La relatividad de las matemáticas, o la variedad de cristales con que mirar…
|
Como un enunciado de la cultura pop se transforma en páginas de prensa, horas de radio y minutos de televisión.
El taller era una sucesión de 3 habitaciones, comenzando por la que tenía la gran mesa de trabajo, donde dibujábamos sobre el papel protector del acrílico, lo cortábamos y lo preparábamos para pegar sobre las bandejas, también cubríamos los armazones de hierro con chapas, los pintábamos y les colocábamos la iluminación. En la siguiente habitación estaba el horno donde se calentaba la plancha de acrílico y luego se introducía en la gran prensa que estaba a su frente, a fin de darle la forma a la bandeja. Y a continuación venía aquella que usábamos como depósito de recortes de materiales, y diversos elementos que en todo taller se acumulan. Ese fue mi mundo fuera del estudio por 3 años. Ahí aprendí a trabajar con esos materiales, apliqué los conocimientos adquiridos en la U.T.U. en materia de electricidad, y también crecí en cuanto a lo propio de la adolescencia: amores, desamores, amistades, enemistades, sueños, fracasos, logros y pérdidas. Todo ello sazonado con esa música que hoy atesoro y comparto, esa que en aquel momento me alegraba, me acompañaba, suplía carencias y me contenía.
En aquel año 84, previo a las primeras elecciones democráticas de mi vida consciente, no conocía demasiados programas radiales donde alimentar esa sed de conocimientos. La mayoría de las emisoras escuchadas por gente de mi edad eran en AM, como el mítico “Musicalísimo” del querido Abel “Negro” Duarte, o Radiomundo con un eterno Berch Rupenian. Las FM’s aún estaban en pruebas, siendo “Emisora del Plata” y “Palacio” las que se captaban con mayor fidelidad en nuestros receptores. Al tiempo se inaugura “Azul FM” y posteriormente la que marcaria una época y la que nos formaría como jóvenes pensantes, sensibles y por sobre todas las cosas, informados como diría Michael Moore, con “the awful truth”, en nuestro castellano más básico, la cruda verdad. Estoy hablando de “El Dorado FM”, tal vez el medio que incidió en mayor medida sobre aquella generación, no solamente con su música, sino con aquellos locutores tan únicos y sin miedo a emitir un juicio o un concepto, como tampoco pruritos a la hora de reconocer que estaban equivocados cuando eran confrontados con argumentos. Allí conocimos al gran Jean Losteau, al controversial Daniel Figares y al hoy popular (aunque no santo de mi devoción) Lic. Orlando Petinatti.
Programas como “El Subte” o “Tarde de Perros” se hicieron culto en esa religión de la música y el saber pensar, matizados con otros como “Ranking 100.3” y algunos de vida efímera, pero los cuales supe disfrutar muchísimo. Aun recuerdo tener un cuaderno donde anotaba las canciones que formaban parte de ese conteo semanal y cuantas semanas estuvieron en él, siendo el récord “With or Whitout You” de U2 con 42 semanas registradas por este servidor (si, lo sé, no tenía muchas cosas más importantes que hacer…).
Dentro de las muchas cosas que aprendí en ese período, fue con Daniel Figares con quien más me identifique y logré comprender muchas de las situaciones que me rodeaban, tanto a nivel político, como social y sobre todo, musical. Pero un día dijo una frase que me persiguió todos estos años hasta aquí. A raíz del fallecimiento de Julio Cortázar (1914 – 1984) y su admiración por el trabajo de este maestro, mencionó que las muertes de los artistas venían de a tres. Recuerdo que enumeró la de Cortázar, la de Truman Capote (1924 – 1984) y no logro traer a mi memoria la tercera, pero existía. Al continuar mi vida y mi bagaje social y cultural, fui comprobando que esa tesis tenía cierta asociación con la realidad, sea por subjetividad y amontonar de a tres los fallecimientos de famosos, o porque ciertamente así sucedía.
Lamentablemente este enunciado volvió a cobrar resalte en mi mente y mi corazón, debido a los recientes sucesos tristes que tuvimos que afrontar, meditar y homenajear, al menos tarareando, silbando o entonando alguna estrofa de sus piezas más populares:
Whitney Elizabeth Houston (Newark, 9 de agosto de 1963 – Los Ángeles, 11 de febrero de 2012), mi princesa del pop, con una voz como para despertar el corazón del Dr. Frío con esas baladas increíblemente románticas y excelentemente interpretadas. Temas bailables o simplemente disfrutables como “Saving All My Love For You”, “How Will I Know” y “Greatest Love Of All”, o su consagración como dueña de nuestros corazones con la versión del tema de Dolly Parton, “I Will Always Love You”.
LaDonna Adrian Gaines, o más conocida como Donna Summer (Boston, Massachusetts, EUA, 31 de diciembre de 1948 - Key West, Florida, EUA, 17 de mayo de 2012), la reina indiscutida de la música disco, que aún siendo anterior a mi época adolescente, supo hacerme entender que quería decir ese estilo, cuál era la esencia de la diversión y el baile. "MacArthur Park", "Last Dance", "Bad Girls" y "Hot Stuff" pasaron a ser parte primordial de nuestra discoteca (o cassetteca, según como se mire) en cualquier baile de barrio que nos invitaran a amenizar.
Robin Hugh Gibb, (Douglas, Isla de Man, 22 de diciembre de 1949 – Londres, 20 de mayo de 2012). Si Donna Summer era la reina disco, indudablemente los Bee Gees fueron los monarcas masculinos de ese movimiento. Y no pude menos que involucrarme emocionalmente con el personaje de Tony Manero, al recorrer esas calles de New York al ritmo de “Stayin’ Alive”, “Night Fever” o "You Should Be Dancing". Cierto que llegué tarde tal vez como 10 años, pero lo disfrute y mucho, con la voz de Robin diciéndome que solo había querido comenzar una broma (“I Started a Joke”).
No sé nada de notas necrológicas, ni me llevo muy bien con la pérdida de seres queridos o al menos, importantes en mi vida. La vida fue, es y seguirá siendo un constante aprendizaje, un constante ganar y perder, aunque muchas veces parezca que es solo perder, o al menos, el desequilibrio sea patente. Pero de ese aprender que menciono, está el saber extraer de cada persona, de su legado, sea musical, filosófico, político o meramente artístico, lo mejor y lo más puro. Sin importar como fue rodeado, cuáles fueron sus batallas perdidas, o todas sus equivocaciones. Su arte o su enseñanza es lo que perdura, y lo que perdurara de mi el día que me toque vestir el sobretodo de madera, única certeza en este mundo de preguntas sin respuestas, pero que elijo vivir cada día y exprimir gota a gota lo que me tiene preparado.
Una amiga a la que agradezco sus comentarios y anotaciones, me hizo un comentario interesante: 1984 fue un año bisiesto, 2012 también lo es… Tendrá algo que ver? Será parte de esos mitos del rock? Interesante pregunta…
Salud Whitney, Donna y Robin!!
De tribus urbanas, o de porqué la sociedad refleja su retroceso en aquel “capital llamado muchachos”…
En aquel primer viaje solitario a Buenos Aires tuve la posibilidad de vivir de primera mano un fenómeno que desde aquí no teníamos más que referencias. La muchachada marchaba a sus “colegios” o al “secundario”, salía a sus actividades favoritas y culminaba los sábados en sus salidas a los lugares de onda, identificados plenamente con la música que escuchaban. Digamos que en mi ignorancia acerca del tema, logré captar 3 grupos principales y algún par minoritario. Allí teníamos a los “rockeros del palo”, emergiendo de las clases sociales media y media baja, quienes tenían como insignias a grupos como “Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota” y a “Sumo” (vaya contraste, con un inglés diciéndoles que era ser del palo). Por otro lado estaban los “conchetos”, jóvenes de clase social media alta y alta, abanderados con “Soda Stereo” y “Virus”. El último gran clan sería el de los “rollingas”, aquí ya sin distinción de clase social o digamos que no era tan evidente, y que además de ser fanáticos de los “Rolling Stones”, tenían su propia versión local con los “Ratones Paranoicos” y un Juanse al cual todavía no se le identificaba con “Pomelo”, ese gran personaje de Capusotto. Los otros grupos a los que llamo minoritarios, tal vez no porque los fueran, sino porque el lugar donde me movía no cumplía con los requisitos para su proliferación, serian los bailanteros, los metaleros y los punk.
Al retornar de esa semana de experiencias movilizadoras y profundas, intente ver qué pasaba en mi país, en mi ciudad específicamente. En la Escuela de Comercio a la que asistía, digamos que encontré mayoritariamente a lo que podríamos llamar conchetos, aunque aquí se le dio otro cariz, dado que a pesar de surgir de clases sociales con cierta comodidad económica, no tenían esa actitud sobradora o selectiva. Pero básicamente escuchaban el rock argentino más anglosajón, así como también grupos como “Duran Duran”, “Erasure”, “Modern Talking”, y la movida tecno que recién comenzaba. Por otro lado había un par de grupos similares en cuanto a vestimenta y actitud, pero se diferenciaban por los grupos que los comandaban. Estoy hablando de los metaleros, con “ACDC”, “Iron Maiden” y “Kiss” a la cabeza, y del otro lado los punk, quienes tenían una característica interesante, dado que aquí llego casi 10 años después de su nacimiento o auge en Inglaterra, con los “Sex Pistols” ya disueltos, con los “Clash” en crisis y sosteniendo en alto la bandera, los míticos “Ramones”. Completando el abanico de tribus, como se les denominó, tendríamos a los “cumbieros”, quienes con “Casino”, “Cumanacao”, “Borinquen” y “Palacio”, llenaban los oídos y las pistas de muchos locales bailables famosos como el “Euskaro”, “Rowing” o “Quinta de Galicia”, así como bailes barriales, cumpleaños de 15 o casamientos, y los casi autoproscriptos “cantopopu”, curtiendo a Silvio Rodríguez, Viglietti, Rumbo, Pablo Milanés y la querida “Negra” Sosa.
El presente artículo no pretende analizar esos grupos, ni tampoco cubrir la totalidad de los existentes en esa época ni la actual. Solo intenta en primer lugar, recordar aquellos marcadores que identificaban grupos de jóvenes iguales en esencia, pero diferenciados en actitudes y vestimenta, alrededor de la música. Este es un blog de música y a eso intento ceñirme, a mis recuerdos, a mis vivencias, a lo que la música inspira, motiva y genera.
Sin embargo en este día el segundo propósito, no es tan naif ni puro. Es sobre los cambios en nuestra sociedad y la utilización de los diferentes grupos juveniles en la exteriorización de esos cambios.
Domingo, 6.30 de la mañana, explanada de la I.M.M. Una treintena de muchachos de entre 13 y 17, chicas con el primer período algunas y chicos sin sombra de pelusa en la cara todavía. Mismas ropas, mismo calzado, mismo caminar, misma actitud. Solo los diferencia el pelo: unos pintados de amarillo y laciados, los otros con una cresta armada en base a gel. Unos eran “Planchas” y los otros “Wachiturros”. Llegaron a la explanada y se armaron los dos bandos. Los chicos gritándose las cosas más gruesas que encontraban y animando a los más grandes a pelear. Las chicas diciendo cosas aun más gruesas que los chicos, mas groseras pero además, más humillantes para ellas mismas, incentivando a que se lastimaran todo lo que pudieran. La razón de la pelea no la encontré a pesar de escuchar todos los gritos muy atentamente. Lo único que podría decir alegaban, era la música que escuchaban, nada más.
En aquellos años de mi juventud y descubrimientos de vida, jamás vi a los metaleros pelearse con los punk, a los cumbieros tirándole piedras a los conchetos. No sé si por el ambiente pesado y controlador de la dictadura. No sé si porque tal vez en nuestras casas nos enseñaban lo que era ser diferente y poder sobrellevarlo. Diversidad es la palabra. Tanto en pensamientos, en creencias, en vestimenta, en música, en poder adquisitivo. Y eso no tiene ni debe llevar a peleas ni agresiones. Pero eso se enseña, eso se transmite desde la familia y desde las autoridades, tanto de los centros educativos como del gobierno. Será esta la razón? Será este el problema? Estaremos dejando que nuestras frustraciones, desilusiones, fracasos y derrotas se conviertan en enseñanza de intolerancia? Para que Jorge quería mantener el “capital llamado muchachos” si no teníamos nada bueno para enseñarles?
La música nos enseñó que somos todos iguales, con todas las diferencias que tenemos. Nunca nos enseña a pelearnos, a no ser algún enfermo al cual escuchan tipos más enfermos todavía. La música es lo que lleva a nuestra alma a llorar, reír, amar, desear, pero no a odiar, ni a vengarse. La esencia de la música es descubierta y desenterrada para conocimiento de todos, por corazones sensibles y dados a construir. Yo quiero ser de estos, por eso estas palabras escritas en este día…
El Mundial del 78, las Malvinas y el ROCK argentino, buscando una identidad en el corazón del oriental huérfano de ídolos…
Ya desde el folclore, el tango y aún el arte, siempre hubo una mezcla y una discusión eterna. Quién era el mejor intérprete, o el mejor autor, o quién tocaba mejor la guitarra. Y cuando Zapata murió, nos dejo una enseñanza, si no la ganas la empatas. Gardel era francés, Juana era de América, y Atahualpa era rioplatense, al igual que Mareco, Almada, Espalter y Berugo. Crecimos desde la incertidumbre de cuál era nuestra identidad, ya que ser argentino era ser porteño, y ser porteño era casi como mala palabra. Pero sin embargo admirábamos su capacidad de generar ídolos, leyendas y hasta éxitos de piedras inanimadas y frías.
Un día estábamos con Carlitos preparando la música para una fiesta que teníamos el sábado siguiente en un club, el primer evento fuera de una casa que nos tocaba hacer. Estábamos muy concentrados en armar los diversos momentos musicales, donde recorríamos el pop de Jacko y Madonna, el rock de ACDC y Men At Work, las baladas de Air Supply y Elton John, la farándula con algo de música brasilera y la ola disco italiana, así como el momento de la “porteñada”. Seleccionábamos lo que engancharíamos, siendo habitué de esos espacios el querido grupo “Los Abuelos de la Nada”. En eso, muy inocente y sin conocimientos de escenarios (no tenía tele y menos MTV), le pregunto el porqué de que Calamaro no fuera el vocalista principal del grupo, y si lo era Miguel Abuelo. Mi amigo, con una sonrisa socarrona y sobrado de argumentos me contesta: “Es que Miguel es un monstruo en el escenario, Calamaro se dedica más bien a los teclados y la parte arreglística, además de escribir varias de las canciones”. Para mí fue una revelación. No cantaba el que afinara más o tuviera una voz más melodiosa. Lo hacia quien diera mas espectáculo. Este concepto me persiguió por mucho tiempo y me dedique a investigar a los diversos grupos existentes, siendo ese descubrimiento probado y comprobado en cada oportunidad.
Sin embargo, este día no quiero abundar sobre quién debería cantar, o que debería primar. Sino sobre el rock argentino y su influencia en nuestras vidas. El poder entender (o al menos saber que querían decir esas palabras, aunque todas juntas no dijeran nada) convertía a todos esos grupos en nuestros. En cada baile o en nuestros hogares, cantábamos a gran voz cada estribillo. Piensen conmigo y mencionen himnos en español: “Tirá para arriba”, “Mil Horas”, “Demoliendo Hoteles”, “Bailando en la Vereda”, “Luna de Miel”, “La Rubia Tarada”, “Jijiji”, “Cleopatra”, “Pensé que se trataba de Cieguitos”, “De Música Ligera”, “Don José”, “Es por Amor”… Sé que ustedes habrán agregado muchos más y esa es mi idea también al despertar estos recuerdos.
Nos dolimos con la separación de “Los Abuelos…”, las muertes de Miguel Abuelo y Federico Moura, estábamos expectantes de cada nueva locura de Charly, tratábamos de comprender la cabeza de Spinetta, criticamos las pretensiones glamorosas de Soda Stereo. Crecimos con toda esa música en nuestras cabezas y con la convicción de que estaban ahí nomas, cerquita, solo cruzabas el “charco” y ya eran nuestros. Sabíamos lo que hacían, lo que comían, con quienes se acostaban, si les dolía la barriga. Solo teníamos que leer “Radiolandia” y “Siete Días”, o si de casualidad llegaba alguna “Humor”, y allí nos enteraríamos de algunos chismes (hoy llamado “periodismo de farándula”) aunque fuera con algunos meses de atraso. Y si lo pensamos hoy a la distancia, estaban más cerca nuestro el Indio Solari, Charly Alberty o Pipo Chipolatti, que Ricky Musso, Renzo Teflón o el gordo Parodi. Siempre con esa mentalidad bien uruguaya: “pero si este pibe estudia acá, el flaco aquel labura en el súper, el gordo toma el 7A todas las mañanas conmigo!!”. Pero este sentir no era monopolio de los jóvenes en los 80, sino que habíamos mamado esto de nuestros progenitores, y si hay dudas, pregúntenle a Julio Sosa!!
Sin embargo los tiempos cambian, la Negra Sosa decía que nos vamos poniendo viejos y hasta el amor no reflejamos como ayer, sin embargo, esa es una de las materias en donde más hemos aprendido y donde nos hemos especializado a pesar de los fracasos, y estoy hablando del amor. Asimismo, también en cuanto a la identidad, a la valorización del tipo que busca un producto excelente, sea en el área que sea. Y si no, lean nuevamente el artículo de la semana pasada y verán algunos grupos de los que hablo y su evolución, no sólo en su música, sino en nuestros criterios acerca de ellos.
Ya no necesitamos ídolos importados ni piedras rodantes, a pesar de haber sido nuestros en aquellos años difíciles. Salud a los hermanos argentinos y su música que nos formó!