdad oficial la bandera esencial de su existencia, aunque para ello haya que ocultar una parte fundamental de la historia.

Si señores, Julio María Bordaberry era un presidente colorado que se transformó en dictador, puesto a dedo en ese cargo por otro colorado, Jorge Pacheco Areco y de sus gobiernos, formaron parte con entusiasmo y devoción muchos de los indignados dirigentes colorados actuales.

El Consejo de Estado, esa fantochada designada a meñique limpio por los militares estuvo integrada por blancos y colorados, sobre todo por colorados, que en muchos cargos brindaron su aporte a la dictadura. Y aunque esa no sea la historia “oficial” colorada, es cada día más la historia nacional aceptada por la gran mayoría de los uruguayos y uruguayas.

Nadie niega, al contrario, el papel de aquellos dirigentes colorados que se batieron contra la dictadura, que en diferentes momentos se integraron a esa mayoría nacional creciente que se enfrentó al régimen cívico militar, pero es precisamente en honor a esas personas que se debería contar toda la historia, incluyendo las responsabilidades en el apoyo a la dictadura. Es un deber hacia la historia nacional y hacia la propia historia colorada. No todos fueron iguales.

La izquierda discutió, reconoció en la inmensa mayoría, sus errores, sus debilidades y desviaciones democráticas en relación a episodios como los comunicados 4 y 7, para tomar un solo ejemplo, pero no hubo jerarcas de la dictadura de izquierda, la inmensa mayoría de los presos, torturados, asesinados, desaparecidos y exiliados, fueron de izquierda, y es en honor también a esa parte de nuestra historia que debemos tratar de ser coherentes, serios y buscar la verdad. Incluso desenmascarando a los traidores.

Los colorados no pueden seguir ocultando sus responsabilidades distribuyendo culpas – como hicieron destacados políticos puestos a historiadores – a tupamaros o luchadores sindicales, o a cualquiera que no sea colorado.

Esa historia ya no resiste el menor análisis, ni se soporta con iras, insultos y pataleos, incluso en el Partido Colorado hay gente seria e inteligente y sobre todo abierta a mirar la historia en toda su complejidad que hace su aporte a un relato más nacional, más democrático, menos enano.

La pregunta que deberían formularse esos iracundos dirigentes colorados es si esa incapacidad de mirar el futuro, desde un sentido de mínima autocrítica sobre el pasado, no es una de las principales causas por las que un pesado yunque de plomo los tiene en el fondo de la tabla del apoyo ciudadano. Firme y, eso sí, inseparable de su inmaculada historia oficial.




25.06.2013 09:00 / Mis artículos

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La convocatoria para confirmar con el 25% de la voluntad de los ciudadanos la realización de un referéndum sobre la ley de despenalización del aborto fracasó. Los porcentajes importan, no se alcanzó ni la mitad de los votos necesarios, apenas un 8.88%.

Se discutió en los medios no solo ni principalmente sobre los aspectos legales, sino sobre el fondo del tema, sobre el aborto desde el punto de vista religioso, filosófico, médico, moral y político y desde los derechos de la mujer y del conjunto de la sociedad.
Esperemos que los convocantes al referéndum asuman plenamente el pronunciamiento ciudadano, con la misma tenacidad con la que se aferraron a otros resultados refrendarios.

Cuando se inician estas batallas políticas y con contenidos tan amplios, hay ganadores y perdedores, generosidades y miserias. Que cada uno haga sus propios balances.
Ninguna de las encuestadoras previó una participación tan baja. Es notorio que cuando los actos eleccionarios en Uruguay son voluntarios, es decir no obligatorios, como el domingo pasado, el margen de error se multiplica por mucho. Es un fenómeno que requiere de parte de estas empresas un enfoque dinámico y profundo. Lo cierto es que deberán ajustar sus mecanismos para estos casos, las diferencias son muy grandes.

La no concurrencia a las urnas es una de las opciones muy fuertes en este tipo de convocatorias electorales y todas las fuerzas políticas y sociales deben considerarla muy seriamente. Este es uno de los casos.

Predijeron que no se llegaría a los votos necesarios, pero nadie anticipó que no llegarían ni siquiera al 10% del cuerpo electoral. Reflexionemos…

Es notorio que la ley fue confirmada y que este es un triunfo de las organizaciones sociales, femeninas y las fuerzas políticas, el Frente Amplio, el Partido Independiente y figuras de los partidos tradicionales, que como Julio María Sanguinetti se pronunciaron en contra de esta convocatoria, y por fundadas razones. Un papel que quiero destacar es el de la presidenta del Frente Amplio, Mónica Xavier. Fue su primera gran batalla política de importancia y demostró inteligencia, equilibrio y principios.

Es –según obviamente mi opinión- un triunfo de la parte más avanzada, más liberal en el sentido de las libertades y derechos ciudadanos de la sociedad uruguaya, e incluso el mapa de los porcentajes de participación muestra nuevamente la distribución de esas fuerzas en el territorio nacional, con un papel fundamental para Montevideo. Aunque el referéndum perdió en todos lados.

Es un triunfo de las mujeres, en el sentido civilizatorio, es un paso importante, que supera el propio texto de la ley, como reafirmación de un camino de avances, de conquistas de derechos que viene de lejos y deberá seguir todavía un largo camino.
El día que se aprobó la ley sobre la salud reproductiva el Uruguay dio un paso muy importante, este domingo lo reafirmó, ante el resultado de las urnas. Ahora le ley tiene todavía más fuerza y valor.

Es una señal de que se pueden y se deben construir mayorías más amplias que las partidarias para batallas de este significado democrático y por los derechos y libertades.

Es además una lección que todos deberíamos aprender y atesorar. La división cruzaba en este tema los diversos partidos y sectores sociales con mil matices y sin embargo pudimos discutir serenamente, argumentar, opinar y expresarnos. Eso enriquece en serio la democracia.

Los propios convocantes al referéndum deberían considerar que el 91% de los uruguayos no le dio la espalda a la vida, no votó a favor del aborto, no abdicó de sus convicciones, simplemente mantuvo una ley en un estado laico y democrático y reconoció que la penalización del aborto fue un gran fracaso y que hay que dar vuelta la página.

El resultado del domingo no termina con la polémica, simplemente pasa a otro plano, que debe seguir y profundizarse. Pero la ley está plenamente vigente y debe aplicarse en todo el país.

El debate no seguirá ni debería seguir solo sobre el tema del aborto, sino sobre el uso del aparato del Estado y sus leyes para imponer determinadas convicciones religiosas, filosóficas o médicas. Es parte esencial sobre la construcción colectiva de las libertades.
La batalla por la salud de las mujeres, por sus derechos y los derechos de todos los uruguayos debe seguir en la agenda, con mucha fuerza, incluso el debate ético sobre el aborto.

No es cierto que perdió la vida, como algunos radicales convocantes al referéndum – no todos- quisieron instalar en el debate, dependerá de la aplicación plena del texto y del espíritu de la ley que se fortalezca la educación sexual adecuada y a todos los niveles, no solo como elemento de responsabilidad en la reproducción, sino como crecimiento en la salud pública y la cultura de nuestra sociedad.

Es un triunfo de esas mujeres y hombres que hace muchos años se baten con todas sus fuerzas por terminar con ese resabio, ese retroceso en nuestra legislación que imponía e impuso tantas injusticias sociales, tanta hipocresía en un tema muy delicado. Recordémoslos, porque detrás de las causas y las batallas, hay siempre luchadoras y luchadores. Tenaces, inteligentes, infatigables.

Tenemos que ensanchar al máximo el campo de los que aporten su esfuerzo por una maternidad responsable, por disminuir los abortos, por ayudar antes, durante y después a las mujeres que enfrentan esos dilemas y sus consecuencias. No se cerró una página, hay otra que se abre llena de posibilidades, de sensibilidades y de necesidades.

No tenemos que hacer nada para profundizar las diferencias que existen y hay que asumirlas, sobre este tema.

Hoy el Uruguay es un poco más democrático y libre.


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