02.06.2011 15:22  |  Mis artículos

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El primer registro que tengo de una despedida ocurrió a los cinco años. El gordo Pérez era mi mejor amigo, y a pesar de que en aquel tiempo yo no sabía lo que era realmente la amistad, lo consideraba así.

En el aeropuerto jugábamos al fútbol con una pelota de papel que hicimos con las páginas de una “Patoruzú” olvidada por un despistado pasajero. Mientras tanto, mi madre, vecinos y parientes se despedían de la familia Pérez. Los adultos no estaban contentos, el único feliz era el gordo, porque iba a viajar en avión o, quién sabe, por no saber por qué se tenían que ir.

Puso la pelota de papel a unos 10 metros, yo en posición de arquero. El gordo tomó carrera, pateó y……gooooooooooooooooooooool de Morena. Saltó, gritó, se tiró al piso, besó un escudo de Peñarol imaginario y le agradeció a una hinchada que existía apenas en su imaginación.

Sinceramente, yo podía haber atajado la pelota, como siempre lo hacía, pero ¿para qué? Si ese gol lo acompañó en el viaje, en sus primeras semanas y meses en un país totalmente desconocido. Ese gol fue mi regalo de despedida al gordo Pérez.

Dos policías acompañaron a la triste familia hasta casi entrar en el avión, mi amigo exhibió su pelotita en una mano como si fuese un trofeo y me dio su último adiós.

Estoy seguro de que con el pasar de los años se olvidó de mi, pero no de aquel gol.

Fue el primero de muchos goles que me dejé hacer en pro de la felicidad de las personas que amaba.   

Nunca más lo vi. Capaz que por eso asocié las despedidas con tristeza, con lágrimas, con adiós, con nunca más volver.

Nuestra vida es una constante despedida, nos despedimos de una barriga calentita y llegamos al mundo.

Nos despedimos de nuestros padres en la puerta de la escuela y nos morimos de miedo porque pensamos que no vendrán a buscarnos.

Nos despedimos de la escuela para entrar al liceo y de nuevo nos morimos de miedo porque ahora serán profesores y no maestros.

Nos despedimos del liceo con la preocupación de elegir la carrera correcta, pues nuestro futuro ahora dependerá de nosotros.

Nos despedimos aterrorizados de la facultad y salimos con un diploma debajo del brazo que puede no querer decir nada. Nos piden experiencia siendo que nunca trabajamos, nos pagan poco porque nunca trabajamos y cuando se cierran todas las puertas hacemos las valijas y nos despedimos como el gordo Perez, en busca de un futuro mejor en un país en que muchas veces nos pagan menos, nos tratan mal, nos hacen trabajar más pero que, a pesar de todo, lo preferimos, porque simplemente tenemos trabajo, a pesar de ser menos felices. En ese momento nos despedimos de los sueños.

Nos despedimos de novias diciéndoles “voy a pensarlo mejor, capaz que volvemos” sabiendo que nunca más lo haremos.

Nos despedimos de nuestros abuelos, de nuestros padres, y nos consolamos, porque por la ley de la vida se tendrían que ir antes de nosotros. Estas despedidas, las de viaje sin vuelta, son las que más duelen, las que nos dejan impotentes, porque aunque nos hagan un gol con una pelotita de papel nunca más se acordarán de nosotros.

Me despedí de personas muy importantes en mi vida. La más dura de todas fue la despedida de mi madre en una nublada mañana de febrero del 91.

Me despedí de mi abuela, de mi querida madrina y de otras personas muy queridas y a cada una de esas despedidas que no tiene vuelta aprendí a transformarlas instantáneamente en  buenos recuerdos, como si a cada adiós una estrellita más brillase en mi corazón. Lo raro de todo esto es que todavía no estoy pronto para que mi estrella brille, para decirle adiós a los que amo, a los que me aman, no me imagino despidiéndome de mis hijas, probablemente el día que me tenga que ir lo haré tan discretamente que no será una despedida y sí un “hasta algún día”.

Esto no es una despedida, es apenas el fin de un ciclo, en estos tres meses que me acompañaron, me emocioné con sus emociones, me reí con sus comentarios, me enorgullecí con sus elogios, agradecí sus correcciones y leí una y otra vez cada artículo -que son como hijos para mi- para imaginar en qué momento cada uno de ustedes se emocionaría o soltaría una carcajada.

Esto no es una despedida…y sí lo es, el tiempo entonces me hizo aprender que no todos los adiós son tristes y que si hay algo bueno en cada despedida es la chance que tenemos de regresar un día.

Gracias por estar y por ser parte de mi historia.

Marcelo Puglia

Agradecimientos: A Ramiro, María Noel, César, Mauro, a los amigos del Facebook a mis hijas, razón de vivir  y a todos los que perdieron o ganaron un poquito de su tiempo leyéndome.

 




27.05.2011 10:21  |  Mis artículos

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Rabito entró en mi vida cuando yo tenía 14 años. Era un época difícil, el liceo, las peleas constantes con mis padres, las primeras novias, los granitos en la cara y principalmente la muerte de mi hermano.

Cuando cumplió 18 años ya estaba en la facultad y papá como premio le dio un auto. El primer sábado que salía con sus amigos chocó contra una columna. Fueron 15 días en coma, lo que aumentó aún más el sufrimiento de la familia. Mis padres envejecieron 15 años en dos semanas.

Pasaron más de dos meses de aquella noche, cuando Rabito apareció en la puerta de casa (mejor dicho en la ventana), a partir de ese momento cambió radicalmente nuestras vidas.

Era un perro callejero muy especial, blanco con manchas negras, peludo, con una cola que nunca paraba de moverse. Debía estar con tres meses cuando aquel domingo lluvioso empezó a ladrar debajo de mi ventana, eran las 7 de la mañana, recuerdo la hora con precisión, pues fui yo el que abrió la abrió con ganas de matar a aquel animal que no estaba dejándome dormir. Al abrirla los ladridos pararon. La cerré y nuevamente empezaron. La abrí de nuevo y allí estaba, me miró y ladró, movió su colita incesantemente, y podría jurar que se rió.

Respondí con otra sonrisa, esa si de verdad, y le pregunté que quería. Aquella bolita peluda ladró y se apoyó con sus patitas en la pared. Prácticamente me colgué de la ventana, lo agarré y lo metí en mi cuarto. Desde ese momento, raramente o por motivos muy especiales él saldría de allí.

Le había preparado a mis padres un largo discurso de todos los beneficios de tener un perro en casa, como eso podría ayudar en mi desarrollo y un montón de bobadas. No fue necesario, ellos se limitaron a decir “está bien”, no porque les agradase la idea de tener un animal en casa y si porque todavía estaban en estado de shock y casi más nada les importaba, hasta llegué a pensar que yo no tenía la menor importancia.

 

Aquellos meses fueron interminables, sabía que el tiempo se encargaría de poner todo en su debido lugar, pero el golpe había sido demasiado grande.

Mi hermano era el ídolo de la familia, alto, fuerte, inteligente, parecía indestructible. Y a pesar de ser tan joven  me enseñó muchas cosas, a besar, a entender un poquito a las mujeres, si es que eso es posible, a jugar al fútbol (nunca tan bien como él lo hacía), como estudiar y memorizar las lecciones, sin duda mi hermano también era mi ídolo.

 

A pesar de saber que la naturaleza no estaba ayudándome mucho (a los 14 años medía poco más de un metro y medio, mi hermano a esa edad casi uno ochenta), no tenía un porte atlético, casi repetí de año, introvertido, tímido, en fin, no era lo que se puede llamar el orgullo de la familia.

 

Fue en esa tremenda crisis que Rabito empezó a ser parte de muestra historia.

 

Desde la primera noche durmió en mi dormitorio, arriba de la cama, en invierno el bandido amanecía debajo de las frazadas, y ni pensar en sacarlo, pues había crecido tanto que ni un guincho conseguiría levantarlo, además tenía el sueño más pesado que vi en mi vida…

En un año llegó al tamaño que sería el de toda su vida, creció por lo menos cuatro veces más que aquel día en que apareció debajo de mi ventana.

Rabito se transformó en mi confidente, mi grande y a veces único amigo.

Llegaba del liceo corriendo para abrir la puerta y verlo saltar sobre mi lamiéndome sin parar  y moviendo su colita a una velocidad supersónica. Nunca entendí por qué tanta alegría y desespero. Podrían pasar cinco minutos que si yo saliese y entrase de nuevo, el festejaba otra vez.

 

Yo subía a mi cuarto corriendo, tiraba la mochila en la cama (él siempre atrás mordiendo mis tobillos) y lo llevaba a pasear. Era más fácil enlazar un buey que colocarle el collar, Rabito, lo detestaba, era una pelea para ponérselo, pero finalmente entendía que solamente así iría a la calle, todos los días era la misma lucha.

Íbamos siempre a una placita cerca de casa, había un lugar que nos encantaba, la vista era maravillosa, acostado en el pasto admiraba todo alrededor, el lago, los árboles que lo cercaban, el cielo azul, el sol en mi rostro, era el mejor lugar del mundo para un chico de 14 años pensar en la vida.

Reflexioné muchas veces con Rabito sobre todo lo que estaba pasando, algunas veces él  me escuchó, otras estaba ocupado corriendo detrás de los pájaros que frecuentaban el lugar, y que -tengo que confesarlo- odiaban a aquel perro loco, si pudiesen hablar dirían “como puede ser tan bobo, todos los días hace lo mismo: nos corre como un loco con la lengua colgando, ladrando, babeando”. Rabito repetía diaria y religiosamente todo lo que le hacía feliz. Con los años aprendí la lección y me di cuenta que él no era bobo y si muy inteligente.

 

Con el pasar del tiempo las cosas mejoraron en casa, si bien mis padres nunca superaron el trauma, estaban por lo menos más resignados, y se dieron cuenta que el que había muerto era mi hermano y no yo.

 

Rabito era cada vez más parte de la familia, mi padre que al principio no le daba importaba mucho, se había encariñado con el bichito, a pesar que por detrás de su orgullo intentaba esconder sus verdaderos sentimientos. Algunas veces los pesqué jugando y peleándose, sea por el simple robo de un zapato o por aparecer alguna media destruida debajo de la cama. Siempre terminaba diciendo “este perro no tiene arreglo”.

 

Mi madre en un invierno muy riguroso le tejió a Rabito un tipo de buzo, era rojo y verde, ella se lo puso, cuando llegué de la escuela y lo vi, no pude dejar de soltar una carcajada. Estaba preciosamente  ridículo, él lo sabía, pero como era un payaso no le importaba. Vistió su busito durante todo el invierno. No quería sacárselo ni para bañarse, mi madre se sintió toda orgullosa por la receptividad que el regalo había tenido. 

 

Se pasaron otros inviernos.

Fue a Rabito a quien le conté mi primera vez, fue con él que lloré cuando aquella idiota no quiso saber más de mi.

Con mi primer sueldo le compré un hueso de goma que le duró meses, hasta deshacerlo completamente.

Me alejé un poco de aquella pelotita de pelos, cuando entré en la facultad que quedaba a 300 kilómetros de nuestra ciudad.

Al principio fue difícil, mis padres me contaron que Rabito no estaba comiendo, muy triste se tiraba en un rincón del comedor hasta que llegaba la noche, cuando se iba a nuestro cuarto, se acostaba en la cama y esperaba que yo llegase.

Cada 15 días yo volvía y la alegría era la misma de siempre, saltando como un loco. Volvían los paseos al lago, donde el continuaba corriendo atrás de los pájaros, en esos fines de semana no se separaba de mi ni un segundo. Hasta cuando me iba a bañar, se quedaba en la puerta, esperando que saliese, y claro, era nuevamente una fiesta.

Con el tiempo se acostumbró a mis visitas esporádicas y ansiaba por las vacaciones donde pasábamos varios meses juntos.

En una de esas vueltas regresé con mi primera novia, fue aprobada por todos, menos por él. No paraba de ladrar, probablemente por ser la primera vez que me veía de manos dadas y tan junto a alguien.

En el cuarto fue una pelea, el hasta entonces amo y señor, veía su espacio invadido. De mañana no conseguía moverme, mi novia me abrazaba de un lado y Rabito del otro presionando a los dos contra la pared. Esa pelea duró varias semanas, hasta que terminó aceptándola, pero eso fue casi al final, cuando nuestra relación estaba agonizando.

Un jueves mamá me llamó desesperada, Rabito no estaba bien y mi papá corrió con él hasta el veterinario. “Parecía que era algo malo” me dijo mamá en voz baja, como si susurrando disminuyese la gravedad de la enfermedad.

 

Volví a casa esa misma noche, llegue casi de madrugada. Mamá me llevó a la clínica donde papá había pasado la noche (volvió a casa apenas para cenar y bañarse). El viejo estaba cansado, abatido, cuando me vio me dio un fuerte abrazo y sus ojos se llenaron de lágrimas, la situación, guardando las debidas proporciones, me hizo acordar a otra similar ocurrida algunos años atrás.

 Al parecer, Rabito había tenido un problema cardíaco, algo crónico nos contó el veterinario en un tono altamente académico. Tendría que tomar remedios durante toda su vida “No corre riesgo de muerte, puede ser que un día se vaya de causas naturales, no es para preocuparse”, nos dijo aquel hombre con aires de cardiólogo internacional.

Mi padre desde ese momento cuidó de Rabito como si fuese la cosa más importante en su vida, del trabajo llamaba por teléfono para preguntarle a mamá si no se había olvidado del remedio. Ella me contó que de noche cuando sentía que la respiración de Rabito no parecía normal, se levantaba de la cama y se quedaba a su lado, hasta que se le pasase. Con el tiempo Rabito se acostumbró a dormir en el cuarto de ellos, solamente en los fines de semana venía a dormir conmigo, pero de madrugada cuando se imaginaba que yo estaba en el quinto sueño se iba al cuarto de mis padres. A mi siempre me pareció que era una deuda de gratitud, estaba premiándolos por la manera como lo cuidaban.

 

Cuando terminé la facultad volví a casa. Mi carrera, mi empleo, mi novia. No tenía la altura de mi hermano, nunca la tendría, ni sería el atleta que él fue, pero estaba haciendo las cosas correctamente, mis padres estaban orgullosos del hijo que no se murió.

Mi novia se hizo muy amiga de Rabito, esta si le gustó.

A veces cuando iba a casa y no me encontraba, ella lo sacaba a pasear. Muchas veces los fui a buscar a la placita. Ella se recostaba contra un árbol y le gritaba que parase de correr atrás de los pájaros, el ladraba como si quisiese decir “está bien, está bien”, pero seguía corriéndolos. 

Yo llegaba por atrás, le tapaba los ojos y ella empezaba a decir varios nombres para dejarme enojado, el último era siempre el último. Yo la abrazaba y me tiraba arriba de ella, la besaba dulcemente, y Rabito venía como un tren descarrilado y saltaba sobre nosotros. Eran momentos inolvidables y muy felices entre ladridos, gritos, risas y mucho amor.

 

Mi mamá falleció exactamente 12 primaveras después de la muerte de mi hermano. Muy joven, una bella señora, inteligente, delicada, ella sabía oír, una virtud rara en la mayoría de las personas.

Intenté acordarme de algún día en que ella hubiese  levantado la voz, pero no lo logré. Para doña Coca todo era diálogo, conversación, siempre queriendo que todos se tranquilizasen, mi madre fue una gran mujer.

Rabito a pesar de racionalmente ser imposible que supiese o sintiese lo que estaba pasando, parecía triste, durante días no ladró, ni movió su colita supersónica.

Mi padre llevó este dolor mejor que el otro, por lo menos era lo que aparentaba. 

 

Rabito pasó desde ese momento a ser su amigo, confidente y compañero fiel, principalmente después que se jubiló.

Daban largos paseos juntos, a pasos cortos, pues la edad estaba llegando para ambos.

Rabito tenía reuma, mi padre le hacía masajes en sus piernas, y el bandido se dormía en el medio de la sesión, mi padre lo miraba y decía “que buena vida tiene este bacán”.

 

Más de una vez, al llegar del trabajo, encontré a papá llorando: él decía que era porque estaba muy sensible y cualquier película lo hacía moquear, yo sabía que era mentira, la nostalgia que lo invadía era enorme.

Cuando Fernanda me contó que estaba embarazada decidimos casarnos. Nos amábamos desde el primer beso, teníamos todo en común, era la persona que siempre soñé.

Mi idea era no salir de casa, había espacio suficiente para todos, pero el viejo siempre fue muy especial para esas cosas, y le pareció que deberíamos tener nuestra independencia. Fue así que él y Rabito se quedaron viviendo en aquella inmensa y vacía casa, acompañándose uno al otro.

 

La vejez lo agarró primero a Rabito. Los paseos eran una vez al día, siempre a la noche. Rabito a veces hacía pichi en los rincones de la casa, no podía aguantar. Cuando eso pasaba, lleno de vergüenza raramente salía del cuarto, mi padre limpiaba sin decir nada, pienso que sentía lástima de ver a su amigo en aquella situación. Era una silenciosa complicidad que solamente ellos entendían.

 

Mi hijo nació un domingo lluvioso como aquel en que Rabito ladró debajo de mi ventana. Mi padre me dio un abrazo, que pareció ser eterno. Yo sentí en ese momento el espíritu de los que ya no estaban, un poco de mi hermano, de mi madre y de Rabito.

 

Rabito había muerto unos meses antes, se fue en una noche llena de estrellas, mi padre nos contó que algo hizo que se despertarse y fuese a verlo. Lo acarició, Rabito abrió los ojos y respiró hondo, fue su último suspiro. Papá emocionado nos siguió contando “por increíble que pueda parecer tuve la nítida impresión que se estaba riendo, pero ¿eso será posible?

 

Rabito fue muy especial en nuestras vidas, llenó un vacío, dos vacíos, todos los vacíos de una familia especialmente igual a tantas otras.

Nunca nos pidió nada, apenas nos dio.

Nos dio alegría, compañerismo, daba ganas de vivir y fue gracias a él que todos pudimos sobrevivir en aquellos momentos tan difíciles.

 

Ahora, sentado con mi esposa, en este verde césped, viendo a mi hijo correr detrás de aquellos pájaros, se cuán importante en nuestras vidas fue aquella pelotita peluda y lo mucho que nos hace falta.

 

En algún lugar, en otro mundo, o quién sabe en otro tiempo….

...un perrito viste un ridículo busito rojo y verde, que una bella señora terminó de tejer. Moviendo sin parar su colita supersónica corre atrás de un ágil adolescente, pero antes de alcanzarlo y morderle sus tobillos, el chico vuela y sentado en lo alto de  una nube sonríe feliz, el perro ladra sin parar, como hacía con los pájaros, en otro tiempo, en otro lugar y en otra vida.

 




19.05.2011 19:18  |  Mis artículos

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Cuando las esposas les piden a sus maridos que las acompañen al shopping, ellos dicen que si, al final de cuentas es una oportunidad única de comer un montón de porquerías y de ver mujeres linda (es un hecho que ellas se arreglan mucho más cuando van al shopping que a la tiendita de la esquina). Si usted es celosa, capaz que al insistir que él la acompañe, no se ha dado cuenta que está invitando al lobo a un banquete lleno de ovejas.

 

El estacionamiento – J6

El inicio del paseo es el preámbulo de lo que está por venir, ella va a la única tienda que hay en el subsuelo, hacen arreglos rápidos de zapatos, cierres de carteras y mil boludeces más. Que falta de intuición tienen algunos hombres, era para darse cuenta que si empieza así, no es difícil imaginarse como terminará.

Pierde 25 minutos con el taquito del zapato que arreglarlo le sale más caro que comprar dos pares nuevos, claro que ella sale diciendo “es un ladrón ese tipo, ni loca lo mando arreglar acá, el zapatero del barrio me cobra dos mangos”. ¿Necesitaba ir al shopping para darse cuenta que todo es más caro?

 

Ella le recuerda 235 veces que dejaron el auto en el piso J6 y le dice:

-¿En qué piso lo dejamos?

- En el J6

- ¿En cuál?

-E N EL J 6 (le responde queriendo estrangularla)

- ¿En qué piso lo deja…

- En el J6 la puta que lo parió. Dejamos el auto en la mierda del J6. Listo no me voy a olvidar.

- Que mal humorado que sos. Con tantos pisos capaz que no te acordás que estamos en el …

- Por favor no lo repitas porque me voy, pero antes te mato.

 

Las compras

En el primer piso ella para en la tienda para animales y pregunta por un buzo para perrito que es precioso,  hasta con gorrita venía. Ya que estaba aprovechó y se sacó las dudas sobre tres raciones, una con calcio, otra con vitaminas de A a Z y una que a demás de alimentarlo le sacaba el tártaro de los dientes.

No, ellos no tienen perro, ni piensan tenerlo. Se van otros 18 minutos.

 

No llegaron a la escalera mecánica y él la ve entrar a aquel local de electrónicos y electrodomésticos futuristas, televisiones en 3D, LED, celulares de última generación, computadoras, laptops y todos los sueños de consumo que se pueda imaginar.

Ella entra en una sala que hay una TV más grande que muchas pantallas de cine y que para verla en su comedor tendría que sentarse en la parada del ómnibus que queda en la esquina de su casa.

Parlantes por todos lados, más que en el concierto de U2, un sofá muy cómodo que es una invitación para sentarse o tirarse y probar aquella tentación.

“La TV es en tercera dimensión“ le explica el vendedor, “una tecnología única, digital, high definitión, viene con estos lentes especiales, es LED más fina que una tarjeta de crédito” (no se preocupe los vendedores siempre  exageran un poco). 

A ella le encantó, para no perder el momento se puso a ver la novela. Cuando termina le formula nueve preguntas al pobre chico que se cree que va a vender un monstruo de aquellos sin saber que ella no tiene plata ni para comprar pilas para la radio. Se van otros 48 minutos.

 

Cinco minutos después, cuando se reventó contra el puestito que vendía anillitos en el medio del corredor  y  todos la miraban con cara rara se da cuenta que se fue con los lentes 3D puestos.

 

De lo alto de la escalera mecánica visualiza al lado del local de los televisores gigantes una oferta imperdible, un juego de platos por 400 pesos. Baja por donde todos están subiendo “permiso, permiso, permiso, emergencia, emergencia”.  Cuando llega le grita al pobre desgraciado, perdón al marido “veni, veni”.  Mientras baja por un lado ella sube por otro

 “Eran 24 cuotas de 400 pesos, un afane este shopping”.

El sube nuevamente, entre subidas y bajadas se van 10 minutos.

 

Que ganas de irse, de haberse quedado en casa tomando mate, pero no, él la acompañó para comprar no sabe lo que, ni donde ni para qué. Es en ese momento que se pregunta ¿a que vinimos?

 

Si se tomase un avión para Río de Janeiro, demoraría menos de lo que ella permaneció en el segundo y tercer piso. Entró en 95% de las tiendas, se probó ropa que nunca compraría, ojeó libros que nunca leería, zapatos que nunca usaría, joyas que tendría que empeñar su alma para tenerlas. Fueron 3 horas 22 minutos y 15 segundos para comprarse una vincha. Hace más de cinco horas que está en el shopping y se compró una vincha, que estaba en oferta y salió más barato que el alfajor que él le compró a un ambulante antes de llegar.

 

La comida

Hasta que llegan al patio de comida, ella como siempre no tiene la menor idea de lo que va a comer. Recorre los mismos locales tres veces, hace fila en seis colas para darse cuenta cuando le tocaba pagar que no era eso lo que quería comer.  

“Vamos al Mac Donald’s”, sentencia decidida (después de 25 minutos)

¿Por qué será que no me sorprendí? Quién sabe porque es el único lugar que come hace 12 años, piensa él en voz alta.

Pide una hamburguesa sin pepino. El local atiende 3.500 personas por día, nunca se atrasa, pero para sacarle el pepino de su hamburguesa parece que es necesario rehacer todos los conceptos aprendidos y que van a tener que pedir auxilio a la matriz en Nueva York. Todos se miran, parecen que van a llamar a la CIA o consultar a Obama.  Ese simple cambio se transforma en una operación de guerra:

“Una hamburguesa especial SIN PEPINO” grita un chico lleno de granitos. Demoran 56 minutos con la maldita hamburguesa. Cuando llega viene con pepino y sin queso. Otros 35 minutos y él pobre queriendo matar al boludo de los granos.

 

Ella le dijo claramente que no quería postre, él insistió, “No quiero”. Terminaron de comer y ella toda mimosa le dice “¿me compras un heladito?”.

La fila era más larga que la del check-in en el aeropuerto el 24 de diciembre.  Pide un helado de chocolate y otro de frutilla. “Frutilla no tenemos” le dice la chica también llena de granos que le hizo recordar la película “La mosca”.  Intenta gritar para avisarle que de frutilla no hay, pero el barullo es más alto, se sube a la mesa pero ella no lo ve. Salta, grita, salta y grita al mismo tiempo. El canal de televisión que está haciendo una materia lo filma y él aparece en el noticiero central como “el loco del shopping”, en youtube tiene 23 mil entradas en 3 horas y la mayoría de los comentarios son de gente preguntando ¿quién es este anormal?.  

Le pide por favor a la chica que lo deje ir hasta la mesa para preguntarle a su mujer si quiere otro sabor. Ella lo deja y él va rapidísimo no solo porque hay mucha gente, sino porque tiene miedo que la chica se disuelva al volver. Se fueron otros 18 minutos.

 

“No hay de frutilla”. Lo dice tan serio que parece que le está informando que se le murió la madre.

¿Y por qué tenés esa cara de culo? Parece que se murió mamá”

“Es que vos querías de frutilla y….”

“Deja, no te preocupes, ni tengo ganas de tomar helado”

 

Matarla, asesinarla, estrangularla….a pensar en cosas lindas, la playa, gol ...gol…golazo...matarla, estrangularla… Penélope Cruz, Claudia Fernández, matarla…1, 2, 3…

 

El J6 de nuevo

Entran en el ascensor y la chica le pregunta “¿A qué piso van?”

 

Al garaje.

-¿Cuál?

 

Él piensa, piensa, piensa y dice G6. No F6, ¿o sería D5?

 

Bajan en el B6, recorren el C4, pasan por el I3, por el G2, todos los pisos, casi entran en tres autos parecidos y después de 3 horas ella casi explotando le dice:

 

“No vengo más contigo, reclamas de todo, no tenés paciencia para nada y lo único que te pido no sos capaz de hacerlo”

 

-¿En serio no me pedís para venir más?

 

-Te lo juro. Dice ella convencida y casi llorando.

 

Me acordé, está en el J6, dice el muy seguro.

 

 

No importa que se quede horas y más horas preguntando por cosas que nunca va a comprar, que entre en todas las tiendas y salga loca de la vida con una vincha o que pida una hamburguesa sin pepino, lo que realmente importa es que lo hacen juntos y en cada enojo hay un poquito de amor y aunque juren, cada uno por sus razones que no volverán…

 

…una semana después:

 

¿Viejo en qué piso dejamos el auto, en el G3 o en el D4?”

 

En ninguno mi amor, HOY VINIMOS A PIE.

 

 




13.05.2011 12:23  |  Mis artículos

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Algunos creen que es posible mantener una relación sin amor pero con sexo (aclaro que tiene que ser un muy bueeeeeeeen sexo), ya lo contrario sería casi imposible. Imagínense un matrimonio que se ama locamente pero que no tienen ninguna actividad sexual: ¿Cuánto duraría?

No quiero hacer una apología al sexo sin amor, no existe sexo más completo que aquel que tiene como complemento el amor, eso es un hecho.

Pero tuve la oportunidad de hablar, entrevistar y conocer gente que me ha confesado que las mejores experiencias sexuales fueron con personas que no amaban.

Parece contradictorio, pero tiene una explicación, el sexo sin amor, no viene cargado de presión o expectativas. Claro que esa falta de amor tiene que ser sobrellevada con cariño, deseo, amistad, admiración, atracción, lo raro de todo esto es que si una persona siente todo eso por otra, ¿por qué no la amaría?

Muchas veces porque son casados y no quieren destruir el matrimonio, otras porque hay una química increíble, pero diversos factores hacen que sea imposible el vivir juntos, la diferencia de edad, problemas económicos, distancia, hijos, o el darse cuenta que lo de ellos es apenas sexo, pero un sexo especial,  con mucha química, con cariño, con deseo, con pasión, pero sin amor. Y otra porque están felices así, realizando la fantasía de amantes eventualmente.

 

El sexo

El sexo para los hombres está relacionado con números, para las mujeres con  palabras. Les explico, para ellas es el “te quiero”, “no pares”, “me encanta”, para ellos, “20 centímetros” “le eché 5”, “4 horas sin parar”.

 

Cuando ella llega a la oficina y le cuenta a su amiga y confidente como fue la noche la historia  es más o menos así:

 

-          “Fue increíble, nos besamos mucho, hicimos el amor como tres o cuatro veces, perdí la cuenta, casi perdí los sentidos, fue tan cariñoso”

-          ¿Lo vas a ver de nuevo?

-           Es un tierno, claro que lo voy a ver.

 

Ya el llega a la oficina con la mano abierta mostrando cinco dedos, el amigo le dice “cuente, cuente, cómo le fue con la flaca”:

 

-          “Fue demás, cada chupones, le eche cinco, no sabes cómo gritaba, casi se desmaya la loca”

-          ¿La vas a ver de nuevo?

-          Vos estás en pedo, estás minas son para salir una vez  y nada más, sino se te enamoran.

 

Muchas veces las mujeres hacen sexo esperando conseguir amor, los hombres fingen amor para conseguir sexo, y mientras unos esperan amor y otro sexo, los hombres se divierten y las mujeres sufren.

 

Las mentiras

Estas son cinco mentiras clásicas relacionadas al sexo que con seguridad alguna mujer ya escuchó:

-Es la primera vez que me pasa.

-Solo la puntita.

-Te juro que no te va a doler.

-20 centímetros.

-Si estos son 20 centímetros.

 

Las fantasías sexuales

Soy completamente a favor de las fantasías sexuales desde que no vengan para salvar casamientos en crisis. No será poniendo otra mujer en la cama que las parejas van a descubrir que nacieron uno para el otro y que todos los problemas amorosos se van a solucionar.

 

Tengo un amigo que me decía el otro día: “¿Quién no tuvo la fantasía de hacer el amor con Dilma Rouseff en el centro de la cancha del Maracaná lleno?”

“Yo, yo, yo, le respondí. Eso no es una fantasía, es una pesadilla”.

 

Fantasías generalmente no se realizan, algunas ni se exteriorizan, principalmente en las mujeres, “¿Cómo decirle que me muero de ganas de hacer el amor de a tres? ¿Qué va a pensar de mi?” Y el marido generalmente piensa hacer todo lo que su mujer sueña y no se anima a pedírselo, pero con su amante.

 

Hay varios tipos de fantasías, la más tradicional por así decirlo, es el famoso “menage a trois” o el sexo a tres con dos mujeres. El deseo de 9 entre 10 hombres que una vez realizado lo transforman en el “súper macho”.

Cuando la fantasía es al contrario, o sea ella con dos hombres, puede llegar a ser el terror de 9 entre 10 hombres y piensan que se transforman en el “súper cornudo”.

 

Qué fácil es realizar las fantasías que nos interesan, pero que difícil se nos hace aceptar lo que no aceptamos.

 

Está muy de moda el intercambio de parejas. Un amigo estuvo en uno de estos locales con su mujer. Toda la noche mirando a una pareja hermosa. El tipo ya se imaginaba lo que sería aquella rubia en la cama. Cuando se acercaron la chica se le sentó al lado a su mujer y el señor de unos 52 años lo tomó por la mano a él y le dijo “me gustaría conocerte mejor”. Nunca más volvieron.

 

Las fantasías tradicionales son las que curiosamente la mayoría de las mujeres tienen, hacer el amor en la playa, en el avión, en el ascensor y claro la que usted está pensando en este momento pero no se la dice ni a su mejor amiga….(puede dejarla en los comentarios).

 

Lo del ascensor con tantas cámaras y tecnología les diría que está descartado a no ser que quieran ver su video al otro día en youtube.

 

En la playa con tanta contaminación es otro problema, una fantasía puede costar una infección y diez días de internación.

 

Un amigo quería hacerlo en el avión, y lo hizo, pero la azafata lo pescó en el momento justo y le dijo “Mire señor…..”, y él ya la interrumpió: “No seas mala todos tienen esa fantasía de hacerlo en el avión”. Si, le respondió ella pero su esposa es la que está sentada del lado de la ventanilla y no la anciana de unos 83 años que vamos a tardar cinco días en sacarle la cara de felicidad que está en el asiento del corredor”. 

 

A veces a él le da por pasar por el “Sex shop” para hacer unas compritas, no tiene la menor idea para que sirve aquel aparato, pero como la chica que lo atendió le dijo que le iba a matar de placer a su mujer, lo compró. Al prenderlo la máquina de placer salió  como un cohete vibrando por la puerta que estaba abierta y la terminó agarrando tres cuadras después. Seguía vibrando la porquería, “da placer y uno adelgaza al mismo tiempo”, pensó. Está buenísimo.

 

La esposa sorprendida y con miedo le pregunta ¿qué es esto? Mira le dice, te va a encantar, está parte va dentro de la vagina…no no me equivoqué….está parte chiquita sin puntas va en la vagina, esta cuerdita va para atrás y la atas a la cintura, estas bolitas las dejas colgando, son magnéticas. Este botoncito lo prendes al sentarte y estos dos ….ella lo interrumpe y le dice: “¿Y esto me va a dar placer?”  “Claro  que si”, le responde él como si supiese para que sirve. Para darle el gusto ella lo prende  y el aparatito le da una patada que la hace volar tres metros. El boludo, que no se dio cuenta que casi la mató, todavía le pregunta: “¿Te gustó?  ¿Te dio placer? Si quieres podes usar el control remoto”.

Casi la mata pero no precisamente de placer.

 

Anti-fantasía

Y están las mujeres que son una anti-fantasía y lamento decirlo pero esto pasa y mucho.

 

Cuando se sacan la ropa ella le dice:

"Mira no practico el sexo oral, me da asco, sexo anal anda hacerlo con una cerda, ni lo pienses, de cuatro jamás, no soy una perra, y por arriba me siento usada, nunca me lo pidas, besarme nunca, la saliva en mi boca me da náuseas, no me toques la lolas que soy muy sensible, capaz de darte una cachetada, en los pies siento cosquillas ni te atrevas a tocarlos, no soy tu amor, ni ángel, ni cariño, me llamo Graciela, entendiste G R A C I E L A ,  y no me pidas de forma alguna que empiece a gemir, cuando hago sexo, no hablo y no me gusta que me hablen, vinimos a hacer el amor ¿o a conversar? Entonces, si vas a empezar con eso de “AHHHH..uhhhh..ahhh.. qué bueno, guacha divina”, es mejor que no lo hagas porque me las tomo".

 

¿Qué hacemos con una mujer de estas? Nos sentamos y conversamos toda la noche. Porque debería venir con un manual de instrucciones.

 

-                     ¿Tocarte el pelo puedo?

-                     El pelo sí.

 

Menos mal, me quedo más tranquilo… que noche fantástica yo tocándole el pelo mientras ella duerme.

 

Llego a la conclusión que las mejores fantasías son las que no hicimos, la realidad es tan realista que le saca la gracia a aquello que pudo suceder y nunca pasó.

 




05.05.2011 15:43  |  Mis artículos

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No se cuál es el motivo pero muchas personas se vuelven boludas cuando viajan. Es como si un espíritu boludo se apoderase y le sacase el 98% de la inteligencia o coherencia. No es que me irrite, pero me parece curiosa y muy graciosa, esa otra personalidad que se despierta al llegar al aeropuerto.

Tenemos dos tipos de personajes, los que trabajan en el aeropuerto y los que viajan, en ambos casos lo que no faltan son actitudes y personas boludas.

 

Las desparejas

Si hablamos de turistas algo que me llama la atención son las parejas que no parece que van a divertirse, están saliendo de vacaciones o haciendo un viaje de placer, la sensación que tengo es que van a suicidarse, o que están siendo secuestrados. Una cara de culo impresionante. ¿Ya los vieron? Parecen enojados. ¿Están enfermos? ¿Será que se odian y viajan para odiarse más lejos todavía? Yo me imaginaba que se peleaban antes de salir de casa, pero no puede ser tanta gente discutiendo al mismo tiempo, sería una epidemia.

 

La tipa ya se sube al avión queriendo matar a alguien. Se sienta en el corredor porque se marea mirando por la ventanilla. Se duerme y cuando la azafata pasa con el carrito de la bebida, aquel monstro de fierro de 300 kilos, le revienta la cabeza. Después de un curativo y dos puntos, la “Bella Durmiente” cae nuevamente en los brazos de Morfeo y una vez más el carrito, que ahora está volviendo le hace mierda el bocho pero de esta vez a la altura de la nuca, otros tres puntos. Se despierta en Paris cuando la comisaria de bordo, la del carrito asesino, le tira el balde de hielo arriba. Se baja en la ciudad luz, llena de chicones, resfriada y queriendo procesar a la compañía aérea. El boludo del marido se olvida del celular que acabó de llegar a Yemen.

 

Y está el matrimonio que es todo lo contrario a los “suicidas” y que ya viaja disfrazado de turista. Bermudas, medias, camiseta de 23 colores, gorrito, lentes oscuros y una cámara de fotos con un zoom de 40 centímetros colgada en el pescuezo. Se creen que son Michel Douglas y Caterina Zeta Jones, que todo el mundo les está prestando atención y que “SÚ” viaje es el más importante y maravilloso de todos. Hablan alto, gesticulan con las manos, con las piernas, están preocupados como si fuesen a la guerra, no se les puede escapar un detalle. Todo milimétricamente calculado para que sea “EL VIAJE” de sus sueños. Playa, sol y una semana en el Caribe. Sería perfecto sino hubiesen subido en el avión que va para Alaska.

 

El novato

Realmente el aeropuerto es un festín para un escritor, uno de los más típicos es el pasajero que nunca viajó en avión, que se hace el canchero como si se subiese a uno todos los días, en el check-in habla con todos los de la fila, después de tres horas presenta el pasaje, la cédula, el carnet de vacunación, la credencial, la cuenta de luz, la chica se lo agradece y le dice que esa fila es para los que van para Toronto y no Tacuarembó.

Se muere de miedo del detector de metales, sale de casa pensando que no va a pasar, que lo van a meter en cana y cuando finalmente pasa y toca la alarma sale corriendo diciendo que él no fue.

En el avión toca todos los botoncitos, el que llama la azafata lo aprieta cuatro veces, le pregunta a su compañero de asiento “¿Qué es esto?” y abre la puerta de emergencia, suelta las máscaras de oxígeno, resumiendo, antes de despegar ya es odiado por los pasajeros y el personal de bordo. Tiene 32 años pero quiere visitar la cabina. Lleva la máquina de fotos y le saca una foto que casi deja ciego a los pilotos y los hace chocar contra una montaña.

Va al baño justamente en una turbulencia, mea todo menos el wáter, se corta la frente con el espejo que hace añicos con la cabeza y se queda trancado porque no sabe como abrir la puerta. Sale todo meado, sangrando y diciendo “no se preocupen, estoy bien, estoy bien”.

 

Los ejecutivos

Los ejecutivos son un caso aparte, siempre llevando su, laptop, iphone, ipad, ipod y una total pinta de boludos. Traje y corbata con 43 grados, barba recién hecha, impecablemente peinado, aunque tenga menos pelo que Homero Simpson. Un día hice tocar mi celular mientras esperaba un vuelo, y por lo menos 45 de estos personajes atendieron el teléfono al mismo tiempo. Viajan a negocios, no sienten ningún placer, es algo mecánico, parecen robots, envidio la precisión y calma que tienen, nada les sale mal, el check-in a la hora cierta, no los paran en el detector porque saben de antemano que ni anillo deben llevar, y cuando hay turbulencia siguen leyendo la revista mientras yo  lloro, me arrodillo y hago 123 promesas en 15 segundos. El avión aterriza, él calmamente cierra su revista, ni se enteró que casi nos morimos todos y yo, blanco, sudando, llorando y queriendo ahorcarlo.    

 

Las viejitas

Yo tengo una tía que viaja siempre, no tiene la menor idea adonde la mandan, le venden cualquier cosa, con sol y mucho calor se fue a Irak cuando Saddam fue preso y a Afganistán el 12 de septiembre de 2001, lo importante era no pasar frío. La paré hace un par de semanas embarcando para Fukushima.

Lo prepara todo 10 días antes. Pasaporte, vacunas, remedios para la presión, para el colesterol, para el dolor de cabeza, para la artritis, para la diabetes, las pastillas del corazón,  es una farmacia ambulante, tengo miedo que un día sea presa por tráfico de estupefacientes.

En uno de sus viajes me dijo: “Te voy a traer algo de Nueva York”. Me llené de esperanza. Uno espera un laptop, un iphone, hasta un mp3 sirve. Contaba los días para que volviese.

La fui esperar al aeropuerto. Traía 23 valijas la hija de la madre, dos de ellas eran piedras de la zona cero, donde estaban las Torres Gemelas, el auto se dobló y volaron los amortiguadores. Solo tenía dólares la tía, pagué el estacionamiento, que me salió más caro que un pasaje a Buenos Aires. Me multaron, pero todo valía la pena por el regalito yanqui. Todo tiene un precio (hasta ahora fue carísimo), pasé tres horas viendo fotos y más fotos en las cuales le cortaron la cabeza en la mitad de ellas, me pregunté quién se las sacó, ¿Ray Charles? Solamente después de la última foto, como para que no me pudiese escapar me dice: “Te traje este regalito, es solo un recuerdo”.

 

El Empire State.

Un imán del Empire State.

Me trajo una mierda de imán del Empire State.

“Te adoro tía, te adoro, qué bueno que volviste”

 

El más boludo de todos

Hay muchos personajes boludos en un aeropuerto, pero me parece que el principal es uno que me ha preguntado antes de hacer el check-in si estaba llevando alguna bomba en la valija, algún tipo de arma o artefacto explosivo (es verdad, se lo preguntan principalmente en las compañías aéreas estadounidenses).

Y uno se imagina a un terrorista entrenado en Pakistán, un verdadero talibán, dispuesto a morir por la causa, riéndose por dentro y preguntándose “. ¿Este tipo es boludo o se hace?

O peor el terrorista pensando “Ahora me doy cuenta como le robamos los aviones y le hicimos mierda las torres”.

Yo siempre tuve ganas de decirle: “Si traigo una bomba casera, dos granadas y una metralleta”.

No lo hice porque se que algunos boludos terminaron presos con la bromita.

Por otro lado me quedo muy feliz viendo que los Estados Unidos resolvieron el problema del  terrorismo con una medida tan práctica y eficaz. Como no nos dimos cuenta antes que era mejor preguntar si llevaba alguna bomba a bordo. Ahora me siento mucho más seguro cuando viajo a Nueva York.

 

Lo inútil

Otra de las cosas que me parecen absurdas y no debo ser el único es cuando la azafata antes del avión despegar empieza el curso intensivo de como comportase en el caso de un desastre aéreo. Parece un guardia de tránsito en 18 de Julio y Boulevard.  

Empieza con: “Si las máscaras de oxígeno caen…”

Y yo con ganas de gritar: Si caen es porque estamos jodidos. Es porque nos vamos a morir, no tengan dudas. Y siguen “en caso de caída de la aeronave, los asientos se transformarán en SALVAVIDAS.”

Yo sinceramente  preferiría que se transformasen en PARACAÍDAS, para qué carajo quiero un salvavidas a 10 mil metros de altitud, no me jodan, quién les escribió el manual ¿Tinelli?

Me siento más seguro, que alivio, el avión se cae y me van a encontrar hecho mierda contra el piso agarrado a un salvavidas.

Sería como si a la tripulación de un submarino le dijesen que en caso de accidente se pueden quedar tranquilos porque están equipados con paracaídas.

 

Lo bizarro

Una de las cosas más bizarras en los aeropuertos son aquellos tipos que al entrar ya te preguntan si quieres embalar las valijas. Parecen que son de una secta, yo sinceramente les tengo miedo, es casi una amenaza “es más seguro hacerlo sino puede sufrir las consecuencias”.

Nos devuelven la valija que parece una momia salida del hospital. Para abrirla en el hotel demoramos una hora y media y terminamos pidiendo una tijera, un cuchillo y poco más una sierra eléctrica. Dormimos en un cuarto forrado con 180 metros de nylon, en ese momento nos damos cuenta que esa gente se lo toma en serio eso de embalar las valijas.

 

La comidita

A veces me pregunto si no sería mejor que el avión se cayese en la selva amazónica  antes de comer aquello que me están sirviendo.

¿”Carne o pollo”? Me pregunta la azafata con cara de Miss Venezuela.

Pollo le digo, sin muchas ganas.

”No tenemos”. Entonces para qué carajo me lo ofreció, le retruco enojadito.

“Normas de la compañía”, según ella.

No conseguí identificar lo que estaba comiendo solo se que el agua que me tome era para lavarme las manos.

 

Peor y casi un asalto a mano armada es cuando usan una linda azafata, con una sonrisa de propaganda de pasta de dientes para decir: “¿Se sirve algo señor?”. Acepto, acepto (si me pidiese 10 mil dólares se los daba) le digo, con sed, con hambre, después de un atraso de dos horas. Una coca y un sándwich.

“Son 18 dólares”.  Intenté devolvérselo, pero ya lo había mordido y no hubo como convencerla que solo le faltaba un poquito, escupí la coca pero no hubo caso.

 

La mala suerte

Yo debo ser el tipo con más mala suerte cuando se trata de viajar en avión. A mi lado nunca se sentó una rubia despampanante, o una chica que había sido traicionada por su novio y estaba dispuesta a todo. Ya viajé con gordos, con dos monjas, con una señora que rezó durante todo el viaje convicta de que el avión se iba a caer, con un niño de 5 años que me tiró la coca en el laptop, con un iraní que tenía una cara de malas intenciones terrible, pero nunca con la mujer de mis sueños. 

 

Voy al baño cuando hay turbulencias, solo me siento en el ala, mis audífonos no funcionan, la única suerte que tuve hasta ahora es que ninguno de las aeronaves que viajé se han caído.

 

El avión está sobrevolando Rivera y me paro para bajar primero. Bajo primero. Presento mi documentación primero. Y cuando todos los pasajeros están en casa con sus seres queridos. Allá sigo yo esperando que mi maleta aparezca.  Es increíble pero todos agarran su valija antes que la mía. ¿Será que solo me pasa a mi? Casi me voy con tres maletas (negras) que no eran mías, ahora me doy cuenta porque muchas de ellas son rojas, verdes, amarillas con bolitas azules y otras tienen una cinta roja, parecen embaladas para regalo (pensar que los criticaba por el mal gusto y en ese momento me doy cuenta que el pelotudo soy yo).

 

Lo bueno….

A pesar de todo para mi viajar en avión todavía es algo mágico, volar es pura magia, conocer otros países, otras culturas. Yo disfruto el viaje desde que salgo de casa, el ambiente del aeropuerto, con sus boludos y todo, porque para mi todo viaje tiene un significado, un aprendizaje y me gustaría que ustedes en el próximo vuelo cuando la bella azafata les diga que sus asientos se convierten en salvavidas, no tengan vergüenza y le digan…

 

¿NO ME LO PODRÍA CAMBIAR POR UN PARACAÍDAS?

 


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el autor
Escritor y periodista residente en San Pablo, Brasil, desde los años 80. Marcelo Puglia es autor de ocho libros en toda América Latina le escribe al amor con humor. Su última obra "Como evitar enamorarse de un boludo" es el mayor éxito teatral de la temporada en Uruguay y fue adaptada en Chile y actualmente en Puerto Rico. Marcelo Puglia es productor internacional del Portal y corresponsal de Radio Sarandí.

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